Trueno Sangriento
Un Fanfic de Heroes of Might and Magic III
Disclaimer: Ni Heroes of Might and Magic III ni ninguno de sus personajes, locaciones o conceptos asociados me pertenecen. Lo único mío son el argumento y personajes originales de esta historia, escrita como un simple pasatiempo sin fines de lucro.
Capítulo 1: Empleador
Estaba exhausta.
Cada fibra de su cuerpo le dolía, gritaba, se quejaba y monopolizaba la escasa fuerza que aún no la había abandonado. El tacto de la nieve, que antes no le había causado ningún desagrado, la seguía cual espectro deseoso de consumir su débil alma. ¿Llevaba así quince, veinte o treinta días? A esas alturas había perdido la cuenta del tiempo que llevaba viajando hacia el norte, dejando atrás las comodidades de la gran ciudad para irse a buscar la vida en un sitio más tranquilo. Servirá para desestresarte, decían. Podrás buscar una nueva carrera, decían. Ya verás que la gente de las zonas fronterizas no es tan hostil, decían.
¡Puras pamplinas! La amabilidad de los pueblerinos, y especialmente de los posaderos, se agotó apenas vio reducir su escaso capital a sólo unas pocas monedas. Más no tenía; el resto lo había gastado entre los monolitos de doble vía y los nada frecuentes transportes que aún se animaban a llegar hasta el límite más septentrional del reino. Incluso para los estándares bracadanos, el distrito de Calarnen (1) tenía fama de ser marcadamente hostil, con un clima esculpido bajo los influjos del viento blanco, contenido por las enormes montañas rodeando el río Litma y extendiéndose hacia el este, siempre custodiando la línea imaginaria separando sus cuatro ciudades de los incivilizados clanes bárbaros de Krewlod. Lo que no sospechaba es que hiciese tanto frío en el estrecho valle por el que iba ahora mismo. Había caído un espeso manto anoche, forzándola a refugiarse en una choza decrépita y sin posibilidad de encender siquiera un mísero fuego. Allí detestó, como cientos de veces durante las dos semanas que llevaba en movimiento, el no saber siquiera un poco de magia para encender madera seca o telas viejas. Sentir el tacto de los muebles viejos en sus manos le hizo ver que allí alguna vez vivió alguien. Alguien cuya existencia fue sepultada por la misma nieve años atrás.
El valle parecía serpentear y volverse sobre sí mismo; tal vez su propio cerebro le estuviese jugando malas pasadas debido al hambre. Llevaba casi ocho días racionando al máximo sus pingües provisiones, avanzando casi por inercia y sintiendo que los párpados le pesaban como si estuvieran hechos de acero.
-¿Voy a morir aquí? -su voz apenas hizo eco entre el viento que ululaba de pared a pared-. ¿Tan patética es mi existencia?
Se sentía insultada, vejada, atropellada por la mala suerte. Un día era parte de la élite militar al mando del comandante Fafner y al otro se encontró en la calle, con lo puesto y una mísera despedida al tono de 150 monedas de oro; el ejército se las había dado casi por lástima para que desapareciera de una buena vez de las inmaculadas calles de Maratzante, ciudad que rivalizaba sólo con Celeste, la capital flotante y sede del trono de Gavin Magnus, a la hora de exhibir pompa.
-No, no puedo morir -lanzó un último estallido de adrenalina-. ¡No voy a morir!
El eco de su voz acerada estaba teñido de determinación. Nunca se había rendido sin luchar y esta no sería la primera vez. Apuró el tranco al ver unas sombras aladas en los riscos cercanos; clanes de gárgolas de piedra y obsidiana solían anidar aquí, lejos de los parapetos, esperando presas que luego llevaban a sus amos escultores. Esas mismas gárgolas eran parte importante del ejército rutinario, siendo usadas como espías, mensajeras, guardias personales para dignatarios de tramo medio…
Por un escaso momento deseó tener alas para elevarse y ver más allá de esas montañas; si los criminales e insurrectos pensaban que las celdas de Ikata, Rovira o Asenius eran cosa seria, no durarían ni diez segundos vivos en medio de la salvaje naturaleza norteña.
Subió una pequeña pendiente y, entre dos picos leves, creyó distinguir algo grisáceo, difuso, en continuo ascenso.
-¿Y esto qué es?
Dejó a un lado el pequeño morral de cuero con sus míseras pertenencias. Tomó aire a todo lo que pudo permitirse, distinguiendo al instante notas claras: metal, humo, azufre, el estertor de gemas vírgenes siendo cortadas para mezclarlas con aceites y mercurio. Amalgamas místicas no existentes en ningún otro rincón del mundo. Privilegio exclusivo de los guerreros de mayor rango que se pasaban más tiempo de banquete en banquete que jugándose la vida en el campo de batalla.
Su rostro, tan pálido como la misma nieve, se iluminó. Casi había olvidado lo que se sentía ser feliz.
-¡Es una forja! -exclamó, sin importar si causaba un alud-. Y donde hay una forja, cerca también estará una ciudad. ¡Me he salvado!
Devoró todo lo que le quedaba de comida seca, volvió a inspirar y se lanzó a toda prisa por el último tramo del valle. Unos doscientos metros más abajo se distinguía un camino adoquinado en condiciones más que aceptables. Del otro lado, tan cubierto por la nieve como todo lo demás, podía verse un sólido letrero de madera barnizada.
Calarnen →
← Padon / Valtara / Litma
Extendió su vista hacia el norte, donde podía verse la sobria forma del castillo local con sus torres estrechas, terminadas en punta y revestidas de gris y azul. Al ojo, no estaría a más de un kilómetro de distancia.
Aunque estaba al borde de la deshidratación, casi derramó lágrimas de júbilo. Tal vez Ikerena, la tejedora del tiempo y omnipotente diosa naga, aún tuviera algo de bondad reservada para ella.
-C1-
-¡Por el regente Magnus! -exclamó el guardia al verla acercarse a la única puerta de la ciudad-. ¿Qué te ha pasado, mujer?
-He viajado sin parar desde mediados de mes -contestó ella casi sin aliento.
-¿De dónde vienes?
-De Maratzante -continuó la recién llegada.
Por un momento el genio, vestido con una sobria armadura ligera color plateado y terminaciones en rubíes, se quedó sin palabras. Tal vez lo más sorprendente de dicha criatura, majestuosa como pocas, fuesen su piel y estela mágica en tonos azul eléctrico, además de ojos dorados cual faroles en medio de la oscura noche.
