Media Luna

By: Ishida Sasuke

Prefacio.

Nunca elegimos a quien amar, pero si pudiéramos todo sería mucho más fácil, ya que puede ser que eligiéramos a alguien que no nos rechazará disminuyendo el dolor que causa el amor y evitando el dolor del rechazo, pero eso le quitaría la emoción de descubrir que a quien amamos a veces puede ser a quien no esperamos. Tal vez amemos a quien odiemos sin razón y tal vez el odio, representado como el hielo, pueda derretirse con el ardor del amor, representado como el fuego. Pero cuando un amor inesperado es imposible por naturaleza... cuando un amor no debería existir ¿Puede el fuego derretir la pared de hielo? ¿Aunque solo sea una chispa contra todo un glaciar? Probablemente no, pero yo confío en que la chispa se convertirá algún día en una llamarada que cruzará el hielo para poder ver a mi amada y odiada a la vez... que sé que me esperará con odio y amor ardiendo en su corazón...

Odio

Llegar de Estados Unidos a Chile fue un golpe duro para mí.
Mis padres hace tiempo que no se llevaban bien, pero no me esperaba que lo suficiente para que mi madre me llevará al extremo del continente.
Extraño tanto moverme y merodear por allí en La Push... siempre sentí curiosidad por ir a la mansión Cullen, pero nunca me dejaron acercarme, ni siquiera podía ir al hospital de Forks, gracias a mi padre (un supersticioso sin razón) que no confía en los Cullen.
He escuchado las leyendas de los quilitues desde que tengo memoria, pero nunca he podido recordarlas. Normalmente todas hablan de licántropos y vampiros. Oír tantas veces las mismas cosas puede resultar hartante, pero bueno, también admito que son interesantes, aunque a una a la que nunca le daré crédito es a la que habla de la imprimación ¿Es que puede haber algo más falso? No me gustan las historias de mentira, ya que las he oído mucho, y en realidad la realidad sin tantos "súper poderes" puede ser mucho más interesante. Esa es una de las razones, por las cuales me encuentro con mi madre, Samanta en el avión hacia Chile.
La verdad Sudamérica nunca me ha llamado mucho la atención. Estoy seguro de que extrañaré correr por los frondosos bosques de La Push. Tanto que creo que incluso extrañaré como Sam Uley siempre me sacaba a patadas de un lugar "privado", al cual frecuentaba espiar. Una vez Jacob Black me tuvo que mandar a casa a patadas cuando tenía doce años.

Ahora ya soy más independiente. Los diez icéis años es una buena edad para vivir. Soy rápido y fuerte, aunque siempre duermo.
Las vacaciones fueron cortas, ya que ahora me tendré que reintegrar a un nuevo curso en Santiago de Chile. Mamá me asegura que me divertiré, pero ¿Qué puede saber ella? ¡Yo soy un chico de la selva! ¡Quiero correr y respirar aire fresco! Santiago de Chile, es una ciudad cubierta por una espesa capa de humo negro, nada que me haga feliz.
El viaje estaba llegando a su octava hora y me quedaban como unas dos más para llegar.
Después de pasar al baño treinta y tres veces, llamar a la azafata cinco veces para un vaso de agua y ver tres películas, mamá se dio cuenta de que estaba inquieto.

-Calma Seny- me dijo ella (mi nombre es Sean)-. Seguro que llegamos pronto.
-Quiero que nos devolvamos- le espeté con irritación.
-¡Ni siquiera conoces Santiago!- me acusó.
-No me interesa ver una ciudad rodeada por una capa de humo...
Mamá se sintió dolida y se volteó.
-Mamá, yo pertenezco a los bosques de La Push... papá es un cascarrabias supersticiosos, pero ¿Qué se le puede hacer? ¡Me gusta vivir allí!
-¿Entonces por qué te viniste conmigo?
-Porque no puedes cuidarte sola- le recordé en broma con una sonrisa.
Me devolvió la sonrisa, pero su gesto era torcido y bastante irritado. No le gustaba mi actitud.

