Algo que tienen que saber antes de leer: Esta historia es post-3x23, con la excepción de que Barry no quedó atrapado en la Fuerza de Velocidad. Todo lo demás será aclarado mientras leen, me parece. Es un two-shot, espero que lo disfruten ;)
Como una pequeña nota personal: Si son de las personas a las que les gusta leer con música, les sugiero en esta parte acompañar la lectura con: Bruises, de Lewis Capaldi; Oceans, de Seafret; y Carry you, de Ruelle ft. Fleurie.
Aún podía sentir su ausencia lastimándolo como si alguien le hubiera atravesado el pecho con un cuchillo. Era un dolor con el que había aprendido a vivir desde el momento en que abría sus ojos hasta que los cerraba en la noche. Los pensamientos lo dejaban solo en la oscuridad solo porque Cisco le había permitido —después de rogarle por semanas, y que su mal aspecto ayudara para convencerlo— usar a uno de los metahumanos que tenían en la tubería; tenía el poder de inducir un sueño pacífico lleno de recuerdos que la mayor parte del tiempo eran buenos, y Barry vio su oportunidad ahí.
Siempre... cada noche, soñaba con ella, y eso se convertía en una pesadilla cuando despertaba; los recuerdos, las fantasías aún en su memoria como si acabaran de abrirle una herida. Sin embargo, seguía siendo la mejor manera de recordarla, sin importar cuán doloroso se tornara algunas veces. Era un recordatorio amable del sonido de su voz, lo brillante de su sonrisa y su olor a químicos y algo floral.
Él no quería olvidar. No podía permitirse hacerlo. Y si tenía que sufrir en el proceso, lo merecía.
Suspiró cuando encontró la mirada llena de decepción de su mejor amiga en él.
—¿Qué? —espetó el velocista, de manera abrupta. No quiso sonar tan brusco, pero no lo pudo evitar y no pensaba disculparse en su peor día.
Odiaba que aquella se hubiera convertido en la manera en la que la gente lo miraba todo el tiempo. Desde que rompió el compromiso con la mujer sentada frente a él, todos parecían juzgarlo por la decisión. No era su culpa —tampoco la de ella—, y aunque lamentaba haberse dado cuenta muy tarde, no iba a casarse con una mujer a la que no le pertenecía su corazón. Se dio cuenta muy tarde que solo le guardaba el cariño que le tendría a una hermana, y así eran más simples las cosas. Siguiendo a su corazón, no lo que un estúpido periódico futurista decía. Iris lo entendió y, después de semanas, lograron regresar a la dinámica anterior de su amistad.
Eso no significaba que todo estaba bien. Había errores que no podía borrar, tropiezos que no podía corregir. Un ejemplo de ello era haberse dado cuenta demasiado tarde de sus sentimientos por una mujer que lo abandonó.
No, era injusto ponerlo de esa manera. Ella no hizo tal cosa, solo se marchó para encontrarse a sí misma lejos de él y su equipo, y lo hizo con todo el derecho del mundo. Todos se habían comportado como idiotas desde que se enteraron de sus poderes, deseando traerla de vuelta cuando Killer Frost tomaba control de su cuerpo, y empujándola al límite cuando era Caitlin Snow.
Trató de encontrarla, tantas y tantas veces. Pero nunca pudo culparla por no regresar en lo que le pareció una eternidad —Cisco aún insistía que no había pasado más de un año, pero, hey, era un velocista y su sentido del tiempo no era confiable, no cuando se trataba de esa clase de cosas — al menos no después de todo lo que había pasado.
—Estás haciéndolo otra vez —Iris dijo, señalándolo de manera acusadora con un dedo, después de sacarlo de sus pensamientos.
—¿Qué cosa? —exigió, tratando de sonar irritado, pero fallando de manera miserable. Solo parecía cansado. Lo usual era solo estar triste y que su mente diera un paseo a miles de kilómetros de donde debería estar; mas él sabía por qué ella estaba ahí, y no pudo encontrar otra manera de comportarse.
—No estás viviendo tu vida, Bar —murmuró, suspirando para mirar a otro lado—. Sé que ya no estamos juntos, pero eso no significa que no me preocupe por ti. Todos lo hacemos, y estamos cansados de verte... así. Hablé con Cisco esta mañana y...
