Regalo atrasado para Salykon quien disfruta de esta pareja tanto como yo.

SpAus y Austria POV

Espero que lo disfruten (sobre todo la cumpleañera).

PD: estaba pensando en una publicar un capitulo más desde el POV de Antonio ¿Les gustaría o no hace falta?


Conservatorio de Música de Paris. 9:57 am.

Roderich miró de nuevo su reloj mientras caminaba a su segunda clase.

Hoy sería él día. Hoy le diría a su compañero de curso y edificio, Antonio Fernández, todo lo que le molestaba de él. Desde que se habían conocido, el español se había convertido en un incordio constante en su vida.

Levantó su vista al horizonte: puntual como siempre y caminando en sentido contrario venía el susodicho individuo con su sonrisa—de idiota—a su encuentro. El cruce de palabras no trascendía de las tres o cuatro, siempre sobre temas superficiales, para luego continuar su camino cada uno a su aula. Esta era una de las pocas materias que no compartían.

«Se esta acercando», pensó el austriaco. Apretó el puño derecho. Hoy por fin le diría lo mucho que le irritaba las risas que levantaba con sus comentarios durante las asignaturas y que le impedían escuchar la lección, que lo interrumpiera mientras tomaba notas con preguntas absurdas, que pusiera esa—estúpida—mueca en su boca cada vez que se veían, que hablara a gran volumen todo el tiempo ¿Es que de niño se había tragado un micrófono, o qué?

También que tuviera de amigos y compañeros de apartamento al ridículo de Francis y al prepotente de Gilbert no ayudaba. Por lo menos la antipatía hacia Gilbert era correspondida, no así podía decir lo mismo del francés que lo sacaba de quicio cada vez que tenía oportunidad.

Fernández levantó un brazo y lo agitó con fuerza mientras sonreía ampliamente.

«Otra vez esa cara de imbécil», se dijo a si mismo todavía más encrespado, con los músculos en tensión y un leve sonrojo en sus mejillas. Eso le trajo los recuerdos de las fiesta que montaban el español y sus amigos todos los fines de semana. Aquello había acabado con las visitas de la policía. «Por fin puedo dormir tranquilo». Pero la alegría fue breve, porque el ingenio que los chicos no usaban en clase encontró salida en la insonorización de que su vivienda. Incompleta, porque el austriaco seguía oyendo el movimiento de los pies y los saltos.

—¡Buenos días Roderich!

Pero eso no era lo peor. Lo peor, lo insufrible, lo tremendamente insoportable eran sus cinco estridentes alarmas ¡Si! ¡Cinco! Cada vez chillaban más y aún así el sueño de Antonio no se quebraba. Edelstein y todo el edificio tenían que aguantar durante 20 minutos antes de agradecer la llegada del silencio como lluvia en tiempos de sequía.

Hoy. Sí. Hoy definitivamente acabaría con su tortura.

Se encontraban ya de espaldas. Les separaba una distancia de cinco pasos, de tal forma que ninguno podía ver la cara del otro sin girarse y reducir la distancia.

El austriaco sintió como todo su cuerpo se ponía tenso, como su corazón se aceleraba tanto que retumbaba en sus oídos, como su rabia escalaba por su garganta, como sus cejas se tocaban en su entrecejo, como su cara se calentaba—. Antonio.

Los pies del nombrado se detuvieron—. Dime Roderich.

Empero, el otro no contestó inmediatamente.

—Eres importante para mí.

El español parpadeó repetidamente, se rascó la oreja a la vez intentaba no reírse—. Perdón, pero creo que no escuche bien ¿Puedes…repetirme otra vez lo que has dicho? —No obstante para cuando se había volteado solo el viento lo acompañaba

«¡Que demonios dije!», se recriminó mentalmente. Eso no era lo que había planeado durante dos días. Había pensado detenidamente las palabras, el tono, el lugar y la hora para la discusión, incluso había reflexionado acerca de los argumentos que el otro podía darle. «Mírate ahora, escapando del lugar como un recluso» ¿Por qué se estaba comportando de esta forma tan vergonzosa? ¡¿En qué se había convertido?!

