Título: Kairosclerosis.
Personajes: Yuri Plisetsky (Yurio) y Otabek Atlin principalmente. El resto también aparecen.
Resumen: Otabek va a pasar un mes entrenando en Rusia y Yuri insiste en que se quede en su casa durante ese tiempo, lo que les da la oportunidad de conocerse mejor.
Ranting: PG por el momento.
Notas: Relaciones homosexuales, palabras malsonantes y actos sexuales explícitos.


| KAIROSCLEROSIS |

Capítulo 1

―¿A qué hora aterriza?

―Ya te lo he dicho veinte veces, ¡a las nueve y media!

El gran panel que anunciaba las llegadas de los vuelos tenía un reloj en la parte superior. Eran casi las diez de la noche y todavía no había ni rastro de la persona que habían ido a recoger. Yuri no era ningún iluso: sabía perfectamente que tendría que esperar mínimo treinta minutos desde el momento de aterrizaje. Aun así, llevaban más de una hora esperando porque habían llegado demasiado temprano. Mila era una exagerada y una impaciente. Otabek tenía que pasar por el control de inmigración antes de poder recoger su maleta, lo que llevaría tiempo. Al menos le estaba esperando sentado; ya se pondría de pie cuando empezara a salir la gente.

―Te lo pregunto porque no hay ningún avión que vaya a aterrizar a esa hora procedente de Almaty ―dijo Mila.

Se había arreglado de manera exagerada. Llevaba su abrigo colgado del brazo debido a la calefacción del interior del aeropuerto, así que lucía un vestido que de casual tenía poco y unas botas con unos tacones que le hacían parecer tener unas piernas interminables. Su atractivo natural, ese que Yuri no iba a admitir en voz alta que poseía, estaba reforzado por el maquillaje y el peinado. Hombres y mujeres se giraban a mirarla, algunos incluso la habían reconocido y se habían acercado a pedirle una foto y su autógrafo. Yuri, por su parte, iba vestido con mucha más discreción: unos pantalones negros y una sudadera burdeos cuyo bolsillo delantero le permitía entrelazar sus manos, enfundadas en los guantes de cuero que el katsudon le había regalado por Navidad. Las botas de cuero iban a juego con la sudadera y el abrigo era oscuro como el pantalón, además de ser lo suficientemente largo como para poder enrollarse cual rollito de primavera si se lo cerraba por completo. No se había quitado el gorro de lana ni la capucha pese al calor, tampoco el tapabocas con estampado de tigre que el katsudon le había regalado junto a los guantes, pero al menos se había desabrochado el abrigo. El frío de enero no se había marchado porque febrero hubiera entrado y la sensación térmica siempre era mucho más fría que la temperatura real.

―Es que no viene de allí. Ha hecho escala en Novosibirsk.

―¿En serio? ―preguntó con sorpresa, dejando de observar la pantalla para mirarlo a él―. ¡Creía que venía en un vuelo directo!

―No, los directos son más caros. Este le ha salido por unos diecisiete mil rublos.

―Oh, no está mal.

―Sí, pero ha estado viajando casi nueve horas. No merece la pena.

―¡¿Nueve horas?! ―se escandalizó―. ¡Pues menos mal que he venido! El pobre tiene que estar agotado.

Yuri sacó las manos del bolsillo de su sudadera para consultar su móvil, pero no tenía ninguna notificación nueva. Él tenía datos, pero su amigo sólo podría comunicarse con él si lograba pillar WiFi en el aeropuerto, y eso no siempre era posible.

―Otabek suele dormirse en los aviones.

―Vaya, sí que sabes mucho sobre él…

El tono de voz de Mila no le gustó un pelo. Era el mismo que empleaba cuando cotilleaba con los otros patinadores.

―Es lo que me dijo cuando le dije que era estúpido viajar durante tres horas más por ahorrarse unos nueve mil quinientos rublos.

―Así que no es derrochador… ―dijo con interés―. Cada vez me gusta más.

Yuri la miró con desagrado.

―Con que por eso estás aquí, vieja arpía…

―¡No puedo permitir que después de un vuelo tan largo lo obligues a usar el transporte público! ―se excusó sonriendo―. Tu casa está muy lejos.

―Viktor nos habría llevado.

―No es necesario molestarlo. Ahora que tengo coche yo seré vuestra chófer oficial. No tengas reparos en pedirme que os lleve a los sitios cuando vayáis a hacer turismo.

Su guiño le pareció repulsivo, no tanto como sus verdaderas intenciones. Había sido mala idea aceptar el ofrecimiento de Mila, pero tenía razón: Otabek había viajado muchas horas. Dos años más y no tendría que depende de nada ni de nadie para moverse por la ciudad.

―Eres tan obvia que me repugnas.

―Algún día te gustará alguien y entenderás lo que es querer pasar el máximo tiempo posible con esa persona, Yurio.

―Tonterías. ¡Y no me llames así, joder!

Desde que el katsudon estaba entrenando con ellos, todos habían comenzado a llamarlo Yurio para diferenciarlos debido a la mala influencia de Viktor. No sólo era insoportable el nombre en sí, sino que les daba una excusa para molestarlo intencionadamente. Era el más joven de los senior y ni ganando el oro en su primer Gran Prix había conseguido respecto hacia su persona. Es más, cada vez que se quejaba o se irritaba y les soltaba algún improperio, utilizaban la medalla de oro en su contra diciendo que se le había subido la victoria a la cabeza y por eso los trataba mal. Lo decían de broma, pero aun así le molestaba.