—¿Qué fue lo que te dijo? —la interrumpió él, analizándola con los ojos entrecerrados.
—Nada que no supiera ya. Está de acuerdo conmigo en que deberías de dejar de usar al metahumano; no puedes seguir usando a una persona para tus propios beneficios. ¿Sabes lo que Caitlin diría si...?
—No digas su nombre —advirtió con los ojos cerrados, frotándose la frente en un intento por relajarse un poco; no quería explotar, nadie se merecía una ira que solo estaba dirigida a sí mismo. Su voz fue más suave cuando volvió a hablar—. Solo... por favor, no.
Si había algo que odiara más que todo lo que le había hecho a la persona más importante en su vida para que decidiera marcharse, era que dijeran su nombre. Solo se lo permitía a Cisco sin explotar, sabiendo que él la extrañaba casi tanto como él.
—Está bien —le concedió su mejor amiga—. Pero estoy hablando en serio. Tal vez tú puedas sanar rápido, pero Cisco dice que el meta ha decaído mucho en las últimas dos semanas. Su cuerpo no aguantará si sigues usándolo como hasta ahora. Morirá, Barry, y sé que tú no quieres eso.
—Sí, es como mi almohada personal, no querramos que se arruine —intentó bromear, pero sonó sombrío. Sabía que las razones para mantenerlo con vida iban más allá de eso: pese a su pésimo estado de ánimo y el aspecto descuidado, seguía siendo el guardián de las personas que habitaban la ciudad. Antes de que Iris tuviera la oportunidad de regañarlo más, continuó—: Lo siento, sé que están en lo correcto... Es solo que... no sé. Ustedes no entienden.
—Entiendo más de lo que puedes imaginar. Aún recuerdo cómo fue cuando Eddie murió, y tuve...
—Ella no está muerta. —La sola idea colgando en el aire, lo hacía sentirse mareado, y no podía negar que lo había llegado a pensar más de una vez, dejando que el viento eliminara el pensamiento tan pronto como llegaba. No podía haber muerto, y él no podía permitirse pensar de esa manera.
Iris apretó los labios en una línea fina, en desaprobación a su comportamiento.
—No lo sabes. Tal vez esa es la razón por la que no ha regresado. De otra manera...
—No... Ni se te ocurra decirlo. Ella está viva —estableció con vehemencia, antes de sacudir la cabeza casi de manera imperceptible para esconder su rostro con sus manos—. Y tú... ¿Podrías solo... dejarme solo? Es martes. Por favor.
Ella cerró los ojos, suspirando una vez más antes de asentir con la cabeza. Nadie sabía por qué los martes eran tan dolorosos para él, pero ese era el día en el que se permitía tener más debilidad. Era humano, después de todo, y le gustaba sentir algo de dolor para sentirse vivo. Iba a Jitters y pedía el café favorito de Caitlin, esperando que algo imposible pasara mientras lo bebía; algo bueno, como ella entrando por la puerta de la cafetería o él recibiendo una llamada de Cisco diciéndole que su amiga se encontraba en el Córtex preguntando dónde estaba. Seguiría tomando sorbos de su bebida mientras trataba de visualizarla sentada frente a él, sonriéndole, hablando de sus poderes, de sus aventuras o solo de lo que había tenido que hacer para salvar el día... cualquier cosa que cruzara su mente. Algunas veces, hacía su día más fácil; otras, la complicaba de manera eficiente.
Cuando apartó las manos de su cara y volvió a abrir los ojos, suspiró con alivio cuando se encontró solo en la mesa, sabiendo que su mejor amiga había respetado su deseo por algo de soledad —no era que no tuviera suficiente ya, alejado de todos, pero ¿qué se le iba a hacer?
Comenzó a observar de manera ausente la vista que había afuera del establecimiento. Otro día—tal vez en otro año, o durante otra vida—, habría amado la vista del atardecer. Sin embargo, aquel era otro Barry, y esos días se veían muy lejanos. Había pasado mucho. Reverse Flash, Zoom, Savitar. En su lugar, sonrió de manera triste, sabiendo que la parte favorita del día para ella era el amanecer, cuando la oscuridad cambiaba por hermosos y suaves colores.
