Capítulo 1: La chica que no quería hablar

Era curioso como una hora podía parecer tan larga como una semana cuando la pasabas tumbada en un diván, en una sala decorada como si de una biblioteca privada se tratara, mirando al techo en silencio. Desde allí no podía ver el reloj de pared que estaba sobre la puerta de entrada y, aunque era totalmente silencioso, Beth habría jurado que escuchaba el segundero moverse. Tic, tac, tic, tac. Su imaginación, aumentando la tortura que ya era pasar allí una hora cada jueves. Desde hacía cuatro meses. Y Beth seguía esperando que Denise rompiera el silencio. Y, suponía, la psicóloga esperaba que lo rompiera ella. Tal vez era así como funcionaba con sus otros pacientes, pero no con ella.
Iba a esas sesiones por pura obligación al no superar el accidente de tráfico que la había dejado seis meses en coma; había sido una de los cinco adolescentes afortunados que habían sobrevivido al vuelco del autocar. Al menos, para los demás. Ella muchas veces deseaba haberse marchado con su mejor amiga; con su novio; con sus otros 21 compañeros de clase. Y por eso estaba allí tumbada, obligada por sus padres, cuando habían pasado dos años y medio del accidente y seguía sin mejorar.
Lo intentaba, de verdad que lo intentaba. Había recuperado el año perdido en el instituto y, aunque un curso más tarde y con una nota muy inferior a la que solía sacar, se había graduado. A esas alturas los chicos de su edad estaban ya acabando su segundo año universitario. Ella no. No quería estudiar. No sabía qué estudiar. No sabía qué hacer. Pero tampoco quería hablarlo con Denise. Ni con nadie.
- Muy bien. Hemos terminado -dijo la psicóloga, cerrando su cuaderno de notas antes de levantarse de su butaca de piel.
Beth se levantó, cogió el bolso que había dejado a los pies del diván y siguió a la mujer hasta la puerta. Denise la abrió por ella, sonriente como siempre, y no por primera vez la joven se preguntó si no debía de ser su mejor cliente. Sus padres pagaban una buena suma por esas sesiones y no tenía ni que trabajar. Debía de ser como una hora libre para ella.
- Nos vemos la semana que viene, Beth.
La rubia no contestó y salió de la sala escuchando la puerta cerrarse tras ella. Denise Cloyd tenía la consulta en su vivienda particular, en un barrio residencial lleno de chalets de familias de clase media-alta. Beth y Jimmy habían fantaseado con vivir en un lugar así cuando salieran de la universidad. Ella estudiaría periodismo, con Amy; él quería ser dentista. Se habrían casado, se habrían comprado una casa y habrían tenido tres hijos cuyos nombres ya habían elegido. Era lo que se esperaba de ellos y no habría sido una mala vida.
Su hermana mayor ya la esperaba en el coche. Al verla salir guardó el teléfono móvil en el bolso y arrancó, esperando a que Beth se pusiera el cinturón antes de reincorporarse a la carretera tras poner el intermitente. Todos eran muy cuidadosos cuando la llevaban en coche. Ella no se atrevía a conducir, ni cogía transporte público. Muchas veces había ido desde su casa al pueblo andando, y estaba a 35 minutos de camino.
- ¿Cómo ha ido hoy? ¿Has hablado mucho con la doctora Cloyd? -preguntó Maggie, sonriendo. Beth giró la cabeza y miró por la ventana del coche; en realidad, su hermana no esperaba respuesta.
Beth recordaba esa época en la que Maggie había tenido dieciocho años. Al contrario que muchos de sus compañeros ella no se había marchado a una universidad de otro Estado, sino que se había quedado en Georgia para seguir viviendo con sus padres. Decía que era para ahorrar, pero Beth sabía que estaba muy apegada a su familia; su adolescencia había sido una pelea tras otra con ellos, escapándose por la ventana cada sábado para ir de fiesta y volviendo en zig-zag y con los zapatos en la mano al día siguiente. Aún hoy nadie entendía como había conseguido entrar en la universidad y estar ya a punto de terminar la carrera de Trabajo Social. Sí, sus padres había sido muy severos y estrictos con Maggie, al igual que con su hermano Shawn, dos años mayor que ella y también amante de la fiesta, y Beth recordaba los gritos y los castigos aún cuando tenían más de veinte años.
