Londres, verano de 15450

Cromwell caminaba rápidamente a través de los pasillos de la corte con elegancia esquivaba a un que otro cortesano que tenía la mala costumbre de meterse en su camino en la mano izquierda llevaba lo que eran las cartas de renuncia del embajador francés y cada que podía pedía a Dios constantemente mientras se dirigía a la oficina del rey que esa dimisión del embajador fuera su boleto de salvación. Pues era más que obvio que desde la llegada de Ana de Cleveris a la corte su influencia con el monarca estaba en picada, sinceramente no tenía ni ganas ni ánimos de caer como otrora habían hecho el Cardenal Wolsey o Thomas Moro sus predecesores, en la corte subió rápido primero como secretario del propio Wolsey, luego cuando Ana Bolena estaba en el cénit de su poder fueron entre él y la reina los que convencieron al rey de que debía separarse de la iglesia de Roma, ahora que probó y sabía lo que era el poder; sinceramente tenía miedo llegó a ser lord del sello real pero siempre existían personas que deseaban verle caer los principales adversarios eran sin lugar a dudas Eustace Chapuys el embajador imperial, pero él no actuaba abiertamente en su contra más bien era un astuto observador estudioso y silencioso de cada palabra que se transmitía en la corte en contra o a favor de su persona. Los otros lobos eran solo dos: Charles Brandon Duque de Suffolk el favorito sempinterno del rey y por supuesto Edward Seymour cuyo poder fue otorgado por el simple hecho de ser hermano de la anterior reina Jane.

Convenció a Enrique con tretas a cerca de lo conveniente que resultaría para Inglaterra el firmar la alianza con Guillermo, en efecto la oportunidad perfecta se le estaba presentando en charola de plata.

Llamó dos veces a la puerta de la oficina un modo con el uniforme de los sirvientes de la casa Tudor fue quien abrió la puerta para darle paso, Enrique se sentaba a jugar cartas con su eterno amigo Charles, el apenas entró hizo la ya sabida y exagerada reverencia, a Enrique si algo le fascina a hasta la locura era ver a sus vasallos lamer el piso que pisaban sus botas.

—Señor secretario—fue el escueto saludo del monarca, Cromwell se aclaró la garganta antes de transmitir las noticias

—Majestad, es necesario que hablemos a solas.

Thomas se encargó de hacer un gran énfasis en la última palabra que le salió de los labios. Gesto que a su vez provocó que Brandon esbozara una sonrisilla perezosa la misma que indicaba que no se iría hasta que Su Majestad lo pidiera.

—Señor Secretario—Tal vez a Thomas se le escapase el hecho de que el rey estuviera al tanto de las reacciones: tanto las de Charles Brandon como las suyas-.—Puede hablar con total libertad, el duque de Suffolk es alguien de mi entera confianza.

Cromwell se encogió de hombros bueno tanto mejor.

—Majestad. Los franceses finalmente han demostrado sus intenciones violentas parece que Francis ha mandado tomar Calais y lo han logrado tiene prisionero a lord Leslie en el castillo.

Como era de imaginarse el monarca se fue poniendo rojo de a poco, Charles en cambio le miró justo como un lobo ve con lástima a su presa que se aleja corriendo a toda prisa de sus garras.

—Además aquí están las cartas de dimisión del embajador francés, casi creo que el rey ha actuado bajo presiones del vicario de Roma mi señor. Y también opino que debemos contestar. Es ahora cuando debemos hacer uso de nuestra alianza con el duque de Cleveris para hacerle ver al francés que Inglaterra no está sola.

Enrique VIII se puso en pie con dificultad, últimamente la pierna mal herida le daba una molestia tras otra no obstante parecía que esa mala noticia podría ser lo que finalmente le abriese los ojos al rey para que dejara de ver en dirección a la joven pilluela Catalina Howard y volviese a ver la luz que representaba la reina Ana de Cleves.

—En otros asuntos—Thomas se seguía tomando la molestia de hablar aún recordaba lo inteligente que era la reina al mandar llamar a su primo el duque de Baviera—El primo de la reina frecuenta mucho a lady María, podríamos aprovecharnos de esta situación para establecer un enlace matrimonial. Ya que tengo en cuenta que el duque ha expresado su más sincera y profunda admiración para con la hija del rey. Sería bueno adjudicarnos Baviera como un aliado más en nuestra lucha contra la opresión de Roma.

Enrique asentía lentamente mientras dejaba que Thomas envenenase su mente de nueva cuenta, definitivamente se sentía bien pensar que nuevamente podría hacerse con el favor real valiéndose de la desesperación de Enrique Tudor por defender Calais de los franceses.

