Melodía

Los lleva al bosque de dos en dos, le siguen como dos perritos, ansiando lo dulces que les había prometido.

Los conduce por senderos desconocidos para muchos, y los mete a la casa que ella le ha dado. Caminan a través del polvo hasta el sótano, y el enciende una vela del techo. Ambos niños se atiesan, por primera vez están asustados. De seguro sienten el olor que mancha esas paredes, y aunque no lo reconocen, tan sólo les basta mirar las manchas rojas para adivinarlo.

Son dos niños, una niña y un chico, de la misma edad, ambos acusadores proscritos para ella. Fue la pequeña quien le tiró un tomate putrefacto al rostro, aun estando maniatada al tronco, y fue el pequeño quien le arrojó tierra, riéndose de su desgracia y animando a otros para que lo imitaran.

Ambos sienten aprensión y recién es el momento en que comienzan a formar la duda. El hombre le dice al chico que vaya al rincón del cuarto, y se quede quieto, que no se mueva sin importar nada. El pequeño le obedece, sólo porque su nerviosismo es demasiado para cuestionar nada.

La niña lo mira, sus ojos brillantes y temerosos. Brillantes de inocencia infantil, inquietud al descubierto. Ella le dijo que cuando le arrojó el tomate no había sido así, que habían traslucido malicia pura, que sus carcajadas habían sido demenciales. Merecía el desprecio de ella, se decidió el hombre.

La tomó del brazo y alcanzó un cuchillo. Se lo clava veloz, el resultado de la practica. Su vestido se ve rasgado y su grito es mas de sorpresa que de dolor. La piel es tierna y los huesos también, no supone ningún problema romperlos con los dientes. Rápidamente, más rápido de lo que hubiera esperado, la niña calla y se siente satisfecho. Ya no volverá a reírse nunca. Sabe que la mujer está cerca, también ha escuchado los chillidos y su placer es acrecentado.

Luego agarra al niño, quien se veía incapaz de moverse, y casi no pestañea cuando su cuchillo le atraviesa. Algunos niños no gritaban, ocupados en sollozar, y eso a ella le aburre, le quita emoción al juego. Si los mismos muertos no escuchaban sus lamentos, entonces estos no eran lo suficientemente grandes. No eran nada comparados con los que le hicieron pasar a ella.

Pero el niño sí grita al ser el cuchillo movido por su pecho. La sangre salta de repente, le salpica el rostro. Le sujeta de los brazos mientras sigue cortando, pero estos ya están laxos. No tiene fuerza para luchar, ninguno la ha tenido.
Los gritos van en aumento, ella gime como gata fornicando.

Él también lo hace, el gato que la penetra. Es un instante, pero dura lo justo para que se entiendan.
Ambos saben lo que piensan, no hay palabras que lo describan.

"Este debe ser el canto de los ángeles, el sonido más placentero de la tierra"

Lo afirman ellos, pero no lo confirmaran nunca. Viven en el infierno, y ahí los demonios no cantan, ríen a carcajadas.
Las mismas carcajadas que ella ha odiado, las mismas que ahora mismo está lanzando.