Por eso no entendía que con ella fueran tan permisivos. Sí, habían estado a punto de perderla en aquel accidente; de hecho la habían perdido durante seis meses y Beth sabía que, en el fondo, sentían que aún no habían recuperado a la que era su hija. Pero vivían con tanto miedo y le tenían tanta lástima que se lo toleraban todo. Cualquier otro ya se habría aprovechado de la situación; ella no tenía ánimo para nada.
- Ey, esta noche Shawn viene a cenar a casa. Con su novia -dijo Maggie con una sonrisa maliciosa que enseñaba sus dientes-. Creo que le preguntaré de cuantos meses está embarazada. O si quiere ver una foto de Shawn antes de que se operara para cambiarse de sexo. ¿Qué te parece? Ya la usé con la última chica, sé que a papá no le gustó pero por ver la cara de Shawn mereció la pena.
Maggie tenía razón, había sido divertido. Sobre todo porque se había tomado la molestia de colgar fotos que tenían con una de sus primas y cuando la chica en cuestión -¿Dianna, Danny? Algo con D- había preguntado, Maggie le había explicado que se trataba de Shawn antes de su operación. Y tenía preparada una historia tan buena y convincente que su hermano se había quedado sin habla. Había sido su padre quién le había sacado del apuro y sólo porque estaba tan chapado a la antigua que no iba a tolerar esas insinuaciones sobre su hijo en su propia casa. Era un buen hombre, pero había sido padre muy tarde y la diferencia generacional con sus hijos se notaba. El hecho de que vivieran en una granja, suponía Beth, tampoco ayudaba a que se abriera mucho de mente.
La valla de entrada a la granja estaba cerrada cuando llegaron por lo que Beth se quitó el cinturón y bajó del coche para abrir. Y coger las cartas del buzón, una tarea que le habían impuesto cuando no quería ni salir de la casa. Maggie pasó y continuó el recorrido por el camino de tierra y piedras sin esperarla, consciente de que Beth iría andando a partir de ahí. Incluso los días de lluvia, equipada con las botas de agua y el paraguas, caminaba aquel último tramo de medio quilómetro. Esos días eran sus favoritos.
La granja era una casa de dos plantas, más sótano y desván, pintada de blanco y con un porche de madera que rodeaba toda la planta baja. En el pasado habían tenido todo tipo de animales, pero ahora sólo mantenían las gallinas y el establo con tres caballos. El verdadero negocio de su padre estaba en la única clínica veterinaria del pueblo que heredaría Shawn, quien había seguido los pasos de su padre sólo con ese objetivo.
Beth empujó la puerta de entrada y cerró con un portazo para indicar que ya había llegado. Cogió el bolso que Maggie había dejado en el mueble del recibidor, lo sustituyó por las cartas, y subió las escaleras tras escuchar el saludo de su madre desde la cocina. Una de las ventajas de tener una casa grande es que nunca había tenido que compartir habitación con sus hermanos; en el pasado le habría gustado y muchas noches las había pasado durmiendo con Maggie o Shawn, pero desde los quince años (antes del accidente) había agradecido esa intimidad. No por que tuviera nada que ocultar. Simplemente, le gustaba saber que aún en casa de sus padres tenía su propio templo. Y aunque ahora no le dejaran cerrar la puerta por miedo a que volviera a hacer alguna tontería, seguía sintiendo aquella habitación como su espacio propio y sabía que nadie entraba allí sin su permiso.