―Lo siento, se me ha pegado de Viktor. Pero Yuri, ¿crees que tengo alguna posibilidad con él?

―¿Con quién? ―preguntó distraído, volviendo a comprobar si tenía alguna notificación nueva.

―¿Con quién va a ser? ¡Con Otabek!

―¡Y yo qué sé!

―¿Es que no habláis de estas cosas? Sois amigos después de todo, tienes que saber qué clase de persona le interesa.

Yuri levantó la mirada del móvil. Mila continuaba de pie a su lado, a la espera de su respuesta. Sí que estaba guapa; las chicas sabían cómo sacarse partido cuando les interesaba. No obstante, no iba a permitir que atosigara a Otabek nada más bajarse del avión.

Desde que habían vuelto de Barcelona, Mila no había parado de hacerle preguntas sobre él, como si Yuri fuera alguna especie de enciclopedia que albergara todas las respuestas. Todo sería más sencillo si Otabek usara las redes sociales, porque así podrían comunicarse directamente y dejarlo al margen. Pero no era el caso.

―Tengo cosas mucho más interesantes de las que hablar con él.

―¿Ah, sí? ¿Y de qué soléis hablar normalmente?

Mila era terriblemente pesada. La conocía desde pequeño, pero no habían empezado a hablar hasta que Yakov lo había cambiado a la pista de los adultos para que empezara a entrenar para su debut como senior. Mila solía estar pendiente de todos, pero por alguna razón que desconocía, lo estaba más de él que de los demás.

Su reciente interés por Otabek, sumado a su más reciente amistad con el kazajo, había hecho que le incordiara más que nunca.

―Pues de nuestros respectivos programas, de los cambios en las coreografías y los avances.

―¿Sólo habláis de patinaje? ¿En serio?

―¡Claro que no! ―exclamó, al borde del grito por la irritación.

―¿Entonces?

Realmente no había mucho más. Para empezar, ni siquiera tenían tiempo. Los dos estaban ocupados preparando los programas para la siguiente temporada, cada uno con sus respectivas rutinas y la diferencia horaria que tampoco ayudaba. Casi nunca coincidían en el momento de intercambiar mensajes, sino que solían responder horas más tarde. Pero nunca le faltaba los mensajes de buenos días y buenas noches de Otabek, siempre prematuros para él porque su amigo se acostaba y se levantaba antes que él.

―¡Eso no es asunto tuyo! ¡Deja de cotillear!

―¡Es que quiero conocerlo mejor! Quiero gustarle y para eso necesito saber qué le interesa.

―¿Y a mí qué?

―Pfff, Yuri, eres tan empático como una piedra.

Por suerte para él, una marabunta de personas comenzó a salir finalmente, y uno de los primeros en hacerlo fue el propio Otabek. Era fácil reconocerlo teniendo en cuenta que la gente a su alrededor era generalmente más alta, de piel más pálida y de ojos y cabellos más claros. Vestía por completo de negro, a excepción del abrigo que era gris y en ese momento lo llevaba colgado del brazo. Le había crecido el pelo lo suficiente como para dejar de tener los laterales de su cabeza rapados y llevaba sus gafas de sol colgadas del bolsillo del pantalón, al ser incómodo llevarlas colgadas del suéter, que era de cuello vuelto. También llevaba una bufanda por el cuello, aunque sin ajustar debido a la calefacción probablemente, y unos guantes en la mano con la que sujetaba el pasaporte. Con la otra mano tiraba de una maleta de ruedas y del hombro contrario colgaba la que parecía ser su bolsa de entrenamiento.

A Yuri le pareció muy poco equipaje para dos semanas.

―¡Otabek! ―lo llamó Mila, alzando la mano.

Mucha gente se giró a mirarlos y algunos incluso cuchichearon. Yuri temió que los rodeara una horda de fans salidos de la nada; no sería la primera vez.

―Buenas noches ―los saludó Otabek en ruso, con demasiada cortesía para el gusto de Yuri.

―Buenas noches. Soy Mila Babicheva, nos conocimos en la final del Gran Prix.

―Sí, me acuerdo.

A Mila se le iluminó el rostro del entusiasmo; Yuri puso los ojos en blanco.

―Vámonos de una vez. Estamos llamando demasiado la atención ―los urgió y comenzó a caminar hacia la salida sin esperarlos.

―Permíteme ayudarte con tu equipaje ―se ofreció Mila, que estaba utilizando una voz demasiado endulzada.

―No te preocupes ―rechazó Otabek con educación.

Yuri los miró con molestia, no por ellos, sino porque se dio cuenta tarde de que él debería haber sido quien se hubiera ofrecido a ayudarle con el equipaje.

―¿Qué tal el vuelo? ―volvió a adelantársele Mila, quien seguía sonriendo de manera encantadora.

―Sin complicaciones.

―¿Has dormido algo?

―No, no he podido.

