Cito putridum

Keiichi le grita. Una y otra vez. El miedo sacude sus hormonas. Ya no puede ser un caballero. A penas sacudirle, asiéndola del brazo que le cae laxo, como si hubiera perdido toda la confianza que ostentaba para sí misma al arrastrarlo hacia su perdición, la noche del Festival, cuando no le costaba nada irse sola al Infierno, con Tomitake y Takano. Shion cae sobre la cama, con los ojos bajos, temblando. Keiichi le habla, tragando en seco, acerca de la compensación que tendrá que darle. Porque no hay opciones. Porque no es justo que él muera tan joven. No sin saber lo que es una mujer. Shion no dice nada cuando él se le sube encima. A penas trata de acariciarle el cabello cuando le interrumpen, sujetándole la muñeca, casi doblándosela al abalanzarse sobre su cuerpo exánime de muñeca. Shion no dice nada. Lo recibe sin llorar. Le da la razón, seguramente. No le queda más que dársela. Y Keiichi no lo agradece con besos suaves. Sabe que es lo que corresponde y muerde, metiendo la lengua hasta el fondo, saboreando. Su mano explora en la falda. Y Shion no dice nada, quizás eso es lo sospechoso. Se traga unas pocas lágrimas, pero quizás son falsas. Probablemente son falsas y Keiichi se da cuenta, porque no es ningún ingenuo, aunque la garganta le pique como si mil gusanos se lo movieran por adentro de la yugular. Se da cuenta, así que aprieta el cuello con