La habitación seguía igual desde sus dieciséis años y aunque a vistas ajenas resultaba muy infantil daba igual cuanto tiempo pasara, Beth aún se sentía como aquella adolescente. Muchas noches se acostaba rezando para despertarse al día siguiente con Jimmy esperándola en el coche para ir a clase juntos. Era un buen chico, Jimmy; eran amigos desde el jardín de infancia y habían empezado a salir a los catorce años. Beth dudaba que jamás pudiera estar con otro chico. Había pasado de querer una familia numerosa a esperar pasar sola su vida, y aunque sólo tenía veinte años, esa perspectiva no la deprimía. Le parecía bien. Jimmy y sus compañeros de clase no tendrían ese futuro y ella tampoco.
Al contrario de en la sala de la psicóloga, en su habitación el tiempo parecía volar y demasiado pronto escuchó a su madre subir por las escaleras. Se asomó a la puerta pero no entró en la habitación. Se había quitado el delantal y parecía recién salida de la ducha pese a que aún tenía una mancha de harina en la barbilla.
- Tu hermano está a punto de llegar. Baja en cinco minutos -dijo sonriendo.
Beth asintió y se levantó de la cama con pereza. Bajó las escaleras y en el comedor estaba ya su padre asomado por la ventana a la espera de ver el monovolumen de Shawn acercarse. Era el único de sus hijos que ya no vivía allí; a diferencia de Maggie, él sí se había marchado a estudiar fuera y ya no había regresado a casa de sus padres.
- No entiendo por qué nos tiene que presentar a todas las chicas a las que conoce -murmuró, pasándose la mano por el pelo blanco-. ¿Cuánto le duró la última, dos semanas?
- Dos meses -lo corrigió Annette con una sonrisa paciente-. Al menos él nos presenta a alguien, no como tus hijas.
Beth sabía que lo decía por Maggie. Su hermana no guardaba el celibato precisamente, pero ninguno de sus novios había puesto nunca un pié en aquella casa. En cuanto a ella… Beth se puso a jugar con los brazaletes que llevaba en la muñeca sin querer pensar otra vez en Jimmy.
- Oh, aquí llega. Vaya coche se ha comprado. Para eso le pago, para que tire así el dinero. No es buen coche para una granja.
- Shawn vive en la ciudad, es un coche de ciudad -dijo Annette nuevamente.
Hershel se giró hacia ella con un bufido y los ojos entrecerrados, aunque al verla le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Con toda la delicadeza del mundo, como si su mujer fuera a romperse, le pasó el pulgar por la barbilla para limpiarle los restos de harina y Beth sonrió ante el gesto. Escucharon la puerta del coche cerrarse y poco después abrirse la de la entrada; justo cuando Maggie bajaba por las escaleras.
- ¡Shawn, menuda sorpresa! -exclamó la morena, sonriente-. ¡Como no dejabas de decir "tu pareja" esperaba que trajeras a un chico otra vez!
- ¡Maggie! -exclamaron Hershel, Annette y Shawn a la vez.
Sus padres salieron del salón para recibir a la joven pero Beth esperó allí hasta que entraron. La chica que acompañaba a su hermano era latina, tenía el pelo oscuro recogido en una coleta alta, el cuerpo esbelto y vestía vaqueros y una blusa verde. Parecía una chica bastante sencilla a simple vista. Y no pareció alarmarse por el comentario de Maggie.
- Encantada de conocerles, señor y señora Greene.
- Por favor, llámanos Hershel y Annette -dijo su madre como hacía siempre que alguien la llamaba por el apellido, dándole un beso en la mejilla y un abrazo como si se tratara ya de una amiga de toda la vida.
Todos regresaron al salón y al verla Shawn le dio un fuerte abrazo. Después le presentó sonriente a Rosita. Y se sentaron alrededor de la mesa, la conversación en torno a las novedades, la vida en la ciudad y, finalmente, a la vida de la nueva novia de Shawn. Antes del postre averiguaron que era la menor de tres hermanas, había sido gimnasta, hablaba cuatro idiomas y acababa de licenciarse en Turismo. Shawn había presentado a muchas chicas, sí, pero Rosita parecía ya una mujer con las cosas claras. Beth supo que su hermano iba en serio con ella mucho antes de que se levantara de la silla cuando aún estaban tomando el postre.
