Tickl. Tickl.

Las gotas resonaban a lo largo de la oscura y silenciosa cueva. A medida que caminaba por la dura y deforme roca, el aire comenzaba a calentarse y las paredes cada vez se expandían más y más

Tickl. Tickl

Una luz señalaba el final de su búsqueda. La habitación que antes se encontraba abandonada, ahora estaba ocupada por orbes, cada uno con diferentes sustancias de diversos colores en su interior; cuatro atrapa sueños colgaban en cada esquina representando los cuatro puntos cardinales con sus respectivas bestias: Byakko en el Oeste, Genbu en el Norte, Seiryu en el Este y Suzaku en el sur; en el centro había un caldero hirviendo y, junto a este, una mujer de largo cabello que vestia una hakama de color negro con flores de Sakura en las mangas y un obi dorado que marcaba su figura.

-Señor Sesshoumaru, que grata sorpresa el encontrarlo aquí ¿Qué puedo hacer por usted? - dijo la mujer con una voz melodiosa y dulce mirando el caldero de forma perdida.

-No creo que este encuentro haya sido una sorpresa para ti, miko- respondió gélidamente sin apartar por un segundo su mirada de la silueta de la mujer.

-Ciertamente, pero aun no me ha dicho el motivo de su visita a mi humilde hogar- contestó la sacerdotisa dirigiendo sus ojos grises hacia el cuerpo del youkai.

-Mi padre me ha enviado. Desea saber el destino de nuestra raza ahora que el tratado se ha firmado- dijo sin aparatar su mirada ámbar de la sacerdotisa.

-Acércate - ordeno la mujer, perdiendo toda la dulzura con la que antes habían hablado.

El demonio se acerco sigilosamente, preparado para atacar en caso de que sea necesario.

-Mira- señaló al interior del gran orbe negro. La imagen, antes borrosa, comenzó a aclararse; una joven de largo cabello azabache y dos ojos azules como el mar eran el centro de la visión, luego la oscuridad total.

-¿Qué es lo que tratas de demostrar con esto, miko?- dijo Sesshoumaru con una expresión enojada en su rostro y mostrando sus garras.

-¿Acaso no es obvio? El destino de vuestra raza depende de ella… y de ti. Esta unión beneficiará a ambas razas ¿No lo crees?- finalizó la mujer devolviéndole una mirada desafiante en su rostro.

-No juegues conmigo sacerdotisa, este Sesshoumaru jamás seria capaz de mezclarse con débiles humanos- respondió el demonio sin expresión alguna.

-No es algo que puedas elegir. Ambos están destinados a encontrarse y sus decisiones influirán en el futuro de ambas razas.

-¿Como puedo saber que lo que me dices es la verdad y no un engaño, miko? Tus métodos no son los más eficaces y han fallado varías veces.

-¿Cómo te atreves a cuestionar mis poderes, cachorro? Retráctate antes de que mi ira recaiga sobre ti- siseó la sacerdotisa con sus ojos grises entrecerrados. El silencio fue su única respuesta.- Muy bien, que mi maldición caiga sobre ti-

Antes de que el youkai pudiera reaccionar, un círculo magico se formo a sus pies y de él, cuatro cadenas mágicas salieron y lo apresaron de las muñecas y tobillos.- ¿Qué estas haciendo, miko? Suéltame o sufre una muerte lenta y dolorosa- rugió el youkai.

-Tu insolencia y desprecio te ha condenado a este destino. A partir de hoy caminaras por la tierra siendo un Hanyou hasta el dia en que aprendas a amar a los humanos- dijo la sacerdotisa recitando esas palabras mientras hacia un pequeño corte en uno de sus brazos y tirando la sangre a los pies del circulo, sellando asi el conjuro puesto sobre el demonio.

Un grave rugido resonó a lo largo de la cueva. Donde antes se encontraba el demonio heredero de las tierras del Oeste, ahora había un hibrido mirando al suelo; sus orejas, antes puntiagudas, ahora eran mas parecidas a las de un perro, sus garras se acortaron y las cicatrices de sus mejillas desaparecieron.

-Mi trabajo ha terminado- susurró la mujer antes de que las garras de Sesshomaru atravesaran su pecho con su corazón en una mano. El hanyou vio como la mujer caía sin vida en el suelo y unos momentos después de calmarse, se dirigió hacia la salida de la cueva para poder regresar a las tierras de su padre, pero antes de comenzar a correr, recordó la imagen de la chica y susurro:-Debo encontrarla- y con esas ultimas palabras, echó a correr…