Bleach no es de mi autoría, le pertenece a Kubo Tite. Historia original, escrita por mí.
UNIVERSO ALTERNO.
Nota: palabras en cursiva, memorias del pasado de cada uno de los personajes.
Importante: por efectos en esta historia, Ichigo es ambidiestro.
Introspección: Luego de vivir tres años de como un vago, porque lo dejo se ex; hacen estragos en cualquiera. Que te paguen 15 centavos por tus servicios, es deprimente. Pero, ¿quién eres para quejarte?
Sumary: Bastan solo 15 centavos al día, para cambiar la vida de cualquiera.
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– Ichigo no kēki –
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Por Ireth I. Nainieum
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Capítulo I
Señor vago, bienvenido
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"¿Pagar la cuenta?. ¡Que costumbre tan absurda!".
– Groucho Marx –
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Un mendigo en pocas palabras estaba sentado muy cerca del bote de basura de la calle, ese día domingo. Eran casi las seis de la tarde, el calor de la recién primavera no fue del todo como se había esperado; fue una fecha donde hizo algo de frío todavía. Haciendo imposible el estar un largo tiempo a la intemperie —sin la protección necesaria de un buen abrigo—. No obstante, este vago sencillamente estuvo quieto con esa terrible temperatura, de unos cinco grados centígrados. Recargado en la pared, este sujeto se había quedado dormido. En un descuido su viejo y polvoriento sombrero de pescador cayó al suelo. Por lo que horas después, varios transeúntes depositaron algunas monedas en su andar —sintiendo lástima por el tipo—, y contribuyendo a la holgazanería del individuo.
Justo cuando su sueño estaba en la mejor parte, algo o mejor dicho alguien, golpeó uno de sus zapatos y lo despertó de inmediato. Con un muy mal humor, el vago abrió sus ojos. Quejumbroso rascó sus ojos con pereza, y como si le pesase demasiado la cabeza la levantó; únicamente para ver al tipo que lo había sacado de su ensoñación.
Grande fue su sorpresa, al ver a un par de uniformado frente a él. Uno de ellos era un calvo de mirada arisca y pretenciosa. El otro era un tipo que bien podría pasar por un hombre excesivamente afeminado. El vago esbozo una yerra sonrisa por la comisura de sus labios, alzó su mano derecha dándoles un saludo impersonal a los policías.
—Esta prohibido dormir en las calles —le informó uno de ellos, el rapado—. Mi amigo pensó que sólo descansarías un rato, pero ya llevas todo el día aquí —lo señalo y después se agacho para quedar a su altura—. ¡Muévete vago, o tendré que arrestarte!.
—¿Bajo que cargo, oficial? —cuestionó con pulla el mendigo.
El calvo le sonrió con altanería.
—Por irrumpir el orden público —espetó— y por ser mala decoración en la calle, ¡andando! —ordenó.
—Sentado junto al un bote de basura —expresó con asco el otro oficial y se tapo la nariz—, deberías de darte un buen baño y buscar un trabajo decente
—¡Vamos, hombre que no tengo todo el día! —indico poco paciente el calvo—. ¡Caray! —se lamentó— aunque te arreste seguro que no tienes para la fianza —se lamentó de la poco divertida situación— ¡Ayasegawa, cambio de turno! —chilló impaciente, hoy voy al dojo.
—Madarame Ikkaku.
Leyó en la placa del oficial, antes de que este se levantase. El vago en cuestión procedió a pararse y alejarse como le había indicado. Sabiendo que no podría descansar más ahí, tuvo que hacer lo que los uniformados le indicaban so pena de pasar un par de noches en detención. Miro hacia el suelo y sonrió con satisfacción, la suerte lo había favorecido a pesar de no haber trabajado desde que salió el sol. Al parecer tenía algo de efectivo, lo suficiente como para una cena austera; que serviría para satisfacer a su estómago. Tomo las monedas y las contó, no eran muchas. Pero, tampoco poco. Tomo su sombrero y lo limpió un poco más, se estiró y bostezó. Luego, de lo que le pareció un siglo a los uniformados el sujeto se marcho de la calle finalmente.
