Disclaimer: Victorious y sus personajes no me pertenecen.


I


Despierto en medio de la carretera, acostada sobre el tibio asfalto. Me siento desorientada, no sé donde estoy. Veo un paisaje verde y frondoso a los lados, una montaña grande cubierta de árboles en el fondo, donde el camino se pierde en la lejanía. El cielo es de un celeste casi azul, impecable, no hay una sola nube y los rayos del sol se escurren entre las ramas detrás del bosque, aún manteniéndose bajo. Es temprano en la mañana.

No entiendo qué hago aquí. No recuerdo lo qué hice ayer o antes de eso. La última memoria clara que tengo es subirme en el bus de la escuela. No eran más de las siete de la mañana de un miércoles, 31 de octubre.

Me enderezo desperezándome con un bostezo que entra llenando mis pulmones antes de ser expulsado con violencia por mi boca. Mis brazos tienen la marca del asfalto, miles de puntos grabados en mi piel.

Estoy descalza. Llevo puestos unos pantalones de lino de color habano oscuro con muchos bolsillos y una camiseta blanca de mangas cortas, llana, pulcra. Es interesante, este no es mi atuendo habitual. Busco en cada uno de los compartimentos de mi vestimenta, están vacíos. No llevo reloj, aretes o collar alguno. Me desabrocho el pantalón y veo que traigo puesta ropa interior simple de algodón color blanco. Aparto el cuello de mi camiseta y noto un sostén del mismo material, cómodo y sencillo.

Una brisa suave y fría, corre por mi rostro. La naturaleza suena a mi alrededor. Los pájaros, las hojas de los árboles movidas por el viento, mi respiración.

Me levanto. La idea de que un auto pase apurado y me atropelle comienza a inquietarme, a pesar de que no hay rastro de humanidad por ningún lugar. La carretera es larga de ambos lados y no se escucha a ningún vehículo aproximarse.

A mis espaldas se dibuja el mismo paisaje, una montaña notablemente más baja, todo lo demás, idéntico.

Observo con cuidado a ambos lados buscando una señal de vida. Los caminos son largos y están desiertos. Alterno mi cabeza tratando de decidir qué dirección tomar.

La montaña alta podría traer la inconveniencia de escalar si el camino termina en su loma, cerca de la baja podría existir un poblado o una laguna donde recoger agua para beber, tiene más lógica. Me decido por la baja y comienzo a caminar.

Por el momento no me preocupo por no tener alimento a la mano o por lo menos agua para la caminata; sé que puedo resistir varias horas así y estoy segura de que pronto encontraré ayuda. Si hay una carretera, hay un punto de partida y uno de llegada, además de varios puntos en medio. Nadie construye una vía a la nada.

Voy tranquila, el día se siente fresco.

Me pregunto ¿qué hago aquí?, ¿dónde estoy? Es un lindo lugar, pero no es mi casa, no lo reconozco.

Por el clima, diría que no es California, al menos no Los Ángeles o San Diego, tampoco San Francisco. Eso se parece más a Montana o uno de los estados del norte.

Parece verano. El sol sigue subiendo. Levanto mi brazo izquierdo apuntando exactamente sobre mi cabeza y estiro mi brazo derecho completamente horizontal en la dirección del sol. El amanecer en verano es a las cinco de la mañana, el medio día a las doce en punto. Divido mentalmente el espacio entre mis brazos en siete partes y cuento la distancia del sol. Son aproximadamente las ocho de la mañana, calculo que he caminado por lo menos una hora, pero no tengo ni idea cuánta distancia.

Me acerco al filo de la carretera y arranco unas hierbas largas, recojo unas pierdas del suelo y coloco, una de cada una, como punto de partida. Doy dos pasos hacía atrás y comienzo a contar diez pasos al cruzar la marca que dejé en el piso. Coloco la otra hierba y la fijo con la piedra.

Ahora, debo saber qué distancia hay de la marca de salida a la de llegada, pero no tengo una referencia real, a menos que use mi cuerpo —sé cuanto mido—, pero me será muy difícil usarme de regla. ¡Mi pie! Calzo talla siete, que equivale a 23.5 cm, lo recuerdo por el trabajo de verano en la tienda de deportes. Si multiplico eso por 4 son… 94 cm, cada cuadro pies debo aumentar 6 cm para llegar a un metro. Bien, una pulgada mide 2.5 cm; mido mi dedo índice izquierdo con mi pulgar derecho, mide 5 cm; mi dedo medio, aproximadamente 6.

Regreso desde la marca, paso a paso, cada cuatro sumo la distancia de mi dedo medio. En total son 6 metros y un pie, es decir que cada paso que doy son aproximadamente 62 cm.

Ahora doy media vuelta contando los segundos. Un Mississippi, dos Mississippi, tres Mississippi, cuatro Mississippi, cinco Mississippi, seis Mississippi, siete Mississippi, ocho Missis…. 7.5 segundos en diez pasos. Lo que quiere decir que doy un paso cada 0.75 segundos.

Ahora, lo difícil, necesito convertir estas cifras en algo manejable. La distancia en kilómetros, el tiempo en horas.

Tengo la medida en común, un paso, 62 cm por cada 0.75 segundos. Fácil, regla de tres, 62 por 4 dividido para 3, porque 0.75 son tres cuartos de una unidad. 62 por 4 son 248 y dividido para 3… aproximadamente 83. Así que camino a 83 cm por segundo. Ahora por 60 para saber cuando por minuto. Son… 4980 cm por minuto, en metros 49.8 por minuto. Ahora por 60 otra vez para saber lo mismo por hora. Son… 2988 metros y eso puedo convertirlo a kilómetros dividiéndolo por 1000. Aproximadamente son 2.988 kilómetros por hora, casi tres, digamos que tres. Camino a 3 km/h.

Perfecto, para algo me sirvieron las matemáticas, por lo menos para ubicarme de alguna forma.

Mido nuevamente la distancia del sol y he gastado cerca de media hora sacando cálculos, lo mejor será seguir caminando.

Tomo la piedra y la raspo con dureza en el asfalto, haciendo una marca blanca notoria y grande. La repaso y la repaso, y dejo las piedras en un patrón especial a un lado de la carretera, donde no puedan ser movidas o notadas por alguien que no sea yo. Solo así sabré si llego a caminar en círculos y vuelvo a pasar por aquí. Gracias Hollywood por las películas de terror y suspenso.

Hago una nota mental del lugar. La autopista es completamente recta de ambos lados en este punto y, a mi derecha, hay un árbol muy grande a unos 20 metros, su tronco debe medir más de 3 de ancho.