Su enfado no hacía más que incrementar, así que Yuri los adelantó intencionadamente. No quería que Otabek se llevara una impresión equivocada de él, por lo que prefirió salvar las distancias hasta conseguir calmarse y entonces hablarle de manera civilizada. Últimamente, desde que el katsudon había llegado a Rusia concretamente, estaba de un humor de perros por culpa del comportamiento de los demás. El año anterior, sin Viktor, el ambiente había sido muy diferente, más tranquilo en cierto modo. Pero desde que habían empezado a prepararse para la nueva temporada no paraba de escuchar comentarios día sí y día también, directa o indirectamente, acerca de su fama pasajera ahora que Viktor volvía a competir. Eso, sumado a los elogios continuos al katsudon, lo tenían irascible: cualquier cosa lo molestaba de sobremanera. No era culpa de Otabek y no quería que lo tomara por un niñato sin control sobre su temperamento. De todas formas, parecía entretenido en su conversación banal con Mila, como si prescindiera de su presencia.

Y eso también le molestaba.

Había que sumarle el hecho de las fotografías poco disimuladas que les estaban tomando conforme avanzaban por el aeropuerto; un vistazo rápido a sus fanbases favoritas fue suficiente para confirmar que los tenían localizados. Ni siquiera eran miembros de la fanbase oficial, sino gente aleatoria que los había reconocido y habían subido las fotografías a Internet. No obstante, esas chicas eran capaces de encontrar esas fotografías al momento de ser publicadas y volver a subirlas a sus fanbases con los créditos correspondientes. Era impresionante la coordinación, la rapidez y la eficacia con la que hacían su trabajo, pero a la vez, era desesperante que lo tuvieran localizado en todo momento.

Yuri alcanzó el coche antes que ellos y aguardó apoyado en el capó, con los ojos bien abiertos por si descubría a alguien a su alrededor con una cámara. No fue el caso, para suerte de todos, porque en ese momento se sentía capaz de acercarse a la persona para romperle la cámara o el móvil.

―Yuri, has caminado demasiado rápido ―recriminó Mila cuando llegaron a su altura.

―Saben que estamos aquí, sólo quiero largarme cuanto antes ―expresó con rudeza.

―¿Ya? ¡Madre mía, Yuri! Tus fans son impresionantes.

―Supongo que se ha vuelto peor desde que conseguiste el oro ―dijo Otabek, que se había puesto el abrigo, los guantes y ajustado la bufanda en algún momento, al igual que Mila.

―No te haces una idea.

Desde que había vuelto de Barcelona, Yuri era incapaz de salir a la calle sin que lo siguieran. Se había mudado tres veces en el último mes ante la desesperación de tener a gente esperando en su puerta día y noche. Ya incluso reconocía sus caras. Había acabado mudándose al edificio de Viktor, que tenía seguridad e impedían la entrada a cualquiera que no fuera residente. El alquiler era carísimo y el piso gigantesco, pero al menos tenía paz cuando regresaba a casa.

―Siéntate delante, Otabek. Irás más cómodo ―sugirió Mila en lo que rodeaba el coche.

―Estaré bien detrás, gracias. Siéntate tú ―añadió, dirigiéndose a Yuri.

―Paso.

Yuri entró en el coche por la parte trasera y cerró con más fuerza de la que debería.

―¡Yuri! ¡La puerta! El coche es nuevo, no lo trates de esa manera ―lo reprendió Mila con enfado.

Cuidaba ese coche como si fuera su propio hijo; había estado mucho tiempo ahorrando para poder pagarlo de un tirón y siempre llegaba tarde a las prácticas porque tardaba mucho tiempo en aparcarlo ya que lo hacía muy lentamente para tener cuidado de no rallarlo. Era desquiciante verla aparcar.

Yuri murmuró una disculpa que no llegó a oídos de los presentes.

Tras guardar el equipaje de Otabek en el maletero, él y Mila se sentaron en los asientos delanteros y con todo el cuidado del mundo, Mila salió del aparcamiento.

―¿Dónde te quedas, Otabek?

―Dame un segundo que mire la dirección del hostal ―dijo, revolviéndose en su sitio para sacar algo del bolsillo de su abrigo.

―¿Cómo que hostal? ―espetó Yuri, echándose hacia delante.

―¡Yuri! ¡El cinturón! ―le gritó Mila alterada al comprobar que no lo llevaba puesto.

―¡Creía que te quedarías conmigo! ―continuó ignorándola.

Otabek, que se había girado para verlo, parecía sorprendido.

―No me dijiste nada, así que reservé habitación en un hostal ―explicó.

―¡No te dije nada porque creí que era evidente! ―se excusó.

―Si no le dices nada, ¿cómo va a saberlo? ―lo defendió Mila―. ¡Y ponte el cinturón!

―¡Bah! Pues lo cancelas y ya está ―dijo Yuri echándose hacia atrás para ponerse el dichoso cinturón―. Es una tontería que te gastes el dinero pudiendo quedarte conmigo.

―¿Estás seguro? Voy a estar un mes, no quiero molestar.

―Créeme, Otabek. El día que le molestes te lo hará saber ―dijo Mila con una pequeña risita.

―Exacto ―confirmó Yuri e hizo ademán de echarse hacia delante, pero el cinturón se lo impidió, así que tiró de él pero lo hizo con tanta fuerza que se bloqueó. Bufó molesto y tiró con suavidad para poder echarse hacia delante―. Toma mi móvil; busca la reserva del hostal y cancélala. Además, ¿qué haces yendo a un hostal? Seguro que las sábanas están llenas de mierda. ¡O peor, de semen!

No supo por qué su comentario hizo tanta gracia a Mila, que soltó una gran carcajada. Hasta Otabek rió silenciosamente.

―Está bloqueado ―dijo, refiriéndose al móvil.

