Fic escrito para mi Parabatai hermosa :3
Características: MIyako acaba de perder al que consideraba su amor de toda la vida, Ken. Se encuentra sola con sus tres hijos y un recien nacido para más grima. Los servicios sociales amenazan con quitarselos si no encuentra un hombre para mantenerla. Aunque ella está en contra de esas ideas tan anticuadas, no puede pensar que le quitan a sus pequeños, así que decide buscar ayuda en el hombre que está más cerca del poder de sus amigos: Taichi.
Género: Drama y el que creas necesario.
Disclaimer: Digimon no me pertenece.
Summary: Miyako había enviudado tan joven y con cuatro niños que necesitaban a su madre más que nunca. Ella no podía concebir la idea de perderlos y hará todo lo posible por evitarlo. / Para mi Parabatai del foro Proyecto 1-8.
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Capítulo 1:
«Por ellos y por mí»
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Habían días que deseaba ahogarse en whisky y fingir que su vida era más llevadera. Quizá con algunas gotas de alcohol hasta le podría llegar a parecer que su frustración se desvaneciera. Pero no, ella tenía un vaso de jugo de manzana en su diestra mientras sentía cómo su cabeza podría llegar a explotar en cualquier momento. Nunca fue muy tolerante al alcohol pero había visto suficientes películas románticas y dramáticas como para saberse que cuando la desolación tocaba tu puerta, una buena solución era tomarse un whisky con dos grandes pedazos de hielo.
Sonrió con ironía. Ojalá todo fuese parte de una película dramática de esas que te hace levantarte del asiento a medio trayecto del filme para salir de la sala de tan mala que era. Pero no, esa no era una película como ese vaso no contenía whisky.
Esa tarde había regresado muy molesta de su cita con la trabajadora social. Demasiado molesta. Las cosas parecían ir derrumbándose de a poco frente a ella por más que intentara sostenerlo todo sobre sus hombros, la vida intentaba tumbarla de mil y un maneras posibles.
Escuchó las voces infantiles bien conocidas por ella y enseguida bajó el vaso de jugo en el suelo donde no lo percibiesen sus hijos. La puerta se abrió de golpe y la corrida de los tres niños llegó a ella. Siempre se había preguntado cómo las madres podían lograr aparentar estabilidad emocional o tranquilidad ante la jodida vida cuando sus hijos aparecían. Muchas veces se preguntó lo mismo cuando su madre intentaba equilibrar a sus cuatro hijos, el negocio, su matrimonio, las cuentas.
Cuando la labor de madre llegó a ella fue comenzando a responderse algunas dudas antiguas.
─¡Mamá! ─Llamaban sus tres niños de diez, ocho y siete años corriendo a por ella─. ¡Todo es culpa de Touru!
─¡No le creas, má! ─Respondía el niño azabache ante las acusaciones de su hermana mayor─. ¡Riko es mentirosa, no le creas!
─¡Ren es quién miente!
Alboroto y desorden. Tres niños que gozaban de cierta hiperactividad mal relacionada al horario de descanso. Eran las ocho y media pero sus hijos parecían aún llevar la energía bien cargada. Ella fue así cuando niña, debía de haber pedido un poco de colaboración por parte de los genes de su marido y su tranquilidad propia.
─Uno a la vez, uno a la… ─El llanto de bebé a la lejanía informaba sobre el asunto que competía la discusión de sus tres hijos. Suspiró cansada y una mirada reprobatoria hacia sus niños fue suficiente como para hacerlos callar─. ¿Tienen idea de lo difícil que es hacer dormir a Kaede?
Su niña de ocho meses había heredado esa vena tranquila por parte de Ken Ichijouji pero el sueño no era una facilidad que se le dé muy bien a la beba. Se puso de pie y fue hasta el cuarto de la menor entre los cuatro niños siendo seguida en silencio por los mayores.
─¿Qué sucedió, pequeña? ─Dijo Miyako al tomar con cuidado a la beba que lloraba─. ¿Quién de éstos tres te ha despertado? ─Preguntó mirando a sus sospechosos. Sonrió divertida al ver el rostro de arrepentimiento en sus dos niños y la niña. Dio pequeños saltitos para que la beba pueda ir calmando un poco su llanto.