Emprendo nuevamente el camino, intentando no acelerar o disminuir mi ritmo. Preciso estar atenta de la hora, de la distancia, del clima. Debo encontrar pronto un lugar donde conseguir un teléfono y unos zapatos. Mis pies cada vez se sienten más incómodos. El asfalto comienza a arder y es imposible seguir.

Salto las barreras de contención de la autopista y continuo por el campo verde, cuidando de no pisar algo corta punzante, una roca grande, algún vidrio o un metal. El césped es suave, no es duro caminar por aquí.

La falta de letreros me preocupa. He caminado por horas sin señales de civilización, sin una marca de velocidad máxima para los autos o de peligro; curvas, pasos peatonales, nada que me diga dónde estoy o hacia dónde voy.

El sol me dice que ya casi es medio día. Ya tengo hambre, sed, mi estómago me duele al igual que mi espalda. He caminado doce kilómetros desde que desperté, es imposible que en esa distancia no haya una gasolinera, un punto de servicio, una central de policía, un pequeño poblado, ¡algo!

Mi cansancio me obliga a parar. Busco la sombra de un árbol cercano y encuentro una roca grande donde sentarme. Está fresco, seco y parece un buen lugar para descansar. La hierba a mi alrededor es alta, nadie ha mantenido los bordes de este bosque lo cual me hace pensar que no hay mucha gente cerca. Los árboles son altos y los pájaros vuelan por sobre sus ramas, imagino que ahí tendrán sus nidos, pero ¿de qué se alimentan? No hay rastro de roedores, ardillas, conejos; no hay frutas, flores. No hay nada.

Me pongo de pie y busco a mis alrededores cosas que pueda utilizar. Una rama grande, fuerte, unas hojas secas que guardo en uno de mis bolsillos hasta llenarlo. Piedras no me servirán de nada, no son del tipo que hace chispa al golpearlas. No hay más.

Retomo el camino a la par de la carretera, intentando no exponerme al sol. No quiero insolarme, no tengo nada para remediarlo y si no encuentro agua en las próximas horas estaré en peligro.

Mido el recorrido del sol, deben ser las cuatro de la tarde, he caminado en total ocho horas, un aproximado de 24 kilómetros. Siento mis manos hinchadas, estoy deshidratada, mi boca está seca y se me dificulta tragar. No hay nada a la vista, absolutamente nada, solo más asfalto.

Es absurdo.

Es momento de decidir. Aún me quedan un par de horas de luz. Si hay pájaros tiene que haber una fuente de comida cerca, agua. No he visto otros animales, pero me he mantenido a las afueras, quizá adentro la historia sea distinta, lo que me preocupa. Si me encuentro con un lobo o un zorrillo, mi suerte se acabaría, son animales que viajan en manada. Yo no sé escalar árboles, estoy descalza y este dolor en mi espalda y abdomen cada vez es más agudo; me será muy difícil esconderme.

Dos horas de luz. ¿Será suficiente para llegar a algún lugar? No lo haré por la carretera, necesito aventurarme. Tomo una piedra y vuelvo a dejar una huella en el asfalto, si me pierdo ésta será una guía, trataré de volver aquí.

Con miedo y con nervios comienzo a caminar por el bosque. Me abro paso con el palo que usaba de bastón. No siento mucho bajo mis pies, solo hierba y tierra, no hay rocas. Quisiera decir que estoy siguiendo una línea recta, pero solo puedo guiarme por el sol que está enfrente de mí. Los árboles se ven tan interminables como el camino, y no hay nada que me indique que podré cruzar en el poco tiempo que me queda.

Comienzo a desesperarme. Va anocheciendo. La luz va cambiando el tono verde del bosque en un azul casi negro. Hace frío y muero de hambre, ya no puedo distinguir qué hora es, el sol acaba de desaparecer por los árboles. Imagino que caminé treinta kilómetros en total.

Estoy en problemas. Mi cuerpo está débil, no hay refugio por aquí, solo más bosque. Por suerte no hay señal de vida de ningún tipo. No hay animales, ya ni se escuchan a los pájaros. Si me quedo aquí… quizá… esté bien.

Me recuesto en la hierba y siento que me voy durmiendo, cierro los ojos y…

—¡Tori! ¡¿Tori, estás bien?!

Abro mis ojos nuevamente y siento un malestar inmediato en mis pulmones. Toso, toso y toso un poco más, expulso agua hasta por la nariz. Estoy empapada, metida en una especie de tina de agua gelatinosa muy fría, estoy puesta un traje enterizo con escamas de color rojo, que me cubre del cuello a los pies. Mis manos y mi cabeza son lo único descubierto. Tengo algo en el puente de la nariz, en forma de pinza, que me estorba un poco. Me lo quito con la mano y noto que estoy llena de cables en las puntas de los dedos. Trato de arrancharlos y vuelvo a escuchar mi nombre.

—¡Tori, cálmate! ¡Estás bien, estás bien!

Es Jade. Su vestimenta es extraña, un buzo blanco de mangas largas con el cuello en V, unos pantalones de tela color verde y unas botas negras estilo militar. Su pelo atado en una cola de caballo, sin maquillaje, sin anillos, collares, pero es Jade.

—¡Sáquenla de ahí y llévenla al calabozo! —dice un hombre mayor. Es alto, robusto; algún tipo de oficial. Su uniforme lo delata, pero no es de una fuerza armada que yo reconozca—. ¡Quiero los resultados del procedimiento de inmediato y una respuesta concluyente de qué salió mal!

Dos jóvenes vestidos con batas blancas me levantan y me ayudan a sentarme en una silla mientras otros dos me limpian con unas toallas.

—Mi General, le pido que me deje hablar con ella —le suplica Jade, parada frente a él, con la quijada alta, firme como un soldado, mas su voz suena quebrada, frágil.

—Atiéndanla y denle unos minutos para descansar…, una hora —aclara—. Después de eso tendrás tu última oportunidad, West y, si no nos da la información que requerimos, ¡ustedes dos irán a parar en la misma fosa. ¿Entendido?! —le advierte.

—Sí, mi General —le responde ella, aguantando la respiración mientras él y varios de sus hombres salen por la puerta.

Mis ojos se cierran, estoy agotada. Escucho la puerta cerrarse de un golpazo y a Jade acercarse, pidiéndoles a las personas que me asistían que nos dejen a solas.

—Volveré en cinco minutos para llevarla abajo. Vístela hasta mientras —le dice una mujer delgada, parece una científica de algún tipo. Acto seguido sale por la puerta trasera siguiendo a los demás.

—Jade… agua.

Ella se estira y abre una botella plástica ayudándome a beber hasta casi la mitad. Respiro con más tranquilidad.

—¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos?

