Capítulo I: "Primera Vista"
Llueve, otra vez. Como cada mañana en este lugar, llueve otra vez. Debería contentarme, por lo general es el único motivo que me impulsa a levantarme y deshacerme de mi letargo cada día, pero esta lluvia trae consigo algo más, algo que danza escondido entre su fino manto de cristales que repiquetean al caer sin reparo sobre mi acera, cantando estridentes el despertar de un nuevo día. Una brisa nueva, desconcertante, que roza mi rostro demandando mi atención. Ya de pie, me acerco al amplio ventanal que domina por completo el ala principal de mi cuarto, y me resigno al sobrecogedor tedio de un nuevo día. No importa cuánto intente cambiar mi destino, siempre habré de despertar una vez más. Me dirijo con reacia parsimonia a la ducha, con vanas esperanzas de que el agua logre llevarse consigo la tribulación que cargo cual lastre desde hace exactamente cinco largos años. He tenido éxito en sacudírmela de los hombros por grandes períodos, pero esta lluvia parece regocijarse en el poder con el que cuenta para sumergirme en ella nuevamente.
Ya casi puedo ver el rostro extasiado de Harry cuando sepa con qué tendrá que lidiar hoy.
Salgo de la ducha y casi sin poder evitarlo contemplo mi propio rostro en el espejo; acto siguiente y, como cada mañana, me arrepiento profundamente de olvidar sistemáticamente quitarlo de la pared. Quizás el cristal tenga la fútil esperanza de que tras dos puñetazos certeros atizados contra sus antecesores, sea quien sobreviva en la pared triunfante por el resto de mis días (o por lo menos, los que han de venir de manera inmediata). Lo cierto es que por hoy prevalecerá; una extraña sensación me ha asaltado desde que abrí los ojos a esta gris mañana londinense y demandando toda mi dispersa atención, protege al espejo de otro final de momento pospuesto.
Qué más da, si no es más que otro día desprovisto de color en esto que llaman vida.
Me dirijo hacia el guardarropa y al tomar mi antigua aunque fiel camisa de seda blanca, no puedo evitar notar cuánto se ha fortalecido el demonio que se abre paso urentemente a través de la cara anterior de mi antebrazo, abrasándome la piel sin misericordia alguna, recordándome el estigma con el que he de cargar por el resto de mi existencia. Es que una vez que ha nacido contigo, su destino no es más que aquel de acompañarte hasta el ocaso, una espera que cada día ansío un poco más. Pero no me malinterpreten… Yo sólo quiero descansar. Estoy seguro de que podrán comprenderme.
Concluyo que cuánto más rápido de comienzo a mi día, más rápido llegará a su fin. Si hay algo de lo que he de jactarme, es que no importa cuánto me pese el alma, siempre habré de continuar. Y quizás, tal vez quizás, tenga algo que ver el hecho de que por más que intente recluirme, siempre estará Harry deseoso de tirar la puerta de mi morada abajo y arrastrarme hasta el Ministerio. Sí, esos son momentos en los que se refuerza mi convicción de que Potter ha sido y continuará siendo un fastidio ambulante.
Me dirijo escaleras abajo hasta el amplio comedor donde ya me espera el café negro de cada mañana, humeante y empañando otro de los grandes ventanales por el cual se cuelan a sus anchas los escasos rayos solares que logran vadear el vasto muro de nubes en el cielo inglés. Tres pisos por debajo de mis pies la gente se pasea apresuradamente bajo lo que pareciese ser una lluvia inminente, hacia su trabajo, hacia su rutina, hacia ninguna parte. La "gente". Casi puedo sentir a mis antepasados revolcarse en sus tumbas de sólo percibir el eco de ese pensamiento resonar en mi mente, pero lo cierto es que ya han pasado varios años desde que utilizase la palabra muggle para dirigirme a ellos. Creo que era sólo cuestión de tiempo para que cayese en la cuenta de lo inútil del adjetivo. Y más aún, de lo poco que me importaba toda la cuestión en absoluto.
