- Sophie… Sophie…

Hermione preguntaba a lo alto, asomando la cabeza en cada cuarto por el que pasaba, llevando un par de zapatitos rojos en mano.

- Sophie… ¿Qué te he dicho de caminar descalza?

Esa niña y su manía por tener siempre sus piecitos desnudos… de antemano sabía que eso entraba dentro de una lista larga de cualidades heredadas…

Recorriendo cada recoveco en donde a aquella niña le encantaba esconderse a hojear sus coloridos libros, Hermione buscaba y llamaba, sin obtener respuesta alguna y evitando por todos los medios usar un hechizo rastreador para ubicarla.

También sabía que esa rutina de 'búsqueda y encuentra' se había convertido hace tiempo, en un juego para la niña tan pronto como había aprendido a caminar.

Ahora, no podía negar que disfrutaba aquel juego, si bien a veces tenia cientos de cosas en la cabeza y actividades por hacer, jamás dejaba de hacer tan divertida búsqueda, recibiendo al final como recompensa un cariñoso abrazo.

En un principio, cuando la niña recién adquirió la primera 'independencia infantil' al aprender a caminar, Hermione la alentaba a que estuviera la mayor parte del tiempo a su lado y por supuesto que no estaba de acuerdo con el pseudo-distanciamiento de la misma, quien en un solo día quería conocer todo del mundo.

Más aún cuando las habilidades mágicas de la niña brotaban de forma tan natural como espontánea. Hermione se sentía orgullosa de eso, sin embargo en esta nueva vida no se podía dar el lujo de ser descubierta, sabía que mantenía sus habilidades propias y las de la niña al margen por su seguridad.

Si bien controlarse a sí misma era fácil, controlarla a ella era sumamente difícil, ya que poseía una capacidad impresionante, que le recordaba cada minuto, que por supuesto aquella habilidad también era heredada…

Hace años, cuando estaba en el limbo, poco después de aquellos personales "tiempos oscuros" los llamaba, pensó que si bien quería seguir a la deriva sola podría hacerlo, finalmente era su vida y con ella misma podía acabar si quería. 'Él' ya había pisoteado su vida, su voluntad y coraje, así que no le quedaba mucho por terminar.

De menos estaba el hecho, recién descubierto de que tenía compañía y en ese momento desconocía que iba a hacer con el respectivo 'asunto', el cual tomaba como el menor de los males.

Pensó muchas posibilidades, las cuales le llevaban al mismo final: olvidar todo y desparecer de esta vida.

Tras días y semanas de castigarse a sí misma, auto flagelándose con recuerdos y memorias, se exigió en un muy corto lapso a decidir su futuro o lo decidiría una buena dosis de "filtro de muerto en vida".

Así que, tras un mar de llanto y la cabeza y alma hecha trizas, se obligó a recoger las moronas de amor propio que le quedaban, extrayéndolas de los más hundidos recovecos de su alma y decidió.

Si, desaparición y olvido. Pero de una forma peculiar: un auto exilio del mundo mágico.

Un autoexilio en el que a corto plazo decidiría si liberarse de este mundo por medio de la muerte como frecuentemente pensaba o seguir adelante con la demacrada vida que fuese formando, así también pensaría que hacer con aquella compañía que desde ese momento la acompañaría hasta su decisión.

A la primera idea de cómo lograr tal objetivo le dio pie, no era nueva si no que le venía rondando en la cabeza ya por muchos años, incluso en algún momento había sido un 'plan de vida de una pareja perfecta' que por supuesto no fue tal cosa.

Así fue directamente a Gringotts y pidió un sustancioso préstamo, con el que rentó en los suburbios muggles de Londres una pequeña casa vieja y pintoresca, en la que improvisadamente montó una pequeña tienda de antigüedades, con alguna minuciosa selección del mar de cosas que heredó de su abuelo.

No se despidió de sus amigos. Creía que ella misma tenía la culpa de haberlos distanciado, a Harry, a Ginny, a Luna, Neville, incluso a Ron, ella los había alejado con sus propias acciones.

Aunque nunca, en todo ese tiempo de malas decisiones, dejo de recibir someramente alguna nota de Harry preguntado cómo estaba. Por eso, solo tuvo el gesto de enviarle una sola nota con lechuza a Harry, la última que haría por este medio. Sentía que le debía algo y desaparecer sin más no dejando rastro alguno, no era una forma de pagarlo. La escueta nota en una sola frase decía:

"Gracias por estos años. Estaré bien.

Hermione"

Meses después de poner en marcha su plan, sorprendentemente la tienda iba de maravilla, tanto que en un par de meses pagó el préstamo que había solicitado al banco mágico. Lo que la liberaba de su última conexión con el mundo mágico.

¿Sería que su vida iba a mejorar y no ser un remiendo de supervivencia?, en este flujo de buenaventura decidió que hacer con su compañía: quedarse con ella.

Saliendo de sus pensamientos, pudo escuchar al fondo aquella risueña voz que entre murmullos y cuchicheos soltaba una que otra carcajada. '¡Ahí estas pequeña!' pensó y tranquilamente caminó hacia el origen de aquella risilla traviesa, la tienda en la planta baja de la casa.

-¡Otra vez! ¡Hazlo otra vez!

