DELANTALES MILITARES
Nuevo fic. Larga histoira: advierto que demoraré en las actualizaciones, probablemente. Que disfruten. ¡Reaparecí! Espero mejorar con este ff.
Lo de los summary's (creo que lo escrbí mal :S) estoy cada día peor... pero en fin.
Está situada en la cuarta temporada, pero de manera poco relevante.
Los personajes no me pertenecen bla bla bla... sólo la trama que si David desea usarla se la presto con toda confianza.
Me quedó raro esta capi, pero ya explicaré más en el siguiente... estoy desvariando...
Gracias a toda la gente que me deja review, me emocionan de verdad !!... Gracias en especial a Nessy. Y rasaaabe a para que siga escribiendo! Y también a Satine011288 que no la he vuelto a leer!! Y a todas las niñas lindas que me emocionancon sus historias.
Capítulo 1
CARTAS CON OLOR A ALCOHOL
Guerra en Medio Oriente que asola y devasta los poblados. Muy cruda, muy sangrienta. Se han atacado hasta iglesias y hospitales, por lo que se han tenido que hacer verdaderas bases bajo tierra. Ya es el tercer año. Muchos marines estadounidenses están muy mal heridos y han muerto algunos médicos por pestes ante tanto cadáver con el que han tenido que tratar a la vez. Se necesitan más médicos y no hay tiempo para negociar ni preguntarles, sólo para actuar… obligar para no dilatar lo que tanto le preocupa al estado norteamericano: no parar la guerra.
House estaba en su consulta suministrando una inyección para prevenir el tétano a una adolescente bastante maniaca con la "inmunidad", no quería enfermar de nada y para ello se prevenía con toda la antelación que le era posible.
—Tú deberías dejar algunas de las inyecciones para la gente que realmente las necesita —le había dicho, pero ella le dio una respuesta que le pareció lo bastante convincente como para darle su vacuna.
—Yo estoy pagando, usted haga su trabajo, no más.
—Con la plata se compra todo, hasta los ideales.
—Sí. Y a mí su jefa ya me vendió sus servicios, doctor House. Así que: trabaje.
Sí, Cuddy. Siempre ella tenía que esclavizarlo. ¿Los pacientes qué pensarán? "A ver, divirtámonos con esta joven vivaz un momento":
—¿Y qué tipo de servicios te vendió mi jefa?
—Que voy a recibir una atención de calidad, por parte de un doctor de calidad, pero por lo que veo ni lo uno, ni lo otro he recibido hasta el momento.
Golpe bajo.
—¿Eso te dijo ella?
—¡Parece que lo tiene demasiado bien considerado!
—¿Por qué hablaste con ella?
—¡Porque lo estuve esperando dos veces en los dos días anteriores¿Qué se cree usted?… Pero también ella tiene la culpa¿cómo se le ocurre no despedirle por ineficiente¡Haga su trabajo e inyécteme de una vez! Que para eso su jefa le firma los cheques, supongo…
Y ese "supongo" en tono insidioso fue lo que le hizo hacerle caso, antes de que le quisiera explicar lo que él ya había entendido.
En eso estaba cuando entra Taub.
—Acabó la operación, salió todo bastante bien.
—¿Y para eso vienes¡Hombre! Ven cuando las noticias sean "murió en el quirófano" o "sufrió una embolia" o "nos equivocamos con operarla", pero para buenas noticias me basta con las consultas. Aunque… ¿qué es "bastante"?
—Sangró más de lo debido, pero pudimos controlarlo. Alguien le dio una aspirina. Pero por lo demás, bien. Ahora están viendo qué tal evoluciona para darle el alta, tal vez mañana.
House quitó la aguja del brazo de la chica y le dejó un algodón que ella sujetó, mientras él tiraba la jeringa a la basura y abría un parche curita para ponérselo.
—Bien. Te puedes ir. Y tú también chiquilla.
—Gracias, doctor. ¡Hasta que hizo su trabajo!
—Pasa más seguido. Es difícil encontrar niñas de 15 años que no lloren, contesten y exijan sus derechos.
—16. Y ni sueñe que me voy a pasear por acá para verlo. Créame que es lo último que deseo —y salió.
Taub le dio paso a la chica y se acercó a House.
—¿Coqueteando con una adolescente?
—¡Me tocaba! Ya lo han hecho conmigo. ¡Ah! Pero tú no conoces mi pasado. Algún día te contaré mi historia del "madurito-sexy". Es que las mujeres de mi edad no entienden mi exquisita personalidad, las niñitas sí… —lo miró con extrañeza —¿No te había echado ya de aquí?
