Esta historia se me ocurrió en una hora de sociales y me dije: "¡voy a colgarla en algún lado!"
Y aquí estamos XD. Siento las faltas de ortografía, he mirado el corrector, pero por si acaso, yo aviso.
- blablabla - (Diálogos)
"blablabla" (Pensamientos)
PD: Es el primer fanfic que cuelgo ;)
Descargo de responsavilidad: Estos personajes no son míos, ni los utilizo con intención de lucro. Estos personajes (la mayoría de ellos) son de The Legend Of Zelda, de Nintendo.
CAP 1: Desventuras y penas, a nadie le importan las ajenas.
Zelda bajó a zancadas las anchas y viejas escaleras del primer piso, esperando llegar rápidamente al gimnasio.
Para ser el primer día en segundo de bachillerato, no llegaba muy puntual.
Mientras bajaba las escaleras recordaba las clases en primero, las recordaba difíciles, e imaginaba cuan difícil debería ser su segundo curso como estudiante.
Al llegar al fin de las escaleras, se detuvo un corto periodo de tiempo para recuperar aliento y volver a correr de nuevo por el corto pasillo. Se detuvo una vez hubo divisado la puerta de la entrada del gimnasio.
- Profesor ¿Puedo pasar?
- Sí.
- Gracias, señor.
- Bien, como verán, soy nuevo. Me llamo Sheik, pero llámenme señor, y hoy para empezar, darán diez vueltas al campo de fútbol.
- Si, señor… - dijo la clase al unísono.
Si, realmente empezaba bien segundo curso. Aunque presentía que algo no sería como todos los años.
Nuevo día en nuevo instituto ¿De que le sonaba eso?
Seguía por los anchos pasillos al director, un hombre anciano, algo obeso seguramente por la edad.
Iba detrás de él, tratando de no ponerle mucha importancia a todas las miradas que se posaban sobre el chico nuevo.
-Mira, Link – dijo el director – esta es tu clase, de hoy en adelante, preséntate aquí a las ocho. Y que sepas que no toleramos retrasos importantes.
Link siguió caminando hacia la clase, haciendo pensar al director Rauru que quizás no lo hubiera entendido.
Al entrar, los alumnos repartidos en grupitos contemplaban a Link, pecaminosos. Se notaba que no toleraban a los nuevos. Consciente de la miradas fijas en el, caminó hasta el fondo de el aula, tomando asiento de la más alejada mesa que pudo divisar.
Unos cinco minutos más tarde, se le acercó una chica guapa, con un extraño pelo liso y verde, del mismo color que los ojos.
- Hola – saludó la chica – me llamo Saria ¿Y tu?
Link no se hubo molestado siquiera en mirarla, y mucho menos a prestarle la atención necesaria como para acordarse de su nombre.
- Que, Saria ¿Haciendo nuevos amigos? – preguntó amistoso un chico de estatura media, moreno.
- Si, bueno, parece que no soy lo suficientemente buena para que me haga caso.
- ¿Te ha molestado?
- Más bien no, la frase sería "ni se ha molestado".
- ¡Bien, chicos! ¡Siéntense ya o tendré que poner algunos avisos familiares! – dijo el profesor. Era moreno, calvo y rechoncho, de un metro cincuenta – ¡Bien! Me llamo Darunia y como ya habrán visto, en nuestra clase hay un nuevo alumno hoy, pasó las calificaciones con sobresalientes. A ver, chico ¿Quieres presentarte? – Al ver que el aludido no contestaba dijo - ¿Me has oído, chico?
Link asintió suavemente con la cabeza, demasiado concentrado en lo que veía por la ventana.
Parecía una clase mayor que la suya, cansados y corriendo alrededor de la pista de fútbol. De todas las personas que corrían, una llamó en particular su atención. Era muy guapa con su pelo rubio y recogido en una coleta y dos mechones sueltos. Con sus ojos azules y penetrantes, que amenazaban en atrapar a alguien con una simple mirada.
Mientras la observaba correr, sentía algo revolotear en su estomago, causándole una incomodidad agradable. Se sentía como si mariposas golpearan las paredes del abdomen.
- ¿Hay algo más interesante que mi atención, señor…? – Antes de responder por su nombre, buscó en las listas de alumnos - ¿…Link?