—Es el cuartel general de la armada, o lo que queda de él —responde y me ayuda a salir del traje que llevaba puesta. Estoy completamente desnuda bajo él—. Tranquila, no te haré daño —me dice cubriéndome con la toalla y se levanta al armario para sacar un pantalón y una camiseta de color gris claro, unas medias negras y unos zapatos simples de lona sin cordones.

Me acerca la ropa y se da media vuelta dándome la privacidad necesaria para vestirme.

—¿Qué hago aquí? ¿Qué haces tú aquí?

—Es una larga historia, muy larga y no hay mucho tiempo.

—¿No me dirás nada, entonces?

—¿Qué es lo último que recuerdas?

—Subir al bus de la escuela… Era Halloween del último año de secundaria.

—Dios… —dice nerviosa, exhala dando la vuelta y cierra los ojos con pesadez—. Eso fue hace mucho tiempo.

—¿Cuánto tiempo? No puede ser hace mucho, ¿un par de días? ¿Cuánto tiempo estuve en el bosque?

—Ese día fue hace más de diez años, Tori —me aclara—, y nunca estuviste en el bosque. Lo que acabas de vivir fue una simulación.

—¿Qué? No entiendo nada…

—Es hora de bajar al calabozo, tendrás cuarenta y cinco minutos para dormir y Jade bajará para realizar tu interrogación —me informa la doctora, cortando nuestra conversación—. Dos de sus asistentes me toman de los brazos por la espalda. La veo asentir hacia ellos y siento una aguja entrar por mi brazo derecho. Lo último que veo es a Jade con una cara muy angustiada y su voz diciéndome que todo estará bien.

Despierto en una celda muy pequeña, las paredes son de concreto, grises, una luz muy tenue cuelga del techo y no hay ventanas. La cama es dura, estoy cubierta con una cobija oscura y no tengo almohada.

El metal de la puerta hace un crujido al abrirse. Vuelvo a ver a Jade —su silueta en realidad—, hay mucha luz allá afuera; cierra la puerta tras ella. El contraste me dejó un brillo incómodo en los ojos que ahora se repite a donde vea.

—¿Te sientes mejor?

—Un poco —le contesto. Doy una fuerte respiración, dejando mi cansancio ir, y me siento—. ¿Qué está pasando, Jade? Solo dímelo.

—Miembros del ejército te encontraron hace un mes en los escombros de un accidente de auto en medio de la nada. Te habías estrellado contra un árbol muy grande. No habían huellas de las llantas en el asfalto. Creen que el accidente pudo ser porque te quedaste dormida al volante.

—¿Hace un mes?

—Pasaste este tiempo en recuperación con un coma inducido. Te despertaron para el procedimiento.

—Okey, no entiendo nada. Dijiste que han pasado diez años de ese día de Halloween, ¿verdad?—le pregunto, ella asiente—. Eso quiere decir que… ¿tengo veintisiete años?

¡¿Qué diablos hice tanto tiempo y por qué no me acuerdo?! Trato, duramente, intento recordar, pero nada viene a mí. Estoy en blanco.

—¿Tú sabes qué me pasó en esos años?

—En los primeros seis y medio, sí —responde con gran pena. Su voz es muy suave, irreconocible de su personalidad. Ha cambiado.

—Eso quiere decir que no nos hemos visto en más de tres años.

—Sí, no nos hemos visto —susurra, negando ligeramente con su cabeza, lamentándose—. Tomamos caminos separados y yo terminé aquí.

—¿Qué pasó? ¿Por qué soy una prisionera? ¿Hice algo malo?

—No. No es por algo que hiciste… —me contesta—. Déjame situarte en el tiempo, ¿okey?

—Okey. —Accedo.

—Hace tres años y medio, ocurrió una pandemia a nivel global. Nadie sabía de donde salió, como se contagiaba, quienes eran susceptibles. La gente moría en cantidades alarmantes. Miles en una semana, cientos de miles en menos de un mes, millones de millones en seis meses. En el transcurso de un año la población mundial se redujo a la séptima parte de lo que era, países enteros desaparecieron. Luego vino la guerra, aún seguimos en ella.

—Estás bromeando, ¿no? —Me burlo, pero ella ni se inmuta—. Dime que es una broma, Jade.

—Lo siento.

—¡¿Mis padres, mi hermana?!

Ella no dice nada, solo niega, quitándome la mirada.

—¡¿Todos murieron?!

—De nosotros, quedamos, tú, Beck, Ryder, yo, la cabeza de la armada cree que Cat también.

—¿Cómo pueden saberlo si no está aquí? Dices que hay una guerra allá afuera. ¿Qué los hace creer que Cat…?

—Porque tú estás aquí, porque tú regresaste, porque apareciste de la nada —me informa, interrumpiéndome—. Para eso era la simulación de hace un rato, para descubrir dónde has estado este tiempo.

Lo que me dice Jade, no tiene sentido. Una guerra es horrible. ¡¿Cómo te olvidas de una guerra, de diez años de tu vida, así nada más?!

¡Debería recordar algo, un detalle, pero no tengo nada en la mente absolutamente nada!

—Me estás mintiendo.

—¿Qué ganaría con eso, Tori?

—¡Yo qué sé! ¡Son tus crueles bromas! —Me levanto y la enfrento desde la pared, no es muy lejos, pero necesito apartarme, gritarle, ¡exigirle que pare con esto!

Quiero volver a casa, quiero ver a mis padres, quiero… ¡quiero despertar!

Esto es una pesadilla. Yo sigo en el bosque, estoy dormida. ¡Esto no es real!

Golpeo la pared con fuerza. Siento dolor, mucho dolor, pero no paro, no me detengo. Cierro mis puños y arremeto contra la pared con toda mi ira. Siento a Jade apegarse a mi cuerpo, me abraza por la espalda, no me dice nada solo me abraza bloqueando mis brazos, impidiéndome hacerme más daño, llevándome hasta el piso mientras yo grito y lloro porque ¡esto no puede ser real!

—¡Mientes!… ¡Mientes!… —Sigo llorando.

—Tori… Escúchame bien —me dice muy bajo al oído, aún sujetándome con fuerza—, debes calmarte o el mandamás te pondrá una pistola en medio de los ojos y disparará sin pensarlo dos veces. Cálmate, por favor. No tengo por qué mentirte… Lo siento, lo siento tanto, Tori.

Sus palabras llegan con un cariño que no reconozco en ella. Su agarre comienza a ceder y me acaricia. No lo entiendo.

—Es hora de la interrogación —dice un uniformado que carga un rifle en los brazos y nos señala el camino con la punta de su arma.

