Aviso: Es bien sabido que ninguno de estos personajes me pertenece, tal vez el contexto en que los pongo, pero nada más. Lo hago sin fines de lucro, por puro deporte. Todo pertenece a J K Rowling.

N/A: Este capítulo contiene spoilers, es post RM (libro 7). Este capi ha sido editado por ciertos errores que vi al leerlo, puede considerarse pura coquetería. Si ven algún error, no duden en hacérmelo saber :)

Capítulo I: ¿Fin de la soledad?

Con la oscuridad como única señora de esta noche, el miedo avanza entre los espacios que hay entre cada ser vivo de aquel bosque. La espesa niebla le impide ver más allá de las propias manos al joven que trata de salir de ese laberinto de ramas y hojas.

Se encuentra en el medio del laberinto, está seguro que la bestia sigue allí, porque aún puede oir su agitada y aterradora respiración. Escucha cómo inhala, escucha cómo exhala, escucha cómo establece ese silencio de espera sólo para que él se mueva y así poder descubrirlo. Lo siente muy cerca y contiene el aire en sus pulmones, sabe que si no lo hace terminará como la cena de aquella abominable fiera. Se levanta a medias, con cuidado de no ser descubierto, comienza a caminar hacia donde cree es la salida pero se detiene súbitamente al ver una sombra que deambula por el laberinto. Toma un tronco y lo empuña como si fuera una espada, respira profundo y se esconde tras el árbol más cercano. Como un idiota, acaba de hacer que el monstruo lo descubra, mostrándole el camino hacia él, ha quedado completamente expuesto, el árbol detrás del cual se escondía ahora lo toma con sus ramas y raíces y lo inmoviliza ahí, dejando a la cena lista para ser devorada.

Es en el momento en que la bestia está por aparecer de entre las sombras, para dejar de ser una silueta aterradora para convertirse en una bestia sedienta de sangre, cuando el joven despierta empapado en sudor y su vista se fija en el reloj que está en su buró, se despierta de lo que fue una pesadilla que duró tan sólo cinco minutos

Es martes 3 de julio, el sol se alza en lo alto del cielo y uno de sus rayos se filtra por la ventana de Ted . Él ya está despierto, es más, no ha pegado un ojo en toda la noche; esa maldita pesadilla no lo deja descansar. Tiene unas enormes bolsas debajo de sus ojos claros, su cara delata el cansancio y sus ojos han perdido el brillo que solían tener cuando este joven aún dormía por las noches. Van tres semanas desde la última noche que durmió, pero si él hubiese sabido que aquella sería la última, se hubiera quedado durmiendo hasta pasado el mediodía, pero nunca se sabe cuando va a ser la última vez.

Se levantó lentamente, tenía las piernas ligeramente entumecidas por la posición en la que permaneció toda la noche tratando de conciliar el sueño: en posición fetal, abrazado a su almohada, buscando con la mirada algo en aquella habitación que desatara ese sueño que tanto anhelaba. Se puso de pie e hizo sonar su cuello, se estiró como cada mañana lo hacía y luego se dirigió a la cocina.

—Buenos días Ted, ¿pudiste dormir esta vez? –inquirió su abuela, mientras le servía el desayuno.

Él negó con la cabeza.

Así era, Ted vivía con su abuela desde que tenía memoria, sus padres habían muerto cuando él era tan sólo un bebé y su abuela había enviudado un poco antes. Él era todo lo que Andrómeda tenía, y ella también lo era para él.

—En realidad sí pude dormir –confesó el joven tomando asiento y enfrentando a su desayuno—, pero fueron cinco minutos, lo suficiente para volver a aquel sueño.

—Tal vez debas hablar con tu padrino –le aconsejó la mujer peinándose con las manos aquellos cabellos que ya blanquecinos se le venían a la cara.

—No puedo, no quiero preocuparlo, tal vez es un simple imsomnio que se cura con algunos sedantes o algo así –apuró de un sorbo el café—, además creo que ya estoy un poco grande para eso ¿no?

La miró de reojo, sabía que a Andrómeda Tonks no le gustaba que él se creyera tan independiente, creía que el día que Ted abandonara el nido se acabaría su vida, o bien debería resignarse a una vida de completa soledad y tristeza.

—No digas eso, me hace sentir más vieja de lo que en realidad soy –le dijo dándole una palmadita en el hombro. Ted sonrió y dejó que su abuela lo tomara entre sus brazos.

—Te pareces tanto a tus padres.

Se quedaron en silencio por unos minutos, fue él quien lo rompió

—Ojalá pudiera decirte que sí, que lo sé, pero no puedo.