Cuidar de mi madre era el roll que me tocó y lo asumí desde que decidió irse de La Push. Después de diecisiete años de matrimonio con mi padre, le había hecho notar a él que debía cuidarla como si fuera una niña de cinco años. Ahora el roll recaía en mí, mientras volábamos hacia una ciudad que sería el cementerio de mis visitas al gran secreto de Sam Uley, el cual estaba cada vez más cerca de descubrir, pero ese no era el mayor de mis problemas. La curiosidad era en parte un factor molesto, pero el peor de todos era no tener a papá a mi lado para andar en moto con él todos los fines de semana, o saber que sería difícil verlo en mi cumpleaños para cumplir nuestra tradición de "¿Quién se come primero la vaca entera?" En la cual siempre terminaban llegando los demás quilitues, sobre todo Jacob que nos robaba la vaca y se la comía en un segundo. Extrañaría nuestras carreras a toda velocidad por los bosques de La Push.
Yo amo a mi mamá, pero mi papá es un hombre de acción, como yo y mamá... bueno, ella es algo difícil cuando se trata de mover. Pasa la mayor parte del día echada en una cama durmiendo, por lo cual papá y yo nos dedicábamos al aseo, no con rabia, ni pereza, era nuestra costumbre y siempre lo hacíamos de forma divertida.
Todo eso se había acabado. Desde ahora caía el crepúsculo de mis diversiones con mi papá y esperaba que la noche pasará rápidamente al amanecer para encontrarme de nuevo con él. Quizás pasarían meses... pero mamá me necesitaba más y yo lo sabía.

-¿Qué quieres hacer llegando allí?- me preguntó mamá fingiendo despreocupación.
-Buscar un bosque- le contesté fríamente.
Le haría saber a toda costa que yo quería estar en La Push y que éste tiempo , que se habían dado el uno al otro era una mala idea.
-Lo siento, lo más cercano será la plaza de Ñuñoa.
-Que emoción... podré ver al menos unos pocos árboles rodeados por orina de perro...

Mamá captó el tono frío de mi voz y se volteó de inmediato. Me di cuenta de que la había lastimado, pero yo estaba mucho más herido como para sentir culpa por algo que se le pasaría en unos minutos.

La llegada a Chile no fue ni tan mala como pensé. Mamá me llevó a la "Picola Italia", a almorzar para recompensarme. Funcionó a medias, ya que pude comer dos platos de lasaña y uno de fetuchini, aunque mi madre me veía con envidia y terror.
Mido uno ochenta y tres centímetros y peso sesenta y tres kilos. Como bastante y no subo de peso, cosa que a mamá le exaspera, ya que ella sube de peso si come un chicle, por lo cual siempre se mantiene a dieta, pero contuvo su envidia, ya que se trataba de mí y pude notarlo en sus ojos, cosa que agradecí.
Después de una vuelta por "El gran Santiago", pasamos por varias comunas. La de Ñuñoa la detesté, ya que solo había edificios que tapaban la luz del sol a cada momento, y lo peor es que ahí es donde íbamos a vivir.

Mamá aparcó cerca de una plaza, que estaba en frente de un edificio. Me decepcionó. Solo había juegos infantiles y doce árboles, pocos arbustos y apenas podía ver flores. Casi toda la plaza estaba cubierta de tierra y no había mucho espacio verde. La ira comenzaba a poner mi rostro verde, pero al notar el color de mi cara, decidí calmarme para no recordar el color que más añoraba. Verde... ¡QUIERO VOLVER A LA PUSH! Pensé en mi fuero interno infantilmente. Pero no me preocupaba mucho. Sabía que en cuestión de meses mamá y papá se arreglarían. Los conocía.

-Nuestra casa está cerca- me dijo mamá señalándome una antigua casa blanca de una sola planta con una cerca algo antigua.
-¡Me encanta!- grité emocionado.

En verdad la amaba. Era como una casita sacada de una película de terror, solo que no era enorme. Tenía un extenso jardín, que era lo único que parecía cuidado, pero no me importó. Me encantaba saber que podía arreglar mi casa a mi gusto (aunque tendría que tener en consideración también los gustos de mamá) y también que le podía tomar una foto para molestar a papá, ya que parecía casa de vampiros (los cuales odiaba).