Distante aunque certera, irrumpió en la calma sepulcral de la sala la campanada del reloj péndulo dando las siete. Retiré abatido la vista de la acera del Londres que comenzaba a ajetrearse con madres arrastrando a sus hijos hacia la escuela y hombres de negocios con almidonados trajes, y me dirigí hacia el piso inferior donde se erguía imponente mi chimenea esculpida en mármol italiano, uno de los ínfimos objetos que rescaté de la vieja mansión, iluminando plácida y tenuemente la sala de estar y entrada de mi hogar. Un sitio que permitía la entrada tanto al mundo mágico como al mundo "real", ya que justo frente a la misma se encontraba, quizás a manera de broma, la entrada principal con vista hacia el centro de Londres, pocas veces utilizada, y la mayoría de esas veces, resultando más una salida que una verdadera entrada. Tomando un puñado de polvos flú, avivé las lenguas de fuego que me envolvieron fugazmente y en cuestión de segundos me colocaron en el hall principal del Ministerio de la Magia, ya rebosante de gente. Deslicé mi mano a través de mi cabello y con algo de fastidio consideré que era hora de un corte. Con desgano me sumergí en aquel caudal de túnicas y sombreros sobrevolados por cientos de incontables memos abriéndose paso entre ellos, y me introduje en uno de los elevadores con destino a mi sector.
-Vaya, tus ojos sí que se ven particularmente rojos esta mañana.
Reconocí el timbre sardónico en aquella voz sin dificultad mientras descendía del elevador y me adentraba en el desierto y amplio pasillo. Era casi como escuchar la mía propia.
-Podría decirse lo mismo del dorado de los tuyos –repliqué con algo de sorna.
-Eso es porque me di el gusto de comer un bocadillo antes de venir a cumplir mis solemnes obligaciones para con el Ministerio.
-Más te vale que ese bocadillo haya tenido cuatro patas y no perfume de mujer -contesté con rigurosidad.
-Por supuesto –arguyó sonriente Damien, colocándome la mano complaciente sobre mi hombro derecho. –Siempre.
Lo miré con seriedad mientras caminábamos lado a lado a través del pasillo. Damien Valenti era quizás lo más cercano que yo podría tener a un amigo, tal vez por el hecho de que éramos tan parecidos que no cabía otra posibilidad. Y tal vez el hecho de que nos debíamos mutuamente la vida también tuviese algo que ver.
-De verdad espero que hayas dormido más de tres horas –dijo en tono casual, casi preocupado. –Tenemos un día bastante largo hoy.
-Funciono muy bien e incluso mejor que tú sin dormir –contrapuse con descaro.
-Puede ser –admitió con una media sonrisa melancólica. –Pero olvidas que yo no lo necesito.
Dirigí mi mirada hacia la suya, imitando su gesto. Continuamos caminando sin prisa, casi reticentes a llegar a destino.
-Te estás volviendo bastante hábil en bloquearme –dijo, con un dejo de fastidio en la voz.
-Hay lugares mucho más interesantes que mi mente –respondí algo divertido.
-Lo dudo. Ni creas que desistiré.
-Por supuesto que no –argüí conteniendo una sonrisa –Anímate, tienes tiempo de sobra para encontrar la entrada.
Soltó un corto suspiro a manera de respuesta. Si había algo con lo que él se hallaba familiarizado era el tiempo.
Damien era, tal y como deben intuir, un vampiro. O como a él le gusta llamarse, un "eterno caminante de la noche". Lo cierto es que jamás en sus 290 años de existencia se había sentido tan a gusto con su condición sobrenatural como en este siglo que transitamos, donde los vampiros parecen haberse reivindicado como criaturas incomprendidas, agonizantes y románticas, capaces de caminar en plena luz del día y enamorarse perdidamente de humanos ingenuos que claro está, niegan su presencia casi deseándola. Damien se había vuelto una especie de celebridad en los pasillos del Ministerio, y ciertamente un nuevo símbolo sexual que no cesaba de atraer miradas lujuriosas por parte de las mujeres que nos cruzaban. Sí, definitivamente estaba en su mejor momento, y eso me agradaba, tal vez por el hecho de que estando junto a mí, podía descansar de las miradas horadantes que día a día se posaban sobre mí.