—Sí. Pero como la el paciente está bien, no creo que yo haga más falta.
—Sí… Así te despido —le dijo mientras salían, haciendo una mueca de falsa tristeza.
Taub esbozó una sonrisa de "¡seguro!"
Caminaban en dirección a la salida, mientras gritaba:
—¡Son las tres! Mi hora de salida. ¡Anote al doctor Gregory House saliendo puntual a las tres!
Un hombre sentado en la sala de espera, vestido de terno negro y que leía el diario, se acercó a él con cierto misterio.
—¿Gregory House? —preguntó dirigiéndose a House.
—No.
—Sí.
Al tiempo. (El primero fue House, el segundo Taub)
—Cállate. Me preguntaron a mí —le reprendió House a Taub con la boca como trompa, en un susurro que lo que menos pretendía era ser disimulado.
—Doctor House, puedo hablar un momento con usted a solas.
—Eeeeh… —rodó su cabeza y terminó su movimiento mirando a Taub: —te puedes marchar —le recalcó. El cirujano se fue. —Le advierto —dirigiéndose al hombre de negro —que no soy gay.
—Ni yo. ¿Dónde podemos hablar en privado?
—Eh… Por aquí cerca… A ver… ¡Ah¡Vamos sígame! —avanzó cojeando hasta el despacho de Lisa Cuddy.
El hombre se quedó mirando las letras en la puerta para ver dónde estaban entrando, al ver "Lisa Cuddy M.D." grabado en la puerta comentó:
—Así mato dos pájaros de un tiro.
—Sí, sí. No sé usted, pero ella puede matar dos pájaros de un tiro. Es muy buena para esas cosasss… ¡ya sabe¡Ahora lo podemos comprobar¿Lleva su pájaro listo? —el hombre lo miró enarcando una ceja. —¡Ehh…! —House apretó los dientes y giró la cabeza, desviando primero la mirada —¿Dónde guardaste tu sentido del humor? —farfulló para sí. —¿La doctora Cuddy está muy ocupada? —consultó dirigiéndose a la secretaria.
—La doctora Cuddy no está en este momento.
—Uh… ¡Que raro¿Para qué me habrá llamado entonces? Voy a esperarla con el men in black adentro, mientras tanto —y entró con el hombre siguiéndole.
La secretaria miró resignada la situación. Era problema de la doctora Cuddy por no haberle puesto llave a la puerta. Todos sabían que la única que ponía cierto control sobre House era ella.
—¿Y qué le trae por aquí¿Les avisaron que mi jefa es un alienígena y quisieron corroborarlo conmigo? Yo siempre lo he dicho, pero nadie me hace caso. Pero no se dan cuenta que se han dejado llevar por la tiranía marciana y que a todos le está lavando el cerebro…
El hombre negro y en negro no contestó nada y sólo lo miró a través de sus gafas entregándole una carta. House la recibió y la observó quisquilloso.
—¿Y esto¿No se habrá puesto de moda de nuevo los sobres con ántrax como hace ocho años?
—Si no lo abre para contestar positivamente, lo más probable es que la próxima correspondencia que reciba lo sea.
—Me preocuparé de tener algún científico capacitado a mi disposición para ese entonces —contestó, abriéndola. La leyó.
—¿¡Qué haces tú aquí!? —fue el grito que lo distrajo a mitad de la carta. La directora del hospital venía entrando abrazando una carpeta.
—Pregúntale al negro —fue lo él contestó sin levantar los ojos de la carta que le tenía el ceño fruncido.
—¿Y quién es usted? —gruñó al hombre.
—¿Usted es Lisa Cuddy?
—Sí, pero usted… —el hombre le tendió una carta y Cuddy la recibió con el ceño fruncido. —¿Un timbre gubernamental¿Usted viene de parte del gobierno, más cercano hacia el Pentágono o hacia la Casa Blanca?
—El presidente me ha enviado.
—¿Ah, sí? Eso ya me lo estaba imaginando cuando vi el timbre —abrió el sobre con violencia, colocándose la carpeta bajo la axila para sujetarla. Se puso los lentes y leyó.
—¿Su presidente quiere que vaya a ser médico de la estúpida guerra que sostiene en Medio Oriente para no quedarse sin recursos, porque se le están muriendo sus médicos y marines¿Y cree usted que yo aceptaría¡Ja! —bramó House.
—No le queda otra. Esto no es una petición o una sugerencia, es una imposición.
Cuddy levantó la vista medio extrañada, medio trémula y algo molesta.