-¡Pero si eso está al otro lado del país! ¿Cómo es posible que…?
-Ahora no, por favor -tosió su contraparte-. Requiero de un alojamiento modesto, pero que no sea humillante; una cena tampoco me vendría mal.
-Conozco un buen sitio. Te llevaré allí de inmediato.
-¿Está muy lejos?
-No, frente a la plaza principal. Son sólo dos manzanas desde la entrada. ¿Te llevo el equipaje?
-Gracias.
Así comenzaron a abrirse paso por las concurridas calles de Calarnen. La ciudad, aunque pequeña para los estándares exhibidos en el centro y sur de Bracada, era la más grande del distrito y donde se concentraba el poder político. Establecida con el diseño de un tablero de ajedrez, sus calles cortadas a pico mezclaban casas de uno o dos pisos con lujosas mansiones, tiendas que vendían desde pociones hasta artículos para el hogar, algunas pequeñas plazas con estanques y, ante todo, el ya mencionado castillo. En el interior de su amplio patio se encontraba la guarnición local con sus 350 efectivos: gremlins, genios, gárgolas y uno que otro gólem de piedra congelada bajo el mando de siete comandantes (cuatro eran humanos y tres del resto de razas, todos con sobrada experiencia en las artes bélicas); las tropas de grueso calibre, como nagas, gigantes y titanes, estaban reservadas a los controles fronterizos y las urbes donde se movían los peces gordos. De estos singulares individuos agrupados en setenta patrullas dependía mantener el orden y asegurar que todo funcionara según las instrucciones del Club de los Notables, denominación local para las 11 personas a cargo de gobernar. Lo más novedoso era que el distrito, en comparación a las autocracias que dominaban el resto del país pero sin atreverse siquiera a plantar cara a Gavin Magnus, se regía de forma más o menos democrática, permitiendo que cualquiera postulara medidas a considerar por el Club e incluso lanzar una incipiente carrera política con suficiente apoyo. A diferencia del tumulto de Anderskolde o la anarquía de las regiones costeras, Calarnen representaba un oasis de calma entre la nieve y las montañas. Ella miraba todo con sumo interés; parecía sentirse en otro mundo.
-Hemos llegado -anunció el guardia, abriendo la puerta de lo que resultó ser una céntrica taberna llena de parroquianos bebiendo y meseras de busto generoso.
-¡Ah, Kyran! -exclamó un hombre de más de cincuenta años, calvo como melón y con prominente panza cervecera-. ¡Cuánto tiempo sin pasarte por aquí!
-Hola, Garth -contestó el genio-. Parto diciendo desde ya que vengo en comisión de servicio.
-Oye, si es por lo de los borrachos del otro día…
-Eso no me incumbe -replicó Kyran con severidad-; tendrás que hablarlo directamente con el comandante de mi unidad. Te he traído una cliente.
El dueño miró a la pálida fémina y se sobrecogió. Frotó sus ojos para asegurar que no soñaba y admiró su particular complexión. "Ciertamente no recuerdo haber recibido antes a una huésped así", se dijo.
-¿Cuánto me cobra por una habitación con baño? -inquirió ella, su voz aún más delgada que antes.
-Bueno… Son 30 monedas de oro por noche, pero incluye la cena y el desayuno. Si no le molesta el ruido…
-En absoluto. Sólo deseo descansar -pausó para recobrar el aliento-. Llevo dos semanas en la ruta. Partí en Maratzante.
-¿A pie?
Un simple asentimiento con la cabeza dejó al hombre aún más sorprendido.
-¿Puedo tomarla? -dijo la agotada viajera.
-¡Faltaba más, señorita! -Garth recibió sus monedas y sacó una llave del colgador a sus espaldas-. Sígame, por favor. Yo mismo la instalaré.
-Bueno, esto ya está listo -acotó el temperamental genio con una mirada digna de la majestuosa especie-. Debo volver a mi puesto.
-Muchas gracias, guardia.
-No me lo agradezca, señorita -hizo una reverencia-. Mi trabajo es servir a la comunidad.
Kyran dio media vuelta y se marchó por donde había venido. El tumulto seguía enteramente dado a lo suyo, contando historias, lanzando palabrotas y piropeando a las bien dotadas muchachas encargadas de hacer correr la bebida hasta que las velas no ardieran.
Una subida de escalera después, la chica agradeció al dueño del local tras enterarse de que la cena sería en un par de horas y cerró la puerta; como era de esperar, pidió a Garth que se la subiera apenas estuviera lista. Lo primero que hizo al encontrarse sola fue ignorar el eco de la jarana, sumergiendo sus blancas manos en una palangana llena de agua fresca. Lavó su cara como si se le fuera la vida en ello, mirando sus facciones en el sencillo espejo ubicado frente a la mesita; los negros ojos que denotaban cansancio ahora parecían algo más fulgurantes.
-Cómo necesitaba esto…
Tomó la potente lámpara de aceite que venía de serie con el cuarto y la llevó a la zona más pequeña, donde se encontraba una bañera de metro y medio de largo con sistema de desagüe y tapón. Bajo ella había una rejilla reforzada donde se percibía un brillo extraño, entre negro y rojizo. Era un ladrillo de Jaktina, piedra volcánica nacida del magma más puro, cuyas propiedades la mantenían siempre caliente. Sólo se encontraban cerca de Jakta, en la frontera entre Eeofol y AvLee, y cada una costaba una pequeña fortuna. "A saber cuánto habrá pagado el posadero por este ejemplar", pensó, sintiendo el pinchazo por sus pingües reservas monetarias.
En otras circunstancias habría calificado esta bañera de pequeña e incómoda, pero no deseaba quejarse luego de su golpe de suerte. Un chorro de agua helada salió del rudimentario grifo, causando un eco sordo en la madera de la que estaba hecha la taberna completa. No tardó mucho en calentarse gracias a la acción de la peculiar piedra, haciendo la atmósfera algo más agradable y desanudando sus agarrotados músculos. Posteriormente se quitó la sucia y apretada ropa que traía puesta, dejándola en el piso sin más ceremonias. El vapor pareció ejercer un efecto relajante en su desnudez, erizándole levemente los pezones y causándole un leve rubor en las otrora tersas mejillas. Hacía mucho que no se sentía mujer.