-No me gasté un dineral, porque lo usaré en reparar la casa y quiero que sea nuestro proyecto, además así será como nosotros queramos.
-¡Al fin algo motivador de quedarme aquí!- grité, mientras corría a sacar mis maletas del auto.

La casa era bastante grande. Solo era una planta, pero me di cuenta que tenía una desnivel que llevaba a una habitación parecida a un sótano con dos ventanas a la altura del jardín. Como tenía cortinas que solo podían abrirse desde adentro no tendría que preocuparme por la privacidad y a mi madre le iba a encantar la idea de no escucharme teclear en el ordenador por las noches. Lo de la ventana a la altura del jardín tenía el único desperfecto de que en Julio, aquí en Santiago es Invierno y las temperaturas son bajas. Por suerte no se acercaba a lo que me había imaginado. En Washington los inviernos son diez mil veces más fuertes. Creo que Sudamérica me iba a gustar después de todo.

Miré el resto de la habitación y noté que tenía el espacio justo para mis cosas ¡Bien! Me iba a encantar mi nueva habitación. Miré las paredes. Un lado verde oscuro y otro un verde tan claro que casi podía confundirle con blanco ¡Justo como en casa! ¡Tal y como me gustaba! Estaba seguro de que mi habitación sería la mejor.
Mi madre no tuvo el menor problema con dejarme esa habitación, es más, le agradó que lo hiciera, ya que así no escucharía los ruidos que hago en la noche.
El resto de la casa estaba bien, pero el baño y la cocina tenían que ser arreglados, ya que la antigua casa tenía algunas cañerías un poco arruinadas, los azulejos del baño estaban rotos y el refrigerador necesitaba limpieza urgente por el olor.
La habitación de mi madre era amplia, así podría colocar su gran cantidad de escombros en ella.
Me pasé la mayor parte de mi llegada limpiando, ansioso por iniciar el instituto al día siguiente... solo que tendría que acostumbrarme a como le dicen aquí "colegio".
He estado aprendiendo español por capricho de mi madre desde que tengo nuevo y lo domino muy bien, pero lo que decían las personas en la calle me sonaba inteligible y si decía algo me gritaban "¡Cállate gringo!" ¿Qué es gringo? Pronto lo averiguaría.

Cuando me desperté, la cocina que había limpiado se encontraba en un estado decente para poner en la encimera un cuenco de cereal y una silla en la cual comerla con leche. Mamá, que trabaja como inspectora de seguridad en la facultad de ciencias de la Universidad Católica, ya se había ido y me había dejado una nota que decía tu moto está en el garaje . Corrí a confirmarlo tras devorar el desayuno y vi con gran alivio mi moto color verde (para recordar los frondosos bosques de La Push), estaba allí.
Recordé llevar mi carné de conducir, ya que sabía que en Chile solo se puede conducir a los dieciocho ¿Cómo podían aguantarlo? Sin darle más vuelta al asunto, salí del garaje, cerré la puerta de mi casa con la llave que me había dado ayer, la cual casi se trancó allí y tuve que sacarla casi a la fuerza.
Salí volando en el camino a mi nuevo instituto... perdón colegio y con la moto no me demoré mucho, pero cuando llegué allí y vieron mi chaqueta de cuero, de inmediato al otro lado de las rejas un señor de aspecto serio, que parecía tener más de cincuenta se acercó a mí, cruzando la puerta, mostrándose imponente, como si su uniforme le diera autoridad, pero le vi con tranquilidad y le dediqué una cálida sonrisa, mientras los estudiantes cruzaban con ropas grises a mi alrededor. Las chicas veían con recelo mi cabello rizado pelirrojo y una casi se acercó para cortarme un mechó con una tijera, pero al ver mi cara de espanto se alejó de inmediato. Los chicos con su parte pasaban a mi lado y decían "así que éste es el gringo"... me recordaba a las veces que había ido a Forks... todos sabían que yo venía de otro país ¿Por qué? ¿Qué me hacía diferente?