Fue cediendo de a poco, entonces tomó asiento en la mecedora junto a su cuna. Tanto a Riko como a Touru o Ren les gustaba ver a su madre mecerse en aquella silla. Tenía como un aire balsámico que hasta a ella misma lograba hacer entrar en calma. Ken solía mecer a Riko cuando nació recién y también lo hizo con Touru y Ren. Miyako veía a su esposo mecer a sus niños cuando éstos no mostraban indicios de entrega hasta que, el movimiento, iba calmándola.
─¿Estás molesta, mamá? ─Preguntó Touru.
─Ya les he dicho que no deben hacer mucho ruido cuando Kaede duerme ─Reprochó.
─Lo sentimos ─Dijeron al unísono con claro arrepentimiento─. Es sólo que nos gusta estar aquí ─Respondió Ren.
Miyako se mordió el interior de su boca. Ella sabía muy bien que a sus hijos les gustaba ese cuarto. Después de todo, Ken siempre los había arrullado y mecido en él. Su padre había sido un hombre con una paciencia inquebrantable, una dedicación a ellos que era normal que siempre terminen acudiendo al mismo cuarto donde ellos lo recordaban vivo.
Volvió a recordar su cita con la trabajadora social y las entrañas se le revolvían por las distintas emociones encontradas. Por una parte estaba molesta, mientras la otra se encontraba temblando de miedo. Miraba a sus niños sentados en el suelo mientras hablaban en susurros para no impedir que su hermana menor logre dormir.
Apenas se cumplían seis meses del fallecimiento de su esposo y Miyako sentía que moriría en cualquier momento por la desesperación, por el agobio de tantas cosas. La sensación de hundimiento, de no poder lograr salir a superficie.
La ley en Japón era clara: Ser mujer sin un hombre al lado y teniendo el cuidado de niños, era algo imposible de concebir. La trabajadora social fue muy clara con ella en su audiencia de esa tarde. Miyako no trabajaba, vivía del fideicomiso que su esposo fallecido le heredó. La ley casi no amparaba a las mujeres, no en forma y menos cuando lo único que la hacía ser reconocida como persona en esa sociedad, es decir su esposo, fallecía, ella no tenía cabida en ella.
Ella, según la ley, no estaba en condiciones de criar a sus cuatro hijos pues ante la falta de un trabajo estable y en periodo de lactancia, no podía hacerse cargo. ¿Solución? Pues debía dar a una casa de cuidados a sus hijos hasta que ella pueda tener la protección de un hombre.
Malditos machistas. Ella podía hacerse cargo de sus hijos, era una mujer preparada, con estudios en ingeniería de sistemas, podía generar ingresos a su familia pero eso jamás se lo reconocería la ley. Y no, no estaba en posición de jugar a la rebelde, poniendo en peligro la disposición de su tutela.
Había presentado prórrogas a los trabajadores sociales, visto muchos abogados que tocaran su tema, casi todo su dinero fue a parar en trámites, pero al parecer, ninguno estaba interesado en salvarle la vida. Estaba cansada de todo pero no podía bajar los brazos. No cuando esos cuatro niños no tenían a nadie más que a ella.
Maldita sea. Ella no los dejaría. ¡Primero debían arrancárselos de sus brazos! Ella lucharía, así tenga que vender su alma en el proceso.
Taichi intentó disimular un bostezo que estaba por escapársele de la boca. Sentía su cuerpo pesado y las ganas de dormir no ayudaban para nada. Sintió un ligero golpe a su lado y sonrió a su colega que lo había pillado.
─No eres el único. ─Escuchó decir a Mamoru Tsukado junto a él. Sonrió divertido al mirar a sus demás colegas trajeados fingiendo estar prestando atención al disertante que tenían delante, un compañero más, hablando de un absurdo tema pasado que, por razones que aún no comprendía, volvió a ser abierto al diálogo─. No es culpa de nadie… Bueno, tal vez sea de Shirosawa. Es muy aburrido.
Taichi fue quien le propinó un pequeño golpe al trajeado ésta vez. Las ganas de reír fueron fácilmente camufladas por una falsa tos y fingir que estaba buscando unos papeles entre sus archivos. Nadie pareció prestarle mucha atención así que la junta continuó su curso como correspondía.
─¿De qué te preocupas? Si nadie nota a nadie ─Continuó diciendo Mamoru junto a él. Taichi reprimió una sonrisa.
Trabajar dentro de la embajada le otorgaba muchos beneficios a nivel de estatus y sueldo, pero muchas veces debía soportar juntas absurdas que consistía en una mesa de insulsos temas a desarrollar disertados por funcionarios cada vez más antiguos. Era tedioso pero era trabajo.
