Cokeworth, mayo 15, 1999

Hechicera:

te recuerdo.

Y en esas palabras se contiene mi vida.

Te recuerdo, hoy, en las calles de neblina de mi ciudad, como te recordé al emerger de la oscuridad, en el dolor… Yo no creí que viviría, y menos que de hacerlo, en la primera luz del vivir aparecieras. Pero así fue.

A la par de mi sorpresa, de mi desilusión por haber despertado, a la par de haber sentido que se me arrebató lo más secretamente anhelado -terminar con todo, no volver-, junto a mi desconcierto por abrir los ojos, en desengaño, en condena, más fuerte que yo y cabalgando en el viento, llegó a mí tu imagen, brotando de ese pozo que algunos creyeron tenebroso y amargo y sin final, empezando, sí, empezando por mí…

Tienen razón. Yo volví a la luz y no lo agradecí. Volví a mi oscuridad bajo el sol.

Bajo la luz me sentí decepcionado. Me sentí traicionado.

Yo no debía estar aquí. Yo no quería estar aquí. Por eso no me defendí como pude hacerlo, ni lo intenté como puede pensarse que debía hacerlo, al darme cuenta que mi misión estaba concluida. Y pasé de San Mungo hasta mi ciudad, donde desperté con un sentimiento de pesar, de horror.

Cuando supe quiénes me habían salvado, los detesté. Estúpidos muchachos entrometidos. ¿Qué sabían ellos, qué saben ellos de nada, que supo nadie de nada todo este tiempo? No quise verlos, a ninguno de los tres. Eché de casa a los médicos con sus pócimas, a las enfermeras destinadas a cuidarme y les cerré las puertas a gritos, sumido en las tinieblas de mi amargura, retorciéndome de dolor en el lecho.

Despierto en mi habitación, la neblina cubría el cielo así como oscurecía mis emociones. Yo no entendía qué hacía aquí. Pensé que de poder elegir elegiría no abrir los ojos.

He ido acomodándome de nuevo, pero he de confesar que me sorprende el silencio del mundo. Me sorprende que la gritería haya concluido. Me asombra no sentir la mordedura en el antebrazo. Y en ese silencio casi doloroso de la paz, al recordar lo que significaste para mí, no sé si exististe o te soñé. Y te escribo con la certeza de que no existes, y de que esta carta se perderá en el viento.

¿Podría ser diferente? ¿Esta carta llegará a alguna puerta? ¿Llegará a tu puerta? No lo sé. Sé que te soñé, yo, Severus Snape, el que no creía en los sueños. Yo, Severus Snape, el que no creía en la esperanza y que acaso no creía en la magia. Yo, Severus Snape, con nostalgia de la muerte. Quien estaba seguro que lo único cierto era el presente, las negras artes y posiblemente la justicia, ganada al cabo de sufrimientos sin cuento.

Mas nadie puede saber cuándo ocurrirá el cambio de la marea en los asuntos de la magia. Así como la magia tiene flujos y contraflujos, un ritmo secreto que solamente intuimos, en el maremágnum de mis emociones contradictorias, de rebeldías y sinsabores, de las tardes confusas en el sillón de casa, sin atender las invitaciones del castillo para festejar un año del triunfo, uno del que no quiero saber nada, tu imagen se hizo más clara y con ella el sentir de un llamado.

Recobrando las energías, al volver a las calles de Cokeworth -sintiéndome un extraño en el lugar que me vio nacer-, apareciste más. Y no es fácil. No sé si quiero que me respondas o que termines de olvidarme.

Camino por Cokeworth, herida de neblina. Herida de abandono. Camino largas horas en su monotonía. Veo mi reflejo en sus ventanas. Soy un fantasma de lluvia vestido de negro, en la tarde gris. Mis cabellos apelmazados por la llovizna son una marea oscura, enmarcando mi mirada sin emoción, grave, de cruel destino. Me veo en el asombro sintiendo que debieron dejar que los gritos llenaran la casa, y dejar que mi historia se disolviera con mis lágrimas en el agua del Pensadero.

