PRÓLOGO

1 MES DESPUÉS

Tony cortó la llamada, deslizando el móvil en uno de los bolsillos de su pantalón. La leve sonrisa que había mantenido mientras hablaba con Peter ya se esfumaba, así como sus ganas de hacer algo medianamente productivo. Se dirigió al amplio sofá del living como si le costara hacerlo, tomando asiento con cuidado como si fuese incapaz de moverse de otra forma.

Los ademanes bruscos habían quedado enterrados en la nieve, en algún punto de Siberia.

Recargó su peso en el espaldar del sofá, con la vista fija en la alfombra bajo sus pies, sin pensar en nada en particular. Y es que no había nada en que pensar. Como tampoco había nada para ver. Aquella enorme sala que alguna vez él había acondicionado personalmente (o, bueno, cuya remodelación había dirigido muy de cerca) se le antojaba titánica; el estilo minimalista que solía ayudarle a concentrarse en su trabajo y a despejarse cuando decidía tomarse un descanso sólo contribuía a acentuar esa sensación de vacío presente en toda la torre. La Torre Stark, que había vuelto a portar su nombre luego del quiebre de los Vengadores. Solía bromear consigo mismo al respecto, comentando en voz alta a nadie en particular que esa era la parte que le correspondía tras la repartición de bienes, tras el divorcio: todo. Todo lo que siempre había tenido.

¿En qué momento creyó que aquella vez sería diferente?

Recordaba a Steve mirando en dirección al nuevo complejo de los Vengadores, unos cuantos meses atrás, cuando le había asegurado que estaba en su hogar. Se veía a sí mismo también, discutiendo con él y presionándolo con unas simples preguntas: ¿No es esa la misión? ¿No es ese el por qué luchamos? ¿Para poder terminar la lucha? ¿Para poder ir a casa?

Casa, hogar... No, no eran lo mismo.

Y en ese momento, Tony Stark sólo tenía una casa.

O, bueno, muchas, pero ese no era el punto.

Se puso de pie con dificultad, sintiendo el peso de las decisiones ajenas sobre sus hombros. El amplio ventanal a su izquierda ofrecía una de las mejores vistas de la ciudad de Nueva York, pero el millonario ni siquiera le dedicó una mirada de reojo, pasando de largo, acercándose al minibar por inercia y con sus ojos fijos en ningún punto en particular. Botella en mano, volvió sobre sus pasos mientras sorbía directamente del pico; primero pausadamente, luego con más frecuencia. Para cuando comenzó a beber de corrido, llevaba quince minutos, ahora sí, de frente al ventanal; de cara a la ciudad que lo había visto perderse en un agujero de gusano, observando el atardecer como si fuera la cosa más terrible que había presenciado en toda su vida. El whisky pasaba por su garganta como si fuera agua.

Fuera, políticos de todos los países firmaban acuerdos, modificaban cláusulas y hacían y deshacían leyes a su antojo. La prensa revoloteaba a su alrededor, marcando los edificios donde se llevaban a cabo aquellas reuniones y donde la diplomacia parecía ser el summum de todas las virtudes, donde se disparaban flashes y sonrisas cordiales mientras unos cuantos tipos acordaban aplicar cuanta fuerza fuese necesaria con tal de erradicar a toda esa escoria que le había dado la espalda al mundo. El apellido Stark era citado hasta el hartazgo todos los días y ni los medios ni los funcionarios públicos dejarían de gastarlo hasta que supieran del paradero del resto de los Vengadores; de hecho, si Tony se hubiera arrimado un poco más al ventanal y mirado hacia abajo, habría visto un par de móviles equipados con cámaras. Era acoso, y era constante. La gente buscaba la figura de Iron Man porque, si un súperhéroe como él estaba de acuerdo con todo eso, entonces la decisión debía ser la correcta... ¿no? Y por otro lado, los representantes de las naciones que habían firmado los Acuerdos de Sokovia aún utilizaban su figura a modo de salvavidas..., por decirlo de una manera suave.