- Papá, mamá, la visita de hoy no es solamente para presentaros a Rosita -dijo cogiéndole la mano y tirando de ella para que se levantara. Shawn le pasó el brazo por los hombros sin dejar de mirar a sus padres, sonriente aunque nervioso-. Rosita y yo vamos a casarnos. En marzo.
Annette dejó escapar un suspiro de sorpresa antes de levantarse y rodear la mesa hasta llegar a su hijo para abrazarlo con fuerza, felicitándolos a ambos. Maggie lo miraba con la boca semiabierta y Beth bajó la vista para jugar con sus brazaletes de nuevo, preguntándose cuanto tiempo hacía que su hermano conocía a aquella mujer y cuanto desde que le había pedido que se casara con él. Una boda no se organizaba en tres meses, ¿no? Debían de tener cosas planeadas ya.
- ¿En marzo? -preguntó entonces Hershel, aún sentado en su sitio-. ¿Estás embarazada?
- Papá… -se quejó Shawn, entornando los ojos.
- Aún no, señor Greene -dijo Rosita sonriendo y manteniendo la mirada de su futuro suegro.
Beth tuvo que admitir que ese "aún" le hizo cierta ilusión. Dos horas antes no se planteaba lo de ser tía, pero ahora no le molestaba la idea. A sus padres les vendría bien tener un nieto. Tal vez así la dejaban en paz a ella.
- Entonces, ¿necesitas papeles?
- ¡Hershel! -lo regañó esta vez su mujer.
El comentario sacó a Maggie de su estado de shock y la hizo reír. Empezó entonces una discusión entre el matrimonio mientras sus tres hijos y Rosita escuchaban pacientemente, hasta que Annette ganó la batalla y Hershel se levantó para felicitar a la pareja. Y empezaron a hablar sobre la boda, revelando que efectivamente estaba todo planeado e iba a ser muy sencilla. Beth no atendió mucho, concentrada en comerse el postre que su hermana había olvidado con la gran noticia, hasta que Shawn la obligó a participar en la boda.
- …y Beth será la cuarta Dama de Honor -dijo su hermano, sonriendo-. Y hará el brindis.


Beth llevaba cincuenta y tres minutos tumbada en el diván, la mirada en el techo y el imaginario tic tac del reloj en su cabeza. Denise esperaba en silencio, sentada en su butaca de piel, con el cuaderno de notas en su regazo y probablemente pensando en que se gastaría los 75 dólares de aquella sesión.
- Mi hermano quiere que haga el brindis en su boda -dijo de pronto, rompiendo el absoluto silencio. Denise levantó la vista hacia ella y sacó el bolígrafo que guardaba en el bolsillo de su chaqueta con total naturalidad, como si Beth no hubiera guardado silencio durante toda la terapia hasta ese momento.
- ¿Y cuándo se casa tu hermano?
- En marzo.
- Eso es muy poco tiempo para preparar un discurso.
- No conozco a esa mujer -dijo Beth, incorporándose en el diván-. ¿Cómo voy a escribir sobre la maravillosa pareja que se supone que hacen si no la conozco? La semana pasada nos la presentó y esa misma noche nos dijo que se casaban. No la conozco. No estoy segura de conocer ni a mi hermano ya -suspiró, bajando la vista a sus deportivas.
- Entonces tienes que conocerles. A los dos. Pasar tiempo con ellos -dijo Denise como si fuera una respuesta evidente-. Tu padre quería que trabajaras en su clínica de recepcionista, ¿no? Eso te acercaría a tu hermano. Y si ayudas a…
- Rosita, se llama Rosita. Es prácticamente lo único que sé.
- Si ayudas a Rosita con la boda, acabarás por conocerla a ella.