-¡Ikerena bendita! -exclamó cuando metió suavemente su cuerpo en el manso líquido-. Pensé que nunca volvería a darme un baño decente.
Permaneció quieta unos diez minutos sin más compañía que sus propios pensamientos. Sumergió su cabeza al completo y comenzó a lavarse el cabello con las escasas raciones de aceite aromático que habían sobrevivido al viaje; aún le quedaban cinco monedas para comprar otra botella mañana, pero venía un desafío aún más importante.
Necesitaba un empleo.
No quería pasárselas de vaga el resto de sus días. Su propia formación militar lo prohibía; para qué hablar del férreo clima familiar, donde el deber siempre era lo primero y las ambiciones personales quedaban subordinadas al interés general. Allí cabía otra pregunta: ¿qué empleos podían ser apropiados para una efectiva caída en desgracia? Tal vez el tabernero supiera algo.
-Se lo preguntaré cuando me traiga la comida, pero ahora sólo deseo relajarme.
Cerró los ojos y continuó satisfaciendo sus propios anhelos bajo el cadencioso manto de vapor inundando ya todo el cuarto. Para cuando despertó, el agua seguía caliente, salpicada de espuma y restos de la suciedad acumulada tras cuatro días sin poder remojarse.
-C2-
-Buenos días, señorita -la saludó Garth cuando terminó de bajar la escalera-. ¿Durmió bien?
-Como nunca antes en mi vida -dijo ella, vestida con un grueso conjunto rojinegro que ciertamente había visto días mejores-. A todo esto, deseo agradecerle por la cena. Ese plato de jabalí al horno estaba realmente bueno.
-Sólo lo mejor para mis clientes -se pavoneó el tabernero-. ¿Desea que le sirva el desayuno? Aún es temprano, así que podrá comer tranquila.
-No estaría mal.
Se sentó directamente en la barra, asegurándose de no topar nada que pudiera derribar involuntariamente. Poco después devoraba apasionadamente un suculento plato de huevos revueltos con sal y jamón más pan recién horneado. La contextura era perfecta, tan perfecta como el guisado de jabalí que se zampó ayer. Para beber pidió un vaso de leche caliente con canela y una sencilla taza de té sin azúcar.
-¡Vaya que tiene apetito! -exclamó el calvo-. Me imagino lo duro que debe haber sido su viaje.
-Durísimo. Si alcancé a llegar a Calarnen con energía fue porque los milagros existen; no habría aguantado otro día con esas raciones desabridas y secas.
-¿Y no usó los famosos monolitos de los que todo el mundo habla?
-Sí, pero me llevaron a Anderskolde por error y los desgraciados de la compañía no quisieron reembolsarme -la chica se encogió de hombros-. ¿Qué sacaba con reclamar? Ya sabe usted cómo son. Tampoco tenía dinero para abordar un barco río arriba.
-Por eso siempre he preferido los viajes por tierra -añadió el hombre.
La huésped apartó el plato y luego miró fijamente a Garth.
-¿Sabe dónde podría conseguir un empleo?
-¿Un empleo? -el viejo se detuvo a pensar por medio minuto-. Bueno, aquí en la taberna no hay vacantes y al ser esta una ciudad pequeña, no tenemos lo que podría calificarse como una avalancha de puestos disponibles. ¿Quiere un consejo?
-Cualquier cosa me sirve a estas alturas.
-De vez en cuando ponen anuncios en el tablón ubicado aquí al frente, en la plaza. Tal vez hoy sea su día de suerte y pueda encontrar uno a su gusto.
-Por algo se empieza -corroboró ella, finalizando la leche y el té-. Le reitero mis agradecimientos por la comida y la cama.
-Cuando quiera, señorita. ¡Ah, antes de que lo olvide! ¿Cómo se llama usted?
-Kodziomi -replicó ella con simpleza.
Tomó sus cosas y abrió la pesada puerta de la taberna para salir al frío de la mañana. Tenía el plan clarísimo en su ágil mente: aún le quedaban 17 horas para encontrar un trabajo y otro lugar donde pasar la noche. Lo ideal sería encontrar uno donde ganara más o menos lo mismo que en el ejército bracadano; pediría parte por adelantado para así costear el alojamiento y comprar un poco de ropa nueva, porque la que llevaba en el morral estaba para el basurero.
El clan madrugador, compuesto por guardias, panaderos, pasteleros, mercaderes y otras tantas actividades cívicas, comenzaba a poner la ciudad nuevamente en marcha. Era el primer día de la semana del tejón, usualmente sinónimo de mal clima en todo el reino. Tiritó entera ante la sola perspectiva de pasar otra noche a la intemperie; había tocado el cielo con esa mullida cama y no deseaba rebajarse al nivel de las bestias inmundas pululando por los barrios bajos. Después de todo, ella tenía estándares a cumplir contra viento, marea, erupciones volcánicas, plagas varias, etc.
Salvo por un par de comadres sentadas cerca del enorme tablón que le había señalado el viejo Garth, la plaza estaba vacía. Sus arbustos bien cortados tenían hojas brillantes por la escarcha y eran de especies largamente adaptadas al inclemente clima del distrito. La fuente en el centro no arrojaba agua, pero sí tenía una serie de motivos plateados que brillaban con tonos rojos, azules y verdes a intervalos regulares; ciertamente allí también residía algo de magia para el deleite de la comunidad.
"Sin duda debe verse preciosa durante las noches claras", pensó Kodziomi. "Ahora echemos una mirada como corresponde a este gran mapa de las esperanzas que nacen o se pierden, según sea el caso".
A primera vista no encontró nada demasiado fuera de lo común ni tampoco que mereciera su atención. Sabía de sobra cómo mantener el orden, cocinar e incluso defenderse contra tropas de matones al punto de dejarlos traumados de por vida, pero menos de 100 monedas a la semana no justificaban el trabajar como doncella, ayudante de pastelero o guardaespaldas de las caravanas que recorrían todo el distrito. La mayoría de los avisos estaban escritos en papel color beige e impresos de forma sencilla con lo que sospechó era una especie de máquina especialmente diseñada para ello.