—¿Nos quieren llevar a ser médicos de campaña¿Por qué¿Por qué a mí?
—Son excelentes doctores. No hay dudas de la reputación del doctor Gregory House y usted que lo conoce, puede controlarlo.
—¿Me quieren llevar a mí más para que controle al doctor House, a para que atienda pacientes? —inquirió indignada.
—Cuddy, aquí no hay pacientes, sólo heridos —le corrigió House.
—También porque es soltera, no tiene hijos, su salud y su estado físico son compatibles y no olvide que es buena médico, es decente y es discreta¿o no? —le contestó el hombre de negro ignorando a House.
—Yo uso bastón, no puedo ir.
—Los heridos son trasladados a una base oculta muy bien resguardada, no necesitará saber correr, sólo atenderlos. Hay ocasiones, cierto, que se necesita alguna curación en el exterior, pero para eso estará la doctora Cuddy, como otros doctores —le pretendió explicar.
—¿Hay otros doctores? —quiso saber Cuddy.
—Sí. Son para reemplazar a los cinco que se nos han muerto. No hay tiempo para negociaciones, porque aumenta la cantidad de heridos exorbitantemente. Todos nuestros médicos están ocupados y ya no hay más de quienes quieran ir a ayudar a quienes sirven a su país, así que cogimos la lista de los mejores doctores y la echamos a correr. Ustedes son parte del primer grupo¡de ocho!, por si había alguna caída durante este periodo.
—¿Y cuál sería ese grupo? —consultó Cuddy.
El hombre sacó un papel y lo comenzó a leer:
—Gregory House, Nueva Jersey. Michael Fisherman, Massachuset. Donna Walt, Nebraska. Jordan Watson, Minnesota. Ralph Gordon, Pensilvania. Lisa Cuddy, Nueva Jersey. Stewart Brown, Kansas. Violet Goldsmith, Michigan.
—¿Están en orden ? —quiso saber Cuddy, pues le picaba el bichito de la "decepción".
—Sí…
—¿¡Qué importa, mujer!? —gruñó House. —¿Tanto te preocupa tu lugar en ese tabulador? Preocúpate más por el hecho de que te quieren utilizar como médico de los caprichos del gobierno.
—Doctor House —el negro se dirigió especialmente a House —, no quería usar este recurso, pero el presidente ha autorizado que a cualquiera de los médicos que se niegue, se le quite la licencia, por lo que, lamentablemente, no podrá ejercer.
Cuddy miró a House como buscando en él la respuesta a sus preocupaciones, a que él fuera el vocero de su sentir, a ver si tenía alguna respuesta salvadora para ello.
—¿Su presidente le quitaría la licencia a sus mejores médicos, según ese ranking, por negarse a prestarle servicios¿Por no querer estar en medio de una guerra¿Por tener más vocación para tratar a gente con enfermedades que no se han buscado más que a tipos que se van a suicidar?… ¡Váyase de aquí!
—¡House! —gritó Cuddy, más preocupada, que enojada, acercándose a él. Pero apenas le tocó el brazo, él se desprendió y salió de allí echo un energúmeno. Cuddy se quedó mirando al hombre frente suyo, causante del comportamiento de su mejor médico.
—Bien, doctora Cuddy, no me queda más que quitarle la licencia al doctor House…
—¡Él ha salvado montones de vidas¡Como directora de este hospital no puedo estar de acuerdo con ello¡El doctor House es nuestro mejor médico¡El mejor del país! No puede ser que el presidente anteponga la vida de los marines a la de sus ciudadanos. ¿A quién gobernará si se queda sin médicos que le ayuden a tener una población viva y sana?
—Doctora Cuddy, según sé, usted es mucho más razonable, por lo que entenderá que si se opone tanto a ir como a la medida, va a perder su licencia, lo significa perder la dirección del Hospital Técnico Princeton Plainsboro¿verdad?
Cuddy lo miraba fijamente con la mandíbula muy fruncida.
—Lárguese.
—¿Prefiere perder la licencia de médico?
—¡No! Sólo… Me molesta su presencia y la prisa que expande por cada poro de su cuerpo, me exaspera y me pone nerviosa. ¿Por qué no se marcha y me deja pensarlo?
—Porque esto no es una negociación, doctora Cuddy. Es un sí o un no, pero cuyo último caso significa la invalidez de su título. Escoja. Y hable con el doctor House, no creo que Nueva Jersey quiera perder a su mejor médico.
