La inspectora empezó a levantarse de la mesa sin dejar de mirar al sospechoso, cerró la carpeta del caso y con una mirada fría, lentamente, observando la miseria del hombre allí sentado, la tomó de la mesa y se acercó a la puerta, sujetando el pomo se volvió por última vez a mirarlo. Su mirada se había tornado de fría a despreciativa hacia un hombre que creía que el mundo era suyo. Aquel hombre creía tenía la capacidad de decidir sobre la vida o la muerte de las personas, sobre la vida de aquella pobre muchacha que se cruzó en sus planes y que mató sin piedad con una 9 milímetros. Ahora no era más que un individuo derrotado de huesos y carne con un futuro poco alentador en una cárcel del estado. Odio y desprecio, eso era exactamente lo que sentía la inspectora, en ese orden. Odio hacia alguien que había arrebatado un futuro a una muchacha e infligido un dolor que jamás desaparecería a su familia. - Como hicieron con ella antes - pensó. Desprecio hacia ese hombre, y al ser humano en general, que era capaz de sacar de su interior lo más horrible, lo más ruin y lo más mezquino que la naturaleza puede soportar.
No es que tuviera en esos momentos un ataque de pesimismo hacia el género humano, sino que 15 años en el cuerpo de policía le habían permitido observar de primera mano cuán terrible puede llegar a ser la crueldad humana. Poca gente percibía lo frustrante que puede llegar a ser el saber que se repetirá hasta el día del fin del mundo sin que nadie, y menos ella, pudiera evitarlo, aunque sí disminuirlo al meter a los asesinos en prisión, al buscar justicia para los muertos, para las familias.
Podía entender algunas las razones por las cuales otro ser humano es capaz de terminar con la vida de otro; amor, miedo, supervivencia, para salvar otras vidas. Ella lo había hecho alguna vez y no se sentía orgullosa por ello. No habían sido muchas ocasiones, ella siempre apuntaba a zonas sensibles pero no mortales, pero en algunas ocasiones lo había hecho y, aunque siempre estuviese legalmente justificado por su trabajo, le dolía profundamente. Una de ellas fue cuando mató a Coonan, y la razón no fue porque hubiera matado a su madre, sino para salvarle la vida a Castle, en ese caso reconocía que lo volvería a hacer otra vez si fuese necesario. Pero lo que le producía verdadero asco eran las razones de aquel hombre, dinero y poder, puto dinero y puto poder. Los objetivos, las metas de muchos hombres que para alcanzar la cima eran capaces de cualquier cosa sin importarles lo que les pasara al resto, donde la ética era una palabra que simbolizaba sarcasmo y humanidad un defecto imperdonable, un pecado capital, una mancha en el historial. La individualidad y el egoísmo de esa gente les hacía pensar que el uno era más importante que el todo, lo que les autojustificaba sus actos. Como el mundo lo dominaban personajes de esa calaña hacían que éste fuera una mierda. - El mundo era como una gran tarta, - pensó la inspectora, - todos quieren el trozo más grande y que los demás no tomen nada sin importarle que el restante se pudra.
Sin embargo aquella mirada de la inspectora mostraba un sentimiento más, uno que, desde hacía unos meses, trataba de ocultar, uno que cada vez que hacía justicia hacia una víctima y su familia le hacía sentir una punzada de dolor en el pecho que la asfixiaba, el saber que esta justicia le estaba prohibida a sí misma. Sintió un leve escozor en sus ojos verdes que le advertían que si seguía allí mirando, las lágrimas saldrían al exterior y eso era algo que no se podía permitir, en la comisaría al menos, ella era la inspectora Beckett. Así que suspiró, se volvió cerrando los ojos por un instante y abrió la puerta para salir de la sala de interrogatorios buscando algo de aire que respirar.
- Ha confesado todo, el asesinato de Amanda, la extorsión y el desvío de dinero. –Afuera lo esperaban los detectives Espósito y Ryan y la capitán Gates sonrientes al saber que el caso estaba cerrado.
- Guau Beckett!, le has hecho cantar como un pajarito- dijo Ryan emocionado
- Y llorar como un niño, ya no parece un engreído broker- Exclamó Espósito entre la admiración y el deseo de animar disimuladamente a su jefa. Sí, era su jefa, pero también eran buenos amigos, ella le había ayudado y salvado la vida muchas veces y él sabía que no estaba pasando por uno de sus mejores momentos, de hecho los últimos meses había sido su peor momento.
