Encuentro

Las estrellas titilaban perezosamente sobre el firmamento, como pequeñas velas que iluminan el camino de los viajeros. Pequeñas y numerosas, se extendían formando un manto que lo cubría todo. De tanto en tanto, se podía encontrar alguna estrella que brillaba por encima de las demás, algunas otras eran tan débiles que apenas se distinguían en la lejanía. La mayoría eran meros puntos de luz en el infinito, indistinguibles unas de otras, que formaban una hermosa constelación, pero que una a una no eran más que otro punto de luz. Por más que brillaran o pensaran que eran más hermosas que las otras, por más que tuvieran nombres y alguien se hubiera preocupado de explicar las diferencias entre ellas, seguían siendo simples puntitos en el cielo. Igual que las personas. Por más que se creyeran más fuertes y poderosas que nadie, por más que empezaran guerras entre ellos con la excusa de ser "diferentes", siguen siendo meros trozos de carne en la tierra. Por alguna razón, esa idea tan amarga y prosaica le hacía sentir mejor. Le hacia pensar que su situación no era motivo de preocupación. Lástima que esos pensamientos fueran momentáneos. Soren soltó una carcajada llena de sarcasmo ante sus propios pensamientos. Si los mercenarios se enteraban de que el frió y calculador estratega Soren (o, como muchos le solían llamar, "el borde ese") se fugaba por las noches para filosofear bajo un árbol mirando las estrellas, se estarían descojonando de él hasta que Lethe se casara con un beorc. Suspiró profundamente y se levantó, sacudiéndose la tierra de la túnica con las manos. Puede que la gente lo encontrara una estupidez, pero aquella manía suya era lo que le había permitido no acabar de los nervios durante las guerras del rey loco. Al fin y al cabo, las mejores estrategias se le habían ocurrido en esos escasos momentos de paz. ¡Como había echado de menos sus escapadas durante ese infierno! Pero ahora la vida ya había vuelto a su curso. Los mercenarios seguían con su trabajo de siempre, exceptuando que Mia era el miembro más revoltoso que habían tenido nunca y de vez en cuando tenían a la reina de Crimea intentando evadirse de sus responsabilidades en la sala de estar. Todo iba bien ahora, pero en cambio el seguía preocupado por aquel maldito descubrimiento en Begnion.

Caminó en dirección a la casa sintiendo su ánimo algo más calmado. Respirando intensamente el aire fresco de la noche y perdido en sus pensamientos, no paró atención en nada de lo que le rodeaba. Hasta que vio aquella flor. Era la margarita más grande que había visto en su vida. Debía tener el tamaño de su mano, como mínimo. Se quedó mirándola unos instantes antes de acercarse. Desprendía un aroma muy peculiar, parecido al que llevaba el aire fresco del océano. Algo extraño teniendo en cuenta lo lejos que estaban del mar… Las flores eran una perfecta alegoría de la vida. Lucían hermosas y frescas, pero un simple gesto de la mano podía arrancar todos sus pétalos y derrumbarlas para siempre. Hala, ya estaba otra vez filosofeando. Siempre que tenía pesadillas se pasaba el día de aquel ánimo taciturno y pensativo, y sus ideas empezaban a surgir por donde les daba la gana y sin tener en cuenta su opinión. Algo muy desconsiderado por su parte. En fin, ya se le pasaría. Se puso en pié de nuevo y echó un último vistazo a la flor. Llamaba poderosamente su atención, como si le estuviera llamando…

Vale, definitivamente, sus preocupaciones estaban empezando a afectarle a los nervios. Mira que pensar que una flor le estaba llamando… Haciendo caso omiso de aquella extraña margarita, dio media vuelta y continuó caminando en dirección a la casa.

Al cabo de veinte minutos volvía a estar allí con una pala y una maceta. No se podía creer que estuviera haciendo aquello, sencillamente no lo entendía. ¡Estaba intentando poner una flor en una maceta! ¡Y tenía intención de ponerla en su cuarto! No se reconocía a él mismo y no sabía porque estaba haciendo aquello. Pero tenía ganas de hacerlo y no tenía ningún motivo lógico para no llevar a cabo aquella idea. La flor le gustaba, y si alguno de los otros se reía, pues ya se inventaría algo, como que tenía poderes curativos o algo así. Se arrodilló frente a la margarita y escarbó. El tallo era de un color rojo vivo, pero no parecía tener raíces. Definitivamente, aquella flor no era normal. El final del tallo se abría en lo que parecía una esfera del mismo color rojo, que emitía una extraña luz. Excavó un poco más y siguió saliendo lo que parecía carne roja y lisa. Harto de escarbar y que no llegara al final, se puso de cuclillas, cogió el tallo rojo de la flor y estiró con fuerza. Finalmente, con un extraño "pop", la planta salió de la tierra. Soren cayó de culo por el impulso y renegó en voz baja. Se frotó la zona dolorida y miró a su alrededor para ver donde había caído la margarita. Y entonces se quedó muy quieto y callado, con la mirada fija en lo que acababa de arrancar y totalmente desconcertado.

