Sobre Ab Ultima Aeternitas:

Esta historia se sitúa después de la guerra contra Hades y sus espectros, para todos han pasado cuatro años dentro de la línea temporal de Saint Seiya propuesta por la autora: ha pasado un año entre la batalla de las doce casas y Asgard, un año más entre Asgard y Poseidón, otro año entre Poseidón y Hades, más otro año en el cuál los dorados se encuentran atrapados dentro del monolito y Seiya está en silla de ruedas. Dentro de este relato se une la serie original con el principio de la serie Omega, por ende contiene algunos spoilers. Los personajes pertenecen a sus respectivos autores. Fanfic publicado sin fines de lucro.

AB ULTIMA AETERNITAS

(lat. A partir de la última –hora-, la eternidad)

Correctora de estilo: Althariel Tasartir

Para IGR, Verum est, quod legitur…

(…) Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto (…)

Fragmento de Horas de junio, Carlos Pellicer.

1. REGINAM (Reina)

(…) Aquí sabemos a qué sabe la muerte
Aquí sabemos lo que sabe la muerte
La piedra le dio vida a esta muerte
La piedra se hizo lava de muerte

Todo está muerto
En esta cueva ni siquiera vive la muerte (…)

Fragmento de Caverna, José Emilio Pacheco.


Sus manos fuertes estaban apoyadas contra el muro, una de las piernas de su compañero le abrazaba la cadera mientras la otra se apoyaba penosamente en el piso, trataba de sostener al dueño pero en cualquier momento el peso y la fuerza le ganarían, el canal abierto por su miembro que entraba y salía sin piedad como si le quisiera taladrar, cuál si fuese un pozo petrolero, la alegoría le hizo sonreír entre jadeos, las manos delicadas del amante al verse libres se abrazaban a la cintura, a la espalda, y enredaba los dedos en el cabello largo de él.

Era muy joven, dolorosamente joven en comparación con Kanon; Adelphos sólo tendría dulces dieciséis cuando mucho, mientras él tenía treinta y dos, le doblaba la edad. Había buscado la compañía de ese efebo sólo para saciar sus instintos, sólo para dar alivio a la necesidad, para nada más. Estaba solo, como siempre.

Terminó en medio de gruñidos lo que había empezado, Adelphos jadeaba y se abrazaba tembloroso a él, guardan silencio y se separan, el joven rodio se atreve a sonreírle.

—Desearía que no estuviese tan triste… —murmura arreglándose las ropas y sintiendo que aún late el interior de su cuerpo.

—¿Pero qué tontería dices, Adelphos? —dijo el otro frunciendo ambas cejas.

—Eso, que no estuviese tan solo y tan triste… —se atrevió a repetir bajando la vista.

Kanon rio con ganas, abrochó de nueva cuenta la cremallera, la inocencia de ese joven le pareció algo magnifico, un buen recuerdo que le transportó muchos años atrás, cuando el Santuario de Atenea estaba lleno de vida, de caballeros, de aprendices… y lleno de todos los demás, de ellos… de ellos a los que él nunca perteneció.

—Regresa a tus actividades —cortó por la sano mientras se daba la vuelta.

Seiya había pasado un año en estado comatoso, expiando sus pecados, pagando uno a uno el juicio sumario y la condena por haber levantado el puño contra los dioses: su castigo, al haber sido tocado por la espada sagrada de Hades cubierta con joyas del Tártaro, había sido permanecer en esa silla de ruedas que era una extensión de su cuerpo, de su vida.

Atenea velaba sus días amorosamente, le cuidaba, le hablaba y observaba con profunda tristeza el rostro joven y bello que se marchitaría un día en esas ruedas sustituto de sus piernas.

El contemplar en el pronaos(1) el monolito en donde aquellos que habían osado llevar la luz del sol al dominio de Hades, es decir los caballeros dorados, habían sido castigados en espera del juicio al final de los tiempos, el corazón se le partía, era un castigo para ella misma y para aquellos guerreros que amaron la Tierra tanto como ella.