-¿Podéis Ryan y tú encargaros de la detención? – Dijo Beckett sin reaccionar a las palabras de Espósito queriendo alejarse de la puerta para ir a su escritorio.
- Claro jefa – Dijo Ryan con su siempre presente sonrisa y ese optimismo que tanto admiraba y envidiaba la inspectora, ese optimismo de un hombre feliz que tenía una mujer que le amaba, unos hijos preciosos, una familia estupenda., algo que ella nunca tendría., porque el destino, la vida y el hijo de puta que la controlaba lo había impedido para siempre.
- Inspectora! – cortó la conversación la capitán Gates bruscamente, haciendo que Beckett se volviera rápidamente maldiciendo internamente la interrupción a su ya frustrada huida.
- ¿Si señor? – preguntó lo más neutral posible, aunque no pudo ocultar una mueca de disgusto con el ceño fruncido y los ojos más cerrados de lo normal que no pasó inadvertida para nadie, lo mismo que el rictus de sus labios.
- Es tarde. Ha sido un caso largo y difícil y lleva varios días trabajando muy duro, váyase a casa, deje los informes para mañana, o mejor déjeselos a los detectives. Estoy segura que aceptan echarle una mano. – La capitán miró a los detectives con una sonrisa que denotaba implícitamente una orden, aunque sabía que no hacía falta imponer su autoridad en ese asunto ya que aquellos dos harían lo que fuera por la inspectora. A pesar de su apariencia fría y lejana, realmente la capitana apreciaba a ese equipo, la lealtad y compañerismo que se tenían, y sobre todo admiraba la profesionalidad y dedicación de la inspectora. Aunque nadie se lo dijera, sabía que la comisaría era su válvula de escape y las horas extras no eran más que una excusa para mantener su mente ocupada y negar al mundo la fragilidad de su vida actual. Recordaba cómo era esa mujer hace unos meses, profesional como siempre, pero feliz a pesar de la fachada de dura y fría inspectora que aparentaba frente a sospechosos y compañeros. Después de un tiempo, el equipo en su conjunto había conseguido recuperarse de la ausencia de Castle, pero la inspectora no, y eso le preocupaba no sólo a nivel profesional, sino también a nivel personal, aunque eso no lo reconocería públicamente nunca.
- Gracias capitán, pero prefiero terminarlos ahora que tengo todo el interrogatorio reciente, además mañana tengo papeleo retrasado que terminar. –Su sonrisa forzada terminó en una mueca mientras que sus ojos entrecerrados por el cansancio, vacíos y tristes, miraban al frente. Sin darle tiempo a la capitán a replicar su negativa, se volvió y caminó decidida hacia el escritorio. – A casa dice!, como si eso significara descansar. – murmuró para sí misma más como un pensamiento que como una respuesta, asegurándose que nadie le oyera.
Se acercó al escritorio tirando la carpeta encima de la mesa antes de tomar la silla y sentarse, haciendo entender a sus compañeros que no estaba de humor para réplicas y que quería estar sola. Sin decir nada, comenzó a rellenar el informe del interrogatorio en el ordenador escribiendo fuertemente en el teclado con un dedo de cada mano produciendo más ruido del que desearía y escribiendo más rápido de lo que se esperaría para tan limitada mecanografía. De vez en cuando se paraba a releer lo escrito y con un movimiento de cabeza corregía las erratas que inevitablemente cometía por escribir tan deprisa, borraba y cambiaba palabras, comas y preposiciones de lugar. Si bien era una inspectora de homicidios, había estudiado en Stanford y sus informes eran los mejor redactados de toda la comisaría 12.
Escribía deprisa y lo más concentrada posible para no pensar en su infierno personal, en su mierda de vida, en su infinita tristeza y dolor, en el vacío que su ausencia había causado y en el muro doblemente fuerte y doblemente alto que había levantado tras desaparecer de su vida. Pero en algún momento paró y levantó la cabeza para descansar un poco su vista, el cansancio acumulado y la falta de sueño hacían que sus ojos se irritaran y el escozor no le permitía mirar bien la pantalla.
