¡Al fin! Luego de mucho sin publicar, estoy de regreso, han pasado muchas cosas, buenas, malas, no tan malas, pero sobreviví a ellas. ¿Que puedo decir? Pues me he recibido de la universidad ¡Aleluya! y pues entre ajetreos de papeleo, buscarme un empleo varios detalles más, no tuve tiempo para poder escribir, mi cabeza tuvo un hyatus épico. Sin contar que he estado muy metida en un juego de una de mis series favoritas (Fate/Grand Order) así que bueno.
Pero ahora venimos con las baterías recargadas y una historia que ha estado en mi cabeza desde hace tiempo, planeaba ambientarla para el fandom de Fate, sin embargo, me di cuenta que había abandonado uno de mis Ships favoritos como lo es el Saspros, y entonces preferí que esta obra fuera escrita especialmente para mis fieles lectoras de esta pareja que vi nacer de mi pluma (¿Recuerdan Lobos y Ciervos?).
Sin nada más, bienvenidas/os, Abaddon está de regreso, con más drama que nunca :'D
Disclaimer: Los personajes de SS y SSTLC no me pertenecen, todos son obra de Teshirogi y Kurucanonico
Advertencia: Universo Alterno, posible Ooc.
Raiting: T
Sabes que eres bienvenido a disfrutar de la lectura, si te ha gustado recuerda dejar un comentario, eso me ayudaría mucho.
Abaddon Dewitt
Prólogo
12 de Enero 1184 Jerusalén.
Escribo esta misiva desde lo más profundo de mi corazón, solo dios nuestro padre sabe lo mucho que lo extraño, mi señor, me ha prometido volver pronto, y yo le espero ansiosa. Si me permite, e gustaría contarle sobre mis visitas a tierra santa, aun que es un lugar lleno de musulmanes y judíos, se puede sentir el ambiente divino que emana, la misericordia de nuestro señor es para todos, vengamos de donde vengamos, aun que mi señor padre dice que un hereje vale menos que un buen cristiano, si, es verdad que las mujeres no debemos inmiscuirnos en dichos asuntos, pero yo pienso lo contrario: Toda vida posee el mismo valor ¿Es que acaso no estamos todos hechos de carne y sangre?.
Me han contado sobre los planes que tiene sobre recuperar tierra santa para los cristianos. Si no es demasiado pedir, le suplico que si es verdad que su promesa de amor es sincera, perdone la vida de aquellos que no han nacido bajo la palabra y virtud de nuestras creencias, las ovejas perdidas del pastor. Aquel, sería un excelente regalo de bodas.
Se despide con cariño: Sasha.
Dobló con cuidado la hoja amarillenta de papel, repaso la yema de los dedos entre el curtido material y luego inhalo el tenue aroma a sándalo que despedía. Aquel era su primer año en campaña, las cruzadas eran un tema complicado, él, un joven con apenas conocimiento militar ahora se encontraba a la deriva en un reino ajeno, procurando alcanzar el sueño de su hermano Ilias. Hasta hace unos meses se encontraba en el proceso de tomar como esposa a Sasha de Jerusalén, y ahora, en un parpadeo, estaba sentado en la silla que alguna vez ocupo el primogénito de su familia, era el nuevo emperador, la esperanza de una iglesia y un pueblo, aliado de los Franceses y los Británicos, las expectativas de una vida tranquila escurrían como agua entre sus manos. Suspiró resignado, nadie que aspirase a la corona -aun sin querer- podría ser capaz de anexarse a ella, aquel era un precio que debía pagarse con deber, o sangre.
Se levantó de la silla y guardó la carta con cuidado en un cofre rebosante de más de ellas, se acomodó los arneses y la espada en el costado izquierdo, era momento de dirigirse a la reunión con el resto de los monarcas y las figuras religiosas.
El campamento era amplio, se habían instalado hace apenas poco tiempo a las afueras de la ciudad de Acre, apenas poseía los recursos para sostener a todos los cristianos que los habían seguido para poblar las ciudades que antes pertenecieran a una ahora mermada comunidad musulmana, a veces, mientras trataba de conciliar el sueño, se preguntaba si eso era lo correcto, si estaba bien arrebatar de su vida y tierras a las personas, y luego, cuando el rencor le calaba los huesos, se grababa en la cabeza las palabras del santo papa: La vida de un hereje jamás valdrá la de un cristiano. ¿Cómo evitar el rencor? Había sido un musulmán el causante de la muerte de su hermano y cuñada, aun despertaba entre pesadillas, las memorias curtidas y dolorosas de aquella noche sin luna en la que una horda de musulmanes habían atacado Chipre, y sin misericordia, desataron una masacre que ahora desembocaba en un nuevo enfrentamiento bélico.
Solo la pequeña Sasha era quien le daba calma y serenidad a su alma torturada. Cuando tomara tierra santa, se casaría con ella y juntos prosperarían en un pacifico y unificado reino.
En el remanso de pensamientos, se detuvo finalmente frente a la tienda donde darían comienzo a una reunión que decidiría el comienzo de la tercera cruzada.
—Sísifo I emperador del Sacro imperio Romano Germánico, —anunció un guardia—, ante usted presento a Degel II de Francia y a Kardia I de Inglaterra.