Ajusto la sucia gabardina, que antes fuera de un color café claro y hoy en día era irreconocible —por la suciedad existente—. Guardó el dinero en la bolsa trasera media rota de su pantalón, tomó el estuche desgarbado —su única posesión de valor por el momento—. De lo que antes había guardado una guitarra, obsequió de un auténtico señor vago; que le habían dado hace tiempo.
—Hasta luego, oficiales —se despidió con una pausada sonrisa al alejarse, silvando una canción irreconocible para los oficiales.
El vago caminó por varias calles. Mirando los menús expuestos cuidadosamente en las entradas de los establecimientos, analizando si alguna de estas se ajustaba a su escaso presupuesto. Anduvo cuando menos por media hora, y aún no encontraba nada. Maldijo por dentro, de seguir así tendría que comer lo mismo del último mes que se alimentaba —comida instantánea, a la que solo se le agrega agua caliente—. De solo pensar en eso, su estómago rugió con molestia y asco. Abrió y cerró varias veces su boca, para quitarse el exceso de salivación y repugnancia.
Gracias a su buena suerte, observó hacia una cafetería y sonrió gustoso. Su módica cantidad de efectivo sería más que suficiente en el "Shandy Charade". Sin embargo, antes de poner siquiera un pie dentro, el gerente del establecimiento se le puso enfrente imposibilitándole la entrada.
—Lo siento, pero el Shandy Charade es libre de elegir a sus clientes —expresó el administrador.
—¿Perdón? —fingió no escuchar bien el vago.
El gordo y petulante hombre se aclaro la garganta —el gerente, cabe aclarar—. Hizo una mueca de asco ante el olor corporal que el vagabundo emitía. Aunque, para ser honestos este sujeto no olía precisamente a rosas.
—Si te dejo entrar, es casi seguro que nuestra reputación se desmerite —le indicó con el índice, haciéndole gestos para que se marchase— su presencia, no es grata aquí señor… Por favor, ¡retírese! —siseó.
—¡Tengo para pagar! —protestó indignado el mendigo—. ¡Así, que tengo todo el derecho de que se me sirva!.
Dos empleados más —hombres— se acercaron a la entrada, dispuestos a sacar por la fuerza al vago.
—¡Con dinero o sin dinero, un vago como tú no puede entrar a donde hay gente fina y educada! —escupía mal educadamente al hablar y en venganza el mendigo hastiado gargajeó en el pulcro zapato del administrador—. ¡Maldito! —gritó rugiéndo el gordo.
—¡Tranquilícese, señor Ōmaeda! —exclamó uno de los empleados, mismo que contuvo la ira del corpulento sujeto.
—¿Qué educación tienes tú entonces?. ¡Por no dejarme entrar! —espetó furioso el vago.
El individuo restante lo empujo hacia la calle. Después de esto, como si se estuviese desangrando el administrador corrió desesperado hacia la cocina; para limpiar su zapato.
—¡Como si este fuese la mejor cafetería de la ciudad! —escupió ofendido el mendigo.
Varios transeúntes fueron testigos de lo acontecido, pero como siempre ocurre, nadie hizo nada al respecto. El vago se fue arrastrando sus pies por el resto de la cuadra. Al cabo de un tiempo más las primeras lámparas se encendieron, lo que le indicaba que ya eran las siete de la noche. Suspiro con desgano, por lo visto una vez más debería de ir hacia el súper de la esquina —del parque donde solía dormir— por otra sopa instantánea. De solo pensarlo le dieron ganas de vomitar. Más no tendría otra opción.
Justo a final de esa calle, una lámpara atrajo su atención. Esta titilaba alternadamente. Al bajar su vista, vio un menú a lo lejos. Se acerco, total ya se había resignado a la sopa; quisiese su estómago o no. El establecimiento tenía un nombre muy japonés a su gusto, aún así era curioso y pegajoso.
—Ichigo (3) no (2) kēki (1) —leyó—. No esta mal —se dijo.
Revisó en realidad los precios. No tanto el menú que la cafetería ofrecía. Y una vez más, ese local también se amoldaba a su escaso dinero.
Entrar o no entrar… he ahí la importante decisión…
—Parado ahí no se le llenará el estómago, señor vago.
