Capítulo 1: Una nueva vecina

Un chico alto y musculoso, de piel blanca, ojos dorados y pelo plateado y largo, despertó más pronto de lo debido, ya que en el piso de al lado estaban de mudanzas y hacían mucho ruido. Fue hacia el balcón donde conectaba con el otro palco de sus nuevos vecinos, y encendió un cigarrillo, sentándose en el pequeño banco de piedra que había ahí como decoración más que por comodidad. Veía al lado suyo, una gran escalera donde subían los muebles más grandes y pesados, como un sofá o una televisión de plasma, etc. Al ver dichos objetos se fijó que era de muy buena calidad y por lo tanto deberían ser muy caros, así que supo, que probablemente llegara alguien con mucho dinero. Volvió al interior y ahí desayunó mientras veía las noticias y se dio una ducha fría, a pesar de que estaban en invierno, para luego ponerse su traje para ir al trabajo. Al salir por la puerta, vio como los hombres de la mudanza iban de un lado a otro, cargados con cosas, y algunos comunicándose gritando, cosa que le molestó mucho. Buscó con la mirada haber si había los nuevos inquilinos, pero no fue así. Sin importarle en lo más mínimo se dirigió hacia la calle para coger su coche e irse a trabajar.

Llegó a su planta y se encontró con muchos trabajadores fijando sus miradas en los ordenadores o en una montaña de papeles que tenían sobre la mesa. Mientras se dirigía hacia su despacho, un hombre de edad algo avanzada, bajito y calvo, con unos ojos enormes y encima saltones, se le acercó informándole de algo.

- Señor Sesshomaru – este lo miró de reojo – Ha habido otro asesinato.

- ¿Otro?

- Sí, señor. Al parecer, cuando la mujer de la limpieza ha llegado esta mañana a la casa, se ha encontrado a la joven mujer que la pagaba, muerta en su cama.

- Llévame hasta allí.

- Sí señor.

Sesshomaru era el comisario de la policía, a pesar de que tan solo tenía 28 años, y que en esos momentos, estaba investigando un caso de asesinatos, donde ya habían muerto tres chicas en un intervalo de 6 meses.

Después de un trayecto de unos 20 minutos en coche, llegaron a su destino viendo a algunos periodistas parados en la puerta principal del edificio. Ellos al identificarse con sus placas, pasaron sin ningún problema. Se estacionaron en el umbral de la puerta de la casa de la fallecida, y ahí un forense los dejó pasar. Se dirigieron hacia la habitación, encontrándose como las dos otras víctimas, a una mujer joven, tumbada en su cama boca abajo y con una marca en la espalda en forma de araña.

- Es lo mismo que las otras veces – le dijo un hombre joven pero no tanto como Sesshomaru – chica joven, estrangulada, por las marcas que hemos podido ver en su cuello, y una marca en la espalda en forma de araña, que, por el tipo de cortadura que tiene, posiblemente sea hecha con un bisturí.

- ¿Hay huellas? – le preguntó el joven comisario observando todo a su alrededor.

- No hay nada. Todo está impecable. Diría yo que limpia todo aquello por donde pasa.

- ¿Testigos?

- Ninguno.

- Me he fijado que la puerta no estaba forzada.

- Sí, eso he visto yo también.

- Entonces lo conocía.

- Eso parece.

Después de estar un buen rato rondando por la casa para encontrar, aunque sea mínimo, algún indicio que dejara sin querer el asesino, aunque con la misión fallida, se fue de nuevo hacia la comisaria para encerrarse durante lo que le quedaba de día para investigar en el caso que lo llenaba de rabia, porque no habían avanzado en nada en los seis meses de investigación.

Se encontraba ya en su casa, y a pesar de que eran las doce de la noche, él seguía despierto, sentado en el balcón, con la mirada perdida hacia un punto y con un cigarrillo entre sus dedos. De repente, en mitad de sus pensamientos, escuchó el motor de una moto. Inconscientemente desvió la mirada al vehículo y de ahí vio bajar a una chica. Esta se quito el casco mientras caminaba, por lo que parecía, a la puerta donde se encontraba su edificio. Al cabo de unos minutos, al escuchar que la puerta de al lado se abría para luego cerrarse, corroboró que esa chiquilla sería su nueva vecina. Lo primero que pasó por su cabeza fue juzgarla con que sería una niña mal criada y consentida que seguramente aquel piso se lo pagaron sus padres, al igual que los muebles que la decoraban. Como notó que los parpados ya le pesaban un poco, decidió apagar el cigarrillo para irse a dormir.