Se tomó la cara son las dos manos e inclinó la cabeza para restregarlas por ella en un intento de despertarse y concentrase. Terminó con ambas manos sobre la frente y los ojos cerrados tomándose unos segundos para pensar que tenía que dejarlo, su cuerpo y su mente estaban al límite. Bajó su mano izquierda e inclinó la cabeza hacia la izquierda sujetándose la frente ahora con una sola mano y abrió los ojos. Entonces la vio, a su izquierda, situada donde siempre, vacía como lo había estado los últimos meses, observó su silla y sintió una punzada de dolor en su estómago, un vértigo que le subía hasta la garganta y le mareaba. Todo lo que había estado evitando pensar mientras escribía su informe se agolpó en su mente. El dolor, la frustración, el vacío, la desesperación y la realidad más cruel se hicieron presentes en su mente, haciendo que a la punzada de dolor se le uniera un nudo en la garganta, le costaba respirar, y un par de lágrimas resbalaron por su mejilla hasta llegar a su barbilla para caer, después, sobre la carpeta abierta.
- Dios, ahora no Kate, aquí no, no puedes permitirte llorar, no puedes caer en la comisaría, no por Dios aguanta un poco hasta casa – se decía para sí misma tratando de aparentar delante de sus compañeros lo que ellos ya sabían, que Katherine Beckett se hundía en un pozo oscuro y parecía no tocar fondo nunca.
Después de unos meses la silla seguía allí, nadie se atrevía a tocarla, por respeto algunos y por miedo otros a la ira de la inspectora, bien conocida por todos y experimentada por unos cuantos cuya fama había recorrido todas las plantas de la comisaría, nadie se atrevía a tocar la silla de Richard Castle. La última vez, un testigo despistado que acompañaba Karposky se sentó en la silla al ver que se encontraba vacía, afortunadamente Beckett estaba en la sala de reuniones y Espósito hábilmente le sugirió al testigo que estaría más cómodo en la salita del fondo. Aquella rápida maniobra no impidió que Beckett viera a aquel hombre sentado en su silla y que el color de su cara desapareciera rápidamente, dejase de respirar por unos instantes sintiendo como el aire no llegaba a sus pulmones y tuviera que sujetarse a la mesa con los puños cerrados porque su vista se estaba nublando.
Ella tampoco era capaz después de tanto tiempo de moverla de al lado de su escritorio, porque quitarla significaría admitir que ya no volvería más. Esa era una realidad que era incapaz de afrontar a pesar de los sucesivos intentos con el doctor Burke, a cuya consulta había vuelto después de tres años de ausencia con las viejas heridas de nuevo abiertas y con nuevas todavía más profundas y difíciles de curar.
Cerró los ojos y respiró profundamente varias veces en un intento de normalizar la situación.
–Menos mal, no hay nadie – pensó al abrirlos. Miró el reloj, eran las 10 y media de la noche, Ryan y Espósito estaban con el sospechoso abajo en la celda terminando el papeleo de su detención. La capitán Gates se había marchado hacía una hora al igual que la mayoría de sus compañeros, así que estaba sola con Thompson que le tocaba turno de noche pero que en esos momentos no estaba en la oficina principal. Con una mano se quitó las lágrimas que corrían por su mejilla mientras con la otra acarició inconscientemente la silla, su silla, mientras una sonrisa se dibujó en su cara al recordar cómo se quejaba de ella.
- Creo que deberíais cambiarme la silla – sugirió el escritor al sentarse en ella mientras acercaba un café a la inspectora.
- Por qué Castle, ¿no te gusta? – preguntó Beckett con una sonrisa mientras aspiraba el olor a café recién hecho.
- Hombre, no me negarás que muy cómoda no es, la espuma está vieja y tiene algún muelle roto que se me clava en el…
- Esta bien Castle, ya te he entendido- interrumpió la inspectora – pero el presupuesto no nos da para más. Eres rico, cómprate una, me extraña que no lo hayas hecho ya.
- Después de todo lo que he ayudado a esta ciudad, ya podía estirarse un poco y pagarme una. –dijo con una sonrisa de suficiencia.
- Bueno, explícaselo a Gates a ver si piensa igual que tú- sonrió la inspectora ante el gesto del escritor al mencionar a Gates – o ¿es qué le tienes miedo? Si te hace daño – la inspectora se acercó a Castle bajando el tono de voz a uno más íntimo y sensual – esta noche puedo curarte yo las heridas – terminó con una carcajada al ver la cara del escritor que tragaba muy sonoramente.