―Trae. ―Una vez más, el cinturón impidió que se moviera, por lo que lo maldijo y se llevó otra regañina de Mila por maltratar el cinturón. Después de desbloquear el móvil se lo devolvió a Otabek y desvió la mirada hacia la ventana.

Mila conectó el USB a la radio y comenzaron a escuchar sus canciones. Su gusto musical era muy parecido, así que Yuri no tuvo ninguna queja al respecto. Era una suerte que no estuviera nevando en ese momento, pero las calles estaban cubiertas del manto blanco y Mila había recibido la ayuda de Georgi y algunos chicos para poner las cadenas al coche.

Desde muy pequeño, Yuri había adorado pasear en coche. Le resultaba terriblemente sencillo quedarse embobado mirando el paisaje por la ventana hasta el punto de no enterarse de la música de fondo o de si le hablaban. Ya no le sucedía con tanta facilidad como antes, por eso escuchó la burla de Mila.

―Siempre se queda empanado mirando por la ventana cuando lo saco de paseo ―estaba comentándole a Otabek.

―¡No me he quedado empanado! ¡Y no soy tu perro para que me saques de paseo! ―le gritó, haciéndola reír nuevamente.

―Claro que no, eres mi gato. Creía que ese punto ya estaba claro ―respondió con burla―. Si le acaricias el pelo incluso te ronronea.

―¡¿Quién ronronea, estúpida?! ―le chilló avergonzado porque estuviera diciendo esas cosas delante de Otabek.

Mila volvió a reír y a través del espejo retrovisor, vio que Otabek estaba sonriendo también. Volvió a enfadarse, así que decidió ignorarlos y devolver la mirada a la ventana.

No les prestó atención en lo que restó de viaje, consiguiendo evadirse gracias al paisaje que dejaban atrás conforme avanzaban. Se dio cuenta de que se había quedado dormido al despertarlo Mila para que bajara la ventanilla y el portero le reconociera y le permitiera entrar, sino tendrían que bajarse ahí y, una vez más, había fans a la espera.

Los cristales del coche de Mila estaban tintados, pero aun así, sabían que eran ellos porque ya tenían el coche de Mila fichado pese a tenerlo desde hacía una escasa semana.

Yuri abrió la ventanilla lo justo para que el portero lo reconociera y subiera la valla. Sus fans gritaron enloquecidas, pero a Yuri le pareció escuchar que preguntaban por Otabek.

Desde que lo había rescatado en Barcelona, las fans de Otabek se atrevían a molestarlo para intentar sonsacarle información sobre él. Por suerte, sus propias fans se habían encargado de protegerlo de su acoso tanto cibernético como físico, así que no eran del todo fastidiosas. Viktor le había dado consejos útiles sobre cómo manejar el tema para que le resultara favorecedor, pero ponerlos en práctica no era sencillo porque implicaba ser simpático y agradable todo el tiempo, dos cualidades que brillaban por su ausencia.

Una vez en el interior, Yuri captó la petición sin palabras de Mila, pero la ignoró deliberadamente. No quería invitarla a subir, no le apetecía y no iba a hacerlo. Le agradeció que los hubiera llevado y se despidió de ella hasta el día siguiente. Otabek también lo hizo, pero de una manera muchísimo más cortés.

Esta vez, Yuri se adelantó y tomó la maleta de ruedas de Otabek, quien intentó recuperarla pero él volvió a hacer de oídos sordos, por lo que no le quedó más remedio que cargar con la bolsa deportiva únicamente. Yuri habría cargado con ella también, pero a él no le gustaba que tocaran la suya y pensó que Otabek podría ser igual en ese aspecto.

―El katsudon y el idiota viven en el veintisiete ―anunció una vez se montaron en el ascensor―. Yo en el veintiuno.

―¿Quiénes?

Yuri supo que su pregunta era genuina, pero aun así no pudo evitar que le hiciera gracia y reír por ello.

―Yuuri Katsuki y Viktor Nikiforov.

―Oh, cierto ―respondió con una sonrisa un tanto avergonzada―, me comentaste que te habías mudado a su edificio.

―Es lo último que me habría gustado hacer, pero no me quedó más remedio cuando vi que se habían colado en mi anterior casa.

―No puedo imaginarme lo que tiene que haber sido eso.

―Tienes suerte de que tus fans no estén locas. Quizás debería dejar las redes sociales.

Las puertas del ascensor se abrieron al alcanzar su planta. Yuri salió primero, arrastrando la maleta de Otabek y le guió por el largo pasillo.

Las baldosas del suelo estaban tan limpias que podían ver sus propios reflejos y los azulejos de las paredes exponían un lujo característico de un hotel de cinco estrellas. Las puertas eran más oscuras y los rodapiés tenían un color diferenciado. Había macetas naturales repartidas a lo largo del pasillo, aunque Yuri no sabía quién las cuidaba. Y las lámparas colgadas en las paredes alumbraban con un color amarillento que incrementaba la sensación de ser el pasillo de un hotel en lugar de un edificio residencial.

―No dejes que esa gente te impida hacer lo que te gusta ―retomó la conversación Otabek, después de recuperarse de la sorpresa que le había causado tanta suntuosidad.

―Ya, pero Yakov dice que si me localizan con tanta facilidad es porque publico mi vida a cada minuto ―respondió en lo que buscaba las llaves en sus bolsillos―. Que no es verdad, por cierto. Hay gente mucho peor que yo.