Volteó hacia la puerta, vio a una mujer menuda y pequeña que caminaba hacia la tabla que exhibía el menú del establecimiento. Esta fémina alzó con dificultad la estructura de metal, y caminaba torpemente hacia la entrada del local; por desgracia la puerta era de esas que se cierran por si solas. El vago se encaminó y le abrió esta educadamente. Lo cual arrancó una sonrisa gentil de la joven. Una vez dentro, él observo con detenimiento la decoración del establecimiento. En una palabra…
Extravagante.
Nada que ver su interior con el nombre del establecimiento. Los elementos internos eran extranjeros, distintos a lo usual en Japón en una cafetería con un nombre tan nipón. Paredes de ladrillo rojo barnizados, que brillaban con la luz encendida del local. Mesas de tres patas circulares, apenas del tamaño justo con sillas de herrería que las compaginaban peculiarmente. Justo al frente e imponente se encontraba la máquina de café, que resaltaba con sus tonos cobrizos con esa tenue iluminación; a su lado se encontraba un refrigerador donde estaban colocados varios postres fríos y delante del aparato estaba la barra para quien no quisiese ocupar una mesa. Las ventanas estaban cubiertas con sencillas cortinas de algodón con encaje.
Sin embargo, algunas cosas captaron su atenció gran cantidad de cuadros que colgaban de las paredes. Hechos con distintas técnicas y materiales, que variaban entre cada uno por su tamaño. No pudo admirar más, puesto que alguien más irrumpió sus pensamientos.
—¡Te dije que te ayudaría!.
Se acercó hacia la mujer que había ayudado otra joven de cabellera negra, la cual tenía un pequeño chongo por sobre su cabeza. Esta le puso mala cara a la otra mujer y le hizo un puchero curioso en su rostro, al tiempo que se lamentaba ante la terquedad de su amiga.
—Lo siento, Momo —le sonrió la primera—. Te vi ocupada limpiando las mesas y decidí adelantarme —suspiro y se estiro— él día de hoy estuvo muy ajetreado —se alegró de tan buena suerte—. Aunque, hemos perdido algunos clientes por esa nueva cafetería —protestó—. ¡Además esa estúpida lámpara me esta sacando de quicio! —bufó señalándola impacientemente—. ¡Mañana volveré a llamar al servició eléctrico! —se cruzó de brazos— hoy cerramos temprano —anunció cansada.
—¿Segura? —inquirió la segunda mujer.
—Claro, no creo que tengamos más clientes por el momento y además mañana empiezan las clases —rasco sus ojos y reparó en un detalle—. ¿Usted va a comer algo o no?.
Le hablo la diminuta mujer que daba la impresión de mandar en el local, y a la cual el vago había auxiliado.
—Bueno, me voy a terminar entonces —dijo Momo.
A diferencia de otras cafeterías donde las empleadas usaban diminutas faldas, y accesorios tipo cosplay pervertidos para atraer clientes depravados; en ese lugar usaban un atuendo completamente diferente. Un pantalón negro de vestir recto, blusa blanca con mangas de tres cuartos, una corbata negra por sobre la cual estaba la imagen de la cafetería y zapatos de piso para soportar las penurias del día. Justo por sobre la cabeza de ambas, una diadema blanca que mantenía su cabello lejos de sus rostros.
Esta mujer no muy alta se cruzó de brazos una vez más y lo miro fijamente.
—Dame un café americano y… —cavilo— ¿Cuál es la especialidad del local?.
Esta misma mujer enalteció orgullosa una sonrisa.
—Por supuesto, que el ichigo no kēki —alzó una de sus cejas—. ¿Qué esperaba, señor vago?.
Este hombre frunció el ceño con desagrado, por el calificativo impuesto por la camarera.
—Pues disculpe mi falta de percepción, señorita camarera —espetó.
—Lo excuso —expreso arrogante— comprendo a su corto cerebro, señor vago.
Le crispo un ojo con molestia a este tipo.
—¡Bien, señorita perfección. Dame un ichigo no kēki y un café americano! —caminaba irritado hacia la barra, pero se detuvo—. ¡Espera! —volteó hacia ella—, sino me has dicho nada —meditó— ¿significa que me darás lo que te pedí? —dudo de las intenciones de ella—. ¿No me dirás cuando me siente, que me largue?.
—Solo lo sacaré sino tiene para pagar —enfatizó ella—, por lo demás tu dinero y tú son bienvenidos.