A la mañana siguiente, esperaba a que llegara el ascensor, hasta que escuchó como una puerta se abría, y unos pasos acelerados se dirigían hacia donde estaba él. Cuando la joven llegó a su lado la miró de reojo y pudo ver como masticaba una rebanada de pan untada con mantequilla. Dedujo que fuera donde fuera, llegaba tarde. Ella también lo miró, pero sonriéndole.

- Tú debes de ser mi nuevo vecino. Encantada, me llamo Rin Sato – no le ofreció la mano como saludo, ya que en una sujetaba el casco de la moto y con la otra su supuesto desayuno. Pero si que le brindó una sonrisa alegre y dulce.

- Sesshomaru Taisho.

- Un placer Sesshomaru.

En eso, llegó el ascensor y el joven, le dejó pasar primera, nada más por educación, como le habían enseñado sus padres, y luego entró él. Se quedaron en silencio sin decirse ni una sola palabra, aunque no era un silencio incómodo, sino todo lo contrario. Cada uno iba con sus pensamientos. En un momento, el comisario se fijó en la chica que tenía al lado de reojo, y vio que no era fea: era delgada y bajita, con el pelo largo y negro, cayendo en cascada por su espalda y hombros, y su piel era blanca aunque reconocía que no tanto como la suya. Era poseedora de unos ojos bien grandes y verdes, llenos de vitalidad, aunque pudo notar algún destello de tristeza. Las puertas se abrieron y ella volvió a pasar primera pero por iniciativa suya mientras que se despedía de él de la misma forma en cómo lo había saludado.

Rin llegó a la universidad y cursaba en el segundo año en psicología infantil. Después de hacer las clases que le correspondían en ese día, fue a la empresa de su padre, donde este le había dejado trabajar allí desde que tuvo los 18 años. Al llegar al edificio se dirigió a uno de los baños de la planta baja y se cambió de ropa por una más formal, compuesta por una falda de tubo hasta las rodillas, una camisa de color anaranjada y unos zapatos, sin mucho tacón, negros. También se recogió el cabello en una cola, aunque quisiera hacerse un moño, pero ya llegaba tarde y no quería entretenerse más. Subió a la planta que le correspondía y allí se metió en su despacho para no salir en toda la tarde, o al menos, para tomarse un café y descansar diez minutos. Cuando estuvo a punto de plegar de repente apareció un hombre cincuentón, con el pelo corto y oscuro, y los ojos marrones y pequeños. Era alto y se le notaba la barriga por la edad. Le sonreía "amablemente", aunque para Rin, aquella sonrisa le pareciera asquerosa y maléfica.

- ¿Cómo estás hija?

- Hola padre – le respondió ella volviendo su marida hacia la pantalla del ordenador.

- ¿Qué tal en tu nuevo piso? ¿Estás contenta con él y con los muebles?

- Sí – se quedaron en silencio y la chica sabía que cuando su padre se quedaba sin saber que decir, era porque quería pedirle algo - ¿Qué quiere padre? – él rió.

- Me conoces muy bien, pequeña.

- ¿Y bien?

- Hoy tengo una reunión con unos hombres para dar publicidad a nuestra empresa. Seriamos más reconocidos por la gente y así se venderían más nuestros productos.

- Y el problema es…

- El problema es que tengo, media hora más tarde, otra reunión y no me da tiempo a llegar – Rin le miró sabiendo la propuesta que le iba a pedir su padre – Si pudieras quedarte tú en mi lugar, te lo agradecería muchísimo. Sé que estás capacitada.

- ¿A qué hora sería?

- A las diez.

- ¿¡A las diez de la noche!? Pero si mi horario se acaba a las nueve. Llegaré muy tarde a casa, y aún tengo que estudiar.