Las estrellas brillaban con mucha fuerza esa noche. A Mist le encantaba mirar el cielo nocturno, pero estaba demasiado preocupada para disfrutarlo.

- ¿Viene ya? – La voz de su hermano sonaba ligeramente preocupada. Negó con la cabeza. Ike bufó y miró de nuevo por la ventana de la cocina, intentando localizar el lugar donde Soren se encontraba en aquel momento. – Que extraño. Normalmente no se está tanto rato fuera. Debe haberle dado muy fuerte esta vez.

- Oye, hermano. Tú sabes que le pasa, ¿verdad? – El peliazul miró distraídamente el techo y se rascó una oreja.

- ¿Yo? No tengo ni idea. – Se formó un silencio muy tenso entre ellos cuando la muchacha clavó una mirada acusadora a Ike.

- Hermano, eres el peor mentiroso que he visto en mi vida.

- Debéis estar muertos de sueño. ¿Queréis un té para despejaros? – Titania dejó una bandeja con tres tazas humeantes en la mesita que había junto a ellos. Ike suspiró aliviado.

- Gracias a la Diosa que ha aparecido la caballería al rescate.

- ¿Qué dices, hermano?

- Nada. Cosas mías.

- ¿Se sabe ya algo de Soren o sigue aún mirando las estrellas? – Los dos hermanos la miraron con cara soñolienta.

- Sigue ahí, supongo.

- Quizás esta vez ha vuelto por otro camino. Por el almacén se puede llegar a su cuarto.

- ¿Pero porqué iba a volver por el almacén? – La pelirroja se encogió de hombros.

- Yo solo sé que el día que se entere de que sabemos lo de sus escapadas, le dará un ataque.

- ¿Pero porqué no quiere que lo sepamos, hermano?

- Supongo que quiere mantener su reputación, o se piensa que nos lo tomaríamos a broma. No sé.

- ¡Ja! Encima de borde y maleducado, es un desconfiado. Anda que entre el estratega y el comandante, no entiendo como no nos han pasado ya a todos por la piedra.

- ¡Shinon! ¿Qué haces aquí?

- Bueno, resulta que mis botellines de cerveza han desaparecido "misteriosamente" y los estaba buscando. – El arquero le echó una mala mirada a Titania.

- Sabes que no apruebo tu afición a esa bebida, Shinon.

- ¿Y a ti que te importan las aficiones que pueda tener? No molesto a nadie.

- ¡Pero das un mal ejemplo a los niños!

- ¡No creo que se les pueda seguir llamando niños! – Mientras los dos pelirrojos discutían, Ike volvió a mirar por la ventana.

- Soren, ¿Dónde estás?

Era un rábano. Era alargado, rojo, le salían hojas de la cabeza y estaba enterrado en el suelo. No cabía la menor duda de que era un rábano. Tenía que serlo. O un rábano pequeño encima de otro más grande, para ser exactos. Y aún así… No era ningún experto en plantas, nunca le habían apasionado. Pero recordaba haber tenido rábanos en el plato. Incluso juraría haber visto sacar a Mist algunos del huerto. Pero, que él recordara, ninguno de esos rábanos tenía ojos. Parpadeó y lo miró de nuevo. Aquellas enormes pelotas blancas con un punto negro que le salían de lo que se podría clasificar como "cabeza" tenían toda la pinta de ser ojos. Además, al final de la susodicha "cabeza" surgía otro rábano más alargado del que colgaban dos tiras delgadas que podrían haber sido denominadas "brazos". Y entonces, los otros dos injertos de la parte inferior sobre los que se mantenía erguido habrían pasado a ser automáticamente sus "piernas". Y aquella cosa puntiaguda que le salía de debajo de los ojos, ¿sería su "nariz"? Diosa mía, estaba empezando a preocuparse seriamente por su salud mental. ¡Estaba comparando un rábano con una persona! Parpadeó de nuevo. Y el rábano parpadeó también.