-Tienes que admitir que esto es mejor que ser perseguido y quemado en la hoguera junto a tus antepasados –acotó, con una mirada divertida. Yo lo fulminé con la mía al instante –No es culpa mía si bajas tu guardia –se defendió algo temeroso al notar su descuido. O más bien el mío. No importaba cuánto se lo advirtiese, siempre hallaba la manera de inmiscuirse entre mis pensamientos, a pesar de lo bueno que me había vuelto en los últimos años para aislar mi mente de su irritante habilidad. Si había algo que todavía luchaba por proteger era aquello; constituía el único lugar donde todavía podía sentirme un poco más seguro.
Llegamos al final del pasillo, a la derecha del cual se abría imponente una de las escasas alas restringidas del edificio. El escudo del escuadrón de Aurors de Inglaterra se erigía sublime sobre la entrada de la misma; un silencio sepulcral reinaba.
-Otro excitante día en la morgue del Ministerio –soltó Damien con un chasquido de lengua.
-Buenos días a ti también Valenti –respondió socarrona una voz a mi izquierda –Siempre es bueno contar con tu optimismo.
-No le des importancia. Sabes cómo se pone cuando olvida su bolígrafo favorito para firmar autógrafos –aclaré con una seriedad que rayaba en lo absurdo.
-Comprendo. Debe ser sumamente desesperante caminar bajo su sombra.
-No te das una idea –asentí, con una sonrisa cómplice. El morocho de ojos verdes correspondió con otra sonrisa divertida, y ambos nos dimos la mano amistosamente a manera de saludo.
-Digan lo que quieran –se defendió el aludido, cruzándose de brazos. –Conozco ese pequeño problema… cómo es que le llaman? Ah sí, envidia.
Harry y yo nos miramos divertidos y en broma exasperados. Acto seguido comenzó a caminar hasta su oficina, induciéndonos a seguirlo.
-Y qué hay de nuevo Harry? Además de tu vida sexual en ascenso, claro está –acotó Damien, guiñándome un ojo divertido mientras caminábamos detrás de Potter.
-Cuántas veces debo pedirte que te mantengas fuera de mi cabeza, Damien? –respondió con un claro tono de reproche.
-Pero si no es necesario… Hasta un muggle parado en el Big Ben en este preciso momento podría dar cuenta de la marca en tu cuello.
No pude evitar soltar una ténue carcajada. Casi pude sentir a Harry enrojecer hasta su cicatriz de la vergüenza.
Contrólate, Damien –aconsejé con una media sonrisa desde mi interior.
-Bien, bien… - masculló algo aburrido al percibir mi advertencia.
Ingresamos finalmente al amplio despacho de Harry, quizás el más amplio de todos los de aquel sector. Brillantes y ostentosas condecoraciones colgaban de las paredes y reposaban sobre múltiples repisas. Una leve mueca se dibujo sobre mi rostro. Entrar en este lugar era casi como adentrarse en un museo. Supongo que es algo más que merecido cuando no puedes dejar de salvar al mundo; aunque el complejo de dios que acompaña a la condición sea un alto precio que pagar, Harry parecía arreglárselas bastante bien. Llevaba el cargo de Jefe de la división londinense de Aurors, como no podía ser de otra manera. Yo? Pues yo estaba bajo su mando. Sí. Yo también defendía el bienestar de la comunidad mágica, al contrario de lo que muchos (en especial, el mismo lado oscuro) hubiesen deseado. No obstante, Potter nunca quiso que yo estuviese bajo su mando, durante los primeros años intentó persuadirme para convertirme al mismo cargo que él, y así llevar el mando juntos. Creo que aún hasta el día de hoy intenta en vano lograr tal cometido. Supongo que es su manera de retribuirme los sacrificios que he realizado, en especial uno que todavía hoy intento dejar atrás. Pero eso es otra historia.
-Y qué hay de nuevo? –inquirí, ya presintiendo la respuesta.
-No mucho –admitió el ojiverde con decepción. –Me temo que seguimos estancados, y seguimos perdiendo gente.