- No quiero ayudarla -murmuró con enfado-. Y aunque la conociera, aunque fuera amiga mía de toda la vida… yo no escribo, no sabría que decir. Y, ¿hablar delante de cincuenta personas? Si no hablo contigo, ¡no hablo con nadie! Me moriré en el momento en que todos me miren y…
- Beth, no estás diciendo nada que no tenga solución -la interrumpió la psicóloga tranquilamente y Beth la miró con incredulidad-. Has perdido la práctica, pero puedes hacer todas esas cosas porque las has hecho antes. Tenías muchos amigos en el instituto así que lo de conocer a gente no es un problema para ti. Y querías estudiar periodismo, que consiste en escribir y hablar para mucha gente.
- Pero eso era antes, ¡yo ya no soy esa chica! -se quejó, cerrando los puños con fuerza.
- ¿Estás segura de eso? Porque lo que yo veo es una chica de veinte años que está anclada en sus diecisiete. Los años pasan, la gente crece y madura. Tú no has hecho nada de eso así que aunque más sombría, sigues siendo una niña.
- ¿Mas sombría? ¿Y de verdad te extraña? ¡Murieron veintitrés personas! ¡Amigos! ¡Llevaba toda mi vida estudiando con ellos! ¿Cómo se supone que tengo que estar?
- La pena nunca desaparece, Beth, pero se aprende a vivir con ella. Tú no lo estás haciendo. Es terrible por lo que pasaste, eso lo sabe todo el mundo, pero no eres la única que lo está pasando mal. Tu perdiste muchos amigos, a tu novio. Pero veintitrés padres enterraron a sus hijos. ¿Cómo te crees que se sienten ellos? -dijo Denise, levantando la mano para silenciarla cuando la vio abrir la boca de nuevo-. Tú sobreviviste al accidente; sobreviviste a un coma; sobreviviste a una navaja -dijo señalando con la cabeza su muñeca izquierda. Automáticamente Beth se la tapó estirando la manga del jersey, como si así pudiera hacerla desaparecer-. Y esa última acción fue cosa tuya. Si no quisieras vivir ya estarías muerta, Beth. Pero lo intentaste y te arrepentiste, ¿no? ¿Para qué? ¿Para vivir como un fantasma?
Beth bajó la vista de nuevo, notando como le ardían los ojos y tragando saliva para evitar que se le salieran las lágrimas. Por eso no hablaba de ello. Porque le dolían las costillas que se había roto, le dolía la cabeza que se había golpeado contra el techo del autocar, le dolía la cicatriz en la muñeca y le dolía el corazón. Era tan infeliz. ¿Cómo iba una persona tan triste a escribir y a hablar sobre algo tan bonito como debía de ser una boda por amor?
- Llevo unos días dándole vueltas a tu caso -dijo Denise de nuevo, levantándose. Beth la siguió con la mirada, observando como rodeaba el escritorio para coger unas cartas que tenía sobre la mesa-. Participo en un proyecto con la Facultad de Psicología y la prisión estatal. Los presos tienen a su disposición asistencia psicológica durante su condena, pero la mayoría no quiere hablar directamente con nadie. Escribir, sin embargo… parece más sencillo. Ellos escriben una carta y un psicólogo les contesta -la mujer se sentó de nuevo en la butaca-. La segunda parte del proyecto consiste en ponerles en contacto con alguien ajeno para que retomen el contacto con la sociedad antes de salir -le ofreció los sobres-. Estas mujeres están en esa segunda parte.
- ¿Quieres que escriba a una presa? -preguntó abriendo los ojos de par en par, preguntándose que diría su padre de saberlo.
- Buscan una segunda oportunidad. Y tú también la necesitas -dijo Denise encogiéndose de hombros-.
- Quieres que me escriba con una presa -repitió, esta vez como una afirmación de pura incredulidad. Su padre iba a sacarla de esa terapia cuando se lo contara.