Link apartó la mirada de la ventana y se concentró en las palabras de su nuevo profesor, intentando apartar aquel bello rostro de todos los rincones de su mente.
¿Qué fue eso?
- ¡Estoy muerta! – Gritó Zelda, sentándose en un asiento del vestuario femenino.
- Bueno, talvez si no te hubieras parado, no te hubiera tocado correr diez vueltas más – respondió una chica poco más alta que ella, morena, mientras subían las escaleras.
- Eres mi mejor amiga, Midna… pero te voy a pedir que te vayas a la mierda.
- ¡Oh! ¡La amigable Zelda se ha enojado! Apocalipsis…
- Cállate, pelirroja – respondió Midna – O Zelda te hará daño… ¡Se enojó!
- ¡Midna! ¡Malon! ¡Ya basta! Haced algo útil y acompañadme a la taquilla a buscar mis libros de matemáticas.
Mientras caminaba por los extensos pasillos, decorados con pintura blanca, puertas y columnas azules, recordaba el motivo de su suspensión. El chico que se veía por una de las ventanas de una de las aulas de cuarto de ESO. Lo miró durante lo que pareció una eternidad, se le detuvo el tiempo. Observó sus finas facciones, su cabello rubio alborotado que se movía con el poco viento que entraba por la ventana. Lo que más la embelesó y, a la vez, la disgustó más fueron sus ojos, azules y claros como un cielo despejado de nubes, pero a la vez tormentosos. En esos ojos que, a la vez que hermosos, le parecían insensibles y fríos. Impasibles.
- Mejor que nos demos prisa. El profesor Darunia no esperará por nosotras – dijo Malon – después, a la hora del recreo, me acompañáis a ver a mi padre ¿Vale?
- Si no queda otra… - mencionó Midna. A veces, su amiga podía ser un poco desagradable, pero seguía siendo su amiga de la infancia.
Al entrar en clase, Zelda se saludó con sus amigos y se amistó con los nuevos. Esa chica, Ruto, era bastante energética.
Zelda siempre fue una chica a la que le gustaba socializar con gente nueva, fueran como fueren. Y aunque estaba en clase haciendo nuevas amistades no podía dejar de pensar en el nuevo.
Entró el profesor Darunia, probablemente el más estricto profesor de toda la ciudad, para dar la primera clase de clasificación.
- Hola, alumnos. Como ya seguramente saben, seré su profesor y tutor este año. Y que sepan…
- ¡Que no admito ni impresentables ni tardones! – respondió toda la clase. "Parece una clase de militares", pensó Zelda, un poco divertida.
- Exactamente. Ahora os enseñaré mi forma de evaluar las notas de todos y cada uno de ustedes.
Al acabar las tres primeras interminables horas en las que los profesores explicaban sus anotaciones y compromisos, tocaba la hora de descanso.
Link salió por la puerta el último, aún pensando en lo que estaba cavilando cuando los profesores explicaban. "En la chica", pensó, pero no estaba seguro de porque exactamente. ¿Tan difícil era quitarse de la cabeza la cara de aquella chica? Era una como cualquier otra… ¿O no? Mil preguntas rondaban su cabeza cuando por fin le dio la primera oleada de brisa fresca en todo el día. Siempre le hubo agradado sentir la brisa fresca entre los mechones rubios que caían por su frente. Pero no se podía permitir demostrarlo públicamente.
Decidió que la mejor idea era dejarlo pasar y continuar con su vida, aunque le faltaban razones para intentarlo. Eran algo escasas, incluso creía que podría contarlas con los dedos de una mano.
Fue directo a unas solitarias escaleras con sombra que estaban justo en casi la otra punta del gran patio. Se sentó y entre un escalón y otro se hizo un ovillo, esperando para entrar de nuevo en el aula y deseando que nadie se le acercara.
- ¡Al fin libertad! – Exclamó Midna.
- Vale, ¿Queréis comprar algo en la cantina o ya vamos directamente?
- Me compro un bocadillo y ahora vamos.
Terminaron la conversación ahí y fueron a comprar a la cantina. Una vez con las manos ocupadas, fueron a buscar al padre de Malon, el jardinero del recinto. Lo encontraron podando con unas tijeras enormes un gran arbusto en un lugar bastante alejado de la puerta de salida al patio.