-Buenos días- me dijo el señor uniformado con una sonrisa retorcida-. Esto... ¿Puedo ayudarle?
-¿Éste es el insti... colegio The angels school ?
-Sí... y dígame ¿Qué viene a hacer aquí?
-¿Estudiar?
-¡¿Qué edad tiene?!
-16.
-¡¿Qué?!
-Supongo que debo entrar a... esto ¿Segundo medio?
-¿Su nombre?- me preguntó aterrado, como si no me creyera que tenía 16.
-Sean Ateara- casi nunca mencionaba mi apellido. Por lo general, me parecía raro tenerlo, después de todo, mi padre es solo el hermano menor del viejo Quil, pero nuestras familias están un poco distanciadas, casi no parecemos estar familiarizados, aunque me gustaría que no fuese así, ya que me llevo bien con Quil-. Vengo de Estados Unidos a estudiar... esto, aquí está mi carné- le dije entregándole un trozo de papel que tenía todos mis datos-. ¿Dónde puedo estacionar la moto?
-¿Ya puedes conducir?- me preguntó horrorizado al ver mi moto.
-Las leyes de Estados Unidos son algo distintas a las de aquí- le expliqué con una gran sonrisa.
-Entra... dame la moto, la estacionaré por ti y dejaré tus llaves en portería.
-Gracias. Por cierto ¿Quién es?
-Soy el inspector, me llamo Carlos. Me dicen tío Carlitos.
-Pero no estoy emparentado con usted.
-Ya lo entenderás, solo entra.

Y así lo hice. Entré por los barrotes negros con gran alegría y vi como todas las personas iban con la misma ropa. Pantalones grises y polera blanca ¡¿Qué no sabían vestirse de otra manera?! ¡Y las chicas con falda gris! De acuerdo, Chile no es el país más frío que existe, pero ¿No sentían ni siquiera la gélida brisa de viento pasar por sus muslos? Probablemente no.
Me fue extraño tener al mismo grupo para todas las clases. Teníamos en total 12 ramos que estudiar y todos, excepto yo, vestían ese estúpido uniforme gris. Lo peor es que pronto tendría que comprarlo yo.
De todos los ramos, el de inglés fue algo que no me tomaba ni esfuerzo, ni estudio. La profesora se arrepintió de su cortesía al presentarme amablemente al curso al notar que yo no gastaba las hojas de mi cuaderno escribiendo materia que ya conocía, y para aumentar su resentimiento hacia a mí, ella trataba de ver como atraparme con cualquier pregunta rebuscada, pero yo traducía todo a la perfección, lo cual le hervía la sangre, pero debía haberlo esperado ¿Acaso no vengo de estados Unidos?
Tecnología me fue fácil, estoy acostumbrado a los trabajos manuales. Otra profesora a la que le hervía la sangre, ya que no podía evitar ponerme la mejor nota en su clase, incluso llegando el primer día. Siete es la calificación más alta aquí, a la cual se le dice "nota" no "calificación". Muchos se rieron de mí por ese error, pero cuando vieron que yo también me reía callaron.
Las chicas comenzaron a acercarse a mí. Querían jugar con mis rizos. Solo hubo una que no se acercaba a mí.
Llegó la hora de almuerzo. Fue todo un shock descubrir que no existía cafetería y que almorzaban en la sala de clases comida que compraban en un pequeño local que llamaba "kiosco" o que llevaban hecha en casa y que la calentaban allí.
La música que pusieron en la radio era irritante. "Dame más gasolina" decía la letra ¿Qué significaba eso? No me importó y odie la canción. Quería escuchar "A place for my head" de Linkin Park.
Entonces, cuando saqué mi sándwich de mi bolso escolar (conocido como mochila aquí en Chile), un grupo de chicas, apartando a "ella" vinieron hacia a mí a verme comer.
Solo me fijé en la hermosa chica que habían dejado a parte. Tenía un encanto especial. No parecía ser de ese país y nadie le tomaba en cuenta.

-Esto...- alcancé a pronunciar.
-¡¿Qué?!- gritaron todas emocionadas.
-¿Quién es esa chica?- pregunté curioso.

Las chicas que me rodeaban parecían enojadas conmigo al mencionarles a esa chica ¿Qué había hecho mal? Una de las chicas, que me había dicho su nombre en inglés (creo que Marissa), se me acercó y dijo con un suspiro.