- ¡Uah! ¡Te has movido! – A lo que el "rábano" respondió ladeando la cabeza, como si se extrañara. - ¡¿Pero que clase de planta se supone que eres tú?! - Y entonces se le ocurrió. Lo había leído en algunos libros de su maestro. Una mandrágora. Una planta con aspecto humano a la que le brotaban hojas de la cabeza y cuyo canto era mortal. Instintivamente, se tapó las orejas. La "¿mandrágora?" volvió a ladear la cabeza. Con aquellos ojos grandes e inocentes parecía difícil que fuera un monstruo maligno y asesino. Él era el primer defensor de que las apariencias engañan, pero aquello era exagerado. ¡Era un maldito rábano! ¡No podía ser una planta psicópata! Empezó a dudar si no se estaría volviendo loco. – No eres una mandrágora, ¿Verdad? – El bicho le miró fijamente, lo que interpretó como un "no". – Vale. O sea que eres una especie de vegetal humano que nace debajo de tierra. – Más miradas intensas. Tuvo la sensación de que aquello era un "si". – Oye, no estarás enfadado porque te he sacado de bajo tierra, ¿verdad? – Aquella manera de ladear la cabeza no parecía muy vengativa, desde luego. – Vale, yo no tengo ningún conocimiento de botánica, así que voy a buscar a alguien que sí sepa, ¿de acuerdo? Espérame aquí un momento y no te muevas, que ahora vuelvo. – Se quedó unos segundos mirándole fijamente. – Eres un rábano. – No podía ser otra cosa, estaba claro. – Estoy hablando con un rábano… - Se hizo u largo silencio. - Y sigo haciéndolo. Ike tiene razón. Necesito unas vacaciones. – Y más preocupado que nunca por su salud mental, se dirigió de nuevo a la sede de los mercenarios.

Apenas había caminado unos metros cuando se percató de un extraño sonido detrás de él. Se giró para ver como el extraño animal se acercaba a él y se quedaba quieto. Caminó unos pasos más y el "rábano" le siguió. Dio un paso a la derecha, y el animal le imitó. Dio tres pasos a la izquierda, de la misma forma que lo hizo el "rábano". Empezó a caminar en círculos, intentando no sentirse el beorc más estúpido del mundo al estar corriendo en círculos perseguido por un rábano con ojos - ¿¡Pero se puede saber porqué me sigues!? – Echó a correr con todas sus fuerzas en dirección contraria hasta llegar casi a la muralla, y entonces se giró. El "rábano" no había podido seguir su ritmo y se había quedado allí quieto, mirando a su alrededor desorientado. Estaba empezando a asustarse. No le gustaban nada las situaciones que no podía controlar, y mucho menos las que no entendía. Su mente era muy analítica y lógica, pero aquello no entraba dentro de su esquema de lo que es el mundo ni aunque Brom y Gatrie lo intentaran entrar a empujones. Y entonces se fijó en el extraño ser. Soren pudo ver que la piel del misterioso animal palidecía por momentos, perdiendo ese resplandor tan característico, y que su pequeño cuerpo empezaba a temblar. Parecía triste y asustado. Y entonces recordó algo que le había dicho Rolf al poco de conocerse. Le había explicado que la mayoría de aves pensaban que la primera persona a la que veían al nacer era su madre y la seguían a donde fuera. Una idea aterradora cruzó su mente. ¿Se pensaría aquel extraño ser que el mago era su madre? Miró unos instantes más aquel pequeño cuerpo rojo. Seguía temblando.

- Mierda. Me estoy volviendo un buenazo. – Y se dirigió hacia el animal. En cuanto le vio, dio un saltito, gritó con alegría y se pegó a sus piernas, volviendo a brillar de nuevo. El mago se puso de cuclillas para intentar mirarle a la cara. – A ver, cosa. No se que eres, pero si algo tengo claro es que yo no soy tu madre, ¿vale? Siento haberte sacado de ahí abajo, pero yo no puedo hacerme cargo de ti. Así que ahora te vas a quedar aquí, esperando a que venga tu madre de verdad y no me vas a seguir. ¿De acuerdo? – Otro giro de cabeza. – Espero que eso sea un sí. – Se puso en pié, dio media vuelta y se fue. El bicho corrió inmediatamente tras él. - ¡Quieto! – Le mostró la palma de la mano y soltó una pequeña llamarada. El animal se quedó pálido y quieto de nuevo. Vaya, parecía que había descubierto la manera de que le hiciera caso. Siguió caminando con miedo de arrepentirse si seguía viendo esos ojitos temblorosos. Y entonces lo oyó. Un gritito agudo y un rugido hambriento. Se giró justo a tiempo para ver como un lobo enorme se abalanzaba sobre el animal. - ¡Oh, mierda!

