Título:Sherlock Holmes, desde la mente de John Watson.
Autora:Nesly
Pareja:Sherlock / John
Rating:T.
Extensión:Serial. [1/12]
Género:Romance.
Resumen: Por que la mente humana, es poderosa, en ocasiones, más poderosa que la misma persona
Advertencias:El fic se encuentra situado después del capitulo tres, de la segunda temporada.
Disclaimer: Absolutamente todos los personajes pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle y los respectivos derechos por la adaptación a la BBC.
Notas de la autora:Esta idea se me ha ocurrido, leyendo un libro que mi hermano me ha prestado en el que me he quedado con la duda del que pasaría si alguien hiciera tal cosa o cual cosa. Así que luego me he puesto a ver un poco de Sherlock y la idea se ha adaptado sola apenas vi el capitulo tres, fue un poco devastador ver al pobre de John de aquella forma. Y aquello que no pudo decir al final.
En fin, el fic puede ser un poco confuso. Pero cabe recalcar que John aún no sabe nada sobre que Sherlock está vivo como se puede ver al final del capítulo. Espero que les guste la idea, y trataré de actualizar con la misma velocidad con la que actualizo mi otro fic. Un gran saludo para todos los que lean y espero que se animen a comentar. =D
Número de palabras en el capítulo: 1689.
Sherlock Holmes, desde la mente de John Watson
La felicidad está jugando a las escondidas
Capitulo Uno
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En noches como esas, el viento soplaba con fuerza, y amenazaba con desestabilizar su precaria salud.
No estaba en momentos como para enfermar, menos con algo parecido a una gripe. La soledad, no era fácil de llevar. Costaba asimilarla, volver a acostumbrarse a ella, costaba tanto entender que estar solo otra vez era por haber perdido algo importante.
Y el dolor se amilanaba tan fuerte, que solo provocaba un suspiro.
Uno que salía de sus labios y se perdía en el vaho mínimo que existía mientras miraba por la ventana, desde su pequeño sillón, como contemplando el clima, como reconsiderando su vida, sin dar un paso hacía atrás, pero tampoco uno solo hacía adelante.
Llevaba meses sin poder volver siquiera a ver a la señora Hudson, desde aquella tarde en el cementerio, no se atrevido a volver, no puede. Le mortifica el hecho de visitar aquella casa, le mortifican tantas cosas incompletas, tantas que faltaron por decir.
Y pedir un milagro resultaba ya inverosímil.
Particularmente, la lluvia no era su mejor amiga, pero tampoco le fastidiaba. Eran como lágrimas que él ya había olvidado hace mucho derramar, tan hundidas en su ser, que por poco tiempo más, no valía la pena recordar.
—John…
La voz de Sarah, a su espalda lo hizo girar, ella le sonrió tan cálidamente que era imposible no responderle de la misma forma. Solo un poco más. Un intento no tan fallido que pareció aportar en algo a que la mujer al menos se acercara.
—Hoy no ha dejado de llover en todo el día.
Sintió la mano de la doctora apretando la suya, fuertemente, mirando junto a él por la ventana. Resultaba un poco relajante ese momento. John con dificultad podía aseverar que en momentos como estos, estar junto a Sarah le hacía olvidar a Sherlock.
No la había visto desde hace un buen tiempo, y de pronto aparecía y acariciaba a su soledad con delicadas visitas confortantes en los que brevemente se sentía un poco más humano otra vez.
¿Por qué no podía dejar de pensar en él?
Al menos unos minutos, al menos un día entero. Un día de paz. Un día en que recordar buenos tiempos no doliera tanto.
—John...
Cuando escuchó su nombre nuevamente, recién entonces se percató de que desde que había llegado, no le había respondido una sola vez.
—¿Si?
—¿Deseas salir a comer algo?
Era curioso que en ese momento una pequeña sonrisa hubiera asomado en sus labios, apretando con ligereza la mano de ella.
—No, en realidad, ¿tú quieres comer algo?