- Uhmm, si ese es el premio a mi valentía, creo que me arriesgaré – contestó Castle con el mismo tono arqueando una ceja, con una mirada más lujuriosa de lo que a la inspectora le gustaría que tuviese en la comisaría. Todo el mundo sabía que era su prometido, pero no por ello le gustaba estar en boca de todos, y menos llamar la atención con el asunto. – Deséame suerte Beckett- dijo Castle levantándose de la silla con un guiño y se volvió en dirección del despacho de Gates.
Por supuesto que no lo consiguió la misma silla seguía allí, la inspectora sonrió al recordar la cara de desilusión de niño pequeño de Castle al salir del despacho, esa cara que tanto adoraba, y lo bien que lo curó y mimó esa noche por sus heridas de "guerra".
– Dios, Castle cómo te echo de menos – pensó la inspectora en voz alta en el momento en el que Ryan y Espósito entraba por el pasillo justo a tiempo de ver la sonrisa triste de la inspectora mientras acariciaba inconscientemente la silla. Ambos hombres se miraron al mismo tiempo mientras Espósito movía la cabeza con lástima y preocupación. Al notar su presencia, la inspectora suspiró, se recompuso y volvió a su posición de trabajo con la mirada fría de siempre.
- Chicos será mejor que me marche – dijo Ryan para relajar el momento incómodo. – Si tardo un poco más, Jenny no sólo me matará por llegar cunado los niños ya están en la cama dormidos sino también por llegar cuando ella ya esté dormida. – sonrió con la broma al ver cómo la inspectora también sonreía. –Misión cumplida – pensó.
- Tienes razón, es muy tarde, Espósito márchate ya, yo me iré enseguida, no queda mucho que hacer aquí a estas horas.
- No, me quedo un poco más, falta por rellenar algún papel de la detención – Espósito miró primero a Beckett fijamente para hacerle entender que no se iría hasta que ella no se marcharse y después a Ryan, con los ojos entrecerrados y dijo con sorna - pero Ryan será mejor que se vaya si no quiere dormir esta noche en el sofá.
Los dos rieron al mismo tiempo al ver la mueca de Ryan, sin duda al pensar en su sofá y lo incómodo que sería pasar la noche en él. Así que cogió su chaqueta y se marchó con el tradicional buenas noches del equipo. Espósito se sentó en su silla y comenzó a rellenar unos papeles volviendo a dejar a la inspectora sumida en sus pensamientos.
- Creo que necesito un café- comentó levantándose de la silla bruscamente con la taza en la mano- ¿quieres uno Espo? – preguntó mientras se dirigía a la sala de descanso muy decidida.
- No gracias, es tarde para mí.
La decisión de la inspectora desapareció al encontrase frente a la cafetera, paró delante de ella y suspiró pensando en lo realmente difícil que era para ella hacerse un café. Primero porque durante 7 años Castle le había suministrado los cafés durante los casos en la comisaría y muchas veces fuera de ella, le traía el café por las mañanas sólo para verle una sonrisa como le dijo una vez, y le hacía los cafés en la oficina para evitar incidentes con la cafetera, así que la palabra café, el aroma a café, el sabor a café le recordaban irremediablemente a él, a los 7 años más felices de su vida y al amor que le tenía y que por su culpa perdió. Además de que aquella cafetera y ella nunca se habían llevado bien y últimamente hacerse un café se había convertido en todo un reto. Nunca entendió por qué era la única que no se entendía con ese aparato.
Una sonrisa, otra sonrisa nostálgica apareció en sus labios al recordar cómo se reía Castle de ella y sus problemas de entendimiento con la cafetera.
- Listo, Castle, cunado diga 3 comienzo a cronometrar – la inspectora sujetaba el móvil en una mano mientras miraba al escritor que, taza en mano, estaba preparado para comenzar la prueba con una cara de emoción y concentración, como si la medalla olímpica estuviera en juego.
- Preparado para batir todos los récords, ni el mejor camarero del mundo podrá superarme. Cuando cuentes tres empiezo, vas a ver que registro.
- No seas fantasma Castle, sólo es un café. – Se reía la inspectora mordiéndose el labio inferior, en el fondo adoraba, amaba, a ese niño que llevaba dentro. – Uno, dos tres, Ya!