—¡Ah!, gracias —rasco su cabeza— tengo solo 30 pesos* —comentó un tanto extrañado, al tiempo que se dirigía una vez más hacia la barra y ocupaba una de las sillas.
—Pero —dijo ella detrás de la barra—, su pastel será el más sencillo que ofrecemos. La rebanada sola y su café, para que se ajuste a su presupuesto.
El vago se encogió de hombros, eso no le importaba. Y si bien, una rebanada de pastel y café no lo llenaría como se debe; al menos podría ingerir algo distinto a la sopa instantánea y agua. Que ya formaba parte de su dieta regular.
En un primer momento, no percibió el delicioso aroma de los granos de café. Luego, de un tiempo la esencia impregnó sus fosas nasales.
La mesera tomó una taza, no como la que esperaría ver comúnmente; es decir de un solo color sobrio. Esta tenía una forma más grande de lo usual y estaba pintada singularmente. Tomó una simple tetera y vertió el líquido caliente en el cuenco indicado. A diferencia del aroma delicado que percibió hacia escasos segundos, este no competía siquiera con esos finos granos de café. Se lamentó internamente, ya no recordaba el delicioso aroma del café áweh (4); mucho menos su sabor. Ahora, debía conformarse con el "líquido de calcetín"; como era vulgarmente llamado el café americano.
Por estar contemplando con pena su bebida, no percibió la preparación de su rebanada de pastel. No fue hasta que la mesera lo coloco junto a su plato que lo noto.
—No tengo para pagar más de 30 pesos*
Dijo al mirar la rebanada de pastel colocado bellamente, sobre el plato rojo. Una cama de lo que parecía ser mermelada de fresa, estaba por debajo del bizcocho. Lo curioso es que al parecer esta estaba absorbiendo parte del líquido, justo encima del trozo había una bola de nieve de chocolate. Esparcido alrededor, había chocolate en polvo. Eso seguramente costaba mucho más de lo que traía consigo.
—Es mi forma de agradecer por su ayuda, señor vago.
—¿Pero?...
—Bien —resopló molesta— sino lo quieres, entonces te daré tu triste rebanada y ya…
Antes de que ella se lo pudiese quitar, el vago le alejo el plato y comenzó a comer a grandes bocanadas. Mucho al placer de la mujer que lo miraba comer con gozo la golosina dulce.
Pasaron varios minutos en los cuales el vago degustó placenteramente el postre. La mesera no lo sabía, pero esa rebanada era en realidad su desayuno, comida y cena del día. La joven se dispuso a limpiar y guardar parte de la estantería detrás de ella —a fin de cerrar, tal como lo había previsto—. Al terminar con su pastel, estaba él más que feliz. Satisfecho, sería mentir. Sin embargo, esa noche su estómago no podría hacerle queja alguna. Solo le faltaba el café y luego se iría a pasar la noche en el jardín público a unas cuadras de esa cafetería —a ese sitió se había vuelto su hogar desde hacía un par de años—. Una banca que ya tenía su nombre escrito estaba esperándolo para otro descanso más. Había una fuente a un par de metros del banco —su supuesta cama—; la cual usaba para asear su cara y manos diariamente.
Ella limpiaba con un trapo, algunos vasos de cristal y le prestó más atención al vago que ya tomaba de su café.
No debería ser mayor de treinta años, tal vez menos juzgo. Tenía su cabellera bastante crecida, le salía desordenadamente por entre el sombrero viejo y sucio que usaba. Al parecer, hacia bastante que no usaba un peine y cepillo juntos —sin contar, con su peculiar aroma—. A eso había que sumarle la desaliñada barba dispareja por sobre la parte baja de su rostro. Por alguna extraña razón, eso lo hacía lucir sexy.
—¿Sexy?...
Se dijo a sí misma, y en voz alta sin darse cuenta. El vago volteó hacia ella, por la palabra dicha. Y esta de inmediato le dio la espalda, estaba roja del rostro. ¿Cómo se le ocurría pensar que un vago podría ser un hombre sensual?, si este más bien derrochaba lástima.