Algunas veces deseaba volver a sus primeros años de trabajo cuando cualquier caso parecía ser todo un desafío para su fogosa personalidad. Quería atender casos importantes para la ONU o mediar tratados con importantes figuras en otros países. La vida laboral le fue enseñando que no todo lo que uno desea termina cumpliéndose y a pesar de saberlo, fue tomándole cariño a lo que hacía.
Quizá hasta demasiado. Hace cinco años le habría parecido grandioso formar parte de esa mesa de trajeados, oyendo el caso que exponía Shirosawa Kanuo y de seguro sería el más interesado entre todos los presentes.
La remembranza a su antiguo yo fue interrumpida cuando algunas voces por encima de la tranquilidad propia del sitio fueron oídas fuera del despacho en donde se encontraban. Las voces se hacían más audibles, indicándoles que los causantes de aquel alboroto se acercaban. No pudo contar los segundos que transcurrieron desde entonces hasta que la puerta de la habitación se abrió abruptamente y una mujer peliviolacea con grandes lentes ingresó con estrépito.
─¡Señora…! ─La secretaria del departamento le seguía los pasos a la mujer que arrazó con la sala─. ¡Le dije que no podía entrar! ¡Lo lamento muchísimo! ─Dijo lo último dirigiéndose hacia el grupo de funcionarios reunidos.
─¡Taichi! ─Nombró la mujer. Él no necesitó más de dos segundos para reconocer esos grandes lentes y a la portadora de los mismos─. ¡Taichi, por favor…!
Dos hombres de seguridad se apresuraron para jalar de los brazos a la mujer que interrumpió la junta. Taichi Yagami se enderezó de su sitio y frenó a los dos hombres con una sola orden. La habitación quedó echa un manojo de nervios y sorpresa por parte de muchos.
─Lamento la intromisión de mi amiga, Miyako Inoue, pueden proseguir ─Dijo y fue él quien tomó a Miyako de la muñeca para salir fuera del cuarto.
Despachó a la secretaria y a los dos hombres de seguridad, arrastrando a Miyako hacia su oficina privada. Ella seguía hablando, seguía exigiéndole que le prestase atención. Él sólo rogaba que sus años en la embajada le sirvieran de algo y no lo terminen multando o echando por aquella escena. Era un trabajo agradable pero muchos buscaban posiciones qué escalar. Quitarle el suyo es lo que a muchos gustaría.
Abrió su despacho y dejó de Miyako entrase pero ésta no dejaba de hablar, de decirle que su secretaria era una intratable y los dos guardias casi la echaron como cual animal. Su rostro estaba sonrojado por la furia y él sólo buscaba la manera de pedirle que se callara sin sonar tan chocante.
─Miyako, ¿tienes idea de lo que podría costarme tu aparición de…?
─¡Quieren llevarse a mis hijos! ─Soltó Miyako.
Taichi frenó todo lo que estaba preparando para decirle y todas las preocupaciones que incluían su trabajo fueron perdiendo escala a comparación de lo que la pelivioleta acabó de expresar. Lo pensó un momento, dejó salir aire entonces.
Lastimosamente, no era una noticia sorpresiva.
Se llevó una mano al cabello y se lo peinó para atrás. Trató de ordenar sus ideas pero la imagen de Miyako al borde de lágrimas no ayudaba para nada. Como ya lo había pensado, no era una noticia que lo tomase por sorpresa. Japón podría ser un país de primer mundo pero muchas leyes seguían siendo retrógradas.
─Siéntate ─Pidió Taichi pero Miyako negó con frenetismo. Las primeras lágrimas comenzaron a caer, al igual que el nerviosismo inicial en él─. Miyako. ─Él se acercó a ella y trató de calmarla. La mujer rompió la distancia y se abrazó a su pecho, entonces Taichi sintió cómo su camisa fue humedeciéndose cada vez más.
─No pueden… Ellos no… ─Los balbuceos de Miyako siguieron un rato más. Taichi la sostuvo mientras acariciaba su espalda, sentía su llanto y el alma se le caía un poco más.
La ley "en favor" de las viudas siempre terminaba por olvidarlas. La seguridad de que mantengas la tutela de sus hijos sin la presencia de un hombre se les era arrebatada. Él no era más que un diplomático sin una posibilidad por remover tal ley, pero entendía por qué Miyako terminó acudiendo a él.
Entendía su desesperación.