-Ya has enviado casi a medio escuadrón a los bosques de Albania y nadie ha sido capaz de conseguirte un solo indicio de esos malnacidos? –exclamó Damien, visiblemente indignado.
-Pues no. Pero esas no son todas las malas noticias. Se han registrado hechos violentos en las afueras de Serbia y Montenegro, todos ocuparon las primeras planas de casi todos los periódicos muggle de Europa del Este.
-Eso no es bueno –acotó Damien inusualmente consternado.
-Era de esperar –agregué –siempre disfrutan de causar una gran escena. No les satisface destruir sin público.
-Ya te dije que no tiene sentido –dijo Damien de repente, sin duda respondiendo a alguna duda en la mente de Harry. –Nunca les interesó formar parte de los problemas del mundo mágico, y tampoco quieren enemistarse con el lado oscuro. Puedes imaginar lo que deben pensar de mí por formar parte de todo esto.
-Lo sé. Y sabes que te estoy agradecido por ello.
-Sin duda, tu altruismo y rebeldía nos encandila –comenté irónicamente. Él me respondió con una fugaz mirada de disgusto.
-Encandilo casi tanto como tu antebrazo derecho en esta particular mañana –retrucó mordaz, arrepintiéndose del comentario casi antes de finalizarlo. Sus ojos dorados destellando con visible aflicción.
Disculpa aceptada –susurré mentalmente.
-Draco…
-No es nada de qué preocuparse –me atajé veloz, ocultando el dejo vacilante en mi voz. –Sin embargo, no puedo hacer nada al respecto.
Harry asintió, quizás algo compungido. Lo cierto es que no era nada normal que mi brazo ardiera en llamas cada día, desde que el lado oscuro comenzó a hacerse presente nuevamente avanzando a toda velocidad por el continente, regando muerte y dolor tras de sí. Su avance era caprichoso, dejando falsos señuelos que confundían a los sabuesos del Ministerio de la Magia y los llevaba directo a su fin. No obstante se acercaban, casi como si estuvieran al acecho de algo, o más bien de alguien. Harry rompió una vez más el silencio.
-Creo que lo más sano para el escuadrón…
-O lo que queda de él –murmuró para sí Damien.
-… Será esperar –concluyó Harry, haciendo caso omiso del comentario de mi amigo. –No puedo darme el lujo de que continúen diezmando hechiceros que acuden casi a ciegas.
-Siempre queda una alternativa –acoté, con claras intenciones.
-No –su contestación fue de lo más rotunda. –Y no vuelvas a intentar mencionarlo.
Harry sabía tan bien como yo que lo que ellos buscaban estaba justo frente a él. Nunca sabré si su objetivo era protegerme realmente, pero intuía que jamás daría su brazo a torcer. Los mortífagos buscaban algo que perdieron o que más bien les fue arrebatado, su mejor arma, su carta ganadora. Podrá sonar narcisista, pero todos o casi todos en el Ministerio sabían que yo era lo que buscaban, lo que intentaban por todos los medios recuperar. En lo que a mí respecta, ir a su encuentro sonaba de lo más razonable, pero bien sabía que Harry lo impediría de cualquier manera. Aunque le costara su propia vida. Y tal vez, en el fondo, le estaba agradecido.
-Pues no podemos tan sólo esperar –respondí, cruzándome de brazos. –Se están moviendo hacia el norte, directo hacia nosotros.
-Lo sé –admitió Harry. –Pero no arremeteremos con todas las bajas que hemos tenido, es el momento de pedir refuerzos.