Él había salido de su Austria natal para cumplir su sueño de ser director de orquesta. Años de preparación para ese momento. Por siempre recordaría la emoción indescriptible que sintió al arribar al conservatorio como nuevo alumno. Él vino a formarse, allá los demás irresponsables que no comprendían la enorme oportunidad que se les había otorgado y gastaban su tiempo en sin sentidos. «Aquí se viene a estudiar. Lo demás es secundario» era su lema

Aquel comportamiento lo alejó del resto, mas ello no le importó mucho porque él venia con una meta e iba a lograrla. Además, no se hallaba del todo aislado: tenía a sus compañeros de apartamento, un chico alemán que cursaba el último año, Lugwid, y su novia italiana estudiante de bellas artes, Feliciana; con quienes compartía su vida.

Las cosas no podían ir mejor: sus notas eran perfectas, se había adaptado al clima parisino y tenía muy buenos amigos que entendían su pasión e implicación en los estudios. Sin embargo, la pareja abandonó la ciudad al terminar ese año escolar. Y cuando aquello ocurrió, por fin se percató de lo solo que se hallaba.

Por semanas buscó a nuevos compañeros con los que compartir los gastos y su existencia y al no encontrarlos, el dueño del apartamento le hizo una rebaja de precio para que se quedara. No obstante, ello no redujo su tristeza y sentimiento de vacío, sino que los acrecentó pues ya no sabía cómo acercarse a sus compañeros después de haberlos ignorado durante un año.

Empero, intentó que nadie notara su lucha interna.

Entonces, un día Antonio lo saludó, se sentó a su lado y empezaron todos sus problemas.

A quién quería engañar. Aunque era cierto que la llegada y el continuo roce con el español en un principio le causaron cierta incomodidad, también le trajo alivio. Ahora que lo pensaba, le resultaba curioso que Fernández se le haya acercado justo en el momento en que más angustiado se estaba. «¡Espera! ¿Pudiera ser que él noto mi estado de ánimo?» Esa revelación lo pasmó de tal manera que detuvo su marcha.

De repente, se percató de que unos pasos lo seguían, así que retomó su huida y cruzó a la izquierda.

Edelstein admitía que fue difícil que la relación entre ellos prosperara por sus disimiles caracteres, mas el español insistió tanto que, aún con la oposición de sus amigos, lo consiguió.

Por la forma de actuar de su nuevo amigo, Roderich arribó a la conclusión de que se trataba de uno de esos tantos idiotas que no valoraban la oportunidad que tenían entre sus manos. Presunción que el otro se encargó de desmontar en cuanto pudo: a Antonio las fiestas no le impedían el estudio constante, de hecho le ayudaban a relajarse. Quizás no realizaba repasos tan profundos como el austriaco, pero no por ello resultaban menos valiosos. Tal vez requiriera más tiempo para acabar la carrera, pero ¿cuál era la prisa? ¿Si no disfrutaba de lo que aprendía para qué lo estudiaba? ¿Acaso la música no era placer? Si aquel placer se esfumaba ¿De qué serviría todo el esfuerzo realizado en la carrera? Lo único que crearía serian melodías monótonas y repetitivas y para eso ya existían los jingles de la publicidad.

Aquella nueva visión deslumbró a Edelstein: no pudo objetar porque no halló argumentos. Para él, la música era su vida y si esta perdía su belleza, vitalidad y unicidad su existencia no tendría sentido. Roderich sonrió: al final, el amor y el respecto que ambos sentían por la música era el mismo, la diferencia residía en cómo cada uno la expresaba. Y si esa era la manera de Antonio él la respetaría. Lo que no se imaginó fue que con el tiempo llegaría a apreciarla— y a veces imitarla— al considerarla más equilibrada y feliz si se hacía con moderación.

Asimismo, le impresionó lo respetuoso que Fernández era con otras formas de pensar, vivir, sentir y valorar: mientras una acción no atentara contra la libertad ni la sensibilidad de otra persona, no importaría cuan extraño fuera ese ideario, él lo dejaría estar.

Con el tiempo comenzaron a compartir los aspectos más íntimos de su ser. El austriaco descubrió en el español la dulzura detrás de la rudeza, la generosidad escondida en el desinterés, la astucia en dejadez de los estudios, la paciencia en la tranquilidad.

Por primera vez, Roderich se sintió acompañado y pleno de una manera que jamás imaginó. Comenzó a extrañar su sonrisa y su risa, a necesitar su voz y charla, a desear su tiempo y cercanía. Como una droga, cada vez requería una dosis mayor de su persona y ya el estudiar juntos, las tardes que paseaban alrededor de la ciudad o las pocas fiestas que asistían juntos no le bastaban. Sabía que necesitaba algo más pero no lograba adivinar qué.