Justo cuando iba a dar la vuelta para ver si algo más interesante se encontraba del otro lado, notó otro anuncio. Este era diferente en todo sentido: escrito en papel de buena calidad, a mano y con un sugerente escudo de armas en la esquina superior izquierda. El tono azul oscuro evidenciaba tinta de una pluma cara. La chica removió las tachuelas con cuidado y lo leyó.
Se necesita ayudante a tiempo completo para catalogar colección privada de artefactos. Buena paga más incentivos por rendimiento. Incluye comida y alojamiento. Indispensable traer referencias, experiencia en investigación bibliográfica e interés por salir a trabajos de campo bajo condiciones impredecibles.
Tratar en la mansión Bakorima, al noroeste de la plaza principal. Preguntar por Thomas E. Braemar.
-¿Un trabajo académico con paseos ocasionales? -se preguntó, esbozando una leve sonrisa-. Puede que sea justo lo que necesito, aunque no he pisado una biblioteca desde que tenía 14 años. Ya decía mi madre que los cambios de aires vienen bien de cuando en cuando. Ahora sólo necesito encontrar esa mansión.
Guardó el anuncio en el bolsillo de su chaqueta tras doblarlo con cuidado y se dirigió hacia las señoras sentadas no lejos de allí.
-Buenos días -saludó Kodziomi con una reverencia-. ¿Podrían decirme cómo llego a la mansión Bakorima?
Las mujeres dejaron de parlotear para mirarla fijo. Parecían dos gotas de agua, más cercanas a los cincuenta que a los cuarenta años y de cuerpos rollizos. Una llevaba el cabello negro bien corto y la otra tenía una desordenada cabellera castaña a la altura de los hombros. Vestían capas gruesas en tonos marrón desvaído, contraste absoluto con sus monumentales vestidos en tonos esmeralda y escarlata.
-¿La mansión Bakorima? -dijo la pelicastaña-. ¿Para qué quieres ir ahí?
-Encontré un anuncio en el tablón y…
-¡Ah, no! -atajó la pelinegra, moviéndose un poco-. Si yo fuera tú, querida, me alejaría de allí.
-¿Por qué lo dice?
-Porque ahí sólo vive un hombre demente, sociópata y con humor de perros. Para alguien como tú no son más que malas noticias.
Kodziomi se quedó perpleja. La escritura del anuncio parecía señalar exactamente lo contrario de lo descrito por estas señoras.
-¿Ese anuncio que viste… es por un asistente? -inquirió la castaña.
-Pues sí. Recién vengo llegando a la ciudad tras un largo viaje y necesito un empleo.
-No lo tomes -ahora habló la otra-. ¿Sabes cuántas asistentes han pasado bajo las despiadadas garras de Thomas Braemar? Seis en los últimos siete meses. Todas ellas eran chicas lindas e inteligentes como tú, que entraron a su servicio para ganar un buen sueldo con un trabajo tranquilo.
-Poco tiempo después abandonaban el puesto con la mente destrozada. ¡Lloraban a mares, consumidas por las pesadillas! Ninguna de ellas volvió a poner un pie en Calarnen.
-Braemar es un lunático -otra vez cambió el relevo-. Dicen que tiene poderes mágicos y experimenta con artes oscuras. A veces sale muy temprano y no vuelve hasta bien entrada la noche, cargando sacos repletos de objetos que hacen mucho ruido y huelen a tierra fresca. En otras ocasiones pasa semanas encerrado, las luces prendidas de alba a alba, escribiendo cartas que luego destruye. Y cuando no hace nada de eso, mira el castillo por horas desde la orilla del lago, su vista fija en algo que nadie más puede ver mientras murmura frases ininteligibles.
-También se cuenta de él que tiene más dinero que el propio municipio; rasgo típico de ricachón sin corazón ni capacidad de confiar en otros. Apuesto a que ni siquiera paga sus impuestos.
El diagnóstico de la recién llegada no se vio más que reforzado; por como hablaban las viejas, parecía que describían a un ogro desalmado en vez de una persona atenta al detalle, con letra sumamente legible y de buen vocabulario. ¿Qué había de malo en pasarse todo el día escribiendo o contemplando el lago en busca de inspiración? Eso evidenciaba creatividad más un control notable del cansancio. Allí radicaba una de las marcas que definía a un individuo de lujo, como los que hacían tanta falta en Bracada últimamente.
-Pues conmigo se le acabará la racha -dijo Kodziomi, hinchando un poco el pecho y fingiendo seguirles el juego-. Sólo díganme cómo llegar y le daré una lección a ese tal Braemar.
-¡Querida, no lo hagas! -dijo la pelinegra-. Eso es el equivalente a firmar una sentencia de muerte.
-Estuve varios años en el ejército, señora, así que puedo defenderme tan bien como cualquier soldado. ¿La dirección, por favor?
Las comadres suspiraron e hicieron un evidente gesto de desamparo con la cabeza. "Esta chica está loca de remate", pensó la castaña.
-Bueno, pero no digas que no te lo advertimos. ¿Ves esa calle en diagonal de allí? -apuntó hacia el noroeste.
-¿La que va al castillo?
-Esa misma. Sigue en esa dirección y dobla en la quinta esquina a la derecha. De ahí es todo recto. La mansión está a la orilla del lago, justo al frente del castillo.
-Tiene llamas azules en la verja -añadió la otra mujer-. Es inconfundible.
-Gracias. Eso era todo lo que quería saber.
Silbando una cancioncilla militar, Kodziomi comenzó a acortar la distancia que lo separaba de la mansión y del misterioso Thomas E. Braemar. Una vez que la vieron perderse entre el gentío y los escasos carros haciendo la ronda, la pelicastaña emitió un hondo suspiro.
-Otra que no volveremos a ver.
Su comadre asintió con pesar y luego ambas volvieron a retomar su charla sobre nada en particular.
-C3-
-Aquí es.
No cabía duda. Las llamas azules sobre los pilares de la puerta principal señalaban el sitio correcto. La protección perimetral tenía dos mitades: piedra blanca en la parte inferior y una sólida reja de hierro forjado que se levantaba hasta más o menos unos ocho pies de altura en la superior. Sus afiladas puntas parecían tener la fuerza suficiente para penetrar armaduras medianas y desgarrar sin piedad la carne desnuda. Mayor disuasivo no existía para los ladrones, especialmente si los rumores sobre la fortuna del ocupante eran ciertos.