Miyako se removió entre sus brazos intentando separarse. Él le dio esa libertad. Ella se quitó sus lentes y se secó el rostro húmedo y sonrojado, todavía luchando contra los hipidos causados por el llanto. Él detuvo sus manos, sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió.
─Sé que no debí entrar así… ─Inició Miyako secándose las lágrimas del rostro─, pero eres el único a quien puedo recurrir en estos momentos, Taichi…
─Lo sé. ─Suspiró y volvió a peinarse el cabello con ambas manos─. Sabes que sólo soy un funcionario de la embajada. No tengo poder para…
─Taichi ─Lo frenó─, todo lo que pido es que muevas tus contactos, que intentes que me den un poco más de tiempo para que…
─¿Para qué, Miyako? ─Él la miró con duda─. ¿Trabajar? ¿Qué pasa con tu bebé?
─Podría cumplir un trabajo de medio turno o…
─Por derecho, tienes un periodo de descanso por maternidad.
─Ya pasó más de seis meses. Precisamente han pasado seis meses de la muerte de mi esposo en un caso dejándome sola con tres niños que todas las noches entran a su habitación buscándolo… Perdóname si mis ideas son poco elegantes, pero no pienso perder a mis hijos.
Taichi guardó silencio tras oírla. Miyako le dio la espalda para sentarse en uno de los sillones que contaba el despacho. Era bastante amplio con muebles de madera fina, un juego de sofás, sillas tapizadas, un escritorio amplio… Y una mujer al borde de un abismo que él decía comprender pero no encontraba mucha solución para sus problemas en estos momentos.
Suspiró nuevamente.
─Puedo hablar con algunos colegas ─Inició. Miyako lo miró con urgencia─. Tienen contactos entre el departamento de trabajo social. Quizás pueda mover a algunas personas y pedir una prórroga.
─Taichi, te lo ruego. ─Él sonrió ligeramente y se dirigió hacia ella─. No tengo a otra persona a quien podría pedirle…
─Haré lo que pueda.
Le hubiese gustado no haberse comprometido demasiado con Miyako. De verdad que sí. Su posición como un simple funcionario de la embajada no significaba mucho para lo que a Miyako atormentaba. Tenía contactos, sí, pero no podía hacer más de lo que se encontraba en sus manos actualmente.
Sin embargo, nunca olvidaría el rostro de su amiga aquella tarde que irrumpió en su reunión para pedirle ayuda o de sus lágrimas cuando la frustración ya no pudo hacer más que estallar en ella. Vio impotencia, vio rabia, pero por sobre todo, vio miedo.
Él no tenía hijos, pero imaginaba que si quisiesen arrebatarle a Hikari o separarle a él de su madre para ponerlo en un orfanato mientras crecía lejos de ésta era una de las peores cosas que se imaginaba. Él no quería pasar por eso pero su amiga lo vivía en carne propia.
¿Cuán desoladoras debían ser sus noches intentando que sus hijos duerman a la esperanza de un mañana mejor, cuando tú sabes que estás al borde de perderlos? No. Él no podía permitir que eso sucediese.
La puerta de aquel pasillo se abrió y vio al Director del departamento de Trabajo Social parado en el umbral. Taichi se puso de pie y caminó hasta él para hacer una reverencia con la cabeza.
─Lamento la tardanza, Yagami-san ─Se disculpó el hombre con una pequeña sonrisa que el moreno correspondió.
─No lo haga. ¿Podría decirme qué se decidió con respecto al caso que presenté?
La sonrisa del hombre se borró. Invitó al Yagami a pasar a su oficina con un cordial gesto con la mano que le supo a pura etiqueta. Sabía que el asunto de Miyako era complicado.
─He hablado con los demás colegas y por más razones que pueda darme, Yagami-san, sabe cómo son las cosas en estos casos. ─El hombre hablaba pausadamente, intentando que con su tono apacible pueda mejorar las cosas.
─Lo sé, Yamamoto-san ─Respondió─, pero podrían darle unos seis meses más de tiempo para que su hijo pueda desprenderse un poco más de su madre. Inoue-san es analista de sistemas, podría conseguir trabajo fácilmente con un amigo mío que…
─Yagami-san ─Frenó el hombre y Taichi recordó que debía mantenerse dentro del perfil diplomático que lo caracterizaba─. Comprendo el caso de su amiga. Me disculpa si puedo sonar algo tosco pero ¿qué la hace diferente de los otros casos de viudas? ─Taichi apretó con fuerza sus puños por debajo de la mesa─. Entiende que si damos luz verde a la prórroga de su amiga, todas las demás viudas en casos similares pedirán lo mismo. No podemos ir contra las leyes estipuladas.