Sin embargo, su respuesta se vio retrasada debido a que la crisis económica golpeó drásticamente los bolsillos de la familia de Antonio y el muchacho se vio obligado a trabajar para mantenerse. Aquello los alejó y tuvo un efecto negativo inmediato en las notas del español, porque sus jornadas estaban constituidas por las clases y el trabajo, sin tiempo libre para practicar lo que aprendía y menos relajarse.

Por segunda vez en su vida, Edelstein cuestionó los valores que construían su mundo y desconfió de las instituciones que hasta allí lo habían llevado: le parecía incorrecto e inmoral que juzgaran igual a un estudiante que trabaja para vivir que uno que no. Si Antonio no estudiaba ni practicaba, perdería las materias, lo expulsarían, su carrera se terminaría antes de haber empezado y no lo volvería a ver. Por ello, empezó a cubrirlo en el trabajo para que así se repusiera, lo ayudó a repasar a horas intempestivas, le cantó las respuestas en varios exámenes y distrajo a los profesores lo suficiente para que Fernández pudiera aprenderse partitura.

Sin embargo, indignación y compasión no era lo único que movía al austriaco. Cuando estaba con él sentía un gran gozo. No podía evitarlo, ya que de esas innumerables horas que pasaban juntos muchas ahora transcurrían en la casa de Roderich. En la soledad nocturna, entre murmullos, su relación se fue estrechando: para ver la televisión había un pequeño sofá que no les permitía estar separados y para dormir solo existía una cama tendida. Edelstein le ofreció vestirle una varias veces, mas ninguna fue aceptada por lo que se vieron obligados a dormir uno al lado del otro. Como estaba cansado, la primera vez el futuro director de orquesta no le dio importancia, pero, una vez en el colchón, encontró difícil conciliar el sueño: en un principio pensó que se debía a que no estaba acostumbrado a compartir el espacio, pero con el pasar de las noches su hipótesis no encontró cabida en la excitación y el nerviosismo que recorrían su cuerpo. Tampoco conseguía cerrar sus ojos por mucho tiempo, porque sus amatistas parecían hipnotizadas con el cuerpo de Fernández y solo tenían un cometido: memorizar cada célula de su cuerpo.

Antonio al notar su agitación intentó calmarlo abrazándolo, mas como eso trajo el efecto adverso, buscó una melodía repetitiva y relajante: el latir de su corazón. Y atrajo a Roderich a su pecho.

El otro que por momento se resistió, permitió que sus sentidos se embriagaran de la música y olor único del español y cayó en su sueño profundo que habría de repetirse todas las noches que compartieran espacio.

Empero, a la vez todas esas emociones fluían libremente en el cuerpo de Edelstein, su tensión nerviosa también aumentaba: ese continuo vaivén de emociones intensas que él meramente controlaba lo incomodaban hasta la frustración y como consecuencia, comenzó a fijarse en esos detalles que lo molestaban hasta la irritación, los reunió y decidió el lugar y la hora en el que los discutirían.

Aquello era lo que había planeado hacer y todo había ido de maravilla hasta que abrió la boca y soltó esa inesperada frase para ambos ¿Porque había dicho eso? No lo entendía.

«Quizás era porque era lo que realmente sentía»

Sorpresivamente ese último pensamiento no lo desconcertó. Sino ¿cómo podría explicar lo que sentía cuando estaba a su lado? ¿Su cambio de actitud? ¿Lo que se afligía por sus miserias y lo que se regocijaba por sus logros? Ahora que recordaba, todos sus amigos se comportaban parecidos cuando se enamoraban de alguien, pero como él siempre lo vivió como testigo nunca supo que realmente significaba «gustar de alguien»

Hasta ese instante.

No obstante, ¿por qué había y seguía huyendo del momento de su confesión? La contestación vino sola: su orgullo. Tenía tanto pavor a ser rechazado que prefería escapar de la respuesta.

Por casualidad, el austriaco arribó una aula pequeña con una puerta que daba a una calle principal al otro lado de la estancia. Abrió sus ojos hasta el máximo: si conseguía salir por ahí, llegaría a su casa en pocos minutos y podría encerrarse en la misma.

Los pasos se acercaba y una voz los procedía— ¡Roderich, espera!

El nombrado corrió desesperado hacia la puerta e intentó abrirla, mas esta no cedió un ápice. « ¡Esta puerta siempre la mantienen cerrada porque da a la calle! ¡Rayos! ¡¿Por qué no me acorde antes?! ¡Si hubiera ido por la derecha hubiera llegado a la entrada principal y de allí a la calle y a mi casa! ¡Maldita orientación la mía!