"Rumores", musitó la forastera, aún pensando en la descripción de las viejas metiches. Sólo para cerciorarse de obtener segundas, terceras y hasta cuartas opiniones, se detuvo a hablar de camino al castillo con unas diez personas elegidas totalmente al azar para obtener más antecedentes de Thomas Braemar. Seis de ellas concordaron parcial o totalmente con la señoras de la plaza, tres se excusaron diciendo que tenían cosas pendientes y la última, una risueña chica que trabajaba en la pastelería de la calle Bransen, a unos trescientos metros del tablón de avisos, dijo que era cliente frecuente, de gustos refinados y con una mirada enigmática. "Parece que siempre anda pensando en algo complicado", le había dicho.
Del otro lado se veía una construcción hermosa al estilo bracadano clásico: tonos grises y azul pizarra con tejas perfectamente distribuidas; amplias ventanas con rejas abatibles durante los días de verano; un jardín sencillo pero bien cuidado, cubierto por la flora típica de esas latitudes; siete columnas de lado a lado sosteniendo los amplios balcones del segundo piso y un pulcro sendero de grava semicubierto por la nieve del día anterior.
La mansión Bakorima era, a ciencia cierta, una auténtica obra maestra de la arquitectura contemporánea. Girando en 180 grados desde ese punto se veían la amplia extensión del tranquilo lago y las torres del castillo donde sesionaba el Club de los Notables. Aún más allá corrían las cadenas de nubes, acariciando los picos de las montañas Litma como una buena amante que ha conseguido esquivar todas las medidas destinadas a impedir su furtivo escape.
El aire era puro y el cielo prístino. Por un momento Kodziomi se sintió en el paraíso, sus malas vivencias de las últimas dos semanas totalmente eclipsadas por la belleza y la quietud del entorno; de repente sintió un leve asomo de sensibilidad abrirse paso hacia su corazón. Tomó una larga bocanada de aire y empujó la sólida verja con decisión, abriéndola sin siquiera arrancarle un chirrido.
-Buena señal -dijo la visitante-. Es una rareza encontrar bisagras bien engrasadas en cualquier sitio de Bracada.
Ascendió por el sendero hacia la entrada de la casa. Ahora la nieve volvía a tener el efecto relajante de siempre, evidenciando la enorme diferencia causada por una noche de sueño como corresponde. Siguió tarareando su cancioncilla conforme la distancia al objetivo se reducía a veinte, quince, diez y cinco yardas. La puerta principal, hecha con el mismo roble eterno que abundaba en los bosques de Erkandi, cerca de la principal zona costera, no tenía campana; en su lugar había una pesada aldaba de bronce con forma de boca de león. Reconoció el estilo inmediatamente: era de Erathia, más concretamente de la zona de Caryatid, reconocida por sus maestros orfebres que exportaban maravillas similares a todo el continente de Antagarich e incluso a las lejanas tierras de Enroth, al otro lado del gran mar.
Su knock-knock-knock pareció hacer eco hasta en las mismas columnas de piedra, acentuando el tono señorial de la propiedad y sobrecogiendo un poco a la futura candidata. Aún a pesar de codearse con duques, princesas y lo más selecto del gremio de cocineras, el lujo era algo que no terminaba de agradarle por completo.
Pasó casi un minuto y nadie abrió. "Tal vez el señor Braemar está fuera comprando pasteles, pero me sorprende que no haya dejado siquiera un aviso".
Volvió a golpear la puerta, esta vez con más decisión.
-¡Un momento! -se escuchó una voz ahogada desde el interior-. ¡Ya voy!
Lo que vino después la pilló totalmente desprevenida. Ante ella no estaba un nigromante ni un viejo cascarrabias sino un muchacho joven, incluso más joven que ella. De cabellera corta y negra, no llevaba barba ni bigote. Sus facciones eran serias pero se apreciaba en ellas la chispa de los primeros compases de la adultez. Al ojo, ella pensó que debía tener, como mucho, 23 años. Ojos negros y aún así cálidos se reflejaban punto a punto en los de la visitante. Medía seis pies de alto y su complexión era fornida, aunque no al punto de compararse con las gruesas columnas sosteniendo los balcones. Vestía un batín azul marino de seda fina y con ricas costuras en plata, pantalones negros y camiseta en un tono similar al del vino tinto de buena cosecha. Un par de zapatos blandos, ideales para andar por casa, completaba el conjunto.
-Buenos días, señorita -dijo con modulación cortés-. ¿Qué se le ofrece en este rincón tan apartado de la ciudad?
-¿Es usted Braemar? -preguntó la recién llegada con una rapidez inusitada.
-En efecto, soy Thomas Edwin Braemar en persona. ¿Y usted es…?
-Kodziomi. Me llamo Kodziomi -otra respuesta que salió casi a borbotones-. Vengo por el aviso que puso en la plaza.
-¡Ah! -el anfitrión reaccionó encantado-. No esperaba tener una respuesta tan pronto, considerando que lo coloqué sólo hace un par de días. Tenga la bondad de pasar.
Dejó que entrara en el pasillo y luego cerró la puerta. Por lo que se podía ver, el interior estaba en tan buen estado como el exterior. Una mullida alfombra dominaba el pasillo de entrada y podían verse a ambos lados vitrinas con extraños documentos. ¿Mapas? ¿Textos sagrados? ¿Hechizos? La visitante no acertaba a dar una respuesta; todos ellos estaban escritos en un idioma indescifrable.
Siguió al dueño de casa hasta la primera puerta del lado izquierdo y entró. Esta estancia era aún más impresionante, si cabe. Libros y más libros repletaban cada metro cuadrado de pared, a excepción de dos ventanas del lado izquierdo por las que entraba a raudales la luz natural. Un candelabro con forma de araña tenía todas sus velas encendidas con la misma llama eterna de la entrada. En el medio había un enorme escritorio repleto de apuntes, más objetos extraños y una pequeña libreta de cuero negro. Braemar se sentó en una poltrona del otro lado y le señaló otra cómoda silla a su invitada.
-Póngase a gusto, señorita Kodziomi. ¿Desea una taza de té o prefiere algo más fuerte?
-Estoy bien, gracias. Desayuné hace poco -replicó ella, aún impresionada por la majestuosidad del entorno que la rodeaba.
-Como guste.