—Lo perderán igual. Con el "sí" podría morir y de todas formas va estar por un buen tiempo lejos; con el "no"… ¿sabía usted que el la invalidez del título no quita los conocimientos? Tal vez el doctor House no ejerza sólo de la manera legal…
El tipo se acercó a ella hasta quedar a un palmo distancia. Ella lo miraba hacia arriba con toda esa firmeza que le caracterizaba.
—¿Insinúa que apoya cualquier acto rebelde de parte de Gregory House?
—¡Yo no he dicho eso! Sin embargo, sí… y me iría a ejercer la medicina con él a donde la requieran.
—¿Sabe lo que acaba de decir?
—No lo recuerdo, pero lo que sea, no me arrepiento —soltó sin pensar, yéndose a situar a su silla.
—Levántese de ahí, doctora Cuddy. Voy a tramitar su destitución y la caducación de su licencia —y salió.
Cuddy lo miró con odio y rabia desde su escritorio, pero no se levantó y le vio marchar, cuando atravesó la segunda puerta se puso de pie y se dirigió a su secretaria.
—Delia, cuando el doctor House salió¿dijo algo¿A dónde iba o algo así?
—No, nada, doctora Cuddy. Sólo salió blasfemando y gruñendo.
—Oh, bueno… Gracias.
Sintiéndose desolada, volvió a entrar a su despacho, pero retornando su seguridad inmediatamente dentro, tomó su chaqueta, su cartera y las llaves para cerrar la oficina y decirle a Delia que cancelara todo lo que tuviese que hacer esa tarde.
Antes de salir deambulante por cualquier lugar, quiso revisar lugares comunes: primero su oficina, pero estaba vacía, después al despacho de Wilson, pero nada, ni siquiera él, así que lo llamó, pero por más que intentó en el resto de su camino, Wilson no contestaba; luego el quirófano, pero Chase le dijo que ya habían terminado la cirugía, después a la habitación en que debía estar el paciente, pero sólo estaban Kutner y Trece cuidándola, Taub debía de estar en sus horas de consulta, por lo que no tendría que haberle visto, pasó por si acaso por la UCI y la UTI, pero Cameron no sabía nada de él. Volvió al despacho de Wilson y reintentó llamarlo.
House había salido raudo del despacho de Cuddy en dirección desconocida hasta para él. De pronto se encontró que había llegado a pie hasta un extremo de los parques del recinto universitario, entonces cogió el teléfono pidiéndole a Wilson que lo pasara a buscar en su auto y se fueran a dar una vuelta.
En diez minutos estuvo el oncólogo en su coche allí para auxiliar a su amigo.
—¡Jimmy¿Por qué te has demorado tanto? —le reprochó, subiéndose al auto.
—¿Qué quieres, House? —le gruñó mirando un punto más allá del parabrisas.
—Vámonos de aquí.
—¿A dónde?
—¡No sé! A donde sea. Sólo quiero salir de aquí. ¡Mueve el cacharro!
Wilson resopló enfurruñado, pero dio pique al auto hasta que se encontraron en la carretera.
—¿Me vas a explicar qué te pasa?
—Un tipo del gobierno que se cree Will Smith en Hombres de Negro, pero versión "sin humor", quiere que vaya a ser de médico de sus marines en la guerra de Medio Oriente.
—¿En la guerra¿Y tú que dijiste?
—¡Que no, pues hombre! —se quedó un momento en silencio, miró a Wilson como cerciorándose si sería bueno decirle lo que estaba pensando, finalmente se decidió: —También llamaron a Cuddy.
—¿A Cuddy¿A Lisa Cuddy? Nuestra directora.
—¿A cuántas Lisas Cuddys conoces de las que te podría hablar?
—Bien… —Wilson controló su auto para devolverlo a entre las dos bandas que le correspondía, pues de la sorpresa, se había olvidado, por un momento, de que estaba manejando. —Y ella¿qué dijo?
—No lo sé. Pero si no es tonta debe haberlo mandado con viento fresco y me tiene que estar busc… Tu celular, Jimmy.
Wilson se lo sacó del bolsillo y se lo tiró a House:
—Contéstalo tú, no venía preparado. Y ponte en cinturón.
House tomó el celular "Lisa Cuddy, llamando". Oprimió el botón para evitarse contestar.
—¿Por qué no contestaste? —le gruñó Wilson.
—Porque era Cuddy —comenzó a buscarle los juegos y ponerse a jugar. Miró a Wilson que, sin descuidar el camino, le echaba una mirada asesina. —Jimmy, tranquilo, sino te va a matar.
