Disclaimer: Levi y Mikasa no me pertenecen, son creación de Hajime Isayama, pero esta obra es enteramente mía.
Notas de la escritora al final.
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Levi podía soportar una intravenosa, podía soportar que el dentista le sacara dos muelas en un mismo día, podía soportar el raspón en sus rodillas y codos luego de caerse de la bicicleta, también podía soportar muchas noches de desvelo por la universidad, así como podía soportar perderse la hora del almuerzo con tal de resolver un asunto del trabajo. También podía realizar muchas cosas, como tirarse de un acantilado al mar, saltar en bungee o en paracaídas, incluso agarrarse a golpes con tal de resguardar a su hermosa Mikasa de los mugrosos cerdos que se atrevían a hacecharla en las calles.
Pero años más tarde, cuando por fin hubo enlazado su vida con la de su adorada esposa y tenido un par de rosados y tiernos gemelos pelinegros, hubo una cosa que en definitiva se rehusaba a hacer y a soportar. Aquello era llevar a sus retoños a una simple y casual consulta con el médico. Durante su juventud logró pasar o cumplir con eficacia innumerables cosas peores que algo tan inofensivo como eso, entonces, ¿cuál era la dificultad o la molestia de cumplir con aquello? Bueno, la respuesta era muchísimo más sencilla de lo que se creía; Levi odiaba a los bebés, y no lo malinterpreten, los suyos eran la luz de sus ojos. En la privacidad y comodidad de su casa, estando junto a su querida Mikasa, se encargaba personalmente de mimarlos, cambiarles los pañales, prepararles el biberón, dárselos posteriormente, bañarlos, lavar sus ropas sucias y quedarse junto a ellos hasta que finalmente cayeran dormidos, todo eso siempre y cuando él estuviera libre del trabajo. Él enserio los amaba, eran el fruto de su amor con la pelinegra, la prueba más clara e irrefutable de lo mucho que la amaba. ¿Cómo podría no amar a sus bebés? Eran suyos después de todo. Pero eso no garantizaba que soportara a los demás. Por que eran tremendamente insoportables, con sus chillidos, sus berrinches, sus gritos y sus llantos que lo hacían envejecer diez años cada vez que los oía, ¿y dónde si no en otro lugar existía la probabilidad de encontrarse con una masa de infantes llorones? En la sala de espera del consultorio de un pediatra.
«Mis hijos son muchísimo mejor que esos mocosos» pensó él, «no lloran ni hacen un escándalo por cualquier cosa.»
Él siempre le hizo saber a Mikasa que el día en que tuvieran hijos, nunca se atrevería a llevarlos al pediatra. Ella, tan acostumbrada a las ocurrencias de su esposo, no le dio importancia y le concedió el deseo. Pero las cosas en aquel momento eran otras.
«Tch, si tan sólo esa escuincla de Historia no hubiera deseado sacar su línea de maquillaje ahora, yo estaría en la comodidad de mi oficina dictando órdenes...» sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escuchó el sonido de un balbuceo y posteriormente la pequeña tos de un bebé acaparó sus orificios auditivos, así que se inclinó hacia adelante del lugar en donde estaba y su atención se concentró en la carreola de doble espacio que estaba frente a él, donde dos bebés de nueve meses, cabello azabache y aparentes ojos oliva reposaban.
—Miranda, ¿cuántas veces debo decirte que controles tus balbuceos? —Exclamó en un tono suave, que lograba hacer enloquecer a Hanji, pues después de todo su loca amiga aún no se acostumbraba a ver aquella faceta tan dócil en él.
Sucedía que Mikasa acababa de dar a luz hace apenas nueve meses, tiempo donde por la situación de la maternidad estuvo ausente del trabajo, pero luego de que la pequeña rubia le haya pedido insaciablemente que se encargara del diseño de su nueva línea de maquillaje, Mikasa había vuelto casi que oficialmente al trabajo. Ella estudió diseño industrial y desde que decidió ayudar a su amiga, las cosas de las que comúnmente se encargaba (como en ese caso llevar a los gemelos a sus consultas) habían pasado a manos de Levi.