Algo hermoso pasó mientras pensaba en ella, el momento en el que los colores se transformaron en oscuridad. Fue una de las cosas más raras que había presenciado en su vida, y eso ya era decir mucho siendo un científico forense en una ciudad llena de humanos con poderes y un super-héroe la otra mitad del tiempo. Parpadeó varias veces, tratando de descubrir qué estaba pasando con el ceño fruncido, mientras cambiaba un poco su posición en la mesa para tomar su teléfono y llamar a Cisco. Tal vez Iris había tenido razón: usar al meta por sus razones egoístas estaba mal y ahora estaba teniendo efectos secundarios.
Pero entonces se dio cuenta de otra cosa: él no era el único notando lo que estaba pasando. A su izquierda, una pareja joven estaba compartiendo sonrisas, manos en el aire, fascinados por lo que veían; claro, saber que estaban hechos el uno para el otro debía ser increíble.
La voz de su madre llenó sus oídos antes de que pudiera evitar el recuerdo. La memoria se lo tragó vivo: luces apagadas, un susurro suave, su vieja habitación meses antes del asesinato de la mujer que había sido una gran parte de todo lo que tenía.
Cuando era pequeño, hubo un fenómeno similar. Después del atardecer, una especie de hilo rojo apareció enredado en los meñiques de todos, incluyendo a sus padres. Les preguntó sobre ello, y su madre le contó esa misma noche una historia sobre almas gemelas, hilos rojos y un amor que dura hasta el último aliento.
Quiso reír de manera amarga ante la idea, incluso si al mismo tiempo —pensar sobre su niñez y padres que lo amaron incondicionalmente— le dejó una especie de calor en el cuerpo. Un dolor punzante del que no se quería deshacer.
Barry recordaba creer en esa clase de amores, que duran toda la vida y que no te permiten amar a alguien más. Pensó que el amor que compartía con Iris era de esa clase, pero se dio cuenta que no era así demasiado tarde. Ella no lo entendía ni amaba cada parte de él, por más complicado que fuera; y, por más que quisiera decir lo contrario, él estaba en la misma sensación de limbo con ella.
Y sobre Caitlin —la mujer que había amado de verdad, aquella con la que soñaba todas las noches y por la que pasaba suspirando todos los días—, bueno, con ella fue un estúpido y solo se dio cuenta de sus sentimientos cuando todo el mundo se detuvo después de que ella dijera que quería que la dejaran ir. Aquello lo dejó demasiado roto como para pensar en estar con alguien más. No solo por el hecho de que lo había abandonado, sino porque sabía cuán imbécil había sido con ella cuando más lo necesitaba, y no se dio cuenta a tiempo.
Estuvo ocupado tratando de jugar su parte en una relación que no estaba destinada a durar, ocupado tratando de salvar a alguien de una muerte que parecía inevitable, y no pudo verla deslizándose entre sus dedos.
Se frotó la cara con la mano en frustración, intentando borrar de su mente que estaba en esa situación por sus decisiones impulsivas, desde Flashpoint hasta Savitar. Como fuera, aquella acción solo hizo que notara el hilo del mismo color que su traje en su meñique. Lo miró con atención, antes de suspirar y tratar de ignorar los siguientes quince minutos que tardó en terminar el café favorito de Caitlin —aunque hubiese perdido el calor mucho tiempo atrás—, pero las preguntas que se estaban construyendo en su cabeza ya lo estaban volviendo loco para ese momento.
¿Qué pasaría si iba y seguía aquella cosa en un último y desesperado intento por encontrarla y se ve a sí mismo frente a otra chica en su lugar? ¿Qué le diría si ese es el caso? ¿«Lo siento, amé a alguien antes de ti y no podré amarte de la misma manera porque no eres ella»? Aquello no era algo que haría un caballero. Aunque tampoco todas esas veces que él se encargó de decepcionarla sin esforzarse.
No había oportunidad de que ella fuera su alma gemela, además. ¿Cómo podría serlo después de todas las cosas que hizo? Él claramente le pertenecía —incluso si Caitlin no lo quería así, incluso antes de ver el hilo rojo, desde el momento en el que despertó del coma—, pero ella merecía algo mucho mejor que él. Merecía un final feliz. El final feliz que habría tenido con Ronnie de no ser por sus errores.