—No, pero creí que sería lindo salir un rato.
Sarah bajó la mirada, casi hasta el suelo, con el sutil gesto de su mano llevando hacía atrás de la oreja uno de los mechones de su cabello.
—¿Qué tal una película?
Como si hubiera dicho las palabras necesarias, Sarah levantó inmediatamente los ojos, directo a su rostro, con una sonrisa en los labios, y una esperanza en la mirada que planeaba pasar desapercibida.
—Me encantaría.
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—Lestrade, ¿has sabido algo de Watson?
Por un momento, el hombre levantó la mirada, sobre los papeles y la computadora frente a sus ojos, con el cansancio presente en sus facciones, con las evidentes ojeras sobre él.
—No…
Donovan pudo ver que el hombre abrió la boca, dispuesto a hablar un poco más, pero del mismo modo regresó la mirada al computador y obvió lo que hubiera tenido que decir.
—¿Solo no?
—¿Desde cuando te interesa lo que John Watson tenga que hacer?
La mujer únicamente levantó un poco los hombros, de una forma airada que pretendía no desvelar ese pequeño sentimiento extraño que se había desarrollado desde la muerte de Holmes. Como si extrañamente sintiera algo de culpa.
Aunque no debía, no tenía por qué.
Ella no tenía nada que ver, ni tenía demasiada involucración dentro de toda esa historia, y aún así prefirió continuar leyendo los papeles en sus manos. Sabiendo que a ratos, Lestrade le dedicaba miradas de extrañeza. Directo a su rostro.
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—¡Oh, John!
Como si se tratara de un impulso desmedido, Watson pudo sentir el cuerpo de la señora Hudson junto al suyo, en un abrazo provisto de tanto cariño y añoranza, que aunque por un momento se le hizo extraño, al poco tiempo terminó por corresponder.
Era difícil incluso estar en los primero metros de aquella residencia.
—¿Cómo ha estado señora Hudson?
—Bien, con este dolor regular en la cadera, pero en lo demás bien, ¿y tú? ¿Cómo van tus cosas?
—Bien…
Recorrió sutilmente con la mirada el lugar, como si hubiera pasado demasiado tiempo sin estar ahí. Casi enloqueciendo. Como si en realidad nunca debió irse.
—¿Has visitado a Sherlock?
Automáticamente, la cabeza de John se movió negativamente, y la anciana mujer solo bajó un poco la cabeza, con un gesto comprensivo y una exhalación algo perdida en los labios.
—Hoy salí con Sarah.— Su comentario casual hizo sonreír a la mujer.
—Eso es bueno, me parece una buena mujer…
—Le he pedido un poco de tiempo. Necesito pensar las cosas antes de decidirme por continuar con mi vida como antes.
El pequeño gesto que había asomado en el rostro de la mujer desapareció, con una expresión que buscaba mostrarle a John que estaba bien, aunque no creyera, que realmente fuera así.
—John, querido. ¿No crees que ya es hora de continuar? ¿Qué más hay que pensar?
—Ella ahora en verdad quiere estar conmigo. Y yo quiero entregarme por completo a esa relación, ella lo merece, pero aún… yo no…
John bajó la mirada, con una mano por su rostro. Pasando la exasperación. Respirando hondo.
—¿Deseas subir un rato?
—¿Puedo?
La mujer sonrió amable.
—Tú siempre podrás subir, querido. ¿Te preparo un poco de te?
—No, gracias. ¿Podría… estar solo?
Sin palabras de por medio, la señora Hudson solo asintió, como si no necesitara ni fuera necesaria más conversación entre ellos. John subió las escaleras, lenta y suavemente. Como si con cada paso, con cada recorrido, los recuerdos se apoderaran de él. Y el peso del tiempo solo acentuara más su condición.
…
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Todo estaba igual.
Mortificadoramente igual.