—Sea por Dios—el rey se dirigió tanto a Suffolk como a él—Tendré que dejar de pensar en mi felicidad, ahora sí será necesario que desflore a esa horrenda mujer. No debe pasar de esta noche. Según lady Brayan ya han pasado sus días de sangre menstrual. Y es probable que quede preñada. Charles, tú te encargarás de dirigir un ejército a Calais lo dejo todo en tus manos sé que no vas a fallarme y usted mi señor secretario dése de buenos ánimos transmita la noticia a los embajadores del duque y expliqueles la situación.

(...)

Después de todo Ana de Cleves se daba cuenta de que aprender a bailar no era tan difícil, lady María resultó ser una buena profesora de baile y a pesar de que sus damas alemanas protestantes de pura cepa no aprobaban las nuevas diversiones recientemente adquiridas por la reina, se entretenían pues la música era ligera, bonita y suave podía uno escucharla horas y horas y jamás aburrirse.

La corte inglesa estaba muy distante de ser como la de cléveris su corte natal era más fúnebre propensa al al rezo y a los sermones que a cualquier cosa mientras que los ingleses tenían un comportamiento más licencioso lo que fue un notorio respiro para ella. Una mujer que hasta hacía siete meses vivió completamente asfixiada bajo la estricta supervisión de su madre y hermano que a menudo no paraba de dar a su madre quejas la cerca de su comportamiento ya fuese por las cosas más ínfimas que ni siquiera ella misma recordaba haber hecho.

Sin embargo no todo era miel sobre hojuelas en esa corte donde todo era música, jolgorio y bailes estaba el asunto de la consumación parecía pues que no era del todo atractiva para el rey además buena cuenta tenía de que ya estaba una joven en puerta que se encaminaba rápidamente para ser la siguiente en sentarse a lado del soberano Catalina Howard, ése era el nombre de su rival. Ana no quería terminar como Ana Bolena; pero sabía que no tenía la fortaleza que decían tuvo Catalina de Aragón o la capacidad de seducción de Ana Bolena lo que sabía que si tenía era la docilidad de Jane Seymour. Además no se consideraba tan fea teniendo en cuenta de que a sus ojos.

El rey tenía más parecido a un cerdo que era engordado para competir en las ferias anuales. Con el cabello tan pelirrojo, la piel blanca y los ojos azules tan pequeños escondidos bajo unas horribles ojeras. Esto sin mencionar el insoportable hedor que emanaba de la pierna lastimada noche tras noche debía hacer un esfuerzo máximo para agunatar las ganas de vomitar cada que la pus se le escapaba de la herida.

Aún con todos y esos defectos reunidos Ana estaba agradecida con Enrique por haberle brindado la oportunidad de escapar hacia su asfixiante hogar. Las lecciones de baile se vieron pronto interrumpidas por la súbita llegada del rey todas las damas hicieron reverencia mientras el soberano permanecía impasible en el umbral de sus aposentos.

Su majestad se dirigió a lady Brayan susurró unas cuantas cosas en el oído de la mujer y esta inmediatamente tomó a Catalina Carey y Juana Bolena para conducirlas al interior de sus aposentos con el rabillo del ojo; Ana se percató de que empezaban a hacer la cama cosa extraña puesto que apenas eran las once de la mañana. A continuación se dirigieron hacia ella comprendió que al fin iba a pasar lo inevitable dejó que la desvistieran, con el corazón latiendole desbordadamente dentro del pecho se quedó finalmente a solas con el rey quien hacía lo propio con las enormes ropas que vestía.

—Señora—Enrique se encaminó a ella, olía ligeramente a alcohol, Ana sonrió para disimular las arcadas—Finalmente hay que sellar ese pacto que hicimos Inglaterra y Cléveris. Dios mediante, habrá un hijo.

(...)

Thomas respiraba profundamente ante las nuevas buenas que circulaban por la corte: Ana de Cléveris embarazada el chiquillo nacería en el verano entrante y el rey ordenó que se hicieran más grandes los aposentos de la reina también, recordando como Ana Bolena abortó tras verle con Jane Seymour ordenó que se despidiera a Catalina Howard de la corte y se le casara con Thomas Culpepper. Lo bueno en aquel asunto donde los reyes eran quienes disponían de las vidas de los demás mortales era que sí. Finalmente loado fuera Dios su cabeza iba a seguir sobre los hombros del indiscreto señor secretario por más tiempo.

Aquel día de otoño recibió la visita de su hijo Greggory, era un gusto volver a verle luego de sentir que pronto tendría el hacha del verdugo sobre el cuello así como la incertidumbre de saber que tras su muerte. Su familia sufriría penurias.

—Padre—Greggory sonreía completamente extrañado tras la efusividad con la que fue recibido por su padre—Quise traerte tus píldoras, las dejaste en casa la última vez que estuviste allí.

Thomas aceptó de buena gana el saquito de cuero café que Greggory deslizaba tímidamente sobre la mesa llena de papeles acomodados.