Tal vez los eventos del año pasado la habían llevado hasta Julian cuando él había estado distraído. Quizás, en aquellos momentos, se encontraba con el hombre que lo había odiado en algún punto cuando trabajaban en la CCPD —y Barry no quería saber si ese era el caso; en serio, solo necesitaba saber que estaba bien— buscando ser feliz. No estaba seguro de que, después de todo el dolor que había soportado los últimos dos años, pudiera soportar un golpe más al descubrir algo parecido.
Lo aceptaría, por supuesto, pero eso no evitaría que su corazón se rompiera en más pedazos y los restos se quedaran con ella. No, aquello no era cierto. Caitlin ya se había llevado su corazón en el momento en el que caminó lejos de él.
Además, ¿qué derecho tenía él para arruinarle la vida una y otra vez?
Aunque había otra clase de «¿que pasaría si...?» que quiso explorar desde el momento en el que la conoció. ¿Qué pasaría si ella realmente estaba ligada a él? ¿Y si aquella era la única manera de encontrarla, la última oportunidad que le quedaba? Él iba a tomarla. Y si la encontraba, y ella lo odiaba con todas sus fuerzas..., bueno, no podría culparla. Pero al menos podría saber con seguridad que estaba bien y dejaría de preocuparse tanto...
Ay, la idea llegó a él como si fuera algo sencillo de cumplir. Si algo le habían enseñado los años anteriores era que nada nunca lo era. Y si ella decidía que quería darle una segunda oportunidad para enmendar todo lo que hizo mal en el pasado... No, no podía pensar de esa manera. Solo rompería sus esperanzas si la línea que seguían sus pensamientos iba por ese camino y al final todo terminaba siendo una esperanza rota.
Quería creer, quería aferrarse a algo. No se había permitido hacer eso en mucho tiempo, no podía creer que fuera real. Incluso si era una fantasía o un sueño, ¿por qué no podía dejar de pensar que todo se desvanecería entre sus dedos como todo lo bueno que había tenido antes?
No podría tomar un callejón sin salida. La batalla de «tal vez» que había en su cabeza le ganó a sus miedos. Si había una oportunidad, por más pequeña que fuera, de verla otra vez, él iba a tomarla. Era así de simple. Dudaba poder dejarla otra vez, pero lo haría si ella se lo pedía. Si ella lo empujaba, él iba a retroceder.
Corrió tan rápido como pudo, después de salir de Jitters a una velocidad normal. No supo cuánto tiempo estuvo corriendo cuando se detuvo sin aliento en una ciudad llena de luces. Se suponía que la primavera estaba entrando ya, pero aún podía sentir el frío del invierno que lo estaba abandonando. Los colores en el cielo ya no estaban, la oscuridad solo era obstaculizada por las luces en los edificios cercanos y algunos anuncios que se encontró en el caminó al que el hilo lo guiaba. Sintió que se trataba de algo más importante, algo que lo estaba jalando en cierta dirección como si fuera un imán siendo empujado por el magnetismo; estaba seguro que el hilo de los cuentos que le había contado su madre alguna vez no poseían aquel poder. Una brisa golpeó su piel cuando se escondió en un callejón para cambiarse; cuando salió, escondió sus manos en los bolsillos de su pantalón, preguntándose si la ciudad pertenecía a otra zona horaria o era de un clima demasiado frío.
Suspiró, caminando de manera solitaria a través de la multitud. Era una hora muy transitada, la gente pasaba a su lado con prisa, mas él trató de permanecer calmado, intentando calmar los golpes acelerados de su corazón dentro de su pecho.
Supo que estaba cerca. No tenía idea de cómo, pero podía sentirlo. El dolor disminuyendo con cada paso que daba siguiendo al hilo rojo que llevaba atado en el meñique, cada vez que sentía una energía electrizante empujándolo en la misma dirección. Tenía la garganta seca, y ojos atentos en espera a encontrar algo... mejor dicho, alguien.
Tuvo que contener el aliento cuando, veinte minutos después, se encontró frente a un bar. No, no un bar. Parecía en parte restaurante y se veía mucho más elegante que uno de esos. Aún tenía la oportunidad de marcharse. Retroceder los pasos que había dado hasta aquel lugar sonaba tentador, ¿pero qué le esperaba en casa? La normalidad no iba con él, la tristeza lo consumía, y la preocupación rara vez lo dejaba tranquilo. Encerrar metahumanos, resolver casos, salvar gente, y...