De esa manera dio por finalizada la conversación. O tal vez fue el hecho de que yo mismo me incorporé del sillón donde me hallaba; Damien me observó atento. Nos sumergimos en silencio por unos minutos, cada uno en sus pensamientos. Esta era la clase de momentos que a Damien le encantaban, pero el hecho de que los participantes fueran tal vez las únicas personas capaces de bloquearle la entrada a sus mentes, ciertamente le aguaba la fiesta. No obstante, se mantuvo interesado en mis movimientos. Por mi parte, dirigí una fugaz mirada a Harry. Con los años descubrí en él una persona muy de fiar, pero también muy entretenido de leer. Sin embargo, algo en sus cavilaciones me estremeció de una manera extraña, distinta, interesante. Apartó por unos momentos su mirada del gran ventanal a través del cual se podía contemplar parte de los jardines internos del edificio, y la dirigió, casi sin poder evitarlo, hacia la mía. Pude distinguir que acababa de tomar una decisión, una decisión que no era precisamente la que hubiese deseado, como si fuese un último recurso. Pero había algo más en su mirada que me intrigó. El brillo en sus ojos era extraño, era casi como si estuviese disculpándose conmigo por haber tenido que tomarla.
Aparté mi mirada de la suya finalmente, debatiéndome lo que acaba de presenciar. Si bien Harry y yo no éramos hermanos, sí nos habíamos convertido en buenos compañeros, y podía notar que lo que fuese que estuviese a punto de hacer no iba a complacerme exactamente. Decidí que por el momento lo mejor sería retirarme, y para evitar daños, llevarme a Damien conmigo. Aunque debo admitir que esta vez sí me hubiese agradado que hiciese uso de sus habilidades para inmiscuirse entre los pensamientos del ojiverde.
Me dirigí hacia la puerta del despacho, Damien imitó mi acción y se dispuso a seguirme.
-Draco –me llamó Harry, dubitativo. Al volverme encontré una vez más ese brillo intentando disculparse sin aparente motivo para mí. –… olvídalo.
Le respondí con una mirada interrogante, confundida.
-Sabes donde encontrarme… encontrarnos –me corregí, al sentir el carraspeo celoso del vampiro – si algo, cualquier cosa acontece.
-Por supuesto… los tendré al tanto.
Salimos nuevamente al pasillo, Damien flanqueándome.
-Sabes –comencé –deberías considerar seriamente en buscarte una novia. La gente empieza a mirarnos con ternura.
-Es envidia. Sabes que hacemos la mejor pareja de este Ministerio –respondió, casi coqueteando.
-Pues lamento desilusionarte, pero no quiero relaciones a largo plazo –continué la broma, esbozando una media sonrisa burlona.
-Me estás rompiendo el corazón, Draco Malfoy –contestó sumamente dolido y parpadeando rápida y ridículamente.
-Dios… necesito un trago –sentencié, abatido. –O por lo menos cafeína.
-Tienes que dejar de acostarte con la cafetera, te está arruinando –bromeó, señalando las bolsas que ornamentaban mis ojos. –Podría ayudarte… si me dejaras.
-Buen intento –contesté, introduciendo mis manos en mis bolsillos, y deteniéndome frente a una de las grandes ventanas que iluminaban el pasillo.
-Qué sucede? –inquirió. Mi silencio le indicó la inutilidad de su pregunta. –bien… Voy por un café.
Doble, por favor –solicité en mi mente.
-Eres increíble –arguyó indignado, una sonrisita se dibujó en mis labios. –Pero… supongo que es un avance.
Lo oí alejarse enfurruñado, mascullando en voz baja insultos por burlarme de su habilidad a mi gusto. Observé el cielo oscurecerse paulatinamente. Las nubes se arremolinaban con prisa; la lluvia, que había cesado durante un par de horas, era inminente una vez más. No pude evitar volver a cavilar acerca de la actitud de Harry hacía tan sólo algunos minutos atrás, la manera en que parecía arrepentido sin motivo alguno. Tal vez sí planeaba enviarme a la guarida del lobo, pero no sabía cómo decírmelo. Fuera lo que fuese, había logrado atraparme por completo; no lograba quitar las dudas en mi mente. En cierto modo, deseaba fervientemente enfrentarme a los fantasmas de un pasado no tan lejano, que seguían atormentándome. No necesitaba la autorización de Harry para actuar, pero algo en mi interior me impedía actuar de esa manera tan impulsiva. Tal vez fuese el hecho de que era uno de los pocos (sino el único) que había hecho posible mi estancia en el Ministerio, y mi cargo como Auror. Y quizás también el hecho de que deseaba acabarlos tanto como yo, y ambos bien sabíamos que no podía lograrlo sin mi ayuda. No había caso; nada lograría quitar esta nueva inquietud de mi cabeza. Como si no me costara ya bastante conciliar el sueño.