Jade me ayuda a levantarme y me limpia las lágrimas con el puño de su buzo, me toma de los cachetes y me acaricia suavemente. Siento que quiere decirme algo, o hacerme una pregunta, pero no lo hace. Me mira, me acaricia y trata de sonreírme. No lo logra.

El soldado nos conduce a un cuarto un poco más amplio, igual de gris; una luz blanca lo ilumina por completo. Reconozco la ventana, es como en las películas. Espejo del lado en el que nos encontramos, vidrio del otro. Nos están vigilando.

Me siento a un extremo de la mesa. Un joven de bata blanca de los de hace un rato, coloca una pinza que no ajusta demasiado en mi dedo índice y enciende un botón que proyecta una luz azul brillante. Da la vuelta y se sienta atrás en una mesa pequeña con un computador. Jade demora en entrar, cuando finalmente lo hace toma asiento frente a mí y coloca sobre la mesa unas hojas, tiene un bolígrafo en la mano.

—Listo, puede empezar señora West.

Señora. Quizá se casó, pero no tomó el apellido de su esposo. Beck West, no se oye mal, es gracioso.

—Bien. Primero, sé que tú crees que no recuerdas nada, pero el procedimiento del laboratorio ya reveló varios indicios de… la locación dónde has vivido este tiempo.

—¿El bosque?

—Algo así.

—Pensé que me dijiste que no estuve allí.

—Es más complicado que eso. El procedimiento consiste en una simulación. Se te inyectó con un agente químico que ayuda a liberar una serie de hormonas, acelerando zonas en tu cerebro que manejan la memoria a nivel del subconsciente —me explica—. Además se te conectó, por medio de transmisores nerviosos, a una máquina que ayuda a descodificar la actividad cerebral.

—Quieres decir, que lee el pensamiento. —Intuyo con escepticismo—. Suena a ciencia ficción.

—Es un procedimiento que existe hace décadas, en realidad. Sólo que no para el público general.

—Secreto de estado, entiendo —le digo. No es que quiera burlarme, pero esto suena tan estúpido, tan irreal.

Ella carraspea y me mira muy seria. Regreso a ver al espejo, donde sé que gente me observa y veo en el reflejo a una Jade nerviosa que no deja de mover temblorosamente su pie. Giro y me dispongo a ayudarla, quiero salir de esto pronto.

—Así que ustedes saben lo que viví en ese bosque, ¿qué necesitan de mí? Tienen la misma información que yo.

—Sí y no. El escenario lo escoge tu mente y va llenándolo de detalles en el transcurso del tiempo, por lo que asumimos que cierta información es importante, pero debemos confirmar algunas cosas.

—Tú dirás —le digo, esperando que inicie su interrogación. Yo no sé nada, no tengo nada que esconder.

—Caminaste por una carretera desolada por una hora hasta que llegaste al sitio donde iniciaste tus cálculos.

—Así es.

—El árbol que viste, ¿es este? —me pregunta acercándome una foto que saca de entre sus papeles.

Lo observo, es el mismo que vi. El enorme árbol de 3 metros de ancho donde dejé la primera marca en el asfalto.

—Te recuerdo que estás conectada a un detector de mentiras —me indica señalando la pinza de luz azul, antes de que pueda responder.

—Sí es ese —le digo a secas. ¿Qué diablos quieren de mí?

—Bien. Es… el árbol con el que chocaste. —Suelta un suspiro y continúa—. Caminaste un total de 24 kilómetros hasta el desvío dentro del bosque. ¿Estás segura de que no llegaste a algún poblado o viste algún tipo de señal o un cartel?

—No había nada, ni un animal. Nada.

Jade regresa a ver al chico a mis espaldas, yo al espejo. Veo que él asiente y ella regresa a las preguntas.

—¿Por qué decidiste parar ahí?

—Estaba cansada.

—Físicamente no podías estar cansada. El procedimiento no aloja la posibilidad de fatiga.

—Pero la sentía, estaba cansada y con sed. Me senté a reposar unos minutos.

—Tori…

—¡No te estoy mintiendo, Jade! —La interrumpo con dureza.

—Okey. Si sentiste cansancio es porque tu mente recuerda haberlo sentido de otra ocasión. Estuviste en un lugar similar antes, caminaste esa distancia y lo asociaste en la simulación. Pero debiste haber visto algo más aparte de los árboles.

—No había nada, lo juro, nada. Solo los pájaros sobre los árboles. Nunca bajaban solo daban vueltas.

—De ahí partiste y caminaste dos horas más. ¿Estás segura que no lo hacías por un sendero? ¿Qué no había edificios o un muro de contención?

—No había nada más que árboles. Era de noche y me dormí.

—Notaste que no habían pájaros.

—Sí, cuando oscureció ya no vía ningún pájaro, nada volaba. Quizá por una hora o…

—Okey, y dormiste —me interrumpe de la nada. ¿Qué fue lo evitó que dijera? ¿Alguna referencia importante? ¿De qué lado está?

—Sí, me acosté y me dormí.

Jade acomoda las hojas y las guarda en una carpeta. Mira por un segundo al espejo y escucho la puerta abrirse con violencia unos segundos más tarde.

—¿Dónde está Cat Valentine? —me pregunta el General que vi hace rato en el laboratorio.

—No lo sé.

—¡Deja de pretender! Sabemos que los estás protegiendo. ¡Dime dónde está! —me grita golpeando la mesa, haciéndome saltar en mi asiento.

—No lo recuerda Mi General, no es su…

El tipo agita furiosamente su mano y la tumba de la silla de un golpe. Yo me hago para atrás y me levanto para socorrerla, pero el soldado a mis espaldas me detiene sosteniéndome de los codos.

—¡Es un animal! —le grito— No tengo idea de lo que me pregunta. ¡La última vez que vi a Cat fue hace diez años!

—¡Estuviste con ella hace un mes! ¡Dime dónde está o Jade se muere! —Me amenaza, sacando un arma de su pantalón y se prepara para dispararla, apuntándole en la cabeza.

Jade cierra los ojos con fuerza, aprieta su quijada, sus dientes presionados marcan la tensión en su rostro, tiene miedo, pavor, lágrimas corren por sus mejillas y todo su cuerpo tiembla.

—¡Le prometo que no lo sé, se lo prometo! Pregúntele a su soldado, ¿mentí? —cuestiono regresando a verlo. Él mira a su general y niega en silencio—. ¿Ve? Digo la verdad. Usted quiere saber lo que encierra mi mente, deme unos días —le suplico—. La memoria debe volver, pero es muy pronto, ¿no acabo de salir de un coma? Es muy pronto.

Él me mira enfurecido, su mano todavía estirada con el arma empujando el cabello de Jade, su ceño despreciable arrugando su frente su nariz expulsando aire con fuerza.