A Ted no le preocupaba realmente el hecho de ser huérfano pues nunca se había sentido verdaderamente solo, pero lo que le inquietaba un poco era saber quiénes habían sido sus padres. No se lo había preguntado nunca a su abuela porque sabía que seguramente teñiría su historia con su amor de madre y terminaría contando una verdad que no resolvería sus dudas, tampoco se lo había preguntado a Harry, no sabía en realidad cómo preguntárselo. Debía confesar que le temía un poco a la verdad, ¿Qué tal si sus padres no se quisieron?¿Qué tal si él había sido un accidente? ¿Y si trataban de olvidarlo con las luchas? No podía apartar esas preguntas de su cabeza.

—No te preocupes Teddy, yo conocí a tus padres y si te digo que te pareces mucho a ellos, vas a tener que creer en mí –añadió la mujer liberando al muchacho de sus brazos.

¿Esa era su única opción? Se levantó de pronto, dejando el desayuno casi sin tocar.

—¿A dónde vas?

—A caminar.

Se dirigió a la puerta pero se detuvo en el umbral.

—Volveré en un momento –le anunció a su abuela volviéndose un segundo.

Luego desapareció por la puerta.

Hacía mucho calor y por fortuna no había casi nadie en la calle, todo el mundo parecía estar dormido en sus casas tan frescas y confortables, Ted caminó sin saber a dónde iba, caminaba dejandose llevar por sus pies sin permitir que su cabeza interviniera, parecía un completo zombi.

Cuando se dio cuenta estaba en la plaza del pueblo, parado al borde de la fuente que se alzaba imponente en el centro de la plaza, miró su reflejo en el agua clara, se agachó y tocó con suavidad su reflejo.

Y por un minuto una sensación de tristeza se apoderó de él, se sintió triste por no haber conocido a sus padres, se sintió triste por no tener a nadie que lo quisiera, se sintió triste porque tenía tantas dudas y no se animaba a resolverlas o mejor dicho, no sabía a quién preguntar.

Necesitaba respuestas, pero no sabía si estaba listo para la verdad. Entonces, sintió que su suerte había sido tirada al viento mucho tiempo atrás, se sintió un juguete del destino y se preguntó:

—¿Quién soy?

—Eres Ted Remus Lupin y estás parado como un idiota al borde de la fuente de una plaza que queda a dos horas de tu casa –contestó una voz más que familiar para Ted.

Él ni siquiera se dio vuelta. Sabía que era Victoire, su amiga de tantos años.

—Déjame solo Vic, no tengo ganas de hablar.

—No me vine desde mi casa, buscándote como una loca por todos lados para que al llegar aquí me digas eso.

Victoire se sentó en el borde de la fuente, mirando el reflejo del joven en el agua.

—No te sientas solo Ted, tienes a tanta gente que te quiere, y te quiere ver bien –le dijo tratando de hacerlo sentir mejor. Lo que más admiraba de su amiga era la increíble capacidad que tenía de decir justo las palabras que él necesitaba escuchar.

Apoyó la cabeza en el hombro de él, permanecieron callados por unos instantes, mirando el agua correr.

Cuando Ted sintió que esa sensación de tristeza que lo había invadido antes ahora no era más que un recuerdo, se incorporó y extendiéndo la mano le dijo a la muchacha:

—Mejor vayamos antes de que piensen que nos fugamos.

Ella sonrió y agregó divertida:

—No, si nos fugaramos iríamos a Italia ¿verdad?

—Como usted diga, corazón.

Cuando llegaron a la casa de Ted, estaban allí, Harry, Ginny y sus hijos, los padres de Victoire y sus hermanos. A ninguno de los adultos les faltaba la expresión de preocupación pintada en sus caras.

—Bueno, creo que sólo faltaban los bomberos ¿no? –reparó Ted burlón.

Su abuela corrió a abrazarlo.

—Pensé que algo te había pasado, no me vuelvas a hacer eso –le dijo muy enojada.

—Todos estábamos muy preocupados –intervino Harry, tomando a su ahijado por el hombro.

—Sólo salí a caminar –dijo el muchacho en su defensa.

—Sí y volviste cuatro horas después me parece que es demasiado tiempo para una caminata ¿no crees? —le retrucó su padrino.

—¿Cuatro horas? Yo… no sabía que habían sido tantas.

—Bueno ahora que el problema parece haberse solucionado, nos vamos y usted jovencita se viene con nosotros —anunció el Bill tomando a su hija por los hombros.

—Pero papá, no me quiero ir todavía —protestó la joven.

—Déjala Bill, nosotros la llevamos después –intervino Ginny.

La muchacha agradeció a su tía por el favor, realmente quería escuchar lo que Ted tenía para se marchó luego de recordarle a su hija que no debía llegar muy tarde.