Como un resorte, el escritor comenzó a elaborar el café con determinación y concentración. Tomó el café, lo puso en la máquina, dejó el vaso, apretó el botón, tomó la leche la calentó con el vapor sacando toda la espuma, la puso en la taza con el café espumoso dentro de ella, puso los terrones de vainilla y con una cuchara de madera hizo un corazón – Tiempo! – exclamó con triunfo.
- Guau Castle, 58 segundos acabas de batir tu propio tiempo. – aplaudió Beckett con un pequeño salto de alegría contagiado por la infantilidad del escritor.
- Su café inspectora – Castle acercó el café a la inspectora con una sonrisa esperando ver su reacción al ver el corazón, el primer corazón que le regalaba, el primero de muchos que en el futuro le haría..
- Huele muy bien Castle y …– la inspectora calló al ver el corazón que le había regalado en el café, y no pudo más que sonrojarse, mirando al suelo sin saber que decir. – Gracias – fueron las únicas palabras que le salieron mientras levantaba la mirada hacia el escritor que sonreía con sus ojillos azules mirándola intensamente – Gracias – volvió a decir y sonrió.
Castle se acercó invadiendo du espacio personal durante unos segundos, tomó un mechón rebelde de pelo y se lo puso detrás de la oreja. Beckett se ruborizó bajando la mirada unos segundos mordiéndose el labio al mismo tiempo. Sólo tenía que esperar a encontrar ese momento propicio para decírselo, para decirle que ella también le quería, algún día podría superar todos sus miedos tras el disparo y vivir esa historia de amor que ambos se merecían. Tiempo, sólo eso necesitaba, y después tendrían todo el tiempo del mundo para ellos. Siempre.
- Pero no lo tuvimos Castle. El tiempo demostró que el adverbio siempre significaba hasta que se termina y lo nuestro se acabó antes de lo que esperamos – Murmuró la inspectora, otra lágrima, otra maldita lágrima volvía a caer por su mejilla. – Estás demasiado sentimental hoy Kate y ese no es tu estilo. – Se regañó a sí misma. Una mueca de amargura se dibujó en su cara y se acercó a la cafetera dispuesta a hacerse un café, aunque le costase 15 minutos.
Estaba claro que los astros no estaban alineados con ella esa noche, el vapor salió tan fuerte de la máquina que le quemó la mano derecha tirando la taza de metal de la leche al suelo que se derramó por todo el suelo.
- Mierda – exclamo la inspectora dándole una patada al armario que sostenía la cafetera, levantó la mirada y a través del cristal sólo vio a Espo que la observaba. Se apoyó en la mesa y apretó los puños con rabia y frustración hasta que sus manos se volvieron blancas y no pudo más. Su límite había sido superado, empezó a llorar sin importarle que alguien la viera, las lágrimas caían por su cara y sus labios temblaban en lo que era, un ataque de angustia, uno de los que sólo le daban por las noches en casa, pero tantas noches sin dormir y la tensión del último caso le habían bajado las defensas hasta el punto de no poder soportar más la presión. Su pecho subía y bajaba rápidamente, una opresión le impedía respirar normalmente quedándose sin oxígeno, mientras con una mano se quitaba las lágrimas con la otra seguía sujetándose a la mesa para mantenerse en pie, sus piernas apenas la sostenían, le temblaban. No podía más, el dolor podía con ella. Siguió llorando, sus ojos rojos se hinchaban por momentos, mientras hipaba una mueca de dolor en su cara indicaba que los esfuerzos por no llorar no funcionaban, cerró los ojos esperando que se pasara.
Y pasaron un par de minutos, hasta que una mano en su hombro le hizo volverse. Espósito, que le miraba con cara de lástima, le sonrió y sin decir nada le acercó una silla para que se sentara.
- Márchate, Espo, por favor, déjame sola – Beckett se resistió a sentarse, tratando de quitarse la mano de Espósito del hombro. – Vete, sólo necesito un poco de tiempo, estoy bien, me quemé la mano, pero estoy bien. – La voz de la inspectora tomada y gangosa por las lágrimas sonaba lastimera y suplicante. Incapaz de mirar a Espósito a la cara, había vuelto a su posición original apoyada sobre la mesa y con los puños cerrados, respiraba fuerte, pero ya no hacía esfuerzos por ocultar sus lágrimas y el taponamiento de su nariz.