—Dos horas, ¡ni un minuto más! Tienes dos horas para recordar dónde está metida Cat Valentine o las dos se mueren. ¡Las dos!

Separa el arma y aligera la rigidez de su brazo, saliendo de la habitación fúrico.

Me sacudo y el soldado me suelta. Caigo al piso y gateo hasta Jade.

—¿Estás bien? —le pregunto, ella se abraza de mí, sigue temblando y llora sonoramente. Yo la acojo en mis brazos, pero pronto unos hombres uniformados nos levantan a la fuerza y nos llevan hasta la habitación en la que desperté, empujándonos a ambas adentro y cierran la puerta con seguro.

Estamos solas, Jade sigue muy alterada. La abrazo nuevamente con fuerza, consolándola. No puedo evitar llorar también. ¿En qué estamos metidas? ¿Qué quieren con Cat?

Pasan varios minutos hasta que el cuerpo de Jade deja de sacudirse y su respiración se tranquiliza. La siento aliviada de estar cerca de mí. Al menos eso puedo hacer. Mi memoria no se activará en menos de dos horas. Vamos a morir.

—Cat es su última opción de ganar la guerra —me dice en voz baja. Se separa y, dando unos pasos lentos, se sienta en la cama con la mirada en el piso—. La pandemia fue un accidente. China experimentaba con una bacteria que habían mutado. Preparaban un arma biológica muy potente. Las esporas se liberaron en el aire y estuvieron circulando por horas, casi un día entero sin que la agencia de gobierno a cargo del laboratorio se diera cuenta. Y como sabrás, todo viene de China.

—¿Cómo no se dieron cuenta? ¡Eso es… imposible, no en este tiempo, no con la tecnología que debe existir!

—Todo es posible, Tori. El informe inicial fue que Rusia se enteró del arsenal que preparaban los chinos y se infiltró para robar muestras. Hubo un ataque en defensa del laboratorio y un estúpido chino abrió fuego dentro de una de las recámaras aisladas con la bacteria. Se creía que el daño era menor. Las noticias decían que todo estaba bien, que se consolidó el laboratorio y no hubieron fugas. Pero en realidad el ataque había sido más extenso de lo que se informó. El daño a la recámara no fue con una escopeta por un chino, fue con una bomba por los rusos y la fuga fue inmensa. Las esporas llegaron a campo abierto, el viento llevó la enfermedad a los animales que estaban cerca, a campos de plantación; lo extendió a las fábricas de cosas que se exportan a todo el mundo. Llegó hasta la misma Rusia, a Europa. China no estaba preparada para manejar la infección y ocultaron la información.

—Así que…

—Mucha gente murió, mucha.

—¿Qué… tiene que ver Cat con esto? ¿Y por qué creen que yo estuve con ella hace poco?

—Cuando la enfermedad llegó aquí, se hicieron pruebas de sangre para comprobar quienes estaban enfermos y quienes no. Así entraron muchos en cuarentena. Los que no estábamos infectados pasamos a manejo de plagas y vinimos a instalaciones como esta. Todo se quemó, ropa, casas enteras, la aduana incineraba todo lo que venía de China. Aquí dentro no hay enfermedad, de eso estamos seguros.

—¿Qué hizo Cat, estaba infectada?

—No, Cat… es inmune. Cientos de personas resultaron ser inmunes. Ahora sabemos que todos ellos son parte de un grupo muy reducido de familias, descendientes de científicos que trabajaron en la segunda guerra mundial con este tipo de patógenos.

—¿Cat?

—La quieren porque, a pesar de que habían muchos inmunes, las pruebas que realizaron con ellos mostraban una mutación del sistema inmunológico. El de Cat es puro.

—La quieren de rata de laboratorio. —Asumí. Jade regresó a verme después de largo tiempo de mirar sus pies y asintió.

—¿Y qué quieren conmigo? Yo no soy inmune, ¿no?

—No, pero cuando quisieron someterla y experimentar con ella en la institución en la que estábamos, Sikowitz se la jugó y un viejo amigo suyo las ayudó a escapar, a ti y a ella.

—¿Por qué no viniste tú?

—No pude, así es la vida —respondió cambiando su decaído tono a uno fuerte. No quiere que le pregunte la razón. Mira a la puerta y sube la vista al techo. Hay un pequeño punto negro en el que fija los ojos detenidamente. Entiendo, nos escuchan—. Me enviaron aquí porque esta institución es de mayor seguridad.

—Jade, no recuerdo nada —le digo, haciendo otro esfuerzo. No puedo.

—Tal vez es mejor así. Cat está a salvo… —Calla y sonríe de lado como recordando algo—. Eso es suficiente, así tengamos que morir tú y yo.

—¡Sáquenlas! —dice una voz fuerte, afuera de la puerta—, llévenlas por los túneles a la cámara secreta. ¡Que nadie los vea!

Unos soldados abren la puerta de un golpe y nos toman de los brazos, casi arrastrándonos de lo rápido que caminan.

Quiero gritar, pero regreso a verla, ella niega enérgicamente. Cierro mi boca y trato de mantener el paso.

Las alarmas se disparan. El sitio entero comienza a brillar con luces rojas que giran en las paredes, el sonido se hace tan fuerte que me siento ensordecer.

Puertas se abren y se cierran mientras pasamos de un área a otra. Un tumulto de gente se acumula en uno de los pasillos y los soldados se detienen.

—Yo me encargo de llevármelas. ¡Ve a ayudar a Miles! —Le ordena uno al otro, sacando su arma para apuntar a Jade a la cabeza, obligándome a obedecerlo.

La dirige con la pistola por las gradas que están vacías sin mencionar una palabra. Jade tampoco habla, yo menos. Seguimos bajando las escaleras hasta que llegamos a una compuerta de color rojo y entramos por ahí a otro pasillo largo. Las sirenas son más agudas en esta área.

—Hasta aquí llego yo. Dispárame —le dice el soldado a Jade, entregándole el arma. Ella la toma y sin pensarlo dos veces apunta a su pierna y le dispara.

El soldado cae al suelo gritando del dolor. Jade me toma de la mano, sin dejarme reaccionar y empieza a correr hasta el final del pasillo, empujando una puerta con ambas manos, en una todavía sostiene el arma.

—¡¿Qué diablos fue eso?! —le grito persiguiéndola dos pasos atrás.

—Cat está aquí, vino por nosotras.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Es difícil de explicar. ¡Solo corre!

Seguimos lo más rápido que podemos por una serie de pasadizos hasta llegar a un cruce y la veo. ¡Veo a Cat!

—¡Llegaron! —nos dice al vernos—, estamos a un segundo de fallar el plan. ¡Vamos!