Como el amigo del katsudon, ése sí que publicaba su vida al minuto. No es que Yuri perdiera su tiempo viendo sus fotografías, pero cada vez que entraba en Instagram, una de las primeras fotografías que aparecían eran siempre suyas. Le seguía por compromiso más que por interés; se le había acercado de manera amigable durante el banquete del último Gran Prix y no había sabido decirle que no cuando le pidió ser amigos en Instagram.

―Sí que la hay, y no, no publicas tu vida a cada minuto. Es increíble cómo de la fotografía de una camiseta pueden saber dónde estás.

Eso le había pasado más de una vez, lamentablemente. Fue así cómo Yakov se enteró de que había ido a Japón el año anterior, pero también le había pasado varias veces más en Rusia. Desde entonces ponía más cuidado en lo que publicaba.

―¿Verdad? ―exclamó, luego cayó en la cuenta de algo importante―. Espera, ¿entras en mi Instagram?

Se pararon justo delante de la puerta veintiuno, la que estaba al final del pasillo. La veintisiete quedaba en la planta superior, algo que Yuri agradecía.

―A veces ―reconoció Otabek y desvió la mirada a la cerradura.

―Oh.

A Yuri no se le ocurrió nada más elocuente que decir. Si Otabek no tenía redes sociales era porque no le interesaban había pensado él, pero esa nueva información echaba por tierra su teoría anterior.

Tampoco tenía mucho sentido darle vueltas al asunto.

Entraron y Otabek volvió a quedarse pasmado al observar el interior; Yuri no podía culparle, a él le pasó lo mismo la primera vez que lo vio. La estancia era demasiado grande para una sola persona, incluso para dos, porque el apartamento tenía dos habitaciones. No había demasiados muebles así que la sensación de espacio era incluso mayor. Yuri había limpiado y ordenado con motivo de su nueva visita; probablemente el apartamento no había estado tan reluciente desde que se había mudado.

―Es… inmenso.

―Por un momento pensaba que ibas a decir acogedor, porque no, no lo es. Pero sí, es inmenso ―contestó en lo que se quitaba las botas.

Había un pequeño escalón en la entrada que recordaba a las entradas de las casas japonesas. Yuri había cogido la costumbre de descalzarse en la entrada no por su breve estancia en la casa del katsudon, sino porque debido a la nieve se le ensuciaban las suelas más de lo habitual y dejaba el suelo pringoso. Al verlo, Otabek hizo lo mismo sin preguntar.

En la entrada estaba la zapatera y un perchero idéntico al que tenía Viktor en su propio apartamento. Yuri colgó ahí su abrigo y dejó sus guantes y las llaves sobre la zapatera, de la que sacó un par de zapatillas. En seguida se avergonzó porque las suyas simulaban ser tigres, pero ya era tarde para volver a guardarlas… Otabek las había visto.

―Me las regaló mi abuelo ―inventó para justificarse.

Otabek asintió con una pequeña sonrisa, pero no dijo nada.

―Ven, tu habitación está por aquí.

Yuri volvió a adelantarse, llevándose consigo la maleta de ruedas. Los dormitorios no eran tan exagerados como el salón al menos, pero seguían pareciendo gigantescos debido a la escasez de muebles. El suyo al menos estaba personalizado, pero el de Otabek estaba tal cual se lo habían entregado el día que recibió las llaves del apartamento. Era el dormitorio principal, por lo que tenía una cama individual, un armario empotrado, dos mesitas de noche y una cómoda. Estaba completamente vacío.

―¿Es el dormitorio principal? ―preguntó con sorpresa.

―Sí. Me da pereza hacer una cama tan grande, así que me quedé con el otro.

Otabek volvió a mostrar la pequeña sonrisa que había puesto al ver sus zapatillas; Yuri no estaba seguro de si le gustaba que sonriera de esa manera porque le hacía sentir como si fuera un niño.

Se dijo a sí mismo que estaba susceptible; si había alguien en el mundo que no lo tomaba por un niño o, peor, una niña, ése era Otabek.

―Yo nunca hago mi cama ―reveló Otabek, dejando su bolsa deportiva sobre la cama.

―¿En serio? No lo pareces.

―¿Parezco alguien que hace la cama cada día? ―cuestionó con una sonrisa diferente, como divertida, aunque también pequeña.

―Pareces alguien responsable, así que sí ―contestó encogiéndose de hombros.

―Pues no. Odio hacer la cama.

Otabek se giró hacia su bolsa y buscó algo en su interior. Yuri se encontró incómodo de pronto; nunca antes había hecho de anfitrión. No sabía si debía marcharse y dejar que se acomodara o si debía quedarse por si necesitaba algo. Estaba debatiéndose sobre qué hacer cuando Otabek sacó un paquete envuelto.

―Toma.

Yuri se lo quedó mirando atónito.

―¿Es un regalo?

Otabek asintió.

―¿Por qué?

―¿Por qué no? Lo vi y me recordó a ti. Pero si no lo quieres no pasa nada.

Yuri se lo arrebató de las manos antes de que pudiera volver a guardarlo, incluso retrocedió hasta la puerta para poner distancia entre ellos y le dio la espalda para desenvolverlo.