La chica sonrió para sus adentros al ver que las viejas chismosas se habían equivocado medio a medio con su descripción del ocupante de la mansión. Este había resultado ser incluso mejor de lo que ella misma había pensado: un tipo educado y, a juzgar por las apariencias, poseedor de una considerable fortuna. Si las primeras impresiones contaban, Thomas Edwin Braemar pasó la prueba con creces.
-Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas sencillas -continuó el muchacho-. ¿Tiene experiencia o referencias relativas a trabajos historiográficos? ¿Ha realizado labores en bibliotecas o sedes del Gremio Mágico?
-La verdad, no -ella decidió ser franca desde el comienzo-. Llegué a Calarnen ayer por la tarde tras un viaje larguísimo, sin prácticamente nada que comer o beber y con dinero suficiente para pasar sólo una noche bajo techo. El dueño de la taberna me recomendó revisar el tablón de anuncios en la plaza… y aquí me tiene.
-Explíqueme algo -Braemar la miró fijamente, pero sin enfadarse-. ¿Cómo es que alguien de su estirpe, usualmente la crema y nata de nuestras fuerzas armadas, llegó a semejante situación?
Evidentemente era un estupendo observador. Kodziomi no sólo era una mujer sino también una representante de la especie más fascinante en Antagarich. Además de su blanca piel y larga cabellera, llevaba un mínimo de rubor en los labios y contaba con seis brazos (a diferencia de los cuatro de una plebeya) que, bajo circunstancias normales, sostendrían seis afiladas cimitarras para despedazar a los enemigos de la corona. La parte inferior asomando bajo los límites de su falda era la de una serpiente de cascabel, con escamas negras hasta la punta de la cola y salpicadas por patrones de rojo que nunca se repetían de una guerrera a otra. Gracias a años de duro entrenamiento, cada músculo de su figura estaba bien tonificado y las manos, a pesar de estar severamente curtidas debido al manejo de armas, tenían buen aspecto. Aunque su raza estuviera emparentada anatómicamente con las medusas, ahí terminaba cualquier similitud.
-He visto muchas cosas extrañas en mi vida -sentenció el chico-, pero jamás esperé tener a una reina naga (2) en mi humilde casa.
-Señor Braemar… -le costó comenzar-. Tiene usted razón en que yo formé parte del ejército. Estuve allí siete años y medio, siguiendo la tradición de mi familia, pero me dieron de baja hace dos semanas por un asesinato que no cometí.
-¿La inculparon?
-Fue un estúpido malentendido. Yo estaba empleada en la guardia de Maratzante y mi patrulla cubría la zona del puerto. Una noche, en medio de una tormenta de nieve, se desató una pelea entre borrachos que acabó con uno de los tipos ahogado en las aguas del tercer embarcadero y el otro apuñalado en el estómago -sintió algo de dolor al recordar-. Murió en mis brazos, pero cuando mi superiora llegó y me vio sosteniendo el arma con la que lo atacaron, no escuchó razones y al día siguiente me denunció al comandante Fafner. En cuestión de horas me dejaron en la calle.
-Qué montón de idiotas -espetó Braemar con nada velado desprecio-. Nadie en su sano juicio podría haberla dejado ir sin darle el beneficio de la duda, diagnóstico que extiendo a los propios habitantes de la zona que debía custodiar. ¿De qué clan forma parte?
-Del clan Diakara. Hemos servido con orgullo al regente Magnus desde el año 750. Puedo trazar mi linaje hasta el Siglo V después del Silencio, pero no deje que eso lo intimide, señor. Aparte de todo ese pedigrí, soy tan de carne y hueso como usted. Dicho sea de paso, tampoco soy reina sino una simple noble; ese título sólo se reserva a las matriarcas para luego ser pasado a la segunda mayor una vez que fallecen.
-Me gusta como piensa, Kodziomi.
-¿Eh…?
La naga reaccionó con más sorpresa que nunca.
-Sólo con mirarla a la cara me queda claro que no ha mentido. Cualquier otra mujer en su posición habría llegado a límites risibles para inventar una historia. Valoro la honestidad como una condición suprema para obtener el puesto y ha pasado la prueba. Es una lástima que el imbécil de Fafner y sus lacayos no supieran apreciarla.
-Gracias por sus palabras, señor.
-No me lo agradezca. Usted es justo lo que busco en una asistente. Está contratada.
La pelinegra tragó saliva con nervios. ¿Acaso se había metido en un lío mayor al que sus seis brazos podían manejar?
-Señor Braemar, debe tener en cuenta que yo no tengo idea de catalogar ni nada por el estilo.
-Confío en que podrá aprender rápido. Además, estoy seguro de que será una gran ayuda cuando salga a hacer trabajo de campo.
-Acláreme una duda -la curiosidad de la visitante pedía pista-. ¿Qué hace usted, exactamente?
-Soy cazador de tesoros.
El contenido del anuncio volvió a pasar por la mente de la chica reptil. Todo hacía sentido con esas simples cuatro palabras añadidas a la mezcla. Seguramente los libros y pergaminos que había visto también hacían referencia al tema. Tal vez la casa entera era una gigantesca bóveda llena de reliquias de incalculable valor, de objetos que no existían en ninguna otra parte y ocultaban fantásticas historias.
-¿Puedo hacerle otra pregunta? -dijo ella.
-Todas las que quiera. Si vamos a trabajar juntos, lo mínimo es que nos conozcamos bien.
-¿Usted es bracadano?
-Nacido en Calarnen, aunque pasé la mayor parte de mi infancia viajando por todo el país y sus zonas fronterizas; mis padres eran magos a la vez que diplomáticos. Estudié alquimia en la Academia Imperial, pero me dediqué por entero a buscar tesoros apenas me gradué; poco después ellos fallecieron en comisión de servicio y heredé esta mansión. Recorrer el mundo es mucho más emocionante que estar encerrado todo el día en un laboratorio maloliente.
"Por eso es que es tan formal", se dijo la muchacha. "De seguro debe haber asistido a más bailes de los que puede recordar".
-No se ofenda, pero pensé que era de Erathia o Tatalia -bajó un poco la cabeza-. Digo, ser cazador de tesoros no encaja mucho con nuestra idiosincrasia como país; aquí sobran magos y alquimistas, gente que busca alejarse de los conflictos azotando la mitad del mundo…
-Pierda cuidado, Kodziomi. Me han dicho eso miles de veces, especialmente cuando he salido a buscar objetos fuera de los límites de Bracada. Puede decirse que he recorrido todo el continente con excepción de la isla de Vori, Deyja, Eeofol y las tierras disputadas entre Erathia y AvLee.