No pregunto nada, seguimos corriendo. Hay una luz al final del túnel. No de ese tipo de túnel o esa luz. Como sea, solo debemos cruzar una puerta más. Jade la desliza y la mantiene abierta, Cat y yo cruzamos, regreso a verla y…

—¡Nooo! ¡Nooooooooo! ¡Jade!

—Lo siento, no pude, es eléctrica.

Apenas pudo cruzar una pierna y un brazo, pero la puerta hace mucha presión. Cat y yo la jalamos, pero no será suficiente para que logre pasar de este lado.

El dolor es insoportable, lo grita su cara, lo grita su boca, se escurre y se liberta, dejando la puerta cerrarse… con ella del otro lado.

Me pego a las rejas ella está ahí, llorando no solo del dolor.

—Ve con Cat…

—¡No, no te dejaré aquí!

—¡Vete con Cat!

—¡No!

Se cubre la boca con una mano viendo a la pared. Voltea hacia mí y se acerca apresurada. Pasa sus manos por las rejas que nos separan, tomando con delicadeza mis mejillas. Me mira con el cariño más grande que he visto en mi vida y me sonríe. Sus lágrimas casi no me dejan ver lo azul de sus ojos.

—Cuida a Sara por mí —me dice y me da un beso en los labios. Es tan suave, tan sentido, sus caricias dulces y tiernas en mi piel, sus lágrimas saladas—. Las amo a las dos. Esto no es tu culpa. Te amo. —Vuelve a besarme, dándome uno, dos, tres besos cortos. Se le hace difícil dejarme ir, pero con sutileza me va soltando se aleja unos metros.

—¡Vamos, Tori! —Escucho a Cat decirme, pero mi vista está fija en Jade. Sigue sonriéndome. Le tiemblan los labios, la quijada.

Prepara el arma. Se escucha a unos hombres trotar del otro lado de la última puerta que cruzamos antes de estas rejas y, de repente, la abren. Ella alza la pistola…

—¡Tori!

Me mira por una última vez.

—¡Tori, tenemos que irnos!

Cierra los ojos y… ¡Se dispara en la sien!

Su sangre se esparce en la pared a su espalda y ella cae de un solo golpe al piso.

—¡Jaaade!

Alguien me jala del brazo con fuerza, tomándome del abdomen y me carga por varios metros, alejándome de ella. Otra puerta se cierra en mis ojos y estamos afuera de la instalación, me sueltan unos metros más atrás.

Mi vista está fija en la puerta, estoy inmóvil. Vuelvo a escuchar a Cat gritarme que debemos irnos, se escucha tan lejana. Sin aviso veo a Beck en frente de mí, gritándome algo que no logro asimilar, sacudiéndome. Jade está muerta… se disparó.

—¡Despierta! ¡Debemos irnos! —lo escucho, después de que mi cabeza comenzara a resonar por el movimiento que está forzando en mí—. ¡No hay nada que podamos hacer, lo intentamos!

—Yo me encargo —dice una voz conocida y siento que me alzan como costal y me cargan de abdomen al hombro, cierro mis ojos y me dejo llevar.

Cerca de una autopista me sueltan y me sujetan de los hombros.

—Lo siento, Tori. —Ryder se disculpa agotado—. Desde este punto debes caminar.

Cat, Beck, Ryder y unos chicos que no conozco —armados hasta los dientes—, comienzan a entrar a un túnel escondido en el piso. Uno de los ellos me ayuda a bajar por la escalera y entra detrás de mí cubriendo la entrada.

—De aquí son 9 kilómetros hasta llegar al sitio seguro. Ahí esperaremos hasta mañana para partir al bosque —me informa Cat. Dándome una barra de chocolate casera.

—Jade… —Es lo primero que sale de mis labios desde que partimos de ese lugar—. ¿Por qué?

—Era uno de los riesgos. Ella sabía que… Debía hacerlo.

—¿Matarse, Cat? ¿Jade debía matarse? —la cuestiono y me detengo. Me siento tan perdida, tan confundida. No tengo idea de nada, no tengo recuerdos, no entiendo ¿porqué diablos Jade se dispararía?, ¿por qué me besó?, ¿por qué diablos me dijo que me amaba y a una tal Sara que no conozco?

—Cálmate, Tori. Cuando la llevaron a la institución debieron hacerle los mismos exámenes que a ti. Seguro muchos más y aún más dolorosos, pero ella no sabía si tú vivías, si lo habíamos logrado, así que no pudieron sacar ninguna información.

—¡¿Y eso qué?! ¿Qué sabía ahora? ¿Qué yo estaba viva? ¡Gran cosa! —le grito esto último, llamando la atención de todos los chicos que iban adelante de nosotras.

—¡Es gran cosa! Evidentemente vio tu cicatriz y se dio cuenta de que Sara también está viva. Con eso era suficiente. Si la volvían a interrogar podían descubrir muchos otros detalles que no entendieron durante los primeros exámenes. Nos pondría a todos en peligro, sobre todo a ustedes dos.

—¡¿Quién diablos es Sara?! —Exijo que me lo diga o no daré un solo paso más—. ¡Dímelo, Cat! —No dice nada, mira al resto, vuelvo a gritar—: ¡Dímelo!

—¡Es su hija! —me contesta Beck—, de las dos. Tuya y de Jade.

Mi sangre se congela. ¿Cuándo tuve yo una hija? ¿Cuándo tuve una hija con Jade? ¿Cómo diablos tuve una hija con Jade?

—No vas a recordar nada ahora. Pero el efecto de la pérdida de memoria se irá en unos días, semanas como máximo —me explica Cat, tomándome de la mano, apretándola un poco, dejándome ver que ella no es mi enemiga—. Para cuando eso pase, ya habremos llegado al campamento. Lo entenderás entonces.

—Vamos, no podemos quedarnos aquí —dice Ryder y siento a Cat soltarme la mano y adelantarse unos pasos.

Sabe que necesito procesar esto sola. No recuerdo nada, pero es inútil tratar de hacerlo. Si es cierto lo que ella dice no podría de todas formas. No es una coincidencia que no recuerde, debe haber sido parte del plan.

Caminamos y caminamos por horas sin parar, prácticamente a oscuras si no fuese por las linternas de los cascos de los chicos con las armas. Alumbran tanto adelante como atrás. De vez en cuando, alguno se acerca con una botella de agua, me invita un sorbo o dos y regresa al grupo. Aún no me siento bien como para hablar. Ellos tampoco, todos vamos en silencio.

Ahora caigo en cuenta de que Beck tiene el cabello muy corto, no está recogido en una cola. Ryder también lo lleva así. Su vestimenta es la misma, una muy parecida a la que Jade tenía. Eso solo quiere decir que ellos escaparon conmigo, hoy, sin Jade.