─Pero…
─Lo siento, Yagami-san. Sin un hombre que se encargue de su familia, Inoue-san deberá aceptar la ley.
Taichi lo miró en silencio. Era el momento para levantarse, hacer una reverencia y volver por donde vino, sin embargo, la imagen de Miyako seguía latente en su memoria. Él no quería volver a verla de esa manera. La recordaba en el funeral de Ken y sabía que el rostro de dolor no tenía comparación con el miedo que apreció días atrás en la peliviolacea.
─El problema con Inoue-san es la falta de un hombre a su lado, ¿no?
─En términos simples, sí pero…
─Perfecto.
─¡¿Qué hiciste qué?! ─La alterada voz de Miyako tras la línea no daba espacio a treguas. Ella estaba molesta pero sorprendida, quizá más de lo segundo que del primero, pero sin duda había un tono de alivio en ella.
─Sólo será hasta que encuentres un trabajo estable ─Siguió diciendo Taichi.
─Sabes que nos vigilarán, ¿no? ─Preguntó Miyako.
─Lo sé. Podremos lidiar con eso.
─Y sabes que tengo tres hijos, ¿no?
─Claro que…
─Los niños no son buenos mentirosos ─Finalizó Miyako. Entonces Taichi comprendió la preocupación de su amiga.
El diplomático detuvo sus pasos a mitad de su trayecto rumbo a su vehículo. Estaba saliendo del trabajo para dirigirse a su departamento. Eran las cinco de la tarde según su reloj. Maldijo su ímpetu y su cabeza caliente por partes iguales. Al parecer, el chico de hace cinco años seguía vivo dentro suyo.
¿Cómo se le ocurría inventarse la mentira de que Miyako y él eran pareja de hace tres meses? Sus hijos poco y nada saben de él. No era muy unido a ella y menos a sus hijos. Podrán descubrirlos fácilmente.
─A menos que nos organicemos.
─Taichi, no…
─Es la única solución válida, Miyako ─Cortó el moreno─. Es la única prórroga que pude inventarme hasta que tu bebé deje pecho.
─Dios… ─La escuchó suspirar y tras un momento de silencio, Miyako habló─. No sabes lo agradecida que estoy, Taichi.
─¿Eso es un sí? ─Sonrió al oírla reír tras la línea.
─¿Tienes tiempo? ─Taichi miró su reloj y afirmó─. Ven a casa, te invito un café y hablamos mejor de nuestro noviazgo.
Ambos sonrieron. Era un paso bastante peligroso el que habían dado pero, como lo había dicho Taichi, parecía ser el único. Ella necesitaba a sus hijos y él sólo pudo ofrecerle una mentira como solución.
¿Qué tan mal podría salir?
El aroma a café inundó su sala al igual que el sabor en sus labios. Ambos cómplices sentados frente a frente con la mesa ratona separándolos. Miyako había hecho una lista con algunos datos básicos de sus hijos en caso que la inspección se dé de manera sorpresiva. Taichi la escuchaba atentamente mientras ella iba hablando.
Cuánta diferencia existía entre la Miyako de hace días, la que no cabía de lágrimas de desolación y la que ahora tomaba café y hablaba de sus hijos con una luz en su mirada.
─Así que, mayoritariamente, se tratan de éstas razones por las que siempre Ren, Touru y Riko terminan discutiendo. ─Finalizó con una sonrisa─. A veces me recuerdan a mí y a mis hermanos.
─Tienes experiencia al menos ─Concedió Taichi─. Hikari y yo poco y nada discutíamos.
─Hikari es tan tranquila y agradable.
─No la conoces siendo tu hermana. ─Ambos sonrieron.
La puerta del departamento se oyó siendo golpeada y las voces de sus hijos tras ésta. Miyako le sonrió a Taichi a modo de pedirle que aguarde para ir hasta la puerta y abrirla, recibiendo a los tres niños que se apresuraron en abrazar a su madre, casi echándola al suelo. Taichi sonrió desde su lugar al ver aquella escena.
─¿Cómo estuvo su salida al parque? ─Preguntó la mujer mirando a sus hijos como a la joven adolescente que se encontraba en el umbral.
─¡Excelente! ─Respondió Touru─. Kamiko-chan nos ayudó a subir un árbol a Ren y a mí.