El soplo del aire que trae a mí esos pensamientos, también trae tu rostro entretejiéndolo en el viento. Tus cabellos se forman en cascada y entonces sé que los he tocado, y que si te soñé por las noches fue porque también te soñé con los ojos abiertos. Cuando me hablaste y compartiste tu corazón. Sí, fuiste una presencia añorada, deseada, causa de dicha y de dolor. De alegría, aunque fuera un imposible.

¿Tengo razón, derecho de recordarte?

¿Es que acaso así como mi herida, las heridas que te causé y que te llevaste al alejarte, sanaron? ¿El dolor que sentí por ti, se borró? ¿O todavía duele, como mis cicatrices, cuando llueve?

En las ruinas dejadas por la guerra, miro mis manos. ¿Estoy aquí? Sí, aquí estoy. Miro a lo lejos, al horizonte de horas y de distancia. ¿Y tú? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás, Hechicera? ¿Dónde estás con tus hechizos de mil voces?

¡Asteria Lessin…! Tu nombre llega a mí así como tus ojos llegaron a mí y me leyeron como yo no lo habría creído. Con tus ojos que desentrañaban libros antiguos, a la luz de esas velas cálidas como tu voz, y como tu mano ágil en la pluma de vivo color donde tejías poemas llenos de sentimiento y de pasión, que me conmovieron como nunca nadie lo había hecho. ¿Todavía los escribes? ¿O también fueron un sueño sus paisajes? Te pienso cuando te vi entre las torres del castillo en sus tardes grises y en sus noches frías, y nos sentíamos unidos por un fuego mayor que el de cualquier magia. Un sentimiento que increíblemente, cuando todo se desmoronaba alrededor de nosotros, era fuerza y esplendor.

¡Asteria Lessin…! ¡La hechicera poetisa! ¿Estás ahí? ¿Fuiste verdad, o eres un sueño?

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Inverness, julio 14, 1999

Severus…

No podría empezar esta carta con una mentira.

Espero que aún recuerdes que mi nombre y la palabra mentira, nunca podrían ir juntos. Hay cosas que nunca cambian, por más adversos que se presenten los tiempos. Tenemos una esencia sagrada y secreta que nos define, y que ninguna oscuridad puede profanar.

Llevo dos meses interminables releyendo las líneas de tu pergamino, perdiéndome una y otra vez en tu caligrafía ordenada…

Si supieras por cuántos estados de ánimo pasé antes de decidir que sí debía responderte…

Confieso que mi primera reacción ante tu carta fue de sorpresa, esa clase de asombro que se experimenta cuando ya se da por sentado que todas las puertas están cerradas, y el alma entonces se resigna a la pérdida y al vacío, cuando se deja de esperar por un imposible.

Yo no te esperaba, "Nocturno"…

Si hasta me cuesta volver a mencionarte con ese nombre que te regalé una vez, y que aprobaste con una media sonrisa de esas que no se borran con los años ni con los sentimientos heridos.

Después de la sorpresa me sobrevino la emoción, el llanto.

Porque me había resignado a aceptar que no pudieras brindarte entero, que no me hicieras parte importante de tu historia; yo había comprendido que no podías. Lo había logrado, y dentro de mi propia oscuridad, ese había sido un triunfo.

Y hoy vives, vives después de la batalla, como respuesta tangible a todos mis deseos de que nada malo te ocurriera, que no te alcanzara la muerte.

Yo te quería vivo, aunque nunca me buscaras, aunque ni siquiera me concedieras un sitio en tus memorias.

Es un duro aprendizaje el de la empatía, cuesta salir del egoísmo, de las propias ansias, del propio corazón, de los sueños forjados, y comprender por fin, que no siempre se puede tener lo que se adora, y que ni siquiera los recuerdos alcanzan para hacer menos intenso el dolor de la distancia inevitable.