-Acerca de eso… deberías intentar un vaso de leche tibia, realmente ayuda –comentó Damien así como al pasar, apareciendo nuevamente a mi lado y ofreciéndome el café. Lo observé molesto. –No te atajes! No necesito leer tu mente para saber que algo te quita el sueño todas las noches. Mal que te pese, te conozco, Draco.
Estaba en lo cierto. No pude más que asentir en silencio, tomando el café. Él colocó su mano sobre mi hombro, en un intento de acompañarme en un dolor que ni yo mismo podía reconocer, un malestar etéreo pero sin duda presente, un vacío que parecía recrudecerse por las noches y envolverme con un perfume de mujer. Un perfume al que no podía, o mejor dicho, me negaba a atribuirle un rostro, porque el dolor que ardía en mí era demasiado cruel, demasiado vivo. Además, estos días no eran precisamente los mejores para dejarme envolver por las sombras cobardes que se deslizan en mi sueño. Harry y el escuadrón de Aurors entero me necesita, y lo menos que puedo hacer por ellos es dedicarme a hallar la manera de acabar con la escoria que me reclama y que no descansará hasta verme erguido entre sus filas.
El final del día me encontró en mi propia oficina, a solas. Después de algunas horas, Damien desistió finalmente de su intento de colarse entre mis pensamientos, y se retiró con la excusa de inmiscuirse en otras mentes menos complicadas de ingresar. Reposé mi cabeza en el respaldo de mi silla, y cerré los ojos por un momento. Sentía una presencia danzar en ella, enredándose caprichosa, captando toda mi atención. No recordaba la última vez que me había sentido de esta manera, o quizás sí, pero tenía la esperanza de que no volviese a ocurrir. Percibía el sonido de las gotas repiquetear en la ventana de mi oficina, mientras me sumergía lenta y progresivamente en la calma que dicho sonido me brindaba, una calma deshecha minutos después por pasos distantes acercándose, deteniéndose frente a mi puerta.
-Creo que podrías considerar finalizado tu día –mencionó una voz masculina a mis espaldas.
-Tú crees? –contesté, algo abatido, aún con los ojos cerrados.
-De nada me sirves así Draco –arguyó Harry acercándose parsimoniosamente. –No sé qué es lo que no te deja dormir por las noches, pero me atrevo a pensar que no te causa la más mínima gracia.
-Si te refieres al hecho de deambular como un zombie por mi apartamento, estás en lo cierto. –Se colocó frente a mí, y yo abrí los ojos con pereza. Una vez más su mirada hablaba, casi a gritos, a pesar de sus vanos esfuerzos por callarla. –Hay algo que quieras decirme?
Lo miré inquisitivo, casi abusando del poder de mi propia mirada para desarmarlo. El parpadeó y desvió su atención hacia la ventana; una mueca se plantó en mis labios.
-Qué te hace pensar en ello?
-Pues el sólo hecho de que me miras como si estuvieras a punto de clavarme un puñal por la espalda –le solté, con sinceridad. –No sé si te habrás percatado, pero tus ojos se la han pasado tratando de traicionarte.
Se acomodó sus lentes y se cruzó de brazos, con precaria indiferencia. Llevé ambas manos hacia mi cabello, despeinándolo con languidez, e intuí que nada iba a conseguir de él más que evasivas que sabía que a nada me llevarían. Lo cierto es que me hallaba súbitamente agotado de cavilar en mi propia incertidumbre, y decidí que lo mejor, al menos por este día, sería marcharme e intentar descansar.
-Te molesta si me marcho por hoy? –inquirí, rompiendo el silencio.
-En absoluto –contestó, dirigiéndome la mirada nuevamente. –No parece que vaya a haber mucho más que hacer por aquí, al menos para nosotros.
-De acuerdo. –me puse de pie lentamente, tomando mi abrigo. Me dirigí hacia la puerta de mi despacho. –Harry –lo llamé, antes de salir. El volteó hacia mí. –Mi oferta sigue en pie. Confío en que sabes a qué me refiero.