Cada periódico, cada sillón, marcado tan solo por el paso del poco tiempo que para él había transcurrido. Ni siquiera había el polvo suficiente para decir que el lugar había sido abandonado. Así que probablemente la señora Hudson subía a limpiar el espacio que alguna vez le perteneció a Sherlock y sin embargo, no movía absolutamente nada.
Apenas miró un poco el lugar, no atreviéndose a ver más allá de lo necesario, y curiosamente aquel amigo de Sherlock reposaba ahí, en el mismo exacto lugar donde la vio la primera vez, aquella calavera que a cualquiera pudiera intimidar.
Seguramente la señora Hudson ya no le veía el sentido a tenerla escondida.
No la tocó, pero si sonrió, nostálgico. Apesadumbrado.
Vio el pequeño sillón que había hecho suyo, que le pertenecía más a él, que a Sherlock desde que pisó aquel lugar, tomando asiento, con algo de problema. Pero soltando un suspiro de alivio, cerrando los ojos, por un momento. Rindiéndose una vez más.
—Has vuelto…
Una mano sobre su hombro y John ni siquiera se amilanó. Sabía por el timbre de aquella voz de quien se trataba, cursando una sonrisa amarga en los labios.
—Creo que finalmente nunca podré irme.
Abrió los ojos, solo para ver como aquel Sherlock frente a sus ojos le sonreía, apenas mínimamente. Colocando un codo sobre la pequeña repisa a unos centímetros de donde se encontraba la calavera.
—Estuve muy aburrido sin ti, John.
—Yo también, Sherlock.— Volvió a cerrar los ojos, como si su cuerpo entero descansara ante los juegos de su mente y la cruel realidad, como si se resignara a vivir en la mentira. –Yo también.
…
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El olor enigmático de aquel te inundaba la cocina.
Con sus años encima, la señora Hudson fácilmente podía perderse por un momento en las etapas de su contraindicada soledad. Solo por ratos que le ayudaba a comprender cosas, que los demás veían simplemente imposible.
Siempre pensó, incluso desde muy joven, que la mente humana es algo tan poderoso que es de temer.
Sherlock, fue la prueba viviente de ello. Sherlock y su inteligencia maestra, su observación, su capacidad inaudita para resolver crímenes y al mismo tiempo sacarla de los cabales de su paciencia. Pero amaba al muchacho, casi como un hijo.
Y su perdida fue dolorosa.
Pero fue más dolorosa para John.
La ausencia de Sherlock en la vida de John estaba marcada tan profundamente, que lograba solo acrecentar aquellas propias deducciones, tal vez no tan exuberantes como las de Sherlock, pero que eran predecibles para ella.
Sabía que John le había pedido estar a solas.
Pero un poco de te y ella no lo molestaría más. Subió con la taza entre sus manos, por que sencillamente aquel hombre era parte también de su vida, ahora más que nunca, ahora que Sherlock se había ido, y su punto de conexión era su dolor mutuo por la irreparable pérdida.
Estuvo a punto de golpear la puerta, pero la pequeña abertura la detuvo. Y la voz un poco opaca de John la hizo arrugar el entrecejo.
—En serio, debería irme de aquí… Solo me engaño. Y no sé que es peor, engañarme viéndote aquí, o saber que todo es producto de mi mente.
Desconcertada, logró acercarse, pudo observar a John sentado en el sillón, con la mirada fija en un punto vacio, como si escuchara a alguien hablar frente a él, mientras negaba un poco la cabeza.
—Estoy perdiendo la cabeza, Sherlock. No sé, ni por qué volví. Cuando me fui, fue para no volver, para que mi mente no me siguiera jugando sucio y continuara viéndote por aquí… Y hoy, hoy solo he empeorado las cosas al volver.
Abrió los ojos sorprendidas, John estaba solo, completamente solo en aquel lugar, entablando una falsa conversación con alguien más, su mano libre viajó hasta su boca, asustada, confundida. Desajustada en ese clamo instante de perdida.
..:: Fin Capitulo Uno ::..