-No te le acerques... es una completa autista. Llegó al colegio el año pasado y todos intentamos congeniar con ella, pero bueno... es muy "mala onda" y no pesca a nadie, así que ahí está.
-Iré a hablar con ella.
-¿Para qué? Dinos cosas de ti.
-Me gusta el color verde, ahora iré a hablar con ella.

Marissa parecía enfadada con la respuesta que le había dado y se volteó, mientras cotilleaba con las otras chicas que gritaban en susurros mi nombre y algunas dijeron "¡¡¡Ése mino es muy rico!!! ¡¡¡Hay que comérselo!!!" No puede comprenderlo ¿De dónde sacaron qué tengo mucha plata y como me iban a comer? Que fueran vampiros.

Como sea, me acerqué a la chica que estaba en el extremo sudoeste de la sala de clase sentada en un banco, sin nadie a su alrededor.
Me senté a su lado y sentí un olor fatal, pero no le di importancia. Parecía que ella también lo sentía, pero no se movió, ni yo tampoco.

-Hola- le dije con una gran sonrisa.
-Hola- me dijo con una expresión de desagrado, como si yo causará el mal olor.
-Estás un poco sola ¿Por qué?
-Porque me gusta la soledad- me contestó fríamente-. Ayuda a ejercitar un pensamiento de modo reflexivo.
-Esperaba escuchar que culparás a una enfermedad mental, me alegro ver que solo es la naturaleza de tu personalidad.
Se río sin ganas y yo insistí.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Catalina Manson.
-Vale, entonces Cathy ¿Eh?
-Vale... solo que aquí no decimos "vale", decimos "dale"
-Vaya, no sabía que la diferencia entre una "v" y una "d", pudiera ser tan crucial.
Ambos reímos.

El resto del grupo (que se suponía llamar curso), nos miró con rareza y volvieron a sus almuerzos.
Contemplé con asombró los cabellos de Cathy. Rizados y pelirrojos como los míos, pero le llegaban a las rodillas. Su tez era muy pálida, como si tuviera anemia y su cara parecía haber sido esculpida por ángeles. El único problema era nuestros olores.
Me sentía realmente atraído por su apariencia y su voz era muy dulce, pero no aguantaba su olor y ella parecía no soportar el mío.
Me ignoró por quince minutos. Todo el curso nos veía esperando ver un contacto entre ambos, como si fuéramos los últimos animales de una especia, y estuviéramos por salvarla. Todos mantenían una distancia segura de tres metros de distancia.
Finalmente Cathy suspiró.

-¿Tienes perro?- me preguntó.
-No- contesté sorprendido-. ¿Por qué?
-Hueles a perro- me dijo sacudiendo la mano para darse aire-. ¿Te duchaste esta mañana?
-Sí- contesté todavía confuso-. Y me puse desodorante ¿Qué sucede?
-Nada... algo huele a perro...
-En realidad huele a muerto...- dije respirando con la boca.
Cathy me miró con horror y de inmediato me apartó con fuerza.
-¡No dije que el olor viniera de ti!- le grité tratando de explicarme.

Pero se había ido en medio del día que todavía mostraba la espesa neblina de la mañana.
Marissa se acercó a mi con una sonrisa triunfante y meció su largo cabello color chocolate en mis hombros, pero a penas lo noté.

-¿Ves? Es una anti-social.
-Creo que la he ofendido- le dije, mientras me separaba de ella-. Iré a pedirle perdón.

Y así lo hice. Me quité de encima a Marissa con delicadeza y fue corriendo a buscar a Cathy a quien encontré en la escalera respirando hondo, como si tratara de alejar el olor que había inspirado, pero al verme trató de irse, pero la sostuvo antes de que bajará completamente.

-¿Qué quieres?-me preguntó con odio sin fundamento.
-Disculparme- me expliqué con un rostro triste que a ella le conmovió.
-Discúlpame a mí... he sido muy grosera...
-¿También vienes de Estados Unidos?
-Estuve una temporada allí... ¿De qué parte eres?
-De Washington...
-¿Forks?
-Casi, vengo de La Push, no está muy lejos de Forks- le dije con una gran sonrisa.
Pero ella no la devolvió. Me miró con odio y se alejó de mí.
-¿Qué he dicho?- le pregunté, mientras corría hacia abajo.
-¡Te odio! ¡Aléjate de mí y no te me acerques!- me gritó.