-¿Y cómo se las arregla para vivir estando tanto tiempo de viaje?
-Muchos de los objetos que encuentro son por encargo de otros coleccionistas. Con uno o dos buenos trabajos puedo quedar tranquilo por un año entero. En otras ocasiones suelo salir por mí mismo a buscar artefactos que luego limpio, estudio y clasifico. Después escribo a mis contactos en otras ciudades por si les interesa comprarlos o intercambiarlos.
-¿Y si no encuentra comprador?
-Los guardo aquí hasta que el interés vuelva a aumentar -contestó el coleccionista-. Negociar es un arte tan complejo como la misma guerra.
Al escucharlo describir su oficio con ese detalle, Kodziomi añadió otra etiqueta a la ya abultada lista de cualidades de su jefe: metódico. Con un poco de tiempo se acostumbraría a los devaneos teóricos, al sistema de clasificación de libros y seguramente a las pruebas que usaba para determinar las propiedades de esos extraños ítems.
-Sobre los trabajos de campo, ¿cuál será mi rol, exactamente?
-Me gusta que desee interiorizarse de todo, querida -la sola mención de esa última palabra detonó un leve rubor en ella-. No digo que vaya a ser guardaespaldas, pero de vez en cuando hay personajillos… interesantes que buscan apropiarse de los frutos de mi trabajo y es necesario darles el tratamiento que merecen.
-Ah, comprendo. Ladronzuelos de poca monta o profanadores de tumbas.
-En efecto. Totalmente inútiles, todos ellos. E incluso puede que debamos enfrentarnos a algunas molestias salvajes, como clanes renegados de nuestras mismas criaturas nativas, trogloditas o esqueletos, que abundan en los túneles bajo el río entre Litma y Valtara o cerca de los bosques más aislados.
-Los esqueletos me dan asco -arrojó ella, un rictus apareciendo en su rostro perlado-. Todas esas criaturas muertas vivientes me dan asco. De sólo verlas deseo reducirlas a polvo para que no sigan contaminando el mundo.
-¿Alguna vez se ha enfrentado a ellas? Yo me he topado con nigromantes en dos o tres ocasiones, pero siempre me ocultaba hasta que pasaran de largo.
-Yo las he tenido en frente varias veces. Hace cinco años sofocamos un culto en Erkandi que, en violación de las leyes mágicas dictadas por Gavin Magnus, experimentaba con la nigromancia. Capturamos a todos los cabecillas y eliminamos unas 300 criaturas entre esqueletos, zombies, espectros… Era material básico, pero lo suficientemente molesto como para comprometer seriamente la estabilidad de toda la zona costera si se le dejaba crecer -apuntó con seriedad-. No sé a cuántas maté, pero recuerdo bien el aroma putrefacto de los cadáveres cuando entramos con mi unidad en esa galería subterránea. Sobra decir que cada uno de esos magos renegados fue ejecutado sin perder un instante.
La naga hizo una violenta arcada tras rememorar esa etapa de su vida.
-¿Se siente bien? -quedó asombrada al ver que Braemar se había levantado de su silla y estaba a su lado, mirándola con preocupación.
-Sí… Perdón por mi reacción, pero no puedo evitarlo. Odio a esas… esas criaturas malditas y a todos quienes siguen la nigromancia. Usted no se imagina… el hedor de la carne podrida, la sangre negra, los cuerpos reducidos a masas deformes, quemados, deshechos en calderos malditos.
-Tranquila -ahora la abrazó con suavidad-. Tranquilícese, Kodziomi. Ya pasó. Aquí no hay muertos vivientes.
Tal vez fuese el efecto de la seda o la calidez de la biblioteca, pero Kodziomi se dejó llevar por la sensación de acogimiento y cerró los ojos. Por muy poco no le devolvió el gesto a su jefe; lo último que podía hacer era cometer un error que significara su despido.
Una vez que volvieron a sus posiciones, Braemar decidió prepararle un té caliente y cargado. Ella aceptó la taza sin chistar; realmente necesitaba volver a enrielar sus pensamientos. Pasaron cinco minutos en silencio, el muchacho esperando pacientemente a que ella volviera a tomar el testigo de su interesante conversación.
-Lo siento -dijo ella con voz suave-. No quise darle este mal rato.
-Despreocúpese. Ya le dije que aprecio la honestidad. ¿Quiere saber algo? Yo también tengo miedos, miedos que me cuesta muchísimo enfrentar cara a cara. Por ejemplo, detesto los túneles.
-¿En serio? -por poco pensó que su nuevo patrón le estaba jugando una broma.
-¡En serio! Todo en ellos es un desastre: aire atascado, ecos jugando con la mente, asquerosa flora que sólo crece en sus pútridos rincones… Y como haya dragones, minotauros o medusas viviendo en ellos, no hay chance alguna de escapar con vida. Son la esencia misma de todo lo que está mal en este mundo: la oscuridad, la perversión… No me sorprende que los señores feudales de Nighon los hayan elegido como su hogar. Dispénseme -detuvo sus divagaciones e inclinó la cabeza-; creo que me dejé llevar.
-No importa, señor.
El pequeño truco había surtido efecto. La naga noble estaba relajada y ya no tenía esa mirada de terror en las pupilas.
-Además de las labores relativas a tesoros y artefactos -continuó ella-, ¿qué otros trabajos tendré que realizar?
-Deberá ayudarme con las tareas domésticas: cocinar, lavar la ropa, cortar leña, mantener el jardín, sacudir, quitar la nieve de la entrada, hacer las compras semanales, entre otras -contó con los dedos-. Tengo una rutina bastante estricta: por ejemplo, la limpieza general se hace siempre el último sábado de cada mes, sin excepciones. También espero que el desayuno esté servido en el comedor a las ocho de la mañana en punto. Me encantaría que usted compartiera la mesa conmigo.
-Si a usted no le incomoda, está bien. ¿Tiene algún gusto en particular a la hora de comer?
-No soy quisquilloso, pero aprecio bastante las carnes bien cocidas al horno y los vegetales salteados con poco aceite. La mantequilla me gusta con sal; sin ella sólo es grasa inservible. Tampoco bebo demasiado alcohol; usualmente lo reemplazo por té cargado o un vaso de leche caliente con miel, canela, vainilla…
"Mira qué coincidencia", cogitó la chica mientras sonreía por dentro. "Tenemos gustos bastante similares". Asintió y guardó esas peculiares indicaciones en un rincón seguro de su robusta memoria.