—¿Es cierto que la reina está encinta?

—Vaya que es cierto—tras permitir que el mozo sirviera el té de la tarde y dejase una charola con panquecillos de nuez Thomas se dio a la tarea de llenar un par de tazas—Tendremos si dios quiere un duque de York el verano entrante, el rey está visiblemente contento y nosotros tenemos todavía mucho porvenir por delante.

Quizás había hablado con demasiada efusividad dado los gestos extraños de Gregg.

—¿Es que alguna vez temiste por tu vida padre?

—No, que va, solo he atravesado momentos difíciles como todo el mundo pero bien, ya que todo está arreglado no basta preocuparse por el pasado sino por el futuro Gregg, hay que mirar al futuro.

(...)

Mientras la corte estaba en Hampton Court, Ana prefirió quedarse en Placentia la camara de las vírgenes fue preparada para la hora del alumbramiento rara vez salía de su lecho y estar acostada todo el tiempo le proporcionaba terribles calambres. Solo caminaba unos cuantos minutos durante las noches eso era cuando aprovechaba que lady Brayan se iba a echar una pequeña siesta a la habitación conjunta tenía el vientre demasiado grande redondo en forma de cúpula recordaba a su madre cuando le decía a su hermana Amelia que los vientres en forma de cúpula eran augurio de que venía una niña en camino. Gesto que llenaba a la reina de terror pues sabía bien que al rey no le gustaban mucho las princesas, ella tenía que dar al rey un hijo, diario rezaba hasta casi quedarse dormida del cansancio.

Finalmente el día decisivo se llegó en julio de 1541 la reina despertó con terribles dolores que iban desde el ano hasta la columna vertebral el médico en turno le explicó que finalmente el crío quería venir al mundo, por lo que se dieron a la tarea de preparar todo para el alumbramiento rápido los pasillos se llenaron de gente que escuchaba sus gritos de dolor. Mientras Juana Bolena se encargaba de poner paños mojados en su frente, parir era la cosa más horrible del mundo cada que el médico le daba indicaciones para pujar sentía que el cuerpo se le partiría en dos la criatura se abría paso a través de su interior luchando por salir vientre afuera exitosamente. Y lo logró el primero en salir fue para su terror una niña de cabello pelirrojo y ojos azules con un llanto tan fuerte que estaba segura, se escucharía hasta Cléveris. Suspiró tranquila cuando el doctor le anunció la llegada de otro bebé bien estos nueve meses estuvo gestando gemelos.

La reina pujó dos veces más con fuerza para ayudar al bebé a salir, sonrió en el momento preciso en que el médico le anunció la llegada de un príncipe sano y fuerte. Finalmente cumplió con su deber daba a la casa Tudor un príncipe y una hermosa princesa estaba segura de que al niño le pondrían Enrique; pero ella quería llamar a su hija Amelia.

(...)

—¡Abran paso al rey! ¡Abran paso al rey!

Exclamaba el heraldo conforme Enrique VIII trataba de abrirse paso entre la multitud de cortesanos que se amontonaban en el pasillo que daba a los aposentos de la reina, llegó tan pronto como el tiempo lo permitió desde Hampton Court apenas se enteró del feliz nacimiento de sus gemelos finalmente podía respirar tranquilo lo que le quedase de vida, con la dinastía asegurada con un príncipe de Gales y un duque de York ya no podía pedir nada más.

—¡vamos!—rugió con prisa el rey al entrar a los aposentos de la reina— rápido aparten de mi camino gallinas emperifolladas, quiténse de mi vista.

Las damas poco a poco fueron abriendose paso tumbada con gran ceremonial en la gran cama que compartió con su esposo el rey, Ana amamantaba a sus dos hijos al niño lo mantenía en el pecho derecho y a la niña en el izquierdo. Al verles el rey esbozó una gran sonrisa que le cubrió las dos orillas del rostro.

—Deja echar un vistazo—Enrique tomaba con cariño al pequeño que dormitaba en los brazos seguros de su madre—Mi pequeño príncipe Ricardo, así ha de llamarse han habido muchos Eduardos y el nombre de tanto repetir se vuelve aburrido.

Ana sonrió, estaba tan contenta que no le importaba el rey en absoluto.

—Majestad—era hora de hacer su petición después de todo no creía que el rey se negase estando tan contento—Quisiera pedir algo a su majestad.

Enrique por primera vez desde que entrara a sus habitaciones se dignó a mirarle.

— Lo que tu desees cariño.

—Quisiera que nuestra hija se llame Amelia, claro si a su majestad le gusta el nombre.

Enrique asintió después de todo ya tenía una María y una Isabel entre los miembros mujeres de su dinastía. Tal vez una princesa que llevará como nombre Amelia no resultaría tan aburrido. Ahora solo faltaba que Charles regresara triunfante de Calais para que su alegría fuera completa.