La sala de espera afortunadamente estaba en silencio, había una señora con dos niños, una bebé de no más de dos años y otro de cuatro. Los niños permanecían ajenos a cualquier cosa, eso, hasta que el sonido agudo de algún artefacto médico siendo encendido fue el responsable de que en cuestión de segundos el fuerte chillido de terror de algún infante sonara desde adentro del consultorio. Levi vio casi en cámara lenta, como los hermanos volteaban a ver a su madre con claro temor y posteriormente también empezaban a llorar.
«Oh, no. No ahora, maldición» el ojiazul masajeó sus sienes, sintiendo como poco a poco un dolor punzante comenzaba a aparecer en su cabeza.
Diez largos e insufribles minutos tuvo que soportar aquellos malditos sollozos. Afortunadamente, Leo dormía como un oso y Miranda estaba más entretenida tratando de alcanzar el pulgar de su padre como para que el ruido los contagiara. Pasados los diez minutos, finalmente su turno de pasar llegó. Levi empujó la carreola hasta lograr entrar a la habitación, donde las paredes estaban pintadas de varios colores y algunos dibujos animados.
—Vaya, nueve meses y ambos pesan 10,2 kilos. Parece que son un par de glotones. —Exclamó el médico con una sonrisa luego de ver el informe con los datos que la enfermera tomó minutos antes de entrar— Bueno, veamos. —El hombre se acercó a los bebés, que yacían sentados con calma en la pequeña camilla y se colocó el estetoscopio, todo, bajo la atenta y recelosa mirada de Levi. El de bata estuvo apunto de acercar el diafragma al pecho de Leo cuando el ojiazul intervino.
—Espere, ¿esa cosa está esterilizada? —Murmuró con el ceño fruncido, en verdad quería asegurarse de que todo estuviera bien.
El médico lo miró con una ceja alzada, y luego, tuvo que voltear el rostro para evitar reírse en su cara, ¿qué pregunta era esa?
—Por supuesto, señor. —Le confirmó, sólo para evitarse un problema. «De seguro es primerizo» pensó conteniendo la risa.
Luego de aquello, hizo un par de chequeos más, preguntó por la alimentación de los gemelos, sus horas de dormir, presencia de cólicos o alguna otra anomalía. Luego de que él le haya confirmado que todo estaba en orden, Levi salió al fin de ese infierno, por una parte calmado y por otra irritado. Por si no fuera poco lidiar con los chillidos de tres insufribles mocosos, tuvo que ser víctima de los sínicos coqueteos por parte de ciertas enfermeras y otras madres de familia. ¿Qué acaso no podían ver a un hombre en presencia de sus hijos sin que trataran de insinuarle algo?
Negó con la cabeza y luego de asegurar las sillitas donde sus bebés descansaban, encendió la camioneta y dio rumbo a su hogar.
—¡Estoy en casa! —Levi alzó la vista de los trastes que en ese momento estaba lavando luego de escuchar la voz de su Mikasa— ¡Hola, mis hermosos solecitos!
Él salió de la cocina y la vio inclinada frente al corral, repartiendo sonoros besos a los risueños gemelos.
—Al fin llegas. —Dijo él acercándose.
—Levi, ¿cómo te fue? —Exclamó con una divertida sonrisa.
—Tch, ni lo menciones. —Ella no pudo dejar escapar una tenue risa, envolvió los delgados brazos en su cuello y le dio un pequeño beso.
—No pudo haberte ido tan mal, ¿qué te dijo el doctor? —El bajó las fuertes manos hasta su cintura y la acarició con lentitud.
—Que están bien, incluso me atrevo a decir que los llamó gordos. ¿Tú crees que estén gordos? Por que yo los veo bien.
—No, yo también los veo bien. —Ella rió y el la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te da tanta risa hoy, eh?
—No es nada. Sólo estoy feliz. Te agradezco que hayas llevado a nuestros hijos a su consulta, este proyecto con Historia es realmente importante, no sé qué haría sin tu apoyo. —Mikasa envolvió una de sus mejillas con su mano y frotó ligeramente sus narices.
—Sabes que iría al mismo infierno si es por ti o los niños. —Murmuró con cierto tono de sensualidad para posteriormente unir sus labios en un beso lento y suave. Casi todo un día sin ella, probar su boca era una necesidad. Aunque no sólo él pensaba lo mismo, ella también lo había extrañado.