—No, claro. Lo que quiero saber es ¿por qué no le contestaste? No creo que me llame en horario de oficina al celular, generalmente, para eso, me va a buscar y me chilla personalmente. Por lo que deduzco que lo hace para evitarse precisamente eso: que no le conteste, porque ya debe imaginar que ando contigo.
—Sí, sí, Jimmy. Ella es una maldita vidente. Por cierto¿tú no tenías trabajo que hacer?
—Te oías tan acongojado, que mi débil corazón no resistió las ganas de venir a consolarte, House —ironizó.
—¡Por eso eres mi amigo, Jimmy!
—¿Me vas a explicar de una vez, entonces, porqué te molestó tanto que te pidieran eso?
—¡Me lo estaban imponiendo! Además no quiero tener nada que ver con marines¡no más! Me bastaron tantos años con mi padre… Y menos con estúpidas medidas del gobierno para poder conservar sus toneladas de dinero, como una guerra que ni siquiera debió haber empezado…
—House, deja mi celular, lo vas a terminar partiendo en dos.
—Ay, Jimmy. ¿Qué…? —el celular volvía a sonar. —De nuevo es Cuddy.
—Dámela… —dijo estirando la mano, parando en el semáforo.
—Si la tuviera aquí te la podría dar, pero no lo haría.
—¡Ay! No seas pesado. ¡Pásame el celu…lar!
—¡Upsss! —House había colgado nuevamente.
—¿Por qué no quieres hablar con Cuddy? Y pásame mi celular.
—¡Ah! Fome. Toma —se lo entregó.
Wilson lo conectó al manos libres, se puso en marcha, y mientras andaba se ponía el auricular en el oído y metía el celular a su chaqueta.
—House, no me has contestado.
—No quiero hablar con Cuddy, porque a pesar que le pudo haber dicho que no, lo tiene que estar pensando mejor ahora y lo más probable es que me quiera convencer, para no sentirse sola y que la acompañe.
—¿Tú crees que ella quisiera tu compañía?
—Ella me desea, Wilson.
—¡Ya!… Tú no duras más de dos minutos hablando en serio¿cierto?
—Estoy hablando en serio.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Tú la deseas?
—¡Por Dios! Sé que todos los hombres no se pueden resistir a sus encantos¡hasta tú caíste! Pero yo no he olvidado, como te dije alguna vez, que es el diablo. Me cuesta pasar por alto es pequeño detallito…
—¡Ay! Ya ¡Cállate!… —miró en silencio unos segundo el camino, con el ceño fruncido. Luego preguntó: —¿Quieres ir a un bar?
—Estaría bien. ¿Aunque no crees que es un poco temprano¡Ya me quieres emborrachar!
—Tomaré eso como un sí.
Y en el bar…
Volvía a sonar el celular.
—¿Es Cuddy? —preguntó House.
Wilson lo ignoró y contestó dándose la vuelta, pero House le quitó el celular y colgó.
—¿Qué haces¿Por qué la evitas?
—Ya te dije —y lo apagó.
—¡Dame eso! —se lo quitó y se fue al baño, justo para cuando Cuddy llamaba de nuevo, por lo que se metió en uno de los cubículos antes de que apareciera House y contestó.
—Wilson¿dónde están?
"Están", ella tenía más que claro que él estaba con House.
—En un bar. Pero déjanos por ahora. Lo voy a llevar a mi casa después… ¿Me perdonas correrme del trabajo?
—¡Olvídalo!
—Pero, es que si querías hablar con House, te prestaba mi casa.
—Puedo ir a la suya.
—¿Y tú crees que lo encontrarás? Yo acá lo puedo retener.
—Está bien… ¿A qué hora?
—¿A las diez?
—¿Qué tanto tienen que hacer antes?
—Cuddy —gruñó en tono de advertencia.
—¡Ya! Está bien. Adiós.
Lisa Cuddy salió de su Hospital en dirección a su auto, colgando su celular. Pero al llegar a él, otro hombre de negro, más enorme que el otro, la esperaba con unos papeles. Ella se acercó un poco temerosa, pero procurando porque no se notara.
—¿Lisa Cuddy? —preguntó impidiéndole el paso hacia la puerta del conductor.
—Sí…
El hombre le tiró unos papeles sobre el capó, se colocó tras ella y le entregó un lápiz:
—¿Qué es esto? —preguntó tomando los papeles y leyendo.
—Firme. Es su destitución.