- Debe haber vuelto por el almacén. Será mejor que nos vayamos todos a dormir. – Mist estaba medio dormida en el regazo de Ike. Se despertó sobresaltada cuando a su hermano se le resbaló la cabeza de la mano. Les miró extrañada un momento y luego le dio la razón.

- Yo no me pienso ir a dormir hasta que no me devuelvas mis botellas, enanito misterioso.

- Oh, ¡Esta bien! Tus malditas botellas están en la cocina, detrás del azúcar. ¿Contento?

- Si, muchas gracias. – Y se fue por donde había venido.

- Titania, creo que tienes razón. Soren es perfectamente capaz de cuidarse solo, al fin y al cabo. Vamos, Mist. – Y se fueron todos a la cama.

Algunas gotas de sangre mancharon la hierba de carmesí. Soren miró fijamente el rostro lobuno que se encontraba a escasos centímetros de él. Su brazo había detenido las fauces del animal a tiempo, y ahora era lo único que se interponía en su camino. Cogió el bastón de curación que siempre llevaba consigo y le golpeó fuertemente la cabeza con él. El lobo aulló y se apartó, momento que aprovechó para coger su libro de hechizos y lanzarle una bola de fuego. Volteó rápidamente para lanzarle un segundo hechizo a la lechuza que descendía en picado hacia su roja presa y, tras cerrar el libro de hechizos, cogió al animal por la flor justo a tiempo para que la boca del zorro que había atacado aprovechando la distracción mordiera el aire. Aún aguantándolo por el tallo, lo puso frente a sus ojos, furioso.

- ¿Es que eres el alimento principal de toda la maldita fauna de la zona? – El animal parpadeó. – Ay, Diosa.

Tras encender un fuego que ahuyentara todos los animales cercanos se hizo un torniquete en el brazo. Aquel extraño animal seguía pegado a sus faldones. Suspiró y clavó sus profundos ojos rojos en él. – Esta claro que no se te puede dejar solo, bicho. No llegarías ni a mañana por la mañana. – El extraño animal palideció ligeramente ante la mirada severa del mago. – En fin. Si voy a tener que cuidar de ti, no puedo seguir llamándote bicho. – con un chillido agudo y alegre, la criatura dio una voltereta en el aire y volvió a adquirir su brillo. – A ver, por más que te mire, sigues pareciéndome un rábano. ¡Ya se! Te llamaré rábano en el idioma antiguo. ¡Te llamaré Pikmin! – El Pikmin le miró, dio un saltito y se fue corriendo a un matorral cercano. - ¡Eh! ¡Que haces! – Echó a correr tras él y le alcanzó con facilidad. - ¿¡Es que quieres que te intenten devorar de nuevo!? – El animal señaló algo que había debajo de los arbustos. Había un par de hojas solitarias plantadas, un capullo rosa y otra margarita enorme. Se temió lo peor. – ¿No me digas que son tus hermanos? – El Pikmin asintió, a lo que el mago se echó las manos a la cara, desesperado.

Aunque todos tenían la misma forma, cada uno de ellos tenía un color distinto y un rasgo distintivo. El amarillo, en lugar de nariz, tenía unas extrañas orejas que le recordaban a las de Lethe. En contraposición, el azul tenía una pequeña boca que mantenía abierta, como si estuviera atontado. El blanco no tenía ninguna de esas cosas, pero sus ojos eran completamente rojos y brillantes. Pero el más extraño de ellos era el morado, que poseía unas extrañas antenitas alrededor de la cabeza y parecía un conejo sobrealimentado de tan hinchado como estaba. Suspiró de nuevo y observó el batallón de rábanos multicolores que tenía ante sus ojos. - ¿Y como demonios se supone que os voy a esconder? – Los cinco pikmins ladearon la cabeza al unísono. Aquello empezaba a ser realmente desesperante. – Está bien. Antes de nada os voy a llevar a mi cuarto y me voy a meter en la cama. No voy a conseguir razonar con claridad si solo pienso en irme a dormir. Con un poco de suerte cuando despierte resultará que todo ha sido un sueño. En mi habitación nunca entra nadie, así que no hay peligro. Vamos. – Y los Pikmin siguieron obedientemente a su "mamá".