Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son creación de Jose Antonio Cotrina.

Este fic participa en el "Amigo Invisible" del foro "Bajo la luna roja". Mi AI era OrgulloVerdeyPlata y me alegré mucho cuando me enteré, porque así podía compensarla un poco por los regalazos que me hizo. (Aunque creo que Misila sobornó a Nalnya para poder seguir shippeando cosas raras) Al final sólo conseguí hacer una petición, pero bueno, cinco viñetas es algo hablando de mí, ¿no? Y eso. disfruta tu lectura.(Sí, ahora te hablo a ti directamente)

Adrian despierta varios días después, ojos somnolientos y desorientados recorriendo la habitación, cobrando consciencia de dónde está y por qué. Esboza una pequeña sonrisa e intenta incorporarse, y ahí está Lizbeth, ojos castaños y brazos fuertes, ayudándole a sentarse.

Aun sonriendo, Adrian se dispone a enderezarse, cuando Lizbeth le agarra los hombros murmurando atropelladamente algo como "No tan rápido". "Estás débil". "Espera", y un montón de palabras más que no capta. Por un momento, se pregunta si es cosa de familia y ella y sus hermanos conspiran a la velocidad de la luz. Luego recuerda a sus padres, el Solæg de su abuela y la nieve, nieve por todas partes, y se dice que todo eso no importa.

Decide usar la táctica de comportarse como un niño pequeño (Lizbeth está actuando como una madre, así que es lo justo) y hace un puchero.

̶ ̶ Jooo Lizbeth, pero quiero levantarme y sentir el sol y la naturaleza y toooodo.

Lizbeth responde con una mirada inflexible y argumentando que no le cuesta nada esperar un poco. Eso último es completamente falso y está seguro de que Lizbeth lo sabe. Necesita salir ya y practicar con la espada para recuperar el ritmo. Necesita retar a Alex a un duelo que, probablemente (cien por cien seguro), perderá, pero que será tan divertido como siempre.

Prueba otra técnica.

-̶̶̶ ¿Ha practicado mucho Alex mientras estaba inconsciente? —Lizbeth se congela y Adrian lo toma como un sí. Resopla—. Lo sabía, va a ser imposible ganarle. Bueno, más imposible. Imposiblemente imposible.

Suelta una risita y se muerde el labio. Entonces una idea, la mejor idea del mundo, le viene a la cabeza y sonríe como si hubiera ganado la lotería. Y casi, eh.

̶ ̶ ¡Podemos practicar aquí! ¿Qué te parece? Me quedo sentado, tú eres feliz. Practico, yo soy feliz. Los dos ganamos.

Lizbeth no responde y sigue muy quieta. Anormalmente quieta.

̶ ̶¿Estás bien? ̶ ̶ Titubea.

Lizbeth respira hondo y, de repente, tiene diez años, está en el hospital y tiene que explicar a sus hermanos porque mamá no va a volver a casa.

Expulsa las palabras de su garganta lo más lenta y cuidadosamente que puede, porque sabe que este no es el tipo de cosas que puede escupir como acostumbra, y espera una reacción.

El rostro de Adrian se vuelve pétreo y sus ojos miran con fijeza algo que no existe. El tiempo pasa, y la palabra "shock" borbotea en el cerebro de Lizbeth pero saber qué pasa no es saber lo que debe hacer, y el nerviosismo la ataca como una colonia de hormigas.

Susurra su nombre junto con palabras de consuelo. Nada.

Le coge de la mano, la aprieta y busca, busca algún signo de reconocimiento en sus ojos. No hay nada, Adrian se ha escondido en el vacío y no está segura de si puede encontrarle.

Cada vez más nerviosa le zarandea por los hombros gritando su nombre. La angustia le anuda la garganta y ¿está respirando? ¿Y si ha dejado de respirar? Se acerca lo más que puede y cuando oye su respiración, calmada, como si no pasara nada y sus ojos no parecieran muertos, suelta un suspiro de alivio.

Escucha unos pasos y se gira, demasiado agitada para sorprenderse cuando ve a Maddie, que no ha salido prácticamente de la habitación desde ese día, entrando con pasos de bailarina y fijando los ojos -rojos, cansados, perdidos- en Adrian. Se sienta, y después de un titubeo, aproxima la mano derecha ̶-la que sostiene la espada verde, la espada de Alex-̶ y cierra la mano de Adrian sobre la empuñadura. Su mano cae muerta, nudillos blancos de agarrar la espada tan fuerte, y, por un momento, en su rostro hay una expresión de total desconcierto y angustia. Su mano salta y se aferra a un hueco libre en la empuñadora ̶-Adrian tiene las manos más pequeñas que Alex, manos de niña, solía decir él-. Ya relajada mira, mira con él a ese punto de la habitación en el que no hay nada, y se pierde allí.

Lizbeth se levanta y sale lo más silenciosamente que puede, sintiendo que interrumpiría algo privado al quedarse.

Se tumba en la cama, agotada de tantas noches de sueño ligero manteniendo un ojo en Adrian.

Lo último que oye antes de caer dormida es a él: gritando.

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