Inhaló profundamente antes de abrir la puerta para entrar; no había parpadeado más de dos veces cuando la decisión estuvo hecha. Lo que estuviera esperándolo adentro no podía ser peor que la agonía con la que tenía que vivir de regreso a casa, actuando como un robot, tratando de no herirse estando en el campo de batalla porque no habría nadie para regañarlo por ser insensato. Además, él sabía, en lo profundo de su pecho, en su corazón, que si Caitlin no estaba ahí, huiría una vez más y jamás dejaría de correr.
Dejó su mirada pasar sobre las personas que se hallaban en el lugar, tratando de encontrar algo familiar. Se sentó en un taburete en una barra de bebidas, suspirando cuando notó su siguiente obstáculo: había demasiada gente. Usar su velocidad estaba fuera de las opciones para hacer su búsqueda menos complicada, más rápida. Sería sospechoso si una brisa pasara entre la gente mientras las puertas estaban cerradas, así que tendría que hacer una misión de reconocimiento a la antigua. Probar que las lecciones que Oliver le había estado durante los últimos años eran útiles.
Le pidió a uno de los hombres atendiendo la barra algo fuerte —aún sabiendo que no podría emborracharse— antes de recorrer el lugar; sus ojos barriendo hasta el último rincón en su búsqueda. Era demasiado amplio: dos pisos y gente aquí y allá. En el de abajo todos estaban apretujados, la mayoría en la pista de baile y en el segundo todo se notaba mil veces más tranquilo. Estuvo por darse por vencido en su segunda vuelta inspeccionando cuando escuchó una familiar voz.
—... acerca de ello también, Oliver, pero no podré regresar a Star City ni siquiera si me voy ahora; y tú sabes que yo realmente, realmente te amo, así que no tiene que importarte si somos almas gemelas o... —Hubo una larga pausa que le hizo preguntarse si no lo habría visto ya; estaba congelado en su lugar, sin poder moverse. Sin embargo, Felicity solo se rio—. Amor, no hay manera de que esté aquí para conocer a alguien, deja de ser paranoico. —Hubo otra pausa, y Barry pudo visualizarla rodando los ojos—. Ya lo hemos discutido varias veces: no puedo decirte. —La sonrisa fue evidente en su voz cuando volvió a hablar—. Ahora sabes cómo se siente que el amor de tu vida esconda algo de ti, así que tienes un poco de tu propia medicina. Mmhmm, adiós, te veré en un par de días; hay algo que quiere decirme, y tendré que quedarme en Bludhaven un poco más. Tendré cuidado, como siempre. Te amo.
Así que estaban en Bludhaven. El cerebro de Barry no pudo absorber nada excepto la ubicación y la persona que se encontraba a unos cuantos pasos de él, y tuvo que darse la vuelta casi de inmediato antes de que lo reconociera. Años atrás, él y Felicity habían acordado que, incluso si eran perfectos para el otro y compartían gustos y pasiones, no tenían lo suficiente para hacer que una relación funcionara. No solo había factores como la distancia entre los dos, eran muchas cosas más. Estaba el mismo motivo por el que rompió con Patty y no luchó para que se quedara: eran demasiado similares y aquello significaba que no podrían funcionar debido a ello. E, incluso si él ya no estaba cegado en la ilusión de un amor que nunca iba a hacerlo feliz, ella tenía a Oliver Queen. Y aunque ese no fuera el caso, ella y él... No. No podía conjurar esa imagen en su imaginación. Ella solo era una buena amiga. La única —además de Cisco— que estaba convencida de que la razón por la que Caitlin no volvía era porque necesitaba más tiempo para sí misma. La única que no lo juzgaba.
Su teléfono comenzó a vibrar en uno de sus bolsillos casi después de que Felicity terminara la llamada. Se preocupó por un segundo, pero entonces Cisco empezó a hablar en el momento que contestó.
—¡Por fin contestas! He estado tratando de llamarte desde que pasó la cosa rara... Casi hora y media. ¿Dónde estás? Por favor, no... Por favor, dime que no estás allá afuera tratando de encontrarla.
—Eso es lo que estaba haciendo —contestó, sintiéndose culpable, sonando ligeramente decepcionado por su fracaso.
—Barry... —su amigo comenzó con el tono al que se había acostumbrado a escuchar mucho dirigido hacia él los últimos meses—. La posibilidad de que ella no sea...
