Estaba cansada. Me dolía la espalda y mi cuerpo era una especie de masa que se desparramaba por el suelo del baño. Cualquiera que entrase al baño se asustaría por la posición en la que me encontraba pero estaba cansada y me dolía la espalda, y en ese momento, solo en ese momento, no me importaba nada. Sentía que las lágrimas iban a escapar de mis ojos en cualquier momento. Sabía que tenía que apresurarme en terminar de auto compadecerme y levantarme pero me sentía cansada y me dolía mucho la espalda. Era de noche, estaba exhausta y todavía tenía tantas cosas que hacer pero todos respetaban mis pocos minutos privados en los que me encerraba en el baño y fingía leer, tomar un baño largo y relajarme. Nadie tenía permitido entrar. Mis hijos lo respetaban pero mi esposo era un tema completamente diferente. Él no podía entender el que necesitase tiempo para mí, no podía ver lo mucho que esta vida me estaba agotando. Simplemente, mi esposo hacía la vista gorda y exigía que esté con él todas las horas que estaba en casa. Era libre de mi vida en el trabajo y durante cuarenta minutos en el baño. Él no lo entendía pero tenía que respetarlo. No tenía otra opción… ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Entrar en el baño conmigo? Y ¿Cómo lo iba a lograr si no podía hacer nada por si mismo? ¿Cómo iba a siquiera levantarse de la cama sin mi ayuda? Porque para subirse a esa silla de ruedas que usa desde hacer cinco meses, necesitaba mi ayuda. Para venir hasta el baño a interrumpir mi sesión de cuasi catarsis necesitaba de alguien, y si yo estaba aquí y si mis hijos no aceptan lo que su padre les pide por respeto hacia mí, no le queda otra cosa por hacer que esperar mirando su reloj que pasaran los pactados cuarenta minutos y exigir mi presencia.

Sabía que el timbre sonaría en cualquier momento. Por lo general suena algo antes de tiempo funcionando como una especie de aviso. Un "apresúrate en estar lista porque en cuestión de minutos tienes que estar a mi lado". Esta rutina me estaba volviendo loca. Tengo tres hijos a los que criar, un trabajo al que asistir, una casa que mantener, dos perros a los que cuidar y un marido con parálisis en recuperación. Todavía no tenía en claro cuál era el rol que ejercía con mi marido. ¿Era su enfermera? ¿Era su acompañante? Siendo su mujer tenía ciertas obligaciones que empezaron como acciones que yo realizaba gustosa por el simple hecho de ser atenta con él, para facilitarle la vida que se había visto tan vertiginosa y complicada luego del accidente pero que con el tiempo esas mismas pequeñas ayudas que le iba brindando, a él le parecían tan normales, estaba acostumbrándose tanto a mi atención contante que cuando volví a trabajar, empezaron los problemas. Reclamos, peleas, llantos y momentos incómodos cuando nuestros niños estaban presentes. Todo se me estaba yendo de las manos y no sabía qué más hacer para tener a mi esposo satisfecho.

Ring, Ring, Ring, Ring…

Me levanto del suelo y camino hasta el lavabo donde me enjuago la cara para tratar de camuflar el enrojecimiento de mis ojos y mejorar mi aspecto. No sé qué tanto logre pero siempre hago mi mejor intento. Solo quedaba la cena, acostar a los niños y este día acabaría. En parte, porque en las noches mi suplicio continuaba pero eso es un tema aparte.

-¡Bella! ¿Te falta mucho? ¡Los niños tienen hambre! – Escuché gritar a mi esposo.

- Oh por Dios, papá. Creo que podemos esperar unos minutos más. Es más, iré arreglando la mesa y llamaré a Nessie y Mike. Deja que mamá termine tranquila – Fue el turno de mi hijo Jasper, el mayor.

- No creo que nadie necesite tanto tiempo para bañarse. Ayúdame a pasarme a esta estúpida silla de ruedas para ir a ver si está todo en orden por allá – Masculló malhumorado mi esposo. Me di cuenta que tenía que reaccionar rápido y disparé hacia el sillón del living, en donde había dejado a Edward mirando televisión.

- Cariño, aquí estoy. Yo te ayudo. Jazz, por favor dile a tus hermanos que se preparen para la cena – Pedí mientras preparaba la silla de ruedas para ayudar a Edward a subirse en ella.

-Deja mamá, yo lo hago – Se ofreció Jasper. Sabía cómo terminaría esto…

- ¡Jasper! ¡Hazle caso a tu madre y sube a buscar a tus hermanos! – Medio gritó Edward.

Nadie podía ayudarle en sus actividades diarias salvo que fuese yo. No entendía su aversión porque cualquier persona lo ayudase. Dependía por completo de mí para hacer absolutamente todo. Solíamos tener una enfermera pero, como era de esperarse, no duró ni dos semanas. Jazz subió las escaleras con mala cara y ya estaba bajando con sus hermanos para cuando yo estaba ubicando a Edward en su lugar para la cena.

-¿Qué hay de cenar mami? - Preguntó mi hijo más pequeño, Michael.

- Hoy tenemos pasta, cariño. Ven que te ayudo a subir. – Mike todavía era muy bajito como para usar una silla normal, por lo tanto, usaba una silla un poco más alta. Cuando lo alcé para ubicarlo, me acordé de que estaba muy cansada y que me dolía mucho la espalda.