Frank tiene demasiadas cosas en la cabeza. Que si hay que sacar ese Supera las Expectativas en Pociones, si no quiere que Slughorn no ronde cerca de él cada medio minuto; que si hay que analizar todas y cada una de las jugadas de Quidditch para que las otras casas no tengan la más mínima oportunidad contra ellos. Que si hay que echar un vistazo para ver si los de primero están bien, que si hay que patrullar los pasillos, que si tiene que escribir a Augusta para que su madre no se lo coma con patatas. Que si tiene que decidirse de una vez por qué carrera quiere hacer ahora que los TIMOS le pisan los talones. Y ahora, encima, tiene que ganarle una apuesta a la pequeña Lily Evans. Como no tenía nada más en que pensar...
Por su parte Lily está tumbada en el sofá de la Sala Común de Gryffindor. Piernas sobre la silla, libro abierto sobre su regazo. A su lado, Mary McDonald y Remus Lupin comentan ejercicios de Transformaciones y no sé qué más sobre las Brujas de Salem. Lily los mira despistada y hurga en la bolsa de Zonko que tiene a su lado.
—¡Terminado! —Celebra Mary mientras lanza la pluma contra la mesa y se deja caer en el sofá, junto a Lily.
Remus las mira mientras guarda sus apuntes cuidadosamente:
—Creo que ya es hora de que nos expliques en qué consiste esa apuesta contra el prefecto de la que todo el mundo está hablando.
Por supuesto, no dice nada acerca de que dicha apuesta está a punto de volver loco a James; más aún.
—Es fácil, sólo es tratar de convertir a Alice en una verdadera bruja.
—Que yo sepa, Alice ya es una bruja —le replica Remus, confundido.
—No del todo, no del todo —Lily se hace la listilla.
—¡Ey, Lunático! ¡Ven a ver esto! —Le grita Black desde la otra punta de la Sala. Remus, que no es capaz de decirle nunca que no, se despide de las chicas. Que James ajuste las cuentas con Sirius, él estaba tratando de sonsacar la información a Lily. Mary lo ve marcharse y se gira hacia su amiga.
—Lily...
—¿Si? —Pregunta ésta con aire inocente.
—Y.. ¿en qué se supone que consiste exactamente esa apuesta?
—Oh, en que Alice pierda algunas manías muggles.
—Y... ¿por qué Alice iba a querer perderlas?
—Oh, para conseguir otras más mágicas.
Mary sacude la cabeza. Con Lily a veces las palabras sobran para entenderse, y en otros momentos se necesitan un montón.
—Espero que funcione —dice tras un largo silencio y hunde la mano en la bolsa de Zonko ella también.
—Lo hará, ya verás.
Alice está en la Biblioteca tratando de concentrarse en ese gigantesco volumen cuyo título reza: Derechos de las Criaturas y Monstruos mágicos durante la década de 1870. Es un coñazo, lo sabe, pero el olor a viejo y la cantidad de polvo que levanta cada vez que pasa la hoja consiguen alejar a toda persona humana. Y cuando la señora Pince la mira desde sus gafas torcidas y anticuadas, le da constancia a Alice de que no pertenece a tal raza.
Al final, no le queda más remedio que marcharse de allí; y en cuanto sale por la puerta todos los problemas que tiene por delante caen encima como si de una losa se trataran. Hasta que uno de ellos —moreno, alto, guapo, atlético, cara de continua ausencia terrenal —se choca contra ella. Alice lo mira como si fuera un producto de su imaginación que ha cobrado vida en mitad del pasillo.
—No pongas esa cara, Alice, será hasta divertido. Mañana empezamos, en el desayuno.
Alice gime, murmura algo que suena a domingo y mueve los brazos en un gesto de queja que sabe que no va a servir para nada.
—A las nueve en punto.
—Encima eso, no había otra hora, no, las nueve. Pero, ¿en qué estaba pensando ese tío?
Hace ya tiempo que se ha terminado el sábado, pero Alice sigue quejándose. Para ella, un domingo está hecho para descansar, vaguear, y no hacer absolutamente nada. Hasta Dios está de acuerdo con ello. Por eso no entiende que el dichoso prefecto de Frank haya decidido estropearle la diversión y hacerla madrugar.
—No sé, Alice, te recuerdo que es prefecto. Está loco.
Alice mira a Peter, que afirma cosas como ésa cada medio minuto. Según Lily, influido por Black y por Potter; según Mary, con toda la razón del mundo. Están los dos en la Sala Común de Gryffindor, y Alice sabe que le debe una porque Peter ha cambiado sus preciosas horas de sueño (todas las horas de sueño son preciosas) por escucharla a ella.
—De todos modos, ¿a ti no te gustaba Longbottom, Alice?
—¡No! Bueno, sí, pero no que me levante a las nueve de la mañana un sábado a las nueve de la mañana. Y menos para ganar una apuesta contra Lily.
—Y... ¿de qué va la apuesta?
—Algo de un día completamente mágico o no sé qué rollos...
—¿Ein?
—No sé, tío. Supongo que será de hacer todo el rato magia o algo así. Yo no sé ni cómo me ha convencido. Además, que magia hago todos los días ¿no?
—Sí, eso sí. Aunque... si quitamos lo de clase, llevas una vida bastante muggle.
Estas palabras aún le resuenan a Alice en la cabeza cuando se presenta —vaqueros, zapatillas, camiseta y chaqueta con capucha —en la puerta del Gran Comedor al día siguiente. Puntual.
—¿Qué coño llevas encima?
La pregunta de Frank es demoledora.
— "¿Y ahora qué demonios pasará?"
—Así no visten los magos, —le regaña mientras se señala así mismo. Alice mira su atuendo: lleva unos pantalones de lo más curiosos, como si fuera un paje de hace dos siglos, y una túnica azul marino a juego con sus ojos.
—No pienso ponerme eso —y Alice recalca el eso con tal énfasis que Frank no tiene más remedio que ceder.
Frank la lleva a dar una vuelta a Hogsmeade. También pasan cerca del Bosque Prohibido, y hacen una ruta nueva por los terrenos de Hogwarts. Tanto Alice como Frank están seguros de una cosa: Lily va a ganar la apuesta. Ni se han aparecido, ni han usado la varita. Ni tan siquiera han llamado a un elfo doméstico para que les traiga la comida porque Alice se ha llevado un bocadillo envuelto en una especie de papel plateado. Dichosa chica.
El sol empieza a descender en el horizonte y Frank ve, peligrosamente, cómo se está terminando el día. Al final decide jugarse el todo por el todo, total ¿qué puede perder? Está tan seguro de que no va a fallar que, incluso, se compromete a que Alice le enseñe algo puramente muggle.
Es lunes, primera hora de clase y sólo Lily y Mary están en el desayuno. Ni los merodeadores ni Alice han hecho acto de presencia. Tampoco aparecen a primera hora y, hay que admitirlo, sin ellos las clases son un poco aburridas.
—¿Se los habrá comido la luna llena? –bromea Mary, mientras mete el libro de Encantamientos en la mochila y saca el de Astronomía.
—Probablemente.
—Oye, ¿vas a hablar con Frank sobre tu apuesta?
—No, si ya sé que él ha ganado.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Dado que aún no la he visto desde que los dos quedaron, supongo que Alice sí ha tenido su gran noche mágica.