El vago, solo esbozó una sonrisa picara que la mesera nunca observaría. Recargó su cabeza en una de sus manos —para hacer algo más de tiempo— y miro en otra dirección. Los cuadros y pinturas expuestas volvieron a captar su atención, estos bien podrían ser la obra de un niño. Eran más garabatos que otra cosa y no estaba muy seguro de que animal, persona u objeto estaba retratado. Aunque, estaba viéndolos desde una gran distancia y la escasa iluminación, podrían hacerle una mala pasada —y estaría juzgando mal—. Suspiro y se puso de pie, era hora de irse al parque.
—Gracias por el alimento —saco del bolsillo de su pantalón el dinero y lo colocó justo al lado del plato vació—. No te puedo dejar propina, porque no tengo más efectivo —se justifico—. Por cierto, —la miro detenidamente— ¿es legal que una estudiante de secundaria trabaje un domingo tan tarde? —comentó al momento de tomar el estuche.
La furiosa mesera arrojó el trapo a la cara del mendigo.
—¿Secundaria? —chilló ofendida—. ¿Secundaria? —repitió alterada—. ¿Secundaria? —expresó por tercera vez, ya fuera de sus casillas—. ¿Cuántos años crees que tengo, estúpido vago?.
Él tomo el trapo del suelo y la miro, intentando determinar su verdadera edad; cosa que erro maravillosamente.
—Hoy no me tocaba baño —reclamó y exhalo—, diría… —cavilaba algo nervioso, ante la inquisitiva mirada— que tal vez unos quince o dieciséis años, a lo mucho —colocó el trapo en la barra.
—¡Estúpido! —furiosa caminó hasta detenerse frente a él.
—¡Tengo veintidós años, vago! —dijo ella secamente. El hombre se sorprendió por la fría actitud de la joven, pero no dijo nada—. ¡Es un insulto que me compares con una adolescente de secundaria! —musito cortante—. ¡Cuando menos me hubieras confundido con una chica del instituto! —lo empujo ligeramente hacia atrás con el índice de la mano izquierda de ella.
—¿Realmente? —la miro con incredulidad, honestamente no parecía tener más de quince años se dijo—. Estás muy plana para tener veintidós años.
Le dijo mirando su busto. De inmediato ella se cubrió esa parte pudiente, roja del rostro. Más la vergüenza paso rápido y fue sustituida por la ira. Lo golpeó con fuerza en el estómago y le saco el aire, lo que lo obligo a agacharse y dejo caer el estuche.
Silencio.
—¡Eso ha sido muy grosero! —gritó y lo señalo con fiereza, sintiéndose ultrajada de que un vago bueno para la nada se atreviese a juzgarla—. ¡Lo mío es de herencia! —vociferó en un arrebato de ira pura.
Sus gritos alertaron a Momo, la cual dejo lo que hacia —ya en la cocina— y fue hacia el tumulto. Suspiro rendida, otra vez se encontraba a un cliente en el suelo a causa de su amiga.
—¿Qué ha pasado ahora? —inquirió Hinamori, llegando para auxiliar al vago.
—¡Me ha dicho plana! —justifico dolida sus agresivas acciones.
—Si haces eso cada vez que un cliente te lo dice, o lo otro —exhalo— nos harás perder gente —la reprendió duramente—. ¡Ya se te ha dicho que no hagas caso a eso!.
Afonía.
—¡Si eso es lo que va pasar, señorita agresiva, —pensándolo bien, tal vez si debería disculparse. Lo que dijo, estuvo completamente fuera de lugar— lo lamento —exclamo sincero el vago—. Fue un comentario muy grosero de mi parte, no es culpa suya el ser plana y enana —término por levantarse.
Un golpe más, y por su escasa altura pudo golpearlo perfectamente bajo la barbilla. Adolorido por esto retrocedió un par de pasos. ¿Cómo esa diminuta mujer podía ser tan fuerte?. Antes de que algo más pasase, el estómago del vago rugió furioso y los tres guardaron silencio. No obstante, la bestia hambrienta se había desatado, y esta continúo haciendo ruidos por varios minutos más. El enfado paso a segundo plano, cuando la mesera —agresiva—, estalló en una carcajada que le arrancó varias lágrimas; Momo por otra parte lo hacia disimuladamente. Bien, ahí estaba la venganza. Avergonzado y rojo a más no poder, el vago iba en dirección a la puerta.
—Ese pastel y café ha sido su única comida. ¿Cierto, señor vago? —pregunto cortésmente Momo.
—Si —contesto sin detenerse—. Hasta luego.