El clima se volvió muy tenso en la casa, y toda esa tensión cayó sobre los hombros de Ted, pero claramente se lo merecía después de preocupar a todos.

—¿Por qué te fuiste así? —comenzó a preguntar Harry—. Tenías muy preocupada a tu abuela.

Ted miró de reojo a su abuela, tenía el ceño fruncido y una mirada que mezclaba angustia y enojo, desvió su vista al suelo y la clavó en una de las cerámicas que componían el piso de la cocina.

—Necesitaba irme, despejar mi mente, estar un momento a solas, nada más.

—Toda la familia estaba muy preocupada… —dijo Harry.

De pronto, Ted sintió que la sensación de absurda tristeza volvió a habitar en él, entonces no pudo más que explotar.

—¿Qué familia? Será tu familia. ¡Yo no tengo familia! —gritó el muchacho liberándose.

Se instaló un silencio muy incómodo en la habitación. Nadie sabía cómo contestar a esas palabras, Ted nunca había sido un chico solitario o triste, siempre parecía haber disfrutado de la familia que, aunque no tenían vinculos de sangre, lo incluían como un miembro más. Pero es que nadie comprendía lo importante que era en aquel momento para Ted tener una familia, nunca había sentido la gélida sensación de ese espacio vacío que habían dejado sus padres al morir, hasta ese día.

—No compartiremos la misma sangre pero nunca te atrevas a dudar que eres parte de nuestra familia, Ted Lupin —le reprochó Victoire con la voz queda.

Ted miró a todos los presentes con algo de resentimiento, los odió en ese momento por no entenderlo, porque ninguno de los presentes parecía capaz de ponerse en su lugar y luego se encerró en su habitación, sin querer escuchar a nadie.

Se acercaba la noche, con su manto oscuro envolviéndolo todo, Ted no pensaba levantarse, pero tampoco podía dormir, y esta vez no por miedo a su pesadilla tan recurrente sino que ahora no podía dejar de pensar en cuán solo estaba en el mundo y un incipiente odio fue desarrollándose muy dentro de él, comenzaba a odiar a sus padres por haberlo dejado tan solo.

En ese momento alguien golpeó la puerta, era su abuela quería llevarle algo para que comiera. Con todo ese asunto, Ted se había olvidado completamente de comer, ni siquiera tenía apetito. Esa sensación dentro de su pecho no le daba ganas de comer o dormir, tenía ganas de quedarse allí con la soledad como única compañera, y contemplar la pared, hundirse en sus pensamientos. Aún sin sentirse listo para hablar o con apetito abrió la puerta y dejó que Andrómeda pasara. Llevaba su bata y traía un poco de pizza en un plato y debajo de él un libro.

—Es mejor que dejes esa locura adolescente y comas algo porque sino sí que te vas a enfermar —le aconsejó la mujer mirándolo con cariño.

Él le devolvió la sonrisa con un dejo de tristeza, tomó el plato y lo colocó en su buró y miró con curiosidad el libro que su abuela traía entre sus manos.

—¿Qué es eso? —inquirió señalandolo.

—Es algo que tal vez debí darte hace algún tiempo atrás, pero es que me negaba a creer que había perdido a la única hija que tuve, es que esto me recordaba mucho a tu abuelo también —su voz se vio interrumpida por un torrente de lágrimas, torpemente el muchacho la tomó entre sus brazos y trató de consolarla—. Espero que me perdones por ser tan egoísta, pero pensé que te estaba protegiendo, cuando en realidad no hacia más que crear una barrera que me hiciera olvidar esos tiempos tan dolorosos y todo lo que ellos me llevaron.

—Tranquila abuela.

Ella le extendió el pequeño libro, que él tomó con cuidado.

—Te dejo tranquilo para que lo leas —le dijo abandonando la habitación mientras trataba de contener inútilmente las lágrimas que resbalaban por su cara.

Ted miró el libro, no era muy grande pero sí bastante gordo, tenía el aspecto de haber sido negro en su buena época. Lo hojeó. Ahora sus páginas eran de un marrón tan viejo y sucio que nadie sospecharía que fueron de un blanco inmaculado. Lo abrió y en la primera página se encontró con algo verdaderamente inesperado.

Diario de Remus J. Lupin.

¡Era el diario de su padre! Se detuvo un momento sobre esas palabras, las tocó con la punto de los dedos, como si al hacerlo estuviera tocando a su padre y sonrió, sintiendo que aquella era una senda que muy pronto lo conduciría a llenar el espacio vacío que sentía dentro. Agradeciendo por dentro lo que su abuela había hecho, se acomodó en la cama dispuesto a leer aquel viejo diario, esperando que éste le revelara las respuestas que estaba buscando.

Continuará.