A Cuddy se le heló la sangre. Decirle las cosas que dijo al otro hombre, quien no llevaba ninguna carpeta o papel que le mostrar claramente que lo que decía iba en serio, no había sido muy difícil; ahora recién asimilaba la gravedad del asunto. No quiso recibir el lápiz y balbuceó:
—Ah… No. No firmaré… ¡Ah! —ahogó un grito, pues sentía la boquilla de una pistola apegada a su espalda. —No… no voy a firmar, porque… Voy a ir.
El hombre bajó el arma y apareció tras los vehículos el otro hombre de negro, quien habló ganándose frente a ella:
—Me parece. Ha optado bien. Podrá escoger quien la reemplace. Ahora convenza al doctor House, queremos su "sí" para antes de las diez de la noche o… lo mataremos.
—¿Qué…¿Pero, por qué…¿Por qué nos obligan? —saltó con voz chillona.
—Eso no es de su incumbencia. Lo único que le puedo decir es que al doctor House lo queremos allá. Ahora… entre a su auto y diríjase a buscar a House, nosotros sabremos contactarnos con usted para saber cómo le fue.
El hombre grande (que no podía dejar de recordarle a Vogler, pero en versión blanca) se acercó al otro y ella se quedó mirándoles. Se dio cuenta que no se moverían hasta que ella entrara al auto, por lo que lo hizo y como justo venían llegando sus guardias, los tipos se movieron. Los guardias se acercaron al auto de la doctora Cuddy y ella bajó la ventanilla.
—¿Pasa algo, doctora Cuddy? —le preguntaron.
—Nada. No es nada —mintió sonriendo plásticamente y pensando en que debía despedirlos.
—Wilson, dime dónde están —gruñía Cuddy por tercera vez a través del teléfono que esta vez House no se empeñó por cortar.
—Cuddy, ya habíamos quedado en algo…
—Wilson, la vida de House corre peligro y hablo en serio. Si te importa tu amigo, dime dónde están.
—¿Estás segura?
—No es uno de mis hobbies pasar la tarde convenciendo a House de lo que nunca lo convenceré.
—Pero…
—¿¡Crees que me gusta perder el tiempo¡Tengo mejores cosas que hacer!
—Está bien…
A los 15 minutos llegaba Cuddy con paso nervioso, pero firme. Al verla, House le escupió a Wilson en la cara el wisky que tenía en la boca. Wilson controló su ira golpeando la mesa al tiempo que se levantaba para ir al baño murmurando culebras y sapos a nombre de House.
—¿Por qué hiciste eso? —le gruñó Cuddy sentándose a su lado.
—Para que nos quedáramos solitos… —y le pestañó coquetamente. Cuddy posó violentamente su mano sobre su antebrazo. —¡Auch! Bueno, si te gustan los tríos…
—¿Podemos hablar en serio un momento? —le espetó al tiempo que le pellizcaba el brazo.
—¡Auch¿Por qué tanta violencia¿Qué pasa¿Has venido a convencerme de que te acompañe?
—¿Acompañarme a dónde?
—A la guerra en Medio Oriente a creernos el doctor Zhivago y la enfermera Lara.
—¿Cómo sabes…?
—Fácil. Es el tema de moda hoy.
—Pero yo no te vengo a hablar para que me acompañes, sino para que vayas.
—Pero aún así, te apuesto a que ya te comprometiste a ir.
La mirada de Cuddy se nubló. Tomó del trago de Wilson y le volvió a mirar.
—¡Vaya, mujer! De la manera que tomas deberías registrarte en Alcohólicos Anónimos.
—Ya lo he hecho. —Le miró muy seria: —House, debes… debemos ir, es sólo por un año.
—Un año de pérdida de tiempo.
—House, no podrás ejercer como doctor si no…
—No importa, me voy de Estados Unidos a lucrar a algún país de Latinoamérica, allá valoran más mi nombre y no mi título.
—Hablo en serio —le quitó el vaso a House, que se llevaba a los labios en ese momento y dejándolo con la boca estirada, se lo bebió. —House… Están empecinados en que vayas. Te quieren matar… Es como si dijeran: "eres de nosotros o no eres de nadie"…
—¿Me quiere para ser su médico o su puta¡Vaya, por Dios¡Y tú deja de tomar así! —le arrebató el vaso de las manos. —¿La prestigiosa directora del Princeton con problemas de bebida? A parte¡yo estoy pagando! Y no me has dejado nada.
—¡Callate! Además, el que paga es Wilson. Siempre abusas de él. ¡Ahora mismo! Si no es porque soy su amiga, podría despedirlo, pero es buen doctor…
—¡Cuddy¡Me extraña! No creía que tú mezclaras las cosas…
—¡House! No me cambies el tema.