Antes de abrir la puerta y abandonar para siempre el local, la mesera que lo golpeó lo llamó.
—Si gustas, te podemos hacer algo para que comas.
Se detuvo y miro receloso a esta fémina.
—No tengo dinero —le dijo y se dio la vuelta.
—¿Quién dijo que iba a ser gratis? —la joven sonrió con cierto misterio, cuando el vago la miro—. Pagaras con trabajo lo que te comas —le indico— no más no menos, señor vago.
Él alzó una de sus cejas y la miro con perspicacia algunos segundos, algo no cuadraba muy bien en eso.
—¿Y cómo pagaré por mis alimentos? —quiso saber antes de arriesgarse.
—Lavando los platos de la cocina —se cruzó de brazos—. ¿Qué te parece?.
—¿Pe… pero? —balbuceo Momo—. ¡Eso no esta bien, nos estaríamos aprovechando de su necesidad y… y… no podemos dejarlo pasar así como así al interior del establecimiento! —le susurraba con pánico—. ¿Qué tal si es un ladrón, o nos quiere hacer algo malo?.
—Calma —la tranquilizó— un tipo que caiga tan fácilmente ante los golpes de una mujer, seguramente no es un hombre rudo —le sonrió—. Y míralo bien —lo señalo—, no creo que nos haga nada y —lo observo de soslayo— si intenta cualquier cosa, solo debemos hablarle a Zaraki sempai. (5)
Afonía.
—De acuerdo, acepto —hablo él. Si había comida gratis, ¡que le importaba lo demás!.
Creyó que si el local estaba por cerrar, y él era el único cliente en ese tiempo, sería muy poco su esfuerzo por la cena. Sonrió con satisfacción, le vería la cara a ellas; hasta se sentía un desalmado por ello.
—Bien —la mesera le sonrió maliciosamente—, Momo —golpeó ligeramente sus hombros— prepárale un panino de la casa, yo le haré una soda italiana.
Hinamori se marchó rendida a la cocina. Intentar hacerla entrar en razón sería inútil, así que iba a preparar lo que le darían para comer al pobre vago. Por otra parte, la camarera de la que aún desconocía el nombre caminó hacia la puerta y puso el aviso de "cerrado". Luego de esto, regresó muy triunfal y ufana con una gran sonrisa enmarcada en su rostro a la barra. Algo le generó a el vago una terrible sensación de incomodidad, lo que le pronosticaba lo terrible que sería su pago.
—¿No serás tú la que me quiere hacer algo? —le dijo cuando se acercaba a su antiguo asiento, ella rechisto cuando sacó la copa de la soda.
—¡Por favor! —rodó sus ojos— no me eres para nada atractivo con esos andrajos y olor que te cargas —se justifico—. Solo me caíste como anillo al dedo —le dedicó una risita— así que disfruta tu cena… señor vago
Pasó alrededor de cuarenta minutos más, en lo que ingirió el delicioso panino caliente y tostado; junto con una soda que al revolverla se tiño de azul. Su primera y verdadera comida decente en seis meses. Pudo haber llorado de alegría, pero esa pequeña mujer malvada se habría reído de él seguramente; y ese gusto no se lo daría por nada del mundo. Las mujeres colocaban las sillas por sobre las mesas, ayudándose mutuamente por el peso de estas. El vago, inclusive se tuvo que desabrochar el primer botón del pantalón para sentirse más a gusto. Lo que viniera, lo soportaría en lo absoluto.
—Satisfecho, señor vago —de le acercó la mesera sin nombre.
—¡Ah, claro! —sobo con placer su estómago—. Tu amiga cocina delicioso —la halago— es lo más rico que he comido en mucho tiempo.
—¿Y la soda? —quiso saber ella.
El chisto y se encogió de hombros.
—Estuvo bien —dijo sin más.
Silencio.
—¿Solo bien? —inquirió peligrosamente la mesera desconocida.
—No se que quieres que te diga —medito extrañado, incapaz de halagar también la bebida—. Mmm… estuvo decente.
Afonía.
—Es pésimo adulando gente —le hizo señas para que lo siguiera— puedes dejar ese estuche de guitarra ahí, señor vago —señalo un rincón de la cafetería.
El pesar y malestar lo acapararon de inmediato ante lo que vio. El fregadero estaba lleno de platos, y estos formaban una torre alta sobre el mismo. Una parte de las mesas estaban ocupadas por trastos sucios, sin contar con las ocho cubetas atiborradas de igual manera. Se acercó lentamente y hubiese vomitado, más se contuvo porque solo dios sabe cuando volverá a comer tan deliciosamente. Varios de estos inclusive ya estaban mohosos y con los restos de comida tan pegados que dudo de su posible reutilización en la cocina.
—Nos pesa el lavarlos —le informo la camarera desconocida—. Así, que tenemos una política aquí —se cruzó de brazos— sino los limpiamos en una semana —alzo su índice y lo apunto directamente a su cara— los tiramos todos y compramos nuevos —se jacto como si eso fuese un plan ingenioso y maestro.
—¡Están locas! —se impresionó—. ¿Saben cuanto dinero tiran a la basura entonces? —recriminó el vago.
—Bien, bien —exhalo con pesimismo, la mesera sin nombre—. El chico que lavaba los platos renunció y ninguna de nosotras los limpia correctamente —se alzó de hombros—, mañana íbamos a llamar a una agencia para contratar a un ayudante de cocina.
Él miro a la mujer llamada Momo y ella sonrió avergonzada. Él exhalo y se arremangó la gabardina, mientras se dirigía al fregadero. Lo único que lo sorprendió fue no ver bichos por ahí, si que tenían suerte; de otro modo les clausurarían el establecimiento.
—¡Quiero jabón! —pidió y contempló una vez más su titánica labor—. ¡Y necesitaré que me hagan espacio para colocar todo esto!.
—¿Los lavaras? —dijeron al unisonó.
—Un trato es un trato —les dijo sin más—. Será una noche larga —se quejó.
Y estuvo en lo cierto. Necesitó cuando menos dos horas para dejar reluciente los tratos, inclusive se tomó la molestia de limpiar el resto de la cocina. Por lo cual, parecía como si acabasen de mudase y todo fuese nuevo.
—¡Impresionante, ya no recordaba hace cuanto se miraba todo tan limpio! —expresó la desconocida.
El vago suspiro cansado, si que le costó ganarse el pan de ese día.
—Deberían de tener siempre pulcro este lugar —las reprendió duramente—, si sus clientes hubiesen visto este chiquero, habrían quebrado ese mismo día —él sintió la aspereza de sus manos por el jabón.
—Aquí —Momo le colocó una generosa porción de crema de en sus manos. Al untársela, la misma le invadió la nariz, el rico aroma de los melocotones.
—Gracias por la comida, señoritas —les sonrió agradecido— ustedes me evitaron comer otra vez sopa instantánea —bostezó con sueño—. ¿Me podrían abrir la puerta para irme?.
El vago espero. Miro a la camarera que analizaba concienzudamente la cocina, inclusive a Momo le entró la curiosidad por lo que su amiga hacia.
—Qué te parecería trabajar como nuestro lavaplatos oficial —lo miro—. ¿Señor vago?.
—¡Es una broma! —algo le daba mala espina—. Si tengo que venir una vez por semana y limpiar su desastre, no gracias.
—¡Estúpido! —se ofendió esta— trabajarás diariamente y te pagaremos —lo miro seriamente—. 15 centavos por cada plato y vaso lavado, los cubiertos no cuentan —alzó su índice derecho con superioridad—. Aún así deben de lavarse —le informó—, es decir si lavas 400 trastos al día, ganaras 100 pesos*. Buena oferta, ¿no?.
Silencio.
—¿Qué estudias? —inquirió él curiosamente.
—Arte —respondió ella orgullosa.
—Veo —dijo él.
Afonía.
Aritmética básica " .15 X 400 = 60 "
—¿Sabías que multiplicaste mal? —le informó el vago.
Ella lo miro con mala cara.
—¿Aceptas o no? —espetó con poco paciencia—. ¡Que puedo cambiar de opinión, señor vago!.
—De acuerdo —suspiro rendido—. ¿Qué te parece si en lugar de efectivo me dan comida.
—¿Seguro? —alzó una de sus cejas, con cierta sorpresa— todos necesitamos dinero —hablo la camarera sin nombre—. Aquí hay algo raro —expresó segura de ello.
Por otra parte el vago se encogió de hombros.
—He vivido sin grandes sumas por un largo tiempo —se justifico— prefiero mejor una comida decente.
La mesera cavilo por varios minutos.
—Si así lo quieres, trato hecho —le extendió su mano para cerrar el contrato austero, el vago la estrecho con una cándida sonrisa.
—¿Pero?... —interrumpió el mágico momento Momo—. ¡Nos estaríamos aprovechando de él, debemos de darle aunque sea algo de dinero!
—Él no quiere —lo señalo—. ¿Cierto señor vago? —dijo la camarera.
—Si —hablo él.
—¡Aún así!... —retracto Hinamori.
—Por mi esta bien, señorita cocinera —le sonrió— me basta con comer su deliciosa comida.
Momo lo miro con sorpresa y bajo su rostro avergonzada. Jugaba nerviosa con sus dedos y sus mejillas se tiñeron de un rosa tenue. La mesera rodó sus ojos y lo sacó a empujones de la cocina, entre las quejas constantes del vago; que no comprendía la actitud molesta de ella.
—Primera regla de Ichigo no Kēki —colocó sus manos en su cadera—, ¡prohibidos los coqueteos entre los empleados de la cafetería!.
—No coquetee con ella —se indignó.
—Claro —bufó, y caminaron hacia la puerta—, llega temprano. Abrimos a las nueve en punto —salieron a la calle, el hombre ya había tomado su estuche— la oferta sigue en pie, señor vago. Tendrás alimentos a cambio de tu trabajo.
—¿Puedo llegar más tarde? —sugirió él.
—¿Y eso? —dijo ella con cierta duda.
—Tengo que trabajar para ganar dinero —hablo él.
Silencio.
Y ella, se rió del vago en su cara.
—¡Trabajar! —dijo entre risas—. ¿Bromeas?
Guardo silencio cuando este la miro receloso y frunciendo el ceño al mismo tiempo. Al parecer, si era cierto lo de su labor. ¿Pero?, se pregunto, ¿en que podría un vago ocuparse?. De tanto reír hasta lágrimas le salieron de sus ojos.
—¿A qué hora llegaras? —indago ella aceptando su cuento.
—Después de las cinco —comento seco—. ¿Te parece bien? —se cruzo de brazos y miro en otra dirección, temía lastimarla por burlarse de él. Sin embargo, si lo razonaba mejor ella lo golpearía antes.
—Claro no hay problema —suspiro frotándose los hombros por el frío de la noche—. Pero, sino llegas mañana se acabo el trato. ¿Bien?.
—Bien —respondió y recordó—. ¡Oye, no te has disculpado por golpearme!.
—¿Por queé lo haría? —dijo como si nada—. Señor vago… —exclamo muy lentamente.
—¡Maldita! —le dijo muy claramente para que ella lo escuchase—. ¡Agradecería que dejaras de llamarme, señor vago!.
—¿De qué otra forma puedo dirigirme?. Aún no te has presentado —replicó.
El vago ladeo su cara y sus mejillas se tornaron de rosa, y la mesera lo percibió muy claramente.
—Kurosaki… Kurosaki… —repitió— Ichigo… —susurro en voz muy baja, avergonzado en ese momento por su nombre.
Ella esbozo una gran sonrisa. Que pequeño es el mundo.
—Kuchiki Rukia —le dijo, extendiendo su mano—. Señor vago, bienvenido a Ichigo no kēki.
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Capitulo II
Ella, ¿una estrella?
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Notas de la autora:
+ La ex, no es nadie de la serie. Ni tampoco es un personaje de relevancia, no la pondré. Solo haré breves menciones de ella.
+ A Momo no le gusta Ichigo, ni nada por el estilo. Sencillamente se sonrojo por que fue halagada por sus platillos.
* Para mayor comodidad, imaginen que el dinero esta manejado en su propia moneda.
+ Ojo, lo que Ichigo guarda en ese estuche no es lo que parece.
Glosario:
+ (1) Kēki, pastel en japonés.
+ (2) no, (de) preposición en japonés.
+ (3) Ichigo, fresa en japonés.
+ (4) Áweh, turco en libanés.
+ (5) Sempai, es un término japonés que se utiliza al dirigirse a compañeros de estudios, o artes marciales.
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Nos vemos
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