-Habiendo quitado eso de en medio -Braemar apartó el juego de té y lo dejó junto a la segunda ventana-, supongo que le interesará saber respecto al salario. ¿Cuánto ganaba usted como miembro del ejército?
-400 monedas de oro al mes.
-No está mal. ¿Qué rango tenía?
-Teniente. Igual eso era motivo de burlas; la guardia siempre decía que estaba sobrecalificada para ser una simple centinela en un barrio conflictivo.
-Lo que opinaran esos retrasados mentales ya es cosa del pasado. Su presente, querida, está aquí. Le pagaré el doble como base.
Kodziomi dejó caer la taza de la pura impresión; por suerte había terminado de beberse todo el contenido y la alfombra amortiguó lo que podría haber sido una lamentable quebradura extendida hasta el plato.
-¿El... el doble?
Se sentía dentro de un extraño sueño. Ni siquiera un general del ejército bracadano con la armadura repleta de muescas ganaba 800 monedas al mes. Hasta donde sabía, según los rumores tan abundantes en las reuniones de guardia y los cambios de mando, sólo los miembros del consejo asesor del mismo Gavin Magnus percibían remuneraciones a ese nivel. Y así, sin más, este educado hombre estaba dispuesto a pagarle exactamente eso.
-Así es, Kodziomi. El doble. Si nos toca cumplir un encargo especial, el 20% de la paga será suya cuando entreguemos la mercancía al interesado. ¿Le parece bien?
-Muy bien -ella lanzó la mayor sonrisa que pudo procurar y lanzó una nueva plegaria a la diosa por su extraordinaria suerte-. Espero estar a la altura del cargo.
-Soy un buen juez de carácter y sé que no me decepcionará.
Le tendió la mano en un gesto amistoso y recibió un fuerte apretón a modo de respuesta; la naga había usado el segundo brazo derecho para ello.
-Una cosa más antes de que le enseñe su habitación, el resto de la casa y la galería. ¿Trae equipaje?
-Sólo esto -levantó el ajado bolso de cuero con un pelín de vergüenza-. No es más que un poco de ropa que pude rescatar y algunos artículos de limpieza.
-¿Y sus armas?
-Me las quitaron al darme de baja, a pesar de ser de mi propiedad. Eran una herencia familiar: Hakata, mi abuela, las usó durante toda su carrera.
-Pues no se diga más -el anfitrión apartó un cuadro y abrió una especie de puerta empotrada en la pared con una minúscula llave complejamente tallada-. Iremos al pueblo hoy mismo para adquirir todo lo que necesite, incluyendo un nuevo juego de cimitarras -ella volvió a mirarlo con curiosidad-. Considérelo un regalo de bienvenida.
-De verdad, no debería…
La excesiva generosidad de su empleador, quien tenía una bolsa de dinero en la mano, parecía embargarla, yendo en dirección totalmente opuesta a la austeridad y rigidez de las costumbres de las nagas en general. El clan Diakara, del que ella provenía, tenía fama de ser marcadamente duro y castigar los errores con brutalidad. Tanto el miedo a fracasar como el deseo de la gloria eran los mayores incentivos para formar generación tras generación de extraordinarias espadachinas.
-¿No?
Los ojos de ambos chocaron. Carbón contra carbón. Obsidiana contra obsidiana. Noche contra noche. Allí, en ese momento congelado en el tiempo, la mente de Kodziomi pareció cortar sus propias cadenas. Ya no estaba con el clan ni el ejército ni a la intemperie absurda. Ahora estaba en la mansión Bakorima, con Thomas Edwin Braemar.
-Olvídelo -enfatizó con todas sus manos-. He cambiado de idea. Agradezco mucho su regalo y la confianza que ha depositado en mí.
La chica reptil hizo una reverencia profunda tras ponerse de pie. Enfrentar una mañana de compras era justo lo que necesitaba para cerrar el primer eslabón de lo que, esperaba, sería una larga cadena de aprendizaje y éxitos al lado de este peculiar cazador de tesoros.
-¡Así me gusta! -exclamó Braemar, quitándose la bata y cogiendo un abrigo grueso de piel de lobo para guardar la bolsa-. Si salimos ahora mismo, evitaremos la multitud que arrasa las tiendas en busca de ofertas.
Nota del Autor: ¡Hola, gente! Tras dos maravillosas semanas de descanso junto a mi querida Valaika, he vuelto con una idea loca: el primer fanfic en español sobre uno de los mejores juegos de estrategia jamás concebidos, desarrollado por 3DO y New World Computing; ambas lamentablemente quebraron al giro del milenio por una serie de malas decisiones comerciales. La tercera entrega de HOMM, estrenada en 1999, marcó mi infancia tanto como los muchos libros presentes ahora en mi estudio, así que esto es un pequeño homenaje tanto a ella como a la Torre, mi facción favorita de las nueve disponibles y que representa a Bracada, el reino de la nieve y el invierno eterno. En el canon original, con excepción de la saga titulada Matador de Dragones, siempre tuvo un papel secundario, así que decidí darle el protagonismo que largamente merece. A lo largo de futuras notas iremos conociendo mejor su idiosincrasia y habitantes, sazonadas con mi toque personal en lo referente a nombres de ciudades y otras hierbas.
Referencias
(1) El distrito de Calarnen está basado en el escenario En Fuga (On The Run en su versión original), de la campaña El Nacimiento de un Bárbaro. Pueden ver su mapa, así como todos los elementos predeterminados del juego, en la Wiki de Might and Magic.
(2) Las nagas y reinas naga son la segunda tropa más poderosa que se puede reclutar y mejorar en una Torre, aunque Kodziomi, al ser civil, se considera una simple noble. Su edificio es el Pabellón Dorado.
Espero que este primer capítulo haya sido de su agrado y se animen a acompañarme en lo que espero sea otra excepcional aventura narrativa, cuyos avances vendrán al menos una vez por semana. Como siempre, los animo a dejarme sus comentarios e impresiones; dependiendo del número que llegue, ya veré si los respondo públicamente en la próxima entrega o por mensaje privado. ¡Nos leemos!