- ¿Qué es lo que te parece tan terrible? Son mujeres que se arrepienten de sus decisiones pasadas, rehabilitadas para salir próximamente de la prisión y reinsertarse en la sociedad.
- Suerte convenciendo a mi padre de eso.
- No seré yo quién se lo diga -dijo Denise y Beth se preguntó si no se habría quedado dormida en el diván-. Sabes que lo que me digas se queda entre nosotras, ¿verdad? No hablo de mis pacientes con nadie, Beth. No puedo hacerlo. Ni la policía podría obligarme a hacerlo gracias al secreto profesional.
- ¿Y las cartas? -preguntó sin saber por qué. No es que estuviera valorando el escribir-. ¿Leerás lo que escriba, o lo que me escriban? ¿Lo leerá alguien en la prisión?
- …a menos que tú quieras comentarme algo en concreto de lo que digas o te digan, no. No te mentiré, sería positivo que me hablaras de esas cartas, pero ni te obligaré ni las leeré; tú misma las echarás en el buzón- explicó la psicóloga con media sonrisa-. Y en cuanto a la cárcel, lo único que harán será pasarlas por un escáner para asegurarse de que no contienen nada indebido.
Beth bajó la vista de nuevo a los sobres, donde sólo había escrito un apellido.
- Es sólo que… no creo que esté en condiciones de ayudarlas en nada. Soy un desastre, ya lo sabes. A penas puedo hablar con nadie de… nada.
- Por eso creo que escribir te vendría bien. Y no te equivoques, Beth; no creo que vayas a ayudarlas, espero que ellas te ayuden a ti -la rubia pensó que debería sentirse ofendida por eso, pero se vio incapaz. Tal vez sin hablar había dado más información a Denise de la que le habría dado hablando-. No pierdes nada por intentarlo. Al fin y al cabo, no quieres hablar conmigo. Y eso te ayudará a retomar el hábito de la escritura.
La rubia asintió y se levantó lentamente del diván, guardando los sobres en el bolso antes de salir. Fuera la esperaba Maggie, hablando por el móvil. Al verla entrar en el coche lo guardó y puso el intermitente para salir.
- ¿Sabes qué? Ya tenemos hora para ir a probarnos los vestidos de Dama de Honor, con Rosita. No los ha elegido, dice que tiene tres en mente pero que prefiere verlos puestos antes de elegir uno -dijo Maggie alegremente-. Sus hermanas viven en Kansas, así que no vendrán. Pero dice que confía en nuestro buen gusto… así que deduzco que Shawn no le ha hablado mucho de nosotras.
- Hmmm -contestó para indicarle que la estaba escuchando pese a ir mirando por la ventana.
- Oye Beth, hace tiempo que quiero preguntártelo -dijo entonces Maggie, con un tono serio que hizo que la rubia se girara hacia ella-. ¿Te van bien las charlas con la psicóloga esa?
- ¿Por qué lo preguntas precisamente hoy? -preguntó frunciendo el ceño.
- ¿Precisamente hoy? -repitió su hermana alzando las cejas-. ¿Es que hoy ha pasado algo?
- Hemos hablado.
- Ya, claro, como cada jueves, ¿no? No vienes a echarte la siesta, vienes a hablar -dijo Maggie entornando los ojos, como si fuera evidente.
Y todo ese tiempo Beth estaba convencida de que Denise había informado a sus padres de su poca colaboración. O llevaba lo del secreto profesional realmente en serio, o valoraba muy bien lo de pasar una hora cada semana cobrando sin hacer nada.
- Hemos hablado. De la boda. Del brindis -dijo finalmente y notó como su hermana se tensaba y apretaba el volante con más fuerza.
- Oye Beth, no dije nada la semana pasada porque no quería montar una escena delante de Rosita. No la primera vez que nos ve, al menos -suspiró-. Pero no tienes por qué hacerlo. Lo de ser Dama de Honor vale, eso es fácil, sólo tienes que ponerte un vestido y estar de pié a mi lado. Lo del brindis… no quiero que lo hagas si no te sientes cómoda o preparada o…
Beth la interrumpió, poniendo la mano sobre su brazo y dándole un pequeño apretón, sin mucha fuerza. Maggie enseguida se relajó.