¡Un regalo de Otabek! No se lo había esperado y no sabía cómo reaccionar. Generalmente sólo recibía regalos de su abuelo o de sus fans, pero esto era totalmente diferente. Ni siquiera cuando el katsudon y Viktor le habían dado regalos por Navidad se había sentido tan emocionado como en ese momento.

Pero claro, ellos no eran sus amigos.

―¡Es…! ¡Es…! ―Yuri lo alzó para observarlo bien, dejando caer el envoltorio al suelo. Luego se giró hacia Otabek con los ojos vidriosos de la emoción―. ¡Beka! ¡Es perfecto!

Otabek parecía sorprendido mientras sonreía con la sonrisa más amplia que Yuri le había visto hasta el momento.

Su regalo era un tigre de peluche con una chaqueta negra con capucha y pelitos en el forro interno. Además, el tigre tenía cara de pocos amigos.

Perfecto no era calificativo que le hiciera justicia.

―¿Beka?

Yuri se dio cuenta de que se le había escapado el diminutivo sólo cuando Otabek lo repitió. Ahora que lo pensaba, sonaba ridículo. Otabek era demasiado masculino, maduro y atractivo como para permitir que utilizaran diminutivos con su nombre. Él mismo lo detestaba.

―Lo siento, ha sido un lapsus.

―No te preocupes ―respondió con una sonrisa―. Me alegra que te guste el peluche. Tenía miedo de que lo consideraras muy infantil.

―¡Mola mucho! ―exclamó con énfasis, porque era cierto y porque quería que no dudara de ello―. Pero yo no tengo nada para ti.

―Ni falta que hace. Me has acogido en tu casa, soy yo el que debe pagártelo con algo más que un simple peluche.

―No exageres.

Yuri salió de la habitación para buscar su móvil; lo había guardado en el bolsillo de su abrigo después de que Otabek se lo devolviera en el coche. Se hizo una fotografía con el peluche y lo subió a Instagram con el mensaje: «El tigre más molón del universo».

En ese momento comprobó que tenía varios mensajes del katsudon preguntando si Otabek había llegado bien, otros tantos de Mila diciendo tonterías, uno de Yakov recordándole a qué hora tenían entrenamiento mañana y mandando sus saludos a Otabek y otro de Viktor ofreciéndose a darle condones si los necesitaba.

La broma había sido recurrente desde el banquete de la final del Gran Prix, cuando Otabek aceptó su oferta. Desde entonces, Viktor se había inventado toda una historia sobre lo que había ocurrido entre ellos después de conseguir que los del hotel le abrieran la habitación al olvidarse la tarjeta dentro, y nada de lo que había dicho le había convencido de que sólo eran amigos.

No es que Yuri fuera tonto, era consciente de que Viktor sólo bromeaba porque sabía que le molestaba, pero no podía evitar exaltarse cada vez que sacaba el tema.

―¡Será imbécil! ―gritó al leerlo.

―¿Quién? ―preguntó Otabek, que había regresado de su dormitorio.

―¡Nadie! ―respondió demasiado exaltado y tiró el móvil al sofá en lo que cruzaba la estancia rumbo a la cocina―. Oye, ¿has cenado?

―Me dieron algo en el avión.

―A saber a qué hora te lo dieron.

Yuri abrió la nevera. Esa tarde había terminado antes y había comprado suficiente comida precocinada para pasar la semana. Él no sabía cocinar y normalmente comía con Yakov y el resto, pero con Otabek en casa quería aparentar ser una persona responsable.

―Elige tú. Yo voy a comerme esto.

Cogió lo suyo y se apartó para dejar espacio a Otabek, aunque no era necesario porque hasta la nevera era gigantesca. Desde que se había mudado no había encendido la vitrocerámica, sino que las pocas veces que comía en casa y cuando no era comida para llevar, lo calentaba en el microondas.

Al ver lo que Otabek había cogido, frunció el ceño y le ordenó que cogiera más porque eso no era suficiente. Tras calentar las comidas, se sentaron a la mesa y cenaron en silencio. Yuri estaba tenso; ser anfitrión era más duro de lo que había imaginado. Tenía la sensación de que Otabek estaba aburrido y no sabía cómo entretenerlo, pero tampoco quería decir una tontería y que pensara que era idiota.

―Yuri…

―Otabek…

Ambos se miraron sorprendidos al pronunciar el nombre del otro a la vez, en señal de atención. Sonrieron nerviosos.

―Dime.

―No, dime tú.

―No, si yo no iba… Da igual, dime ―insistió Yuri.

―Sólo quería decirte que no necesitas prestarme tanta atención ―dijo, con una de sus pequeñas sonrisas―. No tienes que estar pendiente de mí, quiero decir. Es más, todavía puedo irme al hostal.

―¡Olvídate ya del hostal! Quiero que te quedes conmigo.

―¿Seguro? Es todo un mes compartiendo piso. No quiero invadir tu intimidad ni hacerte sentir incómodo con mi presencia.

―Mira a tu alrededor, Beka. Este piso es enorme, ¿crees que no voy a encontrar intimidad si la necesito? ―dijo, y eso pareció tranquilizarlo un poco―. Y perdona, te he vuelto a llamar así…―añadió avergonzado.

―Generalmente no me gustan los diminutivos, pero si lo dices tú es diferente ―dijo sin que sonara como algo realmente importante antes de continuar con su cena.

―¿Sí? ¿Por qué es diferente si lo digo yo?

―Porque tú eres mi amigo.