El negó con su cabeza, casi enfadado.
-Tendrás que quedarte con las ganas –sentenció seriamente.
Sonreí melancólicamente a manera de respuesta.
Salí hacia el pasillo, y caminé un largo trecho algo extrañado por no haberme topado con Damien en el transcurso. Por alguna extraña manera, el hecho me reconfortó. No me hallaba de humor para oírlo fanfarronear acerca de las los lujuriosos pensamientos que las hechiceras del Ministerio reservaban para él, y que eran música para sus oídos. Sólo deseaba llegar a mi departamento y vaciar mi mente, escapar por un rato. Miré hacia la inminente oscuridad de la noche; la cristalina lluvia parecía invitarme ansiosa a caminar bajo ella, y algo esperanzado de que ello lograse tranquilizarme, accedí a su capricho.
Colocándome la capucha de mi túnica, dejé el Ministerio por la discreta salida que se abría hacia el Londres muggle, las calles desiertas se desplegaban ante mí mientras la lluvia me cubría con su manto diáfano. Caminé sin prisa, alzando mi rostro de tanto en tanto, dejando que el agua se deslizase por él. Por algunos minutos, obtuve la calma que tanto necesitaba, la bocanada de aire fresco por la que mi pecho clamaba. Pero no pude ni siquiera retenerla lo suficiente como para disfrutarla, que ya mi mente se poblaba nuevamente de incertidumbre y sombras que se negaban a desaparecer. Qué podía ser tan terrible, tan trágico, que Harry no pudiese ocultarlo en su mirada? Si bien todos lo que lo conocemos sabemos lo perfectamente incapaz que ha sido y continuará siendo para ocultar sus sentimientos, esto debía de ser algo ciertamente trascendental, incoercible e inevitable. Me sentí verdaderamente impotente, lleno de una angustia demasiado grande al encontrarme una vez más en esta situación desconocida y sin salida, en la cual todo lo que podía hacer era esperar. Con un rápido ademán observé mi reloj: las seis menos cuarto. Traté de dilucidar qué rumbo tomaría mi noche, seguro en estos momentos de lo incapaz que sería de conciliar el sueño por la quinta noche consecutiva, ahora gracias a la semilla de inquietud que él había plantado entre mis pensamientos. La lluvia continuaba deslizándose por mi túnica suavemente, jugueteando entre sus pliegues. Traía consigo un aroma distinto, dulce… nuevo pero de antaño a la vez. Decididamente esta no era una tormenta cualquiera, lo había percibido desde el momento en que abrí los ojos esta mañana, pero no lograba descubrir aún el por qué.
Una cálida y extraña brisa me rozó la mejilla de repente; aún inmerso en mis cavilaciones, mi sexto sentido me hizo saber que no me encontraba solo. Me detuve lentamente, simulando disfrutar de la caricia del agua. Sabía perfectamente que era quizás el hechicero más buscado por el lado oscuro, pero también sabía que ninguno de ellos era tan predecible ni estúpido de arremeter contra mí en mi territorio. No, era alguien más. Pues bien, si querían un pedazo de mí, bien podían venir a por él.
Volteé lentamente, asiendo mi varita con firmeza y ocultándola de manera imperceptible en el interior de mi túnica; la cálida y embriagante brisa me besó nuevamente. De repente, me descubrí a mi mismo imaginando el rostro de aquel que ingenuamente venía a intentar asesinarme; imaginé tal vez el rostro de una rencorosa y dolida Pansy Parkinson en busca de venganza, o cualquier otra mortífaga deseando vengar su orgullo. Ideé hasta las facciones de mi propia madre, ahora un fantasma en mis pensamientos, reencarnada en el cuerpo de cualquier otra asesina al servicio de mi padre. Fantaseé con mil rostros diferentes… pero decididamente, el rostro que se irguió ante mí fue el último que hubiese esperado encontrar. Con una fuerza inusitada, mi corazón dio un brusco vuelco al descubrir bajo la lluvia un par de ojos color miel devolviéndome azoradamente la mirada.