—No me has contestado.
—Si es lo de Wilson…
—¡Déjame terminar!
—Está bien… —balbuceó Cuddy, que comenzaba a notar algunos tic del alcohol.
—¿Vas?
—¿A dónde?
—¡Ay, mamma mía¡Mujer¡Suelta el vaso¡A la guerra!
—¡Ay! No me grites. Sí, sí voy a ir. Me amenazaron con pistola¿qué querías que hiciera? Aunque ver los papeles frente a mí ya era…
—¿Que te amenazaron con pistola?
Ambos se dieron la vuelta: era James Wilson quien preguntaba. Cuddy asintió compungida.
—¿Y vas a ir? —insistió, ahora Wilson y no House con la preguntita.
—Sí. Wilson yo… Me dijeron que podía escoger quien me reemplazase y quiero que tú lo hagas. Confío en ti y…
—Pero Cuddy…
—Wilson, déjala, está borracha.
—No estoy borracha —aseguró cogiéndose la cabeza entre las manos.
Wilson miró a House como pidiéndole que se callara, pero luego notó que los hombros de Cuddy temblaban. Se sentó a su lado, la observó y luego se dirigió a House en un susurro:
—Está llorando.
House frunció el ceño, molesto.
—¿Qué pasa, Cuddy? —preguntó Wilson con voz amable, abrazándola por los hombros.
—No me pasa nada, Wilson. Creo que House tiene razón. Estoy borracha —se puso de pie mientras mascullaba la última frase.
—¿A dónde vas? —quiso saber Wilson, preocupado.
—A suicidarme —contestó lacónicamente, avanzando a la salida.
Wilson se levantó para seguirla, pero House lo detuvo.
—Déjala. Tiene vergüenza. Se va a ir a su casa, lo más probable, a echarse un zorrito.
—¿Un qué?
—A dormir… ¿No has hablado con un chileno¡La de palabras y frases raras que aprenderías!
—Ya… Hablábamos de Cuddy.
—No me interesa hablar de Cuddy, no es más que lo que viste. Paga y vámonos.
House se puso de pie y se dirigió a la salida. Wilson, no muy convencido, dejó el dinero en la mesa y salió tras él.
House pidió a Wilson que lo dejara en el hospital. Allí cogió su moto y se dirigió hacia la casa de Cuddy. Al llegar allí, se sentó al lado de la puerta y aguardó a algo que él presentía.
Un cuarto para las diez de la noche un auto negro que se le hizo sospechoso, aparcó en la casa de enfrente a la de Cuddy. Los vidrios polarizados no le daban confianza, menos aún cuando vio que se abría uno de ellos y veía el brillo de la punta de una escopeta apuntando a la ventana de la casa. Entonces, sin levantarse, llamó a la puerta. Como no abría, buscó la llave que sabía debía estar bajo las petunias. Abrió y se introdujo en la estancia.
Vio que todas las luces estaban apagadas, menos la de la cocina, se acercó al lugar y vio que Cuddy estaba tirada en el suelo con una copa quebrada. House, asustado, corrió hasta ella: respiraba, estaba bien, sólo dormida.
—Cuddy… Cuddy… —le susurró para despertarla.
Cuddy no reaccionó inmediatamente, pero abrió los ojos poco a poco luego de un rato.
—¿Qué pasa?
—Eso es lo que me gustaría saber a mí. ¿Por qué te has tomado media botella de wisky sola?
—Porque estaba sola —contestó cogiéndose la cabeza. —¡Ay!
¡Riiing¡Riiing!… Sonaba el teléfono en la sala.
—Deben ser ellos —murmuró Cuddy, asustada.
—Déjalo, estás con la resaca horrible y contestarás puras tonterías.
—No puedo… Déjame… —ordenó, tratando de levantarse.
—Quédate aquí. Y no prendas las luces. Yo voy.
House se puso de pie y la dejó en el suelo, avanzando hasta donde estaba el teléfono, lo cogió y una voz ronca le habló desde el otro lado.
—Doctora Cuddy, supongo que ya tiene la respuesta del doctor House.
A House se le heló la sangre: sus presentimientos eran ciertos. Y lo de los tipos a fuera…
—Doctora Cuddy, le estoy hablando. ¿Qué le dijo el doctor House?
House se acercó a la ventana y se agachó para correr un poco la cortina para ver el auto: allí estaban aún, el tipo al otro lado del teléfono debía estar allí. Se volteó justo para notar que Cuddy encendería la luz, por lo que le hizo gestos para que no lo hiciera, Cuddy lo miró extrañada.