- Gracias, Mags.
- Para lo que sea, Beth. Ya lo sabes. Decidas lo que decidas.
Beth asintió y volvió a girarse hacia la ventana. Poco después, Maggie frenó y la rubia bajó para abrir la verja. Al pasar con el coche su hermana le hizo un gesto para que se detuviera y abrió la puerta del coche únicamente para coger el bolso y dejar las cartas que había en el buzón para sus padres.
- No tardes -le dijo Maggie antes de marcharse.
Beth siguió el recorrido caminando pero únicamente hasta llegar a la que había sido la "cabaña del árbol" de los tres hermanos Greene. Su padre la seguía cuidando y conservando con la esperanza de ver jugar a sus nietos allí algún día. No era gran cosa, varios tablones de madera con una barandilla, pero de niños les había parecido un gran palacio en el que jugar a imaginar.
Se sentó en el suelo de madera dejando caer los pies por la barandilla y abrió el bolso, sacando los sobres que Denise le había dado a penas veinte minutos antes. Los pasó uno a uno, leyendo los apellidos escritos como identificación y sin encontrar ninguno que le llamara la atención. Tras pensarlo unos minutos más, abrió el primero a nombre de una tal "ALLEN" y sacó el papel con la primera carta, de presentación.
Era una mujer de Virginia, condenada por robo. No especificaba muy bien qué clase de robo; sí decía que tenía dos hijos menores de edad por los que iba a rehabilitarse totalmente. Beth guardó la carta y abrió la siguiente, "TERENCE", preguntándose si realmente podía leerlas todas y decidir, o si se suponía que tenía que elegir una al azar, o si tenía que escribirles a todas. Denise no había especificado nada. La tercera estaba a nombre de "DIXON" y no pudo evitar resoplar al ver la mala letra. Era muy breve y evidentemente estaba escrita con prisas y sin ganas. La leyó por encima y no fue hasta la firma que le prestó realmente atención. Daryl Dixon.
- Un hombre. ¿No eran todo mujeres? -extrañada, abrió la cuarta y última carta leyendo que efectivamente era otra mujer.
Denise se había equivocado. Era la única explicación. Beth volvió a mirar todos los sobres y tras un par de minutos así, volvió a abrir el del hombre.

"Hey, me obligan a acer esto. Buena conducta y esas jilipolleces. Así que "ola" o eso. Daryl Dixon. PD: No hace falta que contestes".

Daban ganas de escribir sólo para marcarle las faltas de ortografía. Beth suspiró y se dejó caer de espaldas, mirando al cielo que empezaba a nublarse. Recordó las palabras de Maggie minutos antes. No tenía por qué dar el brindis, pero tenía que ser Dama de Honor aunque tampoco le apeteciera. Y sabía que una cosa llevaría a la otra y que por no defraudar a Shawn acabaría hablando. O lo intentaría y haría el más absoluto ridículo delante de sus cincuenta invitados.
Se incorporó con un suspiro y sacó el cuaderno y el bolígrafo que siempre llevaba en el bolso. Escribir a ese hombre fue más fácil de lo que había pensado. También fue breve, más parecido a un mensaje de móvil que a una carta, pero no le importó. Solamente sabía de él que estaba en la cárcel y que escribía mal. Lo más seguro era que no le contestara y tal vez era lo mejor.


N/A: ¡Hola a todos! No he abandonado Rockstar, de hecho tengo el próximo capítulo prácticamente terminado... el problema es que ha salido algo diferente a lo que había pensado hacer en un principio y ahora tengo que repensar bastantes cosas antes de seguir. Y, mientras, me ha venido esto a la cabeza. Espero que le deis una oportunidad y que os guste. ¡Gracias por leer!