«Te amo», recuerdo su voz, su cara al decírmelo, su cariño, su toque. El sentimiento me abruma y mis ojos se nublan de más, casi no veo el camino, debo limpiarlos para continuar. Siento mi nariz que se corre y respiro para evitarlo. Lo hago constantemente, hasta que Cat voltea y saca un pañuelo de su bolsillo, entregándomelo con una mirada comprensiva. Si así, sin tener memoria de nuestra relación, estoy tan dolida con sus últimas palabras, no quiero imaginarme cómo estaré en unos días.

Tengo miedo de conocer a mi hija, aunque ya la conozco. Si yo la di a luz quiere decir que es mía y de un donante. ¿Cuántos años tiene? Si Jade no sabía si la había tenido, debe haber sido hace… tres años o un poco más. Si los militares no sabían que la tuve, o que estuve embarazada siquiera, quiere decir que mientras estuve en su cautividad no se me notaba y nadie buscó en los análisis más que el rastro de la infección. Mi hija debe tener un poco más de dos años. Es una bebé.

—Supongo que Jade te explicó algo de lo que ha pasado.

—Algo —le respondo a Cat, sin contarle cosas que no entiendí.

—La primera vez que escapamos, Jade, Beck y Ryder se quedaron atrás para darnos ventaja a ti y a mí de escapar. A mí por lo de mi inmunidad y a ti por…

—Sara.

—Sí —me contestó—. Prometimos volver para rescatarlos, pero fue tan difícil. Tuvimos que esperar años por una oportunidad y hace unos meses logramos hacer contacto, supimos que estaban bien e ideamos el plan. Ellos lograron comunicarse con soldados que nosotros mismo infiltramos.

—El chico que disparó Jade. —Recordé en voz alta.

—Sí, él y otros que ayudaron a Beck y a Ryder también. Tú fuiste el anzuelo, nuestro mensaje de que todo estaba en marcha. Saliste del campamento a pie y llegaste hasta un pueblo a 50 kilómetros del bosque, donde nuestros aliados dejaron un auto para ti y, antes de chocarlo, te inyectaste la sustancia que te haría perder la memoria.

—Así que no fue un accidente.

—No, ellos debían encontrarte, llevarte al cuartel y, al descubrir que se trataba de ti, llevarte hasta Jade para obligarte a hablar. Si no lo hacías por las buenas, lo harías por las malas. Simple. Fue tu plan.

—No entiendo el punto de huir si la pandemia no se a terminado, si la guerra continúa.

—La pandemia se controló hace más de un año.

—¿Y para qué te querían, entonces?

—Porque de los cientos de personas inmunes, yo y miembros de otras veintidós familias nacimos con la mutación genética precisa para resistir ésta y otras infecciones. Somos bisnietos de un grupo de doctores que trabajó en ataques biológicos en la segunda guerra mundial y que experimentaron directamente con sus hijos y nietos, hasta que llegamos nosotros —me aclaró—. Nos quieren para poder explotar nuestro ADN y crear un arma biológica más potente, para dominar lo poco que queda de la población.

—No era por la cura.

—Para nada, no hay cura a la infección. Los que no pudieron defenderse solos murieron, los que vivimos, seguimos luchando una estúpida guerra. En algún momento morirán y, si no es así, la gente que hemos infiltrado, tomará los altos mandos y esta lucha se acabará.

—Mientras tanto…

—Debemos escondernos. Quizá nosotros no veamos la libertad, pero nuestros hijos sí.

Suena triste.

—Todo estará bien, Tori. Lo prometo. No lo parece, pero todo estará bien.

Acampamos sentándonos en el suelo del túnel, aún bajo tierra. No prendemos un fuego, no hace tanto frío aquí. Los chicos abren unas latas de frijoles que comemos fríos. Dicen que solo sacan los enlatados en las misiones. Ya nadie los produce, pero tienen una bodega llena en caso de emergencia.

Cat se arrima a mi hombro y se acomoda. Ambas nos quedamos dormidas por el calor que nos brindamos. Es agradable. Dentro de todo este infierno, lo es.

Despertamos y uno de los chicos que aún no conozco nos da la hora. Siete de la mañana en punto. Seguiremos caminado hasta llegar a donde nos van a recoger para llevarnos al campamento.

No nos toma más de dos horas. Salimos con cuidado de la tierra y mis ojos arden por la luz del sol. Pasamos mucho tiempo en la oscuridad. Hasta que logren adaptarse los cierro, aún sí veo el rojo a través de mis párpados. Es un día muy soleado, huele fresco y siento aire puro, limpio. Mi nariz está lastimada por el polvo del túnel.

—Por aquí son cincuenta minutos más y estaremos listos para que nos lleven a nuestro destino final —me avisa Cat.

Seguimos, estoy agotada por la travesía, ya ni sé cuánto hemos caminado.

—Antes de continuar —nos detiene uno de los chicos—. Cámbiense de ropa. —Nos lanza unos paquetes—. Nada de lo que trajeron puede cruzar esta línea.

Cat asiente y cada uno de los rescatados se para detrás de un árbol. Me visto y por lo menos me siento más limpia. Un pantalón habano oscuro, como el del sueño, con la misma camiseta blanca que llevaba.

—Sáquense los zapatos. Hasta llegar no los necesitarán.

Tal como en el sueño.

Escuchamos ruido por el bosque. Ryder, Beck y yo nos asustamos, los demás se alegran. Llegó la escolta.

—¡Muchachos! —nos saluda Sikowitz y baja de su caballo para abrazarnos. Otros siete chicos montados se bajan a saludar a los demás—. No tienen idea de cuánto los extrañé… ¿Y Jade?

Ryder y Beck se regresan a ver, bajando de inmediato la mirada. Mi antiguo maestro me observa, suponiendo lo peor.

—Lo siento, Toro. Al menos tú estás bien — me dice y me aprieta fuerte con sus brazos. Un poco… muy fuerte, demasiado fuerte.

—Sikowitz…

—¡Oh! Perdón, perdón. —Se disculpa y me suelta—. Subamos a los corceles que una pequeña dama de ojos azules nos espera en el castillo. —Me guiña un ojo y sube a su caballo, ayudándome desde arriba.

Así que Sara tiene ojos azules, como los de Jade. Sonrió imaginándolo. Ya quiero verla.

Dos horas —quizá más—, es lo que pasamos montando por el bosque. Y claro, la hierba es tan alta que las huellas no se ven. Es el transporte perfecto.