Eso tenía sentido para Yuri, quien asintió y sonrió con entendimiento. Regresó a su cena más tranquilo ahora que habían dejado claro ese punto. Otabek le había pedido que no se esforzara demasiado y le había dado luz verde para llamarlo como gustara.

―Yakov me ha dicho que la práctica de mañana empieza a las nueve. Nos lleva Viktor.

―Estupendo.

Volvió a hacerse el silencio, pero esta vez, Yuri se sintió mucho más a gusto en él. Otabek se ofreció a fregar y Yuri trató de impedírselo porque era su invitado, pero Otabek volvió a insistir en que no era necesario que tuviera tanta consideración con él. Yuri dejó de intentarlo después de eso, porque tenía razón: no era necesario siendo amigos.

En lo que Otabek fregaba los platos, Yuri fue a ponerse el pijama, que consistía en unos pantalones bombachos y una camiseta vieja. La calefacción estaba puesta, por lo que no necesitaba utilizar ropa demasiado abrigada. De hecho, no entendía cómo Otabek podía continuar con ese suéter sin asarse.

―Si quieres darte una ducha, el baño está ahí. Tu toalla es la roja ―indicó en lo que se dejaba caer sobre el sofá y recuperaba su móvil para comprobar que tenía más de veinte mil me gusta en la foto de su peluche.

Otabek aceptó la ducha y antes de que Yuri pudiera echarlo en falta, había terminado.

―En serio, el amigo del katsudon debería comprarse una vida. Mira su última foto ―dijo al escuchar sus pasos aproximarse.

Al alzar el rostro para mirarlo por encima del respaldo del sofá, el atractivo masculino de Otabek le dio un bofetón. Si ya de normal lo era, y mucho, al salir de la ducha con el pelo mojado, esa camiseta sin mangas que dejaba visible los músculos de sus brazos y las clavículas, y ese pantalón de chándal gris que a cualquiera sentaría fatal menos a él, no hacían más que acentuarlo.

―¿Phichit? ―preguntó curioso y se inclinó sobre el respaldo para verlo mejor, aunque tuvo que entrecerrar los ojos―. La mitad de sus fotos son de sus hamsters.

―¿También miras su instagram?

―No, pero me las envía igualmente.

―¿Sois amigos?

―En realidad no, pero durante el banquete me pidió el número y no supe decirle que no.

Yuri podía ponerse en su piel perfectamente. No entendía qué tenía ese chico pero resultaba muy difícil rechazarle.

―¿Puedo coger agua?

―¿Puedes no preguntar tonterías? ―respondió con una sonrisa burlona―. Estás en tu casa, Otabek. Coge lo que quieras cuando quieras.

―Gracias.

Otabek se dirigió a la cocina y se sirvió agua de la garrafa. Por suerte, el katsudon había ido con él a hacer la compra y le había recordado comprar cosas tan esenciales como agua. Yuri no bebía mucho agua pese a saber que debería; él prefería zumos, batidos y refrescos.

Aprovechó que no le estaba prestando atención para sacarle una fotografía y mandársela por Snapchat a Mila con el mensaje: «Para que te toques esta noche». Mila lo abrió de inmediato y casi podía escuchar su grito desde su casa. Le llegó la notificación de que se había guardado la fotografía y recibió una de ella fingiendo llorar con un «Gracias, lo haré». Yuri chistó la lengua, pero sonrió.

Para cuando Otabek se unió a él en el sofá llevaba puestas unas gafas.

―Oh, no sabía que las necesitaras.

―Es raro que conozcas a un asiático que no las necesite, a menos que se haya operado, claro.

―¿Y tú por qué no te operas?

―Porque me da miedo ―reconoció sin vergüenza alguna―. De día uso lentillas, pero a estas horas ya no las soporto.

―Debe ser un coñazo.

―Te acostumbras.

―¡También tienes un tatuaje!

Yuri lo observó con los ojos abiertos como platos. Otabek tenía una frase escrita en el bíceps derecho, con una caligrafía preciosa que fingía ser notas en un pentagrama que ondeaba.

Era demasiado guay. Otabek era demasiado guay.

―Sing a song you will never regret ―leyó Yuri, no sin cierta dificultad debido a la disposición de las letras.

Otabek mostró su pequeña sonrisa pero no dijo nada al respecto. Yuri no se atrevió a preguntarle por el significado.

Su móvil vibró por una nueva notificación; tenía una videollamada de sus vecinos.

―¿Qué queréis? ―preguntó tosco, hablando en inglés.

―¿Yurio? Siento llamar tan tarde, pero estaba preocupado porque no habías respondido mis mensajes. ¿Estás con Otabek?

―Sí, está aquí. Saluda al katsudon.

Yuri giró la muñeca para que la cámara frontal pudiera enfocar a Otabek, quien se acercó a él para no estar tan lejos.

―Hola, Yuuri. ¿Qué tal?

―Bien. ¿Qué tal tú? ¿Cómo ha ido el vuelo?

―Bien, sin problemas.

―¿Has cenado?

―Sí, le he dado de cenar ―respondió Yuri volviendo a girar la muñeca para que le enfocara a él, y dejando a Otabek con la palabra en la boca―. La práctica de mañana es a las nueve, ¿a qué hora salimos?

―Espera, le pregunto. ¡Viktor!

El katsudon solía alargar la última sílaba de su nombre cuando lo llamaba y Yuri era muy consciente de que Viktor tendía a desaparecer sólo para escucharle pronunciar su nombre de esa manera. Era una de tantas cosas que le hacía poner los ojos en blanco.

