Buenas a todos. Mi primera historia de esta serie. Por supuesto no me lucro con ella y pertenece a sus autores, productores, guinistas y cadena responsable. Relación chicoXchico, si no quereis leer, ya sabeis.

Hace mucho, mucho que no escribo y esto es una mini mini historia. Espero que le guste a alguien. Besos

He metido un par de modificaciones, gracias a mis super betas (gossa y neblinosa...joe como suena junto). Va por ellas


La relación que existía entre Arturo y Merlín se podía definir claramente como de amor-odio.

La parte del "amor" aparecía en contadas ocasiones cuando uno de los dos arriesgaba locamente la vida por el otro.

A veces eran muestras visibles, como cuando Arturo fue a por aquella extraña flor para curar a Merlín porque el joven brujo había bebido el veneno por él. Pero la mayoría de las acciones que Merlín llevaba a cabo para salvar a su futuro rey eran ignoradas incluso por el mismo joven.

Sí, Arturo le debía tantas vidas a su sirviente que ni con un millar de años podría pagarle.

La parte del "odio" era más cotidiana, menos noble y se podía palpar desde el amanecer.

Las tareas que el joven príncipe imponía a su sirviente eran una dulce venganza. Cuando le veía lavar la ropa, sudando en el río o cuando tenía que pulir su armadura hasta que pareciese un espejo. La manera en que se ponía nervioso al quitar la pesada armadura de su cuerpo o cuando tenía que vestirle. "¿Es que no sabes vestirte solo, sir?" Replicaba una y otra vez el brujo.

Como disfrutaba de aquello.

Y la parte favorita de Arturo llegaba con las prácticas de espada. Nada le producía más placer que golpear el trasero de su sirviente y al terminar, agotados y doloridos –especialmente Merlín– darle la orden de limpiar su armadura y verle alejarse trastabillando.

Claro que Merlín tenía su parte de venganza también.

Se podía decir que era más dulce incluso que la de su señor y ésta se producía desde que se ocultaba el sol hasta el alba. Eran en esas escasas horas en las que Merlín se resarcía de su trato teniendo al joven príncipe postrado a sus pies.

Los ojos nublados, los labios gruesos y rojos semiabiertos para él. El pelo rubio desparramado en la suave almohada de plumas. Aquel cuerpo fuerte y forjado por la espada dispuesto para él, gimiendo, jadeando, retorciéndose bajo su flaco cuerpo.

La explicación de aquella paradoja era un misterio. Debería ser Arturo el que dominase a Merlín tanto de día en el castillo como de noche en su cama. Pero la grandeza de Merlín sólo destacaba para aquellos que sabían hacia dónde mirar.

Porque Merlín, aunque no lo pareciera, lo tenía todo grande. Un gran corazón, unos grandes ojos azules capaces de idiotizar a cualquier futuro rey de Camelot, unas grandes orejas (por que no reconocer la realidad), una gran delgadez (no por ello menos atractiva sobre todo cuando se le marcaban los huesos de la cadera y la clavícula) y una grandiosa y ardiente…..magia.

Sí, aquello debía ser el motivo por el cual el arrogante y orgulloso príncipe Arturo Pendragón se dejaba manejar como una marioneta por el más poderoso mago de la historia.

Sólo que dicha historia nunca había mencionado en qué manera se había dejado manejar.