- ¿Me estás diciendo que no? – le preguntó el hombre con mirada irritada y ensombrecida, al igual que su voz. La joven se encogió ligeramente de hombros ya que sabía que a su padre no le gustaba que le dijesen que no y que las consecuencias podrían ser tremendas.

- Padre, entiéndelo. No tengo tiempo…

- Vas a ir sí o sí. Eres mi empleada y harás lo que yo te pida. Si no, estarás despedida – le dijo esta vez autoritario e imponente. Luego de haber dicho eso, se retiró dando un pequeño golpazo al cerrar la puerta.

Rin maldijo a su padre internamente, ya que no soportaba la actitud de él. A pesar de que ya estaba acostumbrada por su mal humor y por ser tan impulsivo a veces, aún no podía dejarle pasar esos momentos en que la hacía sentir llena de rabia y odio.

Las diez de la noche llegaron, y con él, un hombre alto, de ojos verdes, al igual que ella pero algo más oscuros y de una cabellera larga y completamente negra como la noche. Se acercó a ella, vestido con un traje lila oscuro, que más bien parecía negro, y la saludó dándole un beso en la mano con una sonrisa que a Rin no le gustaba, ya que le parecía maléfica.

- Siempre es un placer verte Rin.

- ¿Entramos? – le respondió ella con una pregunta, ya que no quería seguirle el juego a aquel hombre treintañero, por lo menos.

Discutieron sobre los puntos en los que debían hablar por la asociación que estaban haciendo ambas empresas. Tardaron cerca de las dos horas y el hombre se fue dándole de nuevo un beso en la mano.

Rin se vio completamente sola en ese edificio, a pesar de que algunos, pero muy pocos trabajadores, aún seguían allí por órdenes del jefe, que los explotaba deliberadamente y sin importarle en lo más mínimo las pobres personas. Solo su negocio. Se fue hacia el baño para cambiarse de nuevo la ropa, por una más cómoda, ya que en la moto no podía montar con esa falda.

Sesshomaru se encontraba de nuevo en el balcón, hastiado porque hoy tampoco había conseguido ninguna pista sobre quien podría ser el asesino. Escuchó el motor del vehículo de su vecina, y verla bajar de ella. Al cabo de unos minutos indefinidos, solo sumido en sus pensamientos y en el cigarro, notó que la joven salía al balcón con un teléfono en la mano, hablando con alguien. Ella no se había dado cuenta del paradero de su vecino que la miraba de pies a cabeza. Y en eso, otro auto, pero esta vez un coche negro con los cristales polarizados, llegó, estacionándose atrás de la moto de la chica.

- ¿Ese eres tú? – habló Rin con voz seria. Seguramente la persona de la otra línea le respondió que sí ya que ella le informó de que bajaría ahora mismo.

Al ver que entraba de nuevo en la casa, Sesshomaru se fijó mejor en el coche, y vio bajarse de él a un hombre, que posiblemente era más joven que él pero mayor que ella. Tenía el pelo oscuro y trenzado e iba con ropa formal. No le pudo ver bien la cara ya que la distancia y la oscuridad de la noche no se lo permitieron. Poco después la joven ya caminaba hacia el chico, velozmente, y al llegar se dieron un abrazo que hizo que Rin se elevara del suelo. Sesshomaru supuso que sería su novio o algo por el estilo y estuvo a punto de irse a dormir, pero al darse cuenta de que el joven le daba un sobre amarillo y un traje que reconocía a la perfección, envuelto en una bolsa de plástico transparente, se detuvo en seco, y los miró detalladamente. Entonces, el instinto de policía se le encendió como si fuese un interruptor, y sospechaba que aquella joven chica, de apariencia inocente, estaba metida en algo, por muy pequeño que fuera y aunque tuviera cosas más importantes en las que entretenerse, de vez en cuando la vigilaría. Rin le dio un beso en la mejilla a su compañero de trapicheos y luego, corrió hacia el edificio. El joven se quedó un rato mirando en la dirección en la que se había ido la chica y luego volvió a meterse en el coche para largarse por donde había venido.