—¿Doctora Cuddy?
—¡No! Habla el doctor House. ¿Para qué la llaman? —gruñó con gran brusquedad.
—¡Guau¡Que defensa!
—No es defensa¿qué quiere?
—Saber si usted va a ir.
—¿Usan a una mujer para persuadirme¿Dónde está la inteligencia militar?
—Ahí está. ¡Cómo lo debe haber convencido! Como para que esté en su casa…
—Sé que son unos perros, sólo quería protegerla.
House se quedó pensando por un segundo más lo que había dicho¿había sido él? Miró a Cuddy, quien lo observaba como intentando convencerse que la vesania del porte del sol que había oído, no era una locura de sus neuronas en deplorable estado de ebriedad.
—¡Protegerla! —se oyó la voz burlona al otro lado del teléfono. —¡Vaya¿Y qué contesta entonces?
House inspiró, mirando cómo Cuddy se desvanecía en el suelo. Eso lo presionó para colgar y dejarlos tranquilos para que no irrumpieran en la casa, como estaba sospechando.
—Voy a ir. ¿Cuándo¿Dónde?
—Mañana en la noche. En su casa. Hasta luego.
—¡HASTA NUNCA! —y colgó furioso, acercándose a Cuddy, para darse cuenta que sólo se había vuelto a dormir.
Volvió hasta la ventana y vio que el vehículo se marchaba. Entonces apagó la luz de la cocina y trató de despertar a Cuddy, apestaba a alcohol, por cierto. House hizo una mueca de asco.
—¡Dios! Voy a inscribirla yo en Alcohólicos Anónimos. ¡Cuddy!
—¿Ah?
—¡Vamos! Levanta tu lindo culo y date una ducha.
—Quiero dormir…
—Bueno ya. Vete a dormir.
Cuddy se puso de pie, pero aún se le tambaleaban las cosas. House, rodando sus ojos, la cogió bajo el brazo y la arrastró hasta la cama. Allí la tiró y se quedó dormida al instante. House estaba muy divertido con la situación¿Cuddy ebria? Pero no dejaba de preocuparle el "por qué".
Arrastró sus pies hasta el living, cogió su celular y buscó el número de Foreman.
—¿Oye¿cómo te ves reemplazándome por un año como el jefe de diagnósticos?
—¿Estás borracho?
—Al menos yo no, aunque si puedes hacerlo por contacto olfativo…
—¿Por qué me dices eso?
—Porque me quiero dar un año sabático¿más explicaciones?
—Cuddy no te lo permitiría. ¿Qué es¿Te secuestró la CIA permanentemente?
—Algo así.
Mientras hablaban, House estaba revisando todas las cerraduras y ventanas de la casa preocupándose de que estuvieran bien cerradas.
—¿Qué es?
—Uy. Que te pones pesado. Voy a la guerra de medio oriente a hacer de Zhivago.
—¡Sí, claro! Y yo soy gay.
—¿En serio?
Se escuchó a Foreman haciendo un ruido de resignación al otro lado del teléfono.
—House, tú no vas a Medio Oriente, no irías.
—¡Que bien me conoces, Cassandra! Pero te equivocas en un solo punto: sí voy. En el "no iría" has sido sorprendente.
—¿De verdad vas?
—No me emociona, pero sí — en ese momento miraba la botella de wisky a medio vaciar sobre la mesa. —¡Guau! Cómo bebe esta mujer.
—¿De quién hablas?
—De una Alcohólica Anónima, así que no te puedo dar su nombre.
—Ya…
—Foreman, confío en que harás bien tu trabajo como jefe de diagnósticos. Trata de no mandarte ninguna embarrada, que Cuddy las tomaría contigo y luego conmigo, pero multiplicada por tres. Ahora te dejo, que quiero ir a dormir antes de arreglar mis cosas para mi viaje.
—¿Es en serio?
—¿¡Quieres que te firme un papel notarial!?
Se hizo silencio.
—Gracias por confiar en mí, House.
—No. No me des las gracias, te lo has ganado por tus medios. Ahora intenta que la emoción no te quite el sueño, que mañana empiezas.
—¿Qué les digo a los del equipo?
—Que su jefe se fue de incursión militar. ¿Qué importa? Sólo que me esperen, que de mí no se librarán tan fácilmente, sólo tendrán un respiro, aunque si te dejo a ti es para que eso no suceda.
—Está bien… —se oyó como una risa. —Adiós.
—Sí. Eso…
Y colgó.
—A ver si vuelvo entero.