Me quedé helado, igual que el resto del curso, que nos espiaba desde la ventana de la sala. Nadie entendió, porque me gritó que me odiaba ¿Qué le había hecho?

Todo el resto del día, la miré con desconcertación y sobre todo lo que me impresionó es que cuando volví a sentarme como último en la fila, junto a Marissa (quien me flirteaba todo el tiempo, pero no era conciente de ello), noté como el olor a muerto se había ido, pero tan solo cuando me alejé de Cathy quien se encontraba al principio de la sala, sola igual que cuando la vi por primera vez ¿Acaso ella emanaba ese asqueroso olor? Nadie parecía notarlo y decidí que debía venir de su asiento y no de ella, pero cuando finalizaron las clases y ella se fue, me dirigí a su asiento y lo olfateé con recelo como un perro, mientras el resto de mis compañeros me veían con gran extrañes. Pero yo no lo tomé en cuenta. El olor se había ido.

Un gran misterio me aguardaba y tenía que descubrirlo. La curiosidad me iba a matar antes de poder sacarme a Cathy de la cabeza.
Me apresuré a llegar casa. Descubrí con terror de que, aunque mamá no había llegado a casa me había enviado el uniforme con el que iría a clases mañana. Polera blanca manga larga, corbata negra, pantalones grises y chaleco negro con la insignia del ins... colegio... todavía no me acostumbro... pero bueno, mi día no acababa. Incluso en mi primer día me dieron muchos deberes. Se suponía que el curso había iniciado en Marzo y estaba retrasado, pero ellos parecían los retrasados, ya que ya me habían pasado en la escuela de los quilitue todo lo que había que aprender este trimestre. Por lo cual terminé todo rápidamente, después de todo siempre me ha ido bien en el colegio. De seguro me darían una beca para Darthmouth o Harvard si la pedía.
Por ahora mi mente estaba ocupada. Al terminar los deberes, limpié toda la casa y saqué grandes cantidades de polvo de las ventanas, al cual por desgracia soy alérgico.
Preparé la cena alrededor de las ocho. Filete con huevo frito y papas fritas. Una de mis especialidades. Quería darle una buena bienvenida a mamá.
De repente en la ventana de la cocina creí ver a Cathy por la ventana y de inmediato salí al jardín para comprobarlo, pero ya no estaba.
Había tantas cosas que quería entender...

Mamá llegó alrededor de las nueve y se disculpo por dejarme esperando. Al parecer hubo un accidente con un tubo de ensayo que contenía algo parecido al cloroformo y tuvo que sacar a todos los desmayados con una mascara de gas.
Hablamos de eso, mientras recalentaba la comida en el micro ondas y cuando estuvo lista me preguntó por el colegio... por fin me estaba acostumbrando a la palabra.

-¿Y cómo te fue?- me preguntó mi madre con interés, mientras se llevaba un pedazo de filete a la boca.
-Fue... interesante...

No di muchos detalles.
Me fui a dormir más temprano de lo normal.
Esa noche soñé que Cathy me tenía abrazado y un lobo de pelaje rojizo me observaba con ira, mientras Cathy posaba sus helados brazos en mis hombros.

-Ódiala- me ordenó el lobo.
-No quiero- le contesté.
-Ella te odia- me espetó el lobo.
-No lo creo.
-La terminará odiando.
-¡No!- le grité.
-Yo nunca te odiaré- me contestó Cathy abrazándome con una fuerza tan bruta que creía que me iba a partir en dos.
-¡Ódiala y libraste de sus cadenas!- me gritó el lobo.
-¡NO QUIERO!- le grite con furia.

Entonces me desperté agitado y sintiendo algo gélido en mi mejilla. Pero no había nada. Vi el reloj. Eran las cinco de la mañana. Tenía dos horas antes de tener que levantarme, pero no pude dormir ¿Qué había ocurrido? ¿A qué se debía la pesadilla? Me aturdió la gélidez de mi mejilla y volví a dormir en contra de mi voluntad para soñar con mi padre. Mi gritaba cosas inteligibles, pero entre esa solo pude reconocer una Odio .