Espósito recogió del suelo la jarra de la leche, la limpió un poco y la volvió a llenar, la calentó con el vapor y la echó sobre el café de la inspectora que esperaba en su taza. Se lo acercó junto a los azucarillos y la vainilla y los puso frente a ella. También le acercó una servilleta.
- Toma, te sentará bien, seguro que no es como los suyos, pero podrás beberlo, seguro que no es peor que los que hacía la cafetera de antes – bromeó el detective, y para su sorpresa Beckett sonrió, se limpió las lágrimas con la mano y la nariz con la servilleta y sentándose en la silla que antes le ofreciera Espósito, echó la vainilla y bebió un sorbo de café.
- Está bueno – volvió a beber y miró a Espósito – Gracias. – El silencio se mantuvo, los dos sentados en la mesa de la sala de descanso sin decir nada, hasta que la inspectora levantando la cabeza susurrando – Lo echo tanto de menos, Javi.
- Lo sé Kate, todos le echamos de menos, así que tú más. Pero no puedes estar así para siempre. Es duro decirlo, pero él no va a volver, tienes que hacerte a la idea. – Una mueca de disgusto por tener que decir aquello con tanta crudeza se mostró en la cara de Espósito. La inspectora levantó la cabeza sorprendida, dolida y derrotada por aquel comentario, pero sabía que lo hacía por su propio bien, tenía razón. Ese era el estilo de Javier Espósito, directo enfrentando el problema, incluso sabiendo que lo que iba a decir iba a doler, como aquella vez en el caso del francotirador; y en el fondo ella agradecía esa crudeza en lugar de las clásicas palabras de consuelo, que no hacía más que hacer que sintiera lástima por sí misma. - Tienes que hacer algo, y trabajar sin descanso no es la solución, Kate.
- Lo sé Espo, pero no sé qué otra cosa hacer. – Tomó otro trago más largo de café. A cada sorbo, sentía que se estaba calmando, recuperándose de ese imperdonable ataque de debilidad que le impedía mirarlo a los ojos. – No es fácil, cuando todo lo que haces te recuerda a él. Han pasado meses y todavía me vuelvo cuando suena el ascensor esperando verle entrar por la puerta. – Susurró Beckett. – Sobre todo si es culpa tuya Kate ó para sí misma.
- Creo que lo mejor es que te vayas a casa y duermas un poco, por la cara que tienes no has dormido en varios días ¿verdad? – Beckett levantó la cabeza, los ojos enrojecidos por el llanto le escocían y hacían que los entrecerrara, remarcando más las ojeras y unas pequeñas arrugas en su frente y en los laterales párpados. – Me estoy arriesgando a recibir un disparo, pero la verdad es que luces horrible en estos momentos.
La inspectora empujo el hombro de Espo y le sonrió mejorando la expresión de su cara y algo su ánimo.
- Porque te debo un café y estoy baja de defensas, pero como vuelvas a decir algo así te dispararé de verdad. – bromeó la inspectora. – Tienes razón, es mejor que me marche a casa – tomó el último sorbo de café y se levantó – Aunque no sé si este café me ayudará mucho a dormir.
- Bien, buena chica – se arriesgó el inspector a decir. La inspectora se volvió y movió la cabeza a los lados.
- No te pases Espo o estarás los próximos días haciendo el papeleo de todos tú solito. – volvió a sonreír y se alejó de la sala de descanso decidida a marcharse a casa, a su solitaria casa a enfrentarse con su solitaria vida.
- Bien, por lo menos me ha sonreído, es un paso y se marcha a casa por su propia voluntad antes de las 11– pensó Espósito mientras miraba el relój – Debería llamar a Lanie para que hable con ella esta noche por teléfono.
Se levantó también de la silla y salió de la sala de descanso para coger sus cosas, ya terminaría el papeleo mañana.
Beckett cogió algún informe retrasado para mirarlo por la noche, sabía que no dormiría mucho, aunque estaba muy cansada, era probable que consiguiese algunas horas de sueño antes de que las pesadillas apareciesen de nuevo. El abrigo estaba en la percha, se lo puso con cuidado y tomó la bolsa con su mano libre sacando las llaves del coche para dejarlas accesibles en el bolsillo del abrigo.
- ¿Vienes, Espo? – preguntó mientras se ponía los guantes. Ambos se acercaron al ascensor. La silla del escritor es lo último que Beckett vio al cerrase las puertas del ascensor.
Advertencia: Castle no me pertenece