—Por fin…

El corazón de Edelstein dejó de latir. Él conocía extremadamente bien esa voz. El mismo tono que había guardado y reproducido en su memoria con cariño, ahora lo estremecía de la inquietud. Se dio la vuelta y descubrió a Antonio entrando en la habitación. Trató de escapar rodeando la clase pero Fernández entendió su táctica y lo detuvo a la mitad arrinconándolo entre la pared y su cuerpo.

Por un momento se quedaron quietos, acompasando sus respiraciones. Roderich sintió el calor en sus mejillas producto del esfuerzo, observó los aceitunados ojos de Antonio, instintivamente dirigió sus amatistas a los labios de su captor. El calor en su rostro se acentuó. Desvió su mirada, mas sus impulsos volvieron a traicionarlo.

Debía salir de esa situación pronto.

—Antonio, déjame ir —dijo con rostro serio y mirándole directamente a los ojos.

—No —respondió con calma pero firme devolviéndole el gesto.

—Esto es una violación a mi libertad de movimiento.

—No te dejaré ir hasta que me digas que quisiste decir con que era importante para ti.

El austriaco quedó paralizado. Fernández podía jurar que escuchaba los mecanismos cerebrales de su presa trabajar a grandes marchas.

—No veo cuál es la duda. En la frase no hay ningún misterio —comenzó altivo—. Eres importante para mí porque eres tú quien me sacas de quicio: no me dejas dormir, no me dejas estudiar, tus estúpidas fiestas me rompen los oídos…

Antonio gruño—. Deja de decir gilipolleces y dime la verdad —susurró

—¡Ah! ¡¿No me crees?! Entonces, ¿Cómo explicas la presencia de la policía día si y día no? Las ojeras que tengo todos los días, mi…

Un beso en el aula casi desierta sonó. Roderich, en un principio impresionado, cerró los ojos y se dejó arrastrar por el torbellino de emociones que sentía.

Cuando Antonio pensó que con su acción había desmontado la absurda actuación de Edelstein, cortó el besó complaciéndose al oír la pequeña protesta de los labios del austriaco.

Al abrir los ojos, las amatistas se mezclaron con un verdoso mar sureño, pero más maravillados se quedaron sus oídos al captar la siguiente frase.

—Tú también eres muy importante para mi. —Y no pudo añadir nada más porque sus labios fueron sellados por los del futuro director de orquesta. Una nueva melodía estaba siendo compuesta en ese momento. «Torpe y le falta afinación, pero no es nada que la práctica no pueda arreglar», pensó Edelstein seguro y ligeramente travieso.

El austriaco estrechó el cuello del español con sus brazos para profundizar el contacto, mientras que el europeo del sur abrazó la cintura del primero y lo pegó de la pared. Movieron sus cabezas en distintas direcciones para saborear todos los ángulos de sus labios y cuando sintieron que se acababa el aire se separaron y se miraron extasiados por unos minutos.

—Rod.

—¿Mmm?

—¿Puedo llamarte así?

—Solo si me dejas llamarte Toño.

—Vale —suspiró con lastima captando la atención del otro.

—¿Qué pasa?

—Deberíamos irnos a clase…

—Ah, eso…Podríamos saltárnosla hoy.

—¿He escuchado bien, el puntual y disciplinado Roderich Edelstein quiere faltar a clases? —murmuró entre sorprendido y pícaro.

—Bueno, por una sola vez no pasa nada. Además, ya estudie la lección y te la puedo enseñar yo. Es muy sencilla. Aparte, luego te vas a trabajar. Mmm, si quieres estamos un rato juntos y luego te vas a dormir.

—Ya dormiré en la noche —dijo y comenzaron a caminar hacia la puerta agarrados de las manos—. Rod Edelstein…Te imaginas que grite ese nombre después de uno de tus conciertos.

—No te atreverás —susurró entre molestó y preocupado.

—Hasta podría traer una pancarta llena de corazones que dijera «Rod, I loved» y chillaría como una fan medio loca.

—An-to-nio —susurró amenazante ante el temor de la humillación pública.

—Es solo una broma, cariño. No me atrevería hacer algo que te disgustara tanto. —Rió ante la expresión del otro y le regaló un beso en la mejilla—. Pero tú podrías hacerlo para los míos. Me encantaría.

—No digas tonterías —dijo sonrojado e indignado ante la creciente risa de su novio.