─Gracias por la tarde, Kamiko-chan ─Respondió Riko.
─No es nada. Gracias a ustedes ─Respondió la niñera.
─De verdad gracias, Kamiko-chan. Ten ─Miyako le tendió unos billetes y la despidió─. Bien, mientras ustedes iban al parque, me crucé con una persona en particular… ─Terminó la frase canturreando a lo que sus hijos buscaron con la mirada al mencionado hasta hallarlo sentado en el sofá de su sala.
─¡Taichi-san! ─Vociferon al unánime sus tres niños para ir hacia él─. ¿Qué haces aquí?
─Vine por un poco de café ─Les enseñó su taza, divertido.
Los niños no tardaron en sentarse junto a él para contarles cómo les fue en el parque o cómo le iba en la escuela. Taichi los escuchaba atentamente, preguntándoles sobre tal y cual cosa haciendo que los niños continuase parloteando con más ganas.
Miyako los observaba desde la sala y trató de hacerse a la idea de la mentira que Taichi había inventado. Viéndolos así, hasta podría pensar que les creerían.
Entonces la memoria de Ken regresaba y sus puños se cerraban con fuerza, tornando blancos sus nudillos, intentando frenar las oleadas de dolor que ocasionaba toda aquella situación.
Ella realmente extrañaba a su esposo pero no podía perder a sus hijos. Si hacía algo, lo hacía por sus hijos. Volvió a mirar a Taichi y éste le sonrió.
Los niños no tardaron en sentarse en el sofá para mirar la televisión mientras Miyako lavaba las tazas en la cocina. Taichi se encontraba entretenido con la pequeña Kaede en sus brazos, jugando con la beba, haciéndola sonreír.
Miyako lo miró y podía notar cómo su hija miraba al moreno. Era la primera vez que Taichi y ella se conocían y no podía creer la sonrisa que le dirigía Kaede.
─Le agradas ─Dijo Miyako al mirarlo por encima del hombro.
Taichi levantó la mirada y negó con la cabeza.
─Es una beba. Le agrada todo el mundo.
─No lo creas. Ella es bastante quisquillosa con muchos. ─Se limpió las manos con un trapo y se dirigió hasta él─. No suele confiar en nadie a la primera. A ti te vio y casi saltó por ti.
─Es mi encanto natural ─Miyako rio─. ¿Acaso lo dudas?
─Para nada ─Tomó a su bebé y la acomodó contra su pecho, dando pequeños saltos que la hiciesen relajarse de a poco─. Te recuerdo rodeado de chicas, siempre atrayendo la mirada de las porristas.
─Ser capitán del equipo de soccer tenía sus beneficios ─Se encogió de hombros fingiendo modestia que ella no creyó.
─Lo divertido de ser la mejor amiga de tu hermana es que a cada pijamada que iba a tu casa, había una chica distinta contigo ─Comentó y él se sonrojó, intentando reprimir una sonrisa─. Me preguntaba muy seguido, ¿qué tanto ven a Taichi Yagami?
─Hey ─Protestó el mencionado─. Pero tuve una buena adolescencia y juventud, no lo niego.
Miyako rio ante sus palabras y al parecer su risa contagió a la de su bebé en los brazos, puesto que ésta echó a reír también, mirando a su madre como si fuese la más bella obra de arte. Taichi no apartó la mirada de aquella escena. Miyako se perdía en los ojos de su hija y tarareaba una canción de cuna que le supo ciertamente familiar al moreno.
─No quiero perder esto ─Susurró Miyako sin dejar de mirar a su hija.
─No lo harás ─Respondió Taichi.
La de lentes lo miró y dedicó una sonrisa de agradecimiento. No tenía palabras describir todo lo que sentía en esos momentos y toda la gratitud que sentía por su amigo.
─Es necesario que hables con tus hijos, Miyako ─Le recordó.
─Lo sé…
Taichi no podía apartar la mirada de su amiga sosteniendo al bebé y a la mirada apacible de Kaede en los brazos de su madre. Él no podría permitir que aquello termine.
Sabía que estaba haciendo lo correcto.
Notas de la autora:
Si bien la idea era que Taichi lograse que Miyako mantenga a sus hijos, me tentó que terminen formando una pareja de mentiras hasta que Miyako pueda establecerse nuevamente y no le arrebaten sus hijos.
Espero que éste cambio de panorama no sea un problema para la idea que me dejaste, Chia :3
¡Muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado, principalmente a ti, Parabatai :D