Los jóvenes santos estaban ahí atrapados, todos ellos, los doce caballeros dorados, Shion entre ellos, el antiguo Patriarca, sólo uno faltaba, un caballero redimido que a pesar de haber peleado en el Hades nunca poseyó armadura, al menos no dorada: Kanon, el hermano gemelo de Saga de Géminis.

Y ella había logrado rescatarlo poco después, pero estaba sola; únicamente le acompañaban algunos de los caballeros de bronce sobrevivientes, algunos de plata, Tatsumi, su eterno guardián, y Kanon.

Esa mañana estaba decidida, algo en sus sueños, mientras descansaba dentro del Templo de Atenea Nikè, le había dejado claro que no había terminado todo, que para su tiempo no todo estaba dicho. Iba a necesitar a sus caballeros antes de que todo llegara a su fin.

—Kanon… es momento de traer a Nikè… —le dijo con esa característica paz.

—Señora —asintió el hombre quién sólo sentía paz estando a su lado… ¡tanto que redimir!—. Usted… ¿va a hacerlo?... —preguntó sintiendo cierta ansiedad, algo en su interior se removía, se agitaba, como el mar contra el acantilado—, a pesar de la advertencia, ¿piensa hacerlo? —murmuró, al fin lo vería, a él.

—Sí, Kanon, es mi responsabilidad, soy culpable tanto como ellos, incluso más… —admitió contemplando el monolito—. Es hora de que yo desafíe los designios de los dioses por ellos, es hora de que sea yo quien les defienda y les arranque de manos de los Jueces del Inframundo… —se volvió y le sonrió con ternura, Kanon contemplaba estupefacto, sus ojos azules no perdían detalle mientras descansaba una rodilla en el piso—. Es hora…

Él asintió, se levantó y se dirigió al interior del templo de Atenea, a la cella(2), ahí en el centro de la marmolea sala, descansaba dentro de una urna de cristal con la marca de Zeus, Nikè, el cetro de la Infanta Atenea que había sido encerrado por Zeus Victorioso, como muestra y castigo para su hija amada.

El cosmos de Kanon comenzó a incendiarse, cada una de las estrellas de su constelación parecían arder dentro de su cuerpo reflejando dicha luz hacia el cielo, el cabello revoloteaba a su alrededor, un halo de luz le rodeaba.

Aunque él no quisiese más muerte, lo amargo es indiscutible, pero lo fácil, sólo es aparente.

El rayo de luz dorada se desprendió de su puño y fue a impactar hasta la urna de cristal tornasol, los pedazos caían a su alrededor y se desvanecían como si de burbujas de jabón se tratasen; por supuesto esta afrenta para los dioses no pasaba desapercibida, pero seguramente contemplaban desde su sitial de honor, esperando, esperando ver cuál es el paso que Atenea dará esta vez.

El arcadio tomo a Nikè entre sus manos y la llevó hasta su diosa, extendió ambos brazos portando el cetro sagrado ante su diosa.

Atenea lo tomó ceremoniosamente, el brillo que desprendía era enceguecedor, incluso parecía ser un segundo sol sobre la Tierra; su infinito poder despertó entre sus dedos, gracias a una plegaria musitada en una lengua desconodida, para el arcadio, la diosa tocó con el cetro el pecho de Seiya quien descansaba en la silla de ruedas, éste abrió los ojos, se llenaron de luz, de reconocimiento. Había vuelto.

Después, la luz magnánima volvió a inundar el Santuario griego, fulguró con potencia llenando de poder incalculable el pronaos, la tierra bajo los pies del arcadio tembló lo suficiente como para hacerle trastabillar, el rayo de luz se había estrellado contra el monolito y éste… explotó en mil pedazos liberando de su interior trece orbes doradas que flotaron primero delante de Atenea reverberando, después salieron despedidas por el cielo y se perdieron en diferentes puntos cardinales.

(1)pronaos – Término arquitectónico que designa el vestíbulo o entrada principal de un templo clásico.

(2)cella - Término arquitectónico que designa el interior de un templo clásico.