Llegamos a una loma y subo mi vista. Reconozco este lugar. No, mi memoria no ha regresado, es la montaña alta del sueño, a donde no elegí caminar. Tomé la dirección contraria, tal vez como un reflejo; los protegía inconscientemente.

Los caballos se detienen y bajamos, estirándonos un poco. Me duele todo por el viaje. Los demás se ven aquejados de igual forma. Varios de los que manejaron los animales dan la vuelta y desaparecen. Regresan en unos minutos sin ellos y hacen a un lado unas ramas y plantas, descubriendo la entrada a una pequeña cueva que tiene en el fondo una puerta blindada como las de banco, no tiene más de dos metros de profundidad. Sikowitz pone una clave para abrirla y nos deja pasar. Entramos a otra área pequeña. La puerta de atrás se cierra y unas luces tipo láser salen en todas direcciones, escaneándonos. La puerta de enfrente se abre y pasamos a otra sala más. Un gas sale disparado de unas llaves colocadas en el techo y el piso. No tiene olor. Nos cubre por completo y nos impide vernos por unos minutos. En medio de todo Sikowitz nos tranquiliza diciéndonos que es el procedimiento normal de desinfección. Vamos por dos salas después de esa y, finalmente, ingresamos a la instalación. Estamos dentro de la montaña.

—¡Bienvenidos al campamento! —nos dice alegre el viejo loco, juntando sus manos—. No tiene nombre. No me vean así.

Beck y Ryder le sonríen, yo me mantengo igual.

—Estos dulces hombres y mujeres les ayudarán con sus habitaciones y les avisarán cuando bajar a comer.

—Yo llevaré a Tori —dice Cat y me toma de la mano, guiándome por la edificación.

Nos detenemos enfrente de un elevador y la veo colocar su palma sobre un lector digital. Las puertas se abren y entramos. Siento que no sube o baja. Va lento en dirección horizontal y después de varios metros comienza a subir. Estoy mareada y Cat lo nota.

—Es normal, siempre te pones así.

—Gracias por avisarme.

Llevo una mano a mi frente porque no aguanto el movimiento.

—Lo siento, me olvido de que no recuerdas nada —me responde y abre los ojos de par en par—. Emm…

—¿Qué?

—Amm…

—¿Qué, Cat? ¡Habla!

—Diablos… Muy tarde.

Las compuertas se abren y damos con una habitación muy grande. El ascensor termina directo en una sala moderna y linda. Todo muy limpio, las paredes blancas. Es luminoso, no tiene ventanas, pero sí cuadros, muchos…

… y fotos.

Somos Cat y yo. Cat… Sara y yo.

—Pasó hace dos años. Sara tenía ocho meses… Fue gradual. Iba a tu habitación para ayudarte a cuidarla… Solo se dio. —Concluye y se queda parada atrás de mí. Yo continúo viendo las imágenes.

Cat y yo abrazadas, Cat y yo acostadas con Sara en medio de nosotras, Cat besándome la mejilla, Sara babeándola a ella. Nosotras… besándonos en los labios.

—No dejaste de amar a Jade. No… no la traicionamos… —dice desesperada, con la voz partida. Yo siento las lágrimas caer solas, sin esfuerzo.

«Te amo», escucho a la que fue mi… ¿qué?, ¿esposa?

—Tori…

—Dame unos días, Cat. Todo es… demasiado fresco y… Dame unos días.

Por unos segundos nos acompaña el silencio.

—Entiendo, dormiré en el sillón de la sala. Tú… deberías tomar un baño, descansar. La cena estará lista en un par de horas.

Un par de horas no arreglarán esto, no me quitarán el sentimiento de traición que siento al recordar los ojos cristalizados de quien se sacrificó por nosotras y el puñal que le clavamos en su espalda.

Mi bebé, clon de su madre, besa a Cat. La bebé de Jade besa a Cat y… eso no está mal, pero se siente tan mal.

«Cuida a Sara por mí. Las amo a las dos. Esto no es tu culpa. Te amo», sus palabras se repiten, su voz, una y otra vez.

No sé si cuando mi memoria regrese podré borrar esto. Las cosas definitivamente han cambiado.

Tomo la foto de nosotras besándonos de la pared. La observo más de cerca y la aborrezco. No a Cat, a mí. Me la llevo al baño conmigo y me miro al espejo.

No me reconozco. Estoy sucia, más vieja, tengo una cicatriz antigua encima de la ceja izquierda. Me veo y no sé quién soy.

Miro la foto de vuelta y la golpeo contra el mueble, rompiéndola, cortándome con el vidrio que se queda en el marco.

—¡¿Qué pasó?! —grita Cat corriendo al baño y se encuentra con el desastre. La veo contemplar la foto y se entristece, la observo en el reflejo del espejo—. Estás descalza, ve a la cama mientras limpio todo —me dice cubriéndome el dedo con una toalla. Se la ve apagada.

Toma la foto y la acaricia con pena. La deja en el mesón y recoge los vidrios grandes, tirándolos a la basura. Sale a buscar algo con qué limpiar el resto de pedazos y yo aprovecho para tomar la foto en mis manos otra vez. Un ardor recorre mi pecho al verla y me llena de ira.

La rompo en la mitad, la vuelvo a romper y la sigo rompiendo tirándola en el piso.

—Pediré otro cuarto para mí —dice parada a mis espaldas—. Me llevaré todo lo que te moleste…, pero por favor, no rompas más cosas —me pide con la voz entrecortada—. También son mis recuerdos.

El dolor en su voz se siente tan real, le estoy haciendo daño. ¿Haré lo mismo con Sara?

—No, pide un cuarto para mí. Cuando esté mejor hablaremos —le digo y salgo hasta la sala. Ella me acompaña y llama por el comunicador, requiriendo el nuevo cuarto.

Una mujer no tarda en timbrar a la puerta y Cat la deja pasar, me mira, me sonríe con amabilidad y me dice:

—Su habitación estará lista en unos minutos. Puede seguirme señora Valentine, la acompañaré hasta allá.


Nota de autor:

Ahhhhh, la corté mal. Lo siento. En serio. Pero es que se alargó, ¡se acumuló!

Prometo segunda parte. Prometo, prometo. Pronto.

Me gustó como quedó la historia aunque no creo que cumplió mucho el reto halloweenesco. Pero bueno, ya. Que no tenía que ser terror y este terminó siendo sci-fi.

Me basé en 2 películas, un juego y una serie para el mundo y las situaciones. The Cell - Contagion - The Last Of Us - The 100. Si las han visto y jugado, en buena hora, sino véanlas y jueguen. Todas son geniales.

Bueno. me despido. Ya saben. Caritas felices siempre son bienvenidas por aquí, así como tristes también. ¡Adior!