Sherry caminaba sigilosamente sobre la superficie húmeda del baño. Tenía miedo, y aunque de que no era muy demostrativa con sus emociones, no podía ocultar su temor en ese momento. Sus manos temblaban, y a pesar del vestido pesado que llevaba, sentía cómo su piel se erizaba más y más a medida que avanzaba lentamente.

El espejo que cubría toda una pared la hacía sentir más insegura. Cualquiera podría estarla observando y esperando para atacarla. Había atado al pesadísimo libro negro con encajes de sus medias alrededor de su pierna izquierda.

Repentinamente, Sherry escuchó un gemido. Se puso alerta de inmediato, y al pasar por la puerta de la que provenía el sonido, se alivió de ver que sólo era una pareja seguramente casual. Suspiró y decidió tener más en cuenta cada pequeño chirrido. No podía evitar sentirse observada. En un momento de desesperación, hasta miró hacia el techo, como esperando que un pesado espécimen cayera sobre su cabeza para matarla, como sabía que sucedería si no salía de ese lugar pronto, pero aún faltaban dos pisos hasta la puerta de salida y sus zapatos de tacón, más su extravagantemente innecesario vestuario le impedían moverse con más rapidez, soltura y sigilo.

Para su sorpresa, una puerta se abrió vertiginosamente y un brazo se extendió hasta tomarla e introducirla en ese pequeño cubículo.

—Eres tú—susurró la rubia, aún con su corazón latiendo desesperadamente. Kiyomaro asintió. La joven podía notar que la seguridad que había visto en él en sus encuentros anteriores, se había destrozado.

—Nos están buscando, creo que será el final. Muchos han muerto, no creo que tengan piedad con nosotros. —dijo el lector del libro rojo.

Cuando se quedaron callados, algo les indicó a ambos que quien fuera que los estaba buscando, no se encontraba muy lejos. Los jóvenes se miraron con consternación.

Kiyomaro sentía la boca seca, su respiración se aceleraba, y si no hubiese estado acompañado, casi se le habría ocurrido tomar el agua del retrete. Su sed lo impacientaba más, justo como le había pasado con el exceso de saliva que lo había atacado un momento antes. Algo oprimía sus órganos. Tanto él como Sherry sabían que de nada serviría salir corriendo del baño a trancazos y gritos, y de alguna manera, a ambos se les pasó por la mente el pensamiento de que era mejor morir juntos en ese lugar tan estrecho que solos en cualquier otro sitio. Por algún motivo, a los dos les aterraba la soledad.

—Tengo una idea—habló Sherry, de pronto.

La energía negativa se acercaba a ellos. El joven frente a ella temblaba y no podía disimularlo.

El frío que hacía un momento había envuelto a Sherry, se convirtió en el calor que suele atacar a aquellos que se encuentran en una situación extrema.

—No estoy segura de que…—en medio de la oración, pareció recordar algo, y se calló.

Kiyomaro no parecía coordinar las ideas. Sus ojos recorrían el foco de luz. En ese momento, la puerta de entrada del baño se abrió, y se escucharon unos pasos vacilantes.

El joven se subió al retrete. Sherry quiso protestar con el argumento de que si sus pies desaparecían de la superficie, sería todavía más sospechoso, pero la mano sudada de él le cubrió la boca, y la subió al retrete también. Ambos respiraban ruidosamente sin poderlo evitar.

La joven sentía cómo el corazón de su compañero latía desbocadamente en su espalda. La traspiración de Sherry se deslizó desde sus sienes hasta la mano de Kiyomaro, que aún se mantenía sobre sus labios, probablemente producto de su nerviosismo.

El encaje del vestido de la joven se adhería a su piel húmeda, al igual que su cabello. A él le pasaba lo mismo con su pelo.

La persona que se encontraba afuera se fue a los minutos, pero la sensación de que alguien los encontraría, no desaparecía.

Los gemidos de la chica que se encontraba sólo a dos puertas con su amante, el goteo de las canillas, y otros ruidos ficticios que la mente inventa cuando el temor la invade, le deshilachaban los nervios a los chicos.

— ¿Qué hay de tu idea?—balbuceó él.

Unas palpitaciones intensas los golpearon a los dos por igual, avisándoles que ya se encontraban cerca.

Sherry procedió a quitarse el vestido ante la mirada sorprendida de Kiyomaro, quien sólo se concentró en contemplar las ranuras de los azulejos.

Bajo las espesas capas de tela del vestido de la joven, ésta llevaba una falda más corta y un sostén de encaje blanco.

—Muy refinado—pensó Kiyomaro—justo como pensé—en ese momento se preguntó cuándo había pensado él en cómo sería la lencería de esa joven.

—Ya…no pongas esa cara. —dijo ella, mientras sentía que esa entidad que los perseguía se acercaba más y más.

Cuando un estruendo se escuchó, ambos parecieron palidecer.

—Rápido—dijo ella, e introdujo su vestido blanco en el excusado, arriba de éste, Kiyomaro puso su libro rojo, y sobre él el libro negro. Arriba de todo, pusieron la camisa del joven.

Unos pasos retumbaron, se abrió una puerta.

Los brazos de la joven envolvieron el cuello de Kiyomaro, acercándolo hacia ella. Él se sonrojó. No recordaba haber estado tan cerca de una chica.

Sherry humedeció sus labios, y luego cerró la distancia que la separaba de su compañía. Los ojos del chico se extendieron ampliamente. Sentía que un extraño calor le quemaba las mejillas.

—Este es mi primer beso—pensó mirando a Sherry, quien cerraba sus ojos a la vez que profundizaba aquel beso. Entonces, Kiyomaro decidió cerrar los suyos también para saborear esa sensación más a fondo.

Una vez que se hubieron separado, ella se acercó más al joven, hasta que la cabeza de éste descansó sobre su hombro. Sherry sentía la calidez que transmitía la respiración agitada de él en su cuello, y comenzó a experimentar un extraño cosquilleo en su abdomen. Se preguntaba si él sentía lo mismo, pero sabía bien que no tenía tiempo de preocuparse por eso.

Una presencia poco positiva se acercaba a ellos.

Una puerta se abrió. La joven que Sherry había visto antes, y su acompañante, dieron un grito. Fue entonces cuando Belmont envolvió las caderas de Kiyo con sus piernas blancas.

Él se quedó paralizado. No podía entender bien qué estaba sucediendo, ni por qué Sherry reaccionaba así de pronto. La posición que ella había adoptado daba mucho que pensar.

Cruzaron una mirada intensa, luego ahondaron un beso. En ese preciso instante, la puerta se abrió. Kiyomaro y su curiosidad, intentaron mirar hacia la figura que se erguía cerca, pero Sherry posó su mano sobre la nuca del sujeto del libro rojo, y lo obligó a permanecer cerca de sus pechos.

— ¿Y bien?—una voz rasposa habló del otro lado.

—Es sólo otra pareja. —dijo el otro. Fue entonces cuando Kiyo notó que los estaban rodeando.