—Lo sé —lo interrumpió. No necesitaba un recordatorio de las escasas probabilidades que había tenido antes de que un enorme muro lo detuviera de manera tan abrupta—. Pero tenía que tratar. Te llamaré después, ¿está bien?
Colgó sin esperar una respuesta. Tomó una respiración profunda que no pudo mantenerlo calmado. Si iba y hablaba con Felicity, las cosas solo terminarían llenándose de incomodidad, y no quería arriesgarse a aquello. Estaba listo para marcharse, había sido demasiado por una noche. Una muy decepcionante, después de todo lo que había esperado encontrar, pese a haber negado tener expectativas sobre lo que podría suceder. Se giró en sus talones para marcharse, y entonces...
Supo que había hablado demasiado rápido cuando —como el hombre con dos pies izquierdos que era— su cuerpo colisionó con el de alguien más. La decepcionante y triste noche que estaba teniendo se convirtió en algo brillante, incluso en la oscuridad. Se obligó a parpadear múltiples veces para convencerse a sí mismo de que no era otro sueño inducido por el metahumano que tenía encerrado en la tubería... ya que no recordaba haber ido ahí, en primer lugar.
Se dio cuenta de que sus parpadeos fueron a una velocidad anormal cuando la chica en frente de él no se movió: estaba mirando abajo, probablemente para verificar que no se había derramado nada del líquido que aún llevaba en las manos. No importaba que no la tuviera a la vista por completo; notó sin esfuerzo su postura, tan familiar para él como la palma de su mano.
La última vez que la vio, tenía el cabello de un rubio blanquecino, labios rojos y había estado vestida en un atuendo de color negro que resaltaba su palidez. Todos tenían una definición para perfección. La suya era Caitlin Snow, no importaba qué versión fuera aquella.
Ignoró todo lo que había a su alrededor. El ruido se convirtió en un zumbido en el fondo de su mente, justo como todos —y todo— lo que no fuera ella. Sintió que iba a desmayarse por la manera en la que estaba conteniendo el aliento, y no pudo recordar dónde había estado Felicity solo unos segundos atrás. Dios, ¿podría recordar cómo respirar antes de que algo más sucediera?
Todo por lo que podía preocuparse era ella. Todo lo que se repetía en su cabeza como un mantra era «ella está aquí». Todo lo que podía ver, lo que podía pensar... Dios, cuánto la había extrañado.
Sus rizos color caramelo eran más largos de lo que habían sido alguna vez, cayendo sobre sus hombros de manera distraída hasta alcanzar su cintura. Llevaba puesto un vestido azul —y, maldita sea, el rojo dejó de ser su color favorito en ese momento— que le llegaba por debajo de las rodillas, pero no era tan recatado como lo que solía usar en el pasado. Si había pensado que de esa manera no llamaría la atención, había estado muy equivocada. Aunque Barry supo que no importaba qué estuviera usando, él aún la creería hermosa sin maquillaje y con pijama.
Sus labios eran de un suave color de rosa, un poco más oscuro que el de sus mejillas. Justo como la Caitlin que él recordaba. Y sus ojos eran del mismo cálido café que habían estado perseguiéndolo en sus sueños.
Lo último que notó fue que el hilo que había en su dedo la llevaba en dirección a él.
La disculpa que ella había estado a punto de soltar en su dirección, murió en sus labios, que se juntaron en una fina línea cuando Caitlin lo reconoció. Pudo ver la batalla interior en sus ojos, el pequeño temblor de su boca y...
—¿Barry? —ella preguntó, sonando tan sorprendida como él se sentía. El sonido de su voz despertó algo en su pecho y se permitió poder respirar una vez más—. ¿Qué estás haciendo aquí?
No pudo abrir la boca por lo que parecieron horas, tratando de aceptar que no estaba en un sueño, que ella estaba ahí, de verdad, al alcance de su mano. Estaba congelado... No, estaba temblando. Y le tomó todo su autocontrol para no hacerlo a una velocidad inhumana.
—Estaba buscándote. —Él permitió que el miedo y la desesperanza que había estado sintiendo desde su partida saliera con cada palabra, antes de mirarla con detenimiento una vez más.
Ella se encontraba ahí, frente a él.
Y eso era todo lo que importaba.