Los tres monarcas se miraron, más que confianza, aquello era una necesidad, no política ni social, ni siquiera religiosa, tomar tierra santa era un asunto de negocios, el poseer el oro y riquezas de Asia, expandir sus terrenos, aun que aquella idea le revolviera las entrañas a Sísifo, no podía evitar el hecho de que, su pueblo moría de hambre, la sequía azotaba a los tres imperios, y mientras tanto, los herejes gozaban de riqueza, de agua, pan y oro.
—Entonces, hablemos de negocios.
Soltó Kardia, de los tres, era el más lengua suelta, un hombre que no se jactaba de ser hipócrita, hablaba sin tapujos, sin restricciones, no le importaba si eran musulmanes, o bárbaros, mientras pudiera sacar provecho de aquella afrenta, no mediría sus recursos. Degel se incomodó ante las declaraciones descaradas, desaprobando aquel comportamiento indigno de un rey, y Sísifo asintió. No sabía a cuanto se extendería aquella acalorada conversación, aun menos cuando a la tienda entró la figura que faltaba. Alone, su futuro cuñado y arzobispo, la mano derecha del santo padre, a pesar de la juventud, aquel astuto muchacho se había ganado un puesto importante dentro del poder eclesiástico.
La ciudad de Jerusalén, un punto de encuentro para musulmanes, cristianos y judíos, desde el anterior acuerdo con la familia real, cualquiera podía entrar y salir de la ciudad pagando un pequeño tributo que era entregado a la familia real. Una tierra exótica y rica en cultura.
Aun que siempre terminaba con una reprimenda, a Sasha le gustaba escaparse y perderse entre las calles que parecían laberintos, los olores del mercado con especias, frutos y flores le producían una sensación de placer único, aun que luego de eso terminara arrepintiéndose por su pecado. Esa tarde no era la excepción, el sencillo Kaftan y el hiyab de sencillo lino azul pálido le ayudarían a pasar desapercibida entre la multitud de extranjeros que llegaban cada fin de semana para ofrendar oraciones en las coloridas y bellas mezquitas de la ciudad santa.
Deambuló de un lugar a otro, perdiéndose entre la gente, admirando la belleza de un lugar que en nada le parecía habitado por herejes, más bien era hermosa la cultura de aquel país, a veces, cuando sus doncellas no la miraban, le gustaba sacar papel y grafito para dibujar las hermosas puertas que daban la bienvenida a los elaborados templos. Los leones de alabastro que los flanqueaban, las cúpulas de oro laminado, y los elegantes pisos de mármol, nada comparado con los sencillos castillos de piedra y madera entre los que creció en Europa.
—Señorita, ¿No le gustaría que le leyera la mano? —una mujer de ropas roídas y gesto amable la tomó por la muñeca, Sasha se exalto.
—No, —respingó asustada.
La anciana rió y tosió, Sasha se quedo quieta, intentó zafarse del agarre pero le fue inútil, la mujer la sostenía con fuerza, una mayor a la que se podía esperar de una octogenaria.
—En tus ojos veo la disputa entre dos mundos muy diferentes, pero sabes mi niña… ambos tienen algo en común, y es que son de carne y sangre. Solo tú tienes en las manos el destino de este misero terreno que se cae a pedazos.
Sasha sintió su corazón agitarse, su dorso dolió como si en el colocaran hierro incandescente, y en un arrebato se soltó de la anciana para echarse a correr, el miedo era más fuerte que su sentido común.
Cuando la noche cayó, Sasha se asomó por el balcón, las palabras de esa mujer se le grabaron en la mente, no había dejado de pensar en eso durante toda la tarde, aun ni siquiera cuando obtuvo su regaño rutinario sobre el haberse salido del palacio otra vez sin permiso y sin escolta. Sin embargo notó algo que no encajaba. Se asomó con mayor curiosidad al primer piso, las antorchas de la guardia no iluminaban la puerta principal esa noche.
—¿Mi señora? —una de sus doncellas se acercó.
—Hoy no hay luces…
Dicho esto, la puerta de su habitación se abrió de golpe.
La tempestad inclemente en Acre no cesaba, Sisifo se sentía impaciente desde dos semanas atrás. La reunión con sus homónimos había sido tranquila, incluso se atrevía a decir que muy civilizada, pero algo lo impacientaba.
—Mi señor Sísifo, noticias de Jerusalén.
Al escuchar aquello, el hombre salió de inmediato, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Regulus su sobrino, el hijo menor de su hermano se encofraba ahí, la mirada siempre viva y picara estaba opacada y la sonrisa audaz se reprimía en un gesto de sus labios apretados.
—Seré directo tio… —Sísifo esperó—, Aspros el Sultán de Siria…
—¿Qué con él?
—Se ha llevado a Sasha.
… el temor se hizo de Sísifo, sin pensarlo dos veces, se dirigió a tomar un caballo, cualquiera, el primero que se le cruzara.
—¿A dónde vas? —gritó el muchacho.
—¿A dónde más? ¡A buscarla!
No había poder que lo hiciera entender razón alguna. Montó un caballo que le había arrebatado a uno de los soldados de Regulus, y se dispuso a partir haciendo que el fuete resonara junto a un potente trueno del cielo. Entre lluvia y lodo, Sísifo se dirigió a Jerusalén y detrás de él, su sobrino.