Pronto el contacto de sus bocas comenzó a aumentar de ritmo, tornándose apasionado y logrando encender en más de un sentido sus cuerpos.
—Wa-haaah.
—Guuu, aa-ya.
Los tiernos balbuceos lograron romper con aquel romántico beso, pero a ninguno de los adultos molestó. Mikasa se separó para regresar al corral y tomar entre sus brazos a Leo, quién comenzaba a hacer pucheros.
—Creo que lo mejor será acostarlos. —Dijo viendo que la pequeña también hacia amagos de dormir.
—Déjame a mí hacerlo. Tú ve al cuarto y ponte cómoda, dentro de poco iré. —Le dijo al oído con voz queda y ronca, provocándole a su esposa un escalofrío a lo largo de su espina dorsal. Ella asintió y sin protestar o decir algo más, se encaminó a la alcoba de ambos.
Tal como él dijo, se encargó de acostar a los niños por lo que cuando entró a la habitación, se encontró con su esposa recostada en la cama. Llevaba un sensual conjunto de lencería con encaje, que él nunca había visto y también tenía un sonrojo en sus mejillas, lo que lo hizo sonreír.
Desde su noviazgo, ella siempre se mantuvo en forma, cintura estrecha, el abdomen y las largas piernas, ambos tonificados, un trasero de considerable tamaño, donde Levi adoraba enterrar el rostro y un par de pechos de tamaño normal, donde las palmas de él eran perfectamente rellenadas. Y luego, en el parto, Mikasa tuvo que sufrir de una cesárea, que como experiencia fue horrible y la cicatriz que le dejó en el vientre por un tiempo fue un tema delicado. Ella empezó a sentirse sumamente insegura, así que regresó al gimnasio para continuar con una nueva y más dura rutina, aunque claro, todo ello sin descuidar sus obligaciones como madre, y después, tanto su madre como su suegra le regalaron todo un armamento de cremas y ungüentos para las estrías y aquella cicatriz, que en verdad fueron de gran ayuda.
Pero pese a que ella en un principio se deprimiera, diciendo que tarde o temprano Levi la dejaría por alguien más bonita, joven y con mejor cuerpo, nada de ello era verdad. Por que él la amaba más que nada, y no importaba la apariencia que ella hubiese adoptado luego del parto. ¿Cómo hacerlo? Si le había otorgado el regalo más grande del mundo, ser padre de dos hermosas y perfectas criaturas, con el pelo azabache de ambos, la tranquilidad de ambos y, en momentos, los ojos azul acero de él, o los grises de ella o, en su defecto, olivos, el color que surgía tras la combinación de ambos colores. Un día podían ser como los de su padre, o como los de ambos, descubrieron que dependía del humor con el que se encontraban. Molestos, azul. Felices, gris. Calmados, olivo. Aquellos bebés eran simplemente mágicos, y todo se lo debía a ella, que los cargó con paciencia, anhelo y amor durante nueve meses en su vientre y soportó el dolor de las contracciones y la epidural. Además, sus senos habían incrementado de tamaño, algo que, ¿para qué negarlo? Lo volvía loco. La amaba con locura. Y amaba la vida que le había otorgado, aunque tuviera que ir a esas malditas consultas, pero todo fuera por el bienestar de sus hijos y la felicidad de su esposa.
Esa era su vida, estaba más que agradecido con ella.
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Estuve muy indecisa si subirlo y compartirlo por cierta cuestión, pero luego me di cuenta de que debo aprender a valorar más mi trabajo, y que no importa lo que pase, las obras de un escritor, sean buenas o malas, siempre deben ser respetadas, por el esfuerzo, el empeño y el trabajo que se le dedica. Además, este one realmente me hizo ver lo mucho que amo este ship.
Dejenme sus opiniones en un review, porfavor. Muchas gracias por leer también.
Psdt: siempre pensé que el día en que estos dos tuvieran a una niña, Miranda sería el nombre perfecto, debido a que comparte similitud con el de Mikasa y es un nombre fuerte como el de Levi. En cuanto a Leo, salió de imprevisto XD pero creo que no quedó tan mal.
Oink.