Escuchó decía la niña a lo lejos y ahora ¿Con quién estaría? eran apenas las 2 de la tarde, aún temprano para que John llegara de trabajar. ¿Su madre? Seguro que no, solo los visitaba los fines de semana, entre semana siempre estaba ocupada.

Bueno, no era raro que Sophie estuviera 'ilustrando' a algún comprador sobre algún artefacto de la tienda, curiosamente, a sus tres años, la niña sabía la función de uno que otro artefacto y que tan antiguo era, lo cual intentaba explicar con su infantil lenguaje entrecortado.

-¡Hazlo de nuevo, de nuevo! ¡Enseña a mi y yo enseño a ti!

Decía la niña, mientras Hermione se iba acercando más. Tras unos segundos de tiempo la niña exclamaba un asombrado ¡Oh! Seguido de unas musicales carcajadas.

Hermione se recordaba que con el encanto de la niña, no era raro que ya hubiera hecho amigos, sin embargo, algo no estaba bien, lo presentía.

-¡Si, si! ¡Toca mi! ¡Pero no dices a mami. Regaña a mi cuando hago vuelar pájaros de papel!

¡¿Qué?! ¡¿Volar pájaros de papel?! No podía haber escuchado eso.

La primera vez que Hermione conoció aquella hazaña jamás pensó a que se refería la niña cuando emocionada, la pequeña le dijo que podía hacer algo magnífico como 'hacer vuelar pájaros'.

La niña arrastró a Hermione desde la tienda hacia su cuarto, en el que tan pronto como entro vio las pequeñas aves de papel ,que Hermione hacía por exigencia de la niña, regadas por el piso.

La niña se colocó en el centro del cuarto y obligo a Hermione a que se sentara. Con los ojos cerrados y un gesto de profunda concentración en su pequeño ceño, la niña comenzó a levantar uno a uno las pequeñas aves de papel del piso, las cuales increíblemente batían sus pequeñas alas frágiles levantando el vuelo. Cuando menos se dio cuenta un remolino de avecillas volaba alrededor de la niña la cual abrió los ojos lentamente y esbozando una risilla volteo hacia ella.

Hermione por supuesto no podía creerlo, tan solo tenía tres años y ya ostentaba habilidades mágicas impresionantes. Su primera reacción fue de un orgullo infinito, a lo que por supuesto vino temor. Aquel miedo burbujeante que te azota cuando sabes que estas o en peligro y no solo tú.

Se acercó a la niña y tras un abrazo y un elogio de su parte, le mencionó suavemente que no debería hacer eso enfrente de las demás personas, que era un don maravilloso pero sería un pequeño secreto que guardarían en familia.

Ahora la niña no podía estar haciendo eso. Claramente le había dicho que aquellos juegos eran un secreto.

Hermione se apresuró, rogando a Morgana que aquel 'hacer volar pájaros' fuera alguna cosa muggle recién inventada por la niña. Bajo de prisa los escalones que conducían a la planta baja y corrió por el pasillo que daba a la tienda hasta llegar a la entrada de la misma.

Atravesó de golpe la puerta de madera que dividía la tienda de la casa y lo que vio fue mil veces peor de lo que esperaba.

Se quedó atónita al ver aquella escena no pudiendo evitar un grito ahogado.

No era la niña la que hacía 'trucos mágicos' como la pequeña les decía. Era Él quien hacia volar decenas de mariposas reales por todo el cuarto. Él quien hincado a la altura de la niña, le mostraba su versión de aquel truco.

Fue un momento después que la niña se percató de la presencia de ella.

-¡Mim! ¡También él hace trucos! ¿Lo ves?

Dijo la niña emocionada, Hermione solo asintió observando directamente a aquel sujeto y desviando de pronto la vista hacia la niña.

-Si Sophie lo he visto.

Hermione lo había visto y no solo eso, lo había reconocido al instante en el que vio aquel truco que le solía hacer a ella años atrás.

No había cambiado nada. Su elegante porte, su desgarbado cuerpo, esa piel cetrina y ese cabello azabache imposiblemente liso, sus rasgos estilizados y su eterna ropa negra. Sintió un nudo en la garganta.

-Perdón por haberla molestado o si la incomode de alguna forma –dijo él, poniendo énfasis en la última frase-

Esa voz, la misma voz que recordaba diario… si no hacía algo entraría en crisis… "ya no" pensó Hermione.

-Sophie… Daisy hizo galletas de chocolate, me dijo que te va a enseñar cómo se hacen ¿Por qué no vas, le pides un par y me haces un par a mí? – dijo Hermione.

-¡Siiiiiiiii! ¡Adiós señior! –murmuro la niña apresuradamente saliendo a trompicones de la tienda.

El silencio reinaba en la habitación y Hermione no podía quitarle los ojos de encima, lo recordaba tan impredecible que inmediatamente se puso alerta.

-¿Qué haces aquí? –Preguntó Hermione-

-¿Así me recibes Granger? Un poco de modales no estaría nada mal, con un "Hola Severus" sería suficiente –dijo él con amabilidad fingida.

-¿Qué haces aquí? –Preguntó de nuevo Hermione muy alterada-

Acercándose a ella a una distancia ínfima de su oído, él le dijo quedamente:

-Vine a conocer a nuestra hija.