―Yurio pregunta a qué hora salimos mañana.

―Tengo que echar gasolina, así que como muy tarde a las ocho y cuarto. Hola, Yurio ―dijo, abrazando al katsudon para entrar en el plano―. Ponme a Otabek.

Yuri se movió para quedar al lado de Otabek y poder así verse los cuatro.

―¡Otabek! ¡Qué alegría verte! ¡Oh! Te ha crecido el pelo.

―Pues claro, han pasado dos meses ―respondió Yuri.

―En realidad sólo uno y una semana, pero se ha sentido como dos, ¿verdad Yurio? ―dijo Viktor, utilizando el tono de voz que pretendía ser inocente cuando no lo era en absoluto.

―No empieces a decir tonterías ―le advirtió.

―Estoy deseando ver tu programa, Otabek. ¿Cómo lo llevas? ¿Has avanzado mucho?

―El corto lo tengo, pero del libre hay varias cosas que no me convencen. A ver qué opina Yakov mañana.

―No lo va a admitir, pero Yakov está contentísimo de tenerte de vuelta. ¿Sabes que se peleó con Celestino por ti?

Otabek giró el rostro hacia Yuri para buscar confirmación.

―No se peleó literalmente, pero sí estaba muy decepcionado porque decidieras entrenar con Celestino en vez de con él ―explicó Yuri.

―Y no es el único, ¿verdad Yurio? ―dijo Viktor, de nuevo con esa voz de inocencia que nadie se tragaba.

―Viktor… ―dijo el katsudon, intentando detenerlo en vano.

Era cierto que a Yuri le había decepcionado que Otabek hubiera decidido entrenar con Celestino finalmente, pero no era algo que Otabek necesitara saber. Viktor era un bocazas y un liante y tenía que tener mucho cuidado de que no confundiera a Otabek con sus tonterías.

―Bueno, pero al final estás aquí. Quizás las obras en la pista de Almaty era una señal divina para devolverte al buen camino ―dijo Viktor con una de esas sonrisas que daba forma de corazón a sus labios―. Por no mencionar que ha coincidido con la operación de Celestino.

―Celestino tiene un modo de hacer las cosas y Yakov otro, pero no te preocupes, todo va a ir bien ―lo animó el katsudon con una sonrisa sincera.

―Lo sé, gracias. No es la primera vez que me surgen este tipo de impedimentos o que tengo que cambiar de entrenador.

Yuri le miró por el rabillo del ojo, pero no dijo nada al respecto.

―Bueno, pues nos vemos mañana. Llamad a mi puerta cuando estéis listos para irnos.

―Vale, descansad. Nos vemos mañana ―se despidió el katsudon.

―¿Qué pasó con el condón que me cogiste en el banquete de la final, Otabek? ¿Lo has usado ya? ―preguntó Viktor como quien preguntaba por la hora.

―Sí, en Año Nuevo.

Su respuesta sincera los tomó a todos desprevenidos, pero al menos, Yuri disfrutó de la expresión de decepción de Viktor.

Por fin dejaría de hacer insinuaciones sobre algo que no había ocurrido.

―Me alegro de que empezaras bien el año, entonces. Aunque creía que los kazajos no celebrabais la navidad.

―Y no lo hacemos, aunque yo no soy musulmán.

―Por supuesto que no.

―Viktor, ¿puedes parar, por favor? ―preguntó el katsudon con cara de circunstancias.

―Sí, para ya ―lo apoyó Yuri―. Voy a colgar.

―Vale, buenas noches.

Yuri cortó la llamada sin despedirse de la misma manera; el único que se merecía sus palabras cálidas era su abuelo después de todo.

―Es mentira, no lo he usado ―dijo Otabek en cuanto colgaron.

―¿Entonces por qué has dicho eso?

―¿No me has dicho que estás harto de sus insinuaciones? Ya no volverá a hacerlo.

―Oh, no conoces a Viktor Nikiforov. Encontrará otra cosa con la que fastidiarme. Lo hace incluso cuando no se lo propone.

―Vaya.

Yuri bostezó. Normalmente a esas horas ya estaba dormido, pero no quería acostarse tan temprano ahora que Otabek estaba en casa.

―Vamos a dormir.

―No estoy cansado.

―Pero yo sí.

―Oh, vale.

Otabek se levantó primero y le tendió la mano para ayudarle a levantarse. A Yuri le pareció raro pero acabó por aceptarla igualmente. No tuvo que hacer ningún esfuerzo para levantarse porque Otabek tiró de él y lo puso en pie con facilidad, lo que denotaba su fuerza. Yuri dudaba de que él pudiera hacer lo mismo.

―¿Tienes suficientes mantas? Puedo pedirle más a Viktor si quieres ―se ofreció Yuri.

―No, estoy bien así. Gracias.

―Tienes perchas en el armario por si quieres colgar algo.

―Vale, gracias.

Yuri no sabía qué más decirle, así que se marchó de la habitación para dejarle intimidad.

―Yuri ―lo llamó Otabek justo cuando iba a salir por la puerta.

―¿Sí?

―Buenas noches ―dijo con su pequeña sonrisa.

Yuri sonrió también. A partir de ese momento, y durante el siguiente mes, se podrían dar las buenas noches en persona.

―Buenas noches.


Continuará...