Y cuando me había acostumbrado a negociar un acuerdo de paz con la angustia, cuando creía que tenía que dejarte ir, aparecieron tus palabras, tu letra preciosa y prolija, imposible de olvidar, y con ella el duelo, otra vez el duelo recurrente entre la razón y el abismo. De nuevo las emociones, la sensibilidad, el atisbo de esperanza…

Las imágenes de la biblioteca en penumbras, esas noches serenas cuando elegías mi compañía, mi conversación, cuando te encargabas de que me diera cuenta que no me tratabas como a los demás.

Conmigo fluías de otro modo, así como yo fluía de otro modo, y te mostraba el rostro que nadie conoce.

Me atrevería a decir que mientras estuvimos juntos, en esa especie de tiempo sin tiempo hasta que regresó Madame Pince después de su enfermedad y convalecencia, digamos hasta que regresó trayendo la realidad incuestionable, fuimos nosotros mismos, sin máscaras.

Fuimos Hechicera, y Nocturno.

Por voluntad propia nos despojamos de nombres y apellidos, y nos hicimos bien.

Nos hicimos bien, ahora lo sé, estoy segura, y te juro que me cuesta horrores separar luces de sombras, y referirme a las memorias claras. Potenciar los días de luz.

Creo, humildemente, que si te queda algo de aquella luz todavía, no deberías permitir que se apague.

Y no pienses que te lo digo con la misma desesperación de los momentos que se fueron, cuando sentía que te estabas alejando, y me hacía pedazos darme cuenta…

Dije que no escribiría mentiras, ni frases complacientes, ni tampoco reproches que a esta altura carecerían de sentido.

Lo que pasó, pasó, y ya se convirtió en experiencia.

Hoy siento que te estoy hablando a través de mis letras como si en verdad pudieras oírme.

Siempre me oías, aunque yo no te llamara, y esa magia inspiraba los poemas que me encantaba dejarte entre los pergaminos de tus alumnos, o escondidos en algún libro.

"Pequeñas huellas", te decía…

"Detalles", decías tú con esa voz letal, mirándome con ojos intensos, peligrosos, y me hacías sentir que de alguna manera yo contribuía a alejar aquello que te lastimaba.

Pero no pudimos, también es verdad, y cuando nos distanciamos, se distanció también mi inspiración.

No quería condenarme a escribir poemas tristes, si ya con mi propia vida tenía suficiente.

Me dediqué al ensayo del olvido, y digo ensayo, porque olvidar es una utopía cuando no existe una fuerza más poderosa que el sentimiento que se deja atrás.

No te miento, no hubo nada tan importante que me permitiera desvanecerte.

Y ya ves, me encuentro aquí, trabajando en este intento de respuesta, y tampoco sé si hago bien o mal, o si con estas palabras declaro una nueva apertura de heridas que ya se habían vuelto cicatrices.

Siempre fuiste como un libro único, un libro de hechizos prácticamente indescifrables, pero justamente por eso, más valorado.

El libro más importante que pude acariciar.

Con un dilema a resolver, un conflicto fuerte que me retaba a ir por más.

Siempre serás más, Nocturno…

Más que cualquier otra ilusión, o espejismo.

Más que cualquier zona de comodidad superficial, elegida solo para mitigar viejas penas.

Sabes…

El verano manso en Inverness me recuerda a la vida todo el tiempo, casi te diría que me obliga a respirar aire puro, y desafía a mi dualidad de encierro, de letras agridulces.

Me reconforta saber que entiendes de dualidades, y que no necesito explicarte que tengo miedo, pero que tu carta me transmite una gran motivación.

Me atrae lo que pueda venir de ti, aún con un riesgo que aunque suene a herejía, prefiero correr.

Y en respuesta a tu pregunta, sí, sí estoy aquí.

Ya me dirás más, o no, o tal vez solo te alcance con saber que todavía me importas, y que aún a la distancia puedes contar con el refugio cálido de mis palabras.

¿Volverás a escribirme?

¿Será que la vida te está instruyendo en el arte sutil de expresar lo que por tanto tiempo te guardaste?

¿Será que cambió la historia y que hay nuevos roles para los dos?

Si tienes esa certeza, sigue el impulso, háblame, que yo espero…