Personalmente, a Tony le importaba poco y nada. De hecho ni siquiera le molestaban los reporteros pululando alrededor de la Torre Stark. Es decir, ¿por qué lo harían?, si llevaba casi un mes completo sin salir de allí. Había recibido a alguno que otro portal de noticias en el penthouse para entrevistas cortas, es cierto, pero fuera de eso...

Fuera de eso, no tenía ninguna intención de salir al mundo en un largo tiempo.

No supo en qué momento se movió hasta el minibar de nueva cuenta, pero para cuando reparó en ese pequeño detalle, la primera botella y la mitad de la segunda ya habían pasado a mejor vida. A su alrededor el living no era más que sombras, un conjunto para nada interesante de imágenes borrosas. Tenía la agradable sensación de que su cerebro había sido sumergido en miel y las leves punzadas que cada tanto atacaban su pecho, allí donde el reactor solía estar ubicado, eventualmente se volvieron más dolorosas sólo para desaparecer unos minutos después. Suspiró con alivio, apoyando la espalda en una pared y deslizándose hasta quedar sentado en el suelo. Los codos sobre las rodillas, la cabeza recargada hacia atrás, un par de botellas vacías a su lado y otra débilmente sujeta entre sus dedos, casi llena. Por suerte había llegado rápido a ese punto de inconsciencia; usualmente, cuando se demoraba, quedaba inevitablemente atrapado en la espantosa área gris entre la borrachera y la sobriedad, consciente de sí mismo y expuesto, vulnerable ante sus propios recuerdos. Beber hasta el desmayo era la mejor medicina contra el agujero de gusano, contra Pepper siendo atacada por una de sus armaduras, contra la imagen de todos sus compañeros muertos por su culpa, contra el camino y el auto destrozado.

Contra Siberia, también.

En algún punto de la noche, se quedó dormido.

En algún punto de la noche, halló paz.

Y en algún punto de la noche, Romanoff logró burlar el sistema de seguridad el tiempo suficiente como para arroparlo con una manta; tal como hacía años que alguien no consideraba hacerlo.

Tony despertó en medio de un enredo de mantas, con la respiración tranquila pero el pecho ardiéndole como los mil infiernos.

Rodó sobre sí mismo, aturdido, buscando una posición que le permitiera ponerse de pie sin terminar cayendo de culo. Tenía una sensación extraña en la espalda, similar a lo que él creía que sentiría si alguien le arrancara los dorsales y se los reemplazara por piedras, y su cuello parecía haber perdido toda movilidad y capacidad articular. Ni qué decir del dolor de cabeza o las náuseas, pero esos eran factores comunes en cualquier mañana de resaca. Tuvo que frotarse los ojos varias veces antes de poder echar un vistazo a su alrededor, y casi deseó no haberlo hecho, por tres razones:

1) De alguna forma todos los destrozos que había hecho en su taller ya no estaban en su taller sino allí, frente a él, y ver tan temprano en la mañana la prueba de que ese último mes había sido un completo inútil le dejó un regusto amargo en la boca;

2) Estaba rodeado de botellas vacías. Decenas de ellas. Algunas con algo de polvo, otras indudablemente rotas, unas pocas con algo de líquido en su interior. Estaba casi seguro de que eran las que él mismo había ido amontonando en una habitación cualquiera a lo largo de esos treinta días. ¿Tanto había bebido? No sabía si reprenderse a sí mismo o sentirse orgulloso.

3) Natasha estaba encaramada al sofá donde algún día él mismo se había echado, harto del debate moral que había desencadenado los Acuerdos de Sokovia, hacía como... ¿Años, tal vez? Era la sensación que él tenía. El punto, de todas formas, es que la Viuda Negra tenía esa expresión que ponen las madres cuando ven a sus hijos llegar todos llorosos y con raspones en las rodillas después de haber ignorado olímpicamente la parte de no corras o vas a lastimarte.

El gran Tony Stark tuvo un pequeño momento de pánico.

...Hasta que recordó el por qué de la ausencia de Romanoff.

Anthony alzó la mirada y la centró en la de ella, inescrutable, neutra, como si esperara recibir algún tipo de respuesa pero no estuviera dispuesta a ofrecer ninguna. Veía a la mujer con la cual había compartido un vínculo, si no estrecho, cercano; veía a una de las personas que en algún momento había llegado a considerar como parte de su familia; la veía a ella, se veía a sí mismo y veía a Steve Rogers riendo de alguna tontería mientras pretendían hacerle caso a la película de fondo.

En ese mismo living.

—Vete.

—No.

El ingeniero alzó la barbilla con arrogancia, buscando dentro de sí algún rastro, por mínimo que fuera, de aquel ego desmedido que solía ayudarle a sobrellevar... todo, en un principio. Las burlas, las ofensas, las amenazas, las traiciones.

¿Traiciones?

Parpadeó y vio blanco. Vio nieve.

—Vete, Romanoff. No necesito tu lástima ni tú necesitas mi... —Pero se detuvo, frunciendo el ceño y mirando la mano que súbitamente le había sido ofrecida como si fuera veneno—. ¿Qué...?

—No eres ni la mitad de lo que eras cuando nos conocimos.

—Qué observadora.

—Es mi trabajo. —Natasha seguía escrutándolo con la mirada, aún con una de sus manos extendidas hacia él—. Y el tuyo es ser tan insoportablemente Stark como siempre. Y eso incluye a tus juguetes, a tu armadura. A Iron Man.

Tony la miró de reojo, divertido. Realmente divertido.

Hay un punto de inflexión en los cuadros depresivos que lleva a la persona afectada a la indiferencia total, pasando de la extrema susceptibilidad a la absoluta insensibilidad. Se supone que tras esa etapa hay un punto de quiebre final, por lo general devastador, luego del cual la coraza se rompe y el bloqueo emocional se deshace. Era el ciclo común. Alguna gente queda atascada en algún punto del trayecto, alguna se pierde antes de poder llegar al final. Y había otros, como Tony, que habían tocado fondo tantas veces que ya no se sentía como tocar fondo. Porque el fondo cada vez estaba más abajo, más lejos, y en cada ocasión exigía hundirse más profundamente. Alcanzarlo no era una opción ya, pero la pequeña esperanza de poder hacerlo, de tener la oportunidad de impulsarse desde allí para subir y remontar el vuelo, era parte del círculo vicioso.

—No le debo nada al mundo —declaró, agachándose para recoger una de las botellas con una sonrisa torcida. Dio un buen trago y luego un segundo, y un tercero; limpiándose la boca con la manga de la camisa y enterrando la otra mano en el bolsillo del pantalón, se alejó en dirección al ventanal—. Yo ya era esto antes de ser Iron Man, Natasha, que el resto lo haya olvidado y sean unos demagogos de cuarta no es culpa mía.

—Nunca te pedí que lo hicieras por el mundo.

Tony volteó a verla, frunciendo el ceño. La resaca no le permitía pensar con claridad pero, contrariamente a lo que esperaba, no había rastro alguno de lástima o compasión en los ojos de la espía; sólo firmeza. La misma que vio cuando decidió enfrentarla cuatro semanas atrás, al enterarse de que había dejado ir al Capitán América y al Soldado de Invierno. La misma que, si se detenía a pensarlo, nunca la había abandonado.

Sí, por supuesto que había comprendido el significado real de esa última frase. Por eso mismo decidió hacerlo, por eso mismo tragó el nudo en su garganta y permitió que ella le quitara la botella de entre sus dedos. Demoró unos largos seis minutos, pero se permitió ceder. Tomó la mano que Natasha llevaba rato ofreciéndole, aceptó la oferta implícita, apoyó su peso en algo más que en alcohol por primera vez en un mes. Romanoff abrió los brazos y lo acunó contra su pecho, apretándolo contra sí, descargando su propia angustia en ese gesto. No derramó ni una sola lágrima, pero el ademán protector hablaba por sí mismo.

—Tony, tienes...

—...que hacer algo. —Stark inhaló en profundidad, rearmándose, ignorando el agudo dolor en su pecho—. ¿Me...? —Meneó la cabeza suavemente, pero la pelirroja reafirmó su agarre, instándolo a continuar—. ¿Me ayudarás?

Natasha no respondió, pero Tony supo que era un sí.

Después de todo, el que siguiera allí era toda la confirmación que necesitaba.