- Hola, papá – Saludó Malon - ¿Qué tal?
- ¡Hola, hija! ¿Qué haces aquí?
- Venia a traerte esto. – Sacó un papel y se lo dio a su padre. – Mamá quería que te lo diera.
- Gracias. No lo encontraba esta mañana.
- ¿Qué es? – Preguntó Zelda mientras se alejaban a su lugar favorito.
- La lista de la compra – Respondió Midna entre risas bajas.
- ¿Cómo lo sabes? – Cuestionó Malon.
- Obvio.
Zelda pensó que, en cierto modo, si era obvio conociendo al padre de Malon. Talon era un buen hombre, algo despistado algunas veces, pero era un buen hombre. Era amable como nadie y, por qué no decirlo, muy divertido.
Cuando ya divisaron el lugar donde se sentaban desde que comenzaron a ir a ese lugar a estudiar, su lugar, las escaleras en plena sombra, se asombraron al ver a un muchacho con tejanos negros, camisa de botones gris y unas botas del mismo color encogido, con la cabeza entre las piernas y abrazándose a si mismo. No le veían la cara, pero sabían que era nuevo. Zelda sintió de nuevo aquella sensación extraña al ver al muchacho hecho un ovillo en su lugar más frecuentado del patio. Un aura fría e inerte se cernía sobre el muchacho.
- No es por nada - Dijo Malon – Pero a mí este chico me da escalofríos.
- Tranquila - Respondió Midna, mirando al chico fríamente – Ya lo echo yo.
- Mejor no… - Susurró Zelda – Quedaos aquí ¿Vale?
Sin dejar que dieran una respuesta, se acercó al chico un poco incómoda. El aura de frialdad se iba haciendo más intensa conforme iba acercándose.
Al estar justo en frente del muchacho, decidió que sería ese un buen momento para saludar al posible nuevo estudiante.
- Hola – Dijo Zelda, suave y cariñosamente.
Mientras estaba abrazándose a si mismo, encontrándose con el calor que nadie salvo una persona le brindaba, escucho un cariñoso y tímido "hola".
Levantó la cabeza para ver a la chica que vio corriendo por el patio sonriéndole. Si antes creía que era guapa, ese calificativo ya no era suficiente. Ella era realmente hermosa, con su falda corta de color azul celeste, la cual dejaba muy poco para la imaginación y una camiseta de tirantes blanca un poco ajustada y unos zapatos sencillos, unas manoletillas azules. Su corazón latía deprisa pero, como siempre, disimuló cualquier atisbo de sentimiento por parte suya con un aura de indiferencia. Prefirió suspirar y bajar de nuevo la cabeza para encerrarse en su mundo que decir "hola" también.
- Hola – Repitió la chica, inclinando la cabeza hacia un lado. - ¿Hola…?
Link abrió de golpe los ojos, sin creerse que la chica fuera tan obstinada. La mayoría de la gente, cada vez que le saludaban y él pasaba olímpicamente de ellos, se iban con una mueca de desprecio hacia él, lo que no le desagradaba. ¿Por qué ella no se iba? Lo único que quería era que le dejaran solo. Pensó que si la seguía ignorando simplemente se marcharía, como todo el mundo hacía.
Todo el mundo era igual, Link pensaba que si conocías a una persona las conocías a todas. Y era una regla que se había cumplido hasta ese momento.
"Esta chica no será diferente", le decía la voz de a experiencia.
"Confía en ella", oyó un susurro de su calado corazón.
- ¿Hola…? – Repitió Zelda.
Ya era la tercera vez que le saludaba y se estaba empezando a poner nerviosa, algo realmente complicado por su actitud templada y tranquila. ¿Por qué este chico la sacaba tanto de sus casillas simplemente sin hacer nada? Todos los del sexo masculino eran iguales. Sabía a ciencia cierta que solo querían una cosa cuando la veían y él no sería diferente, no sabía el por qué de su comportamiento. Frunció el ceño ante esa situación – el muchacho la había mirado, pero no pareció sentir nada.
Sabía a ciencia cierta que si conocías a un hombre los conocías a todos. Era una regla que se había cumplido hasta ese momento.
"Él no será diferente", hablaba la voz de la experiencia.
"Confía en él", le susurraba su dolido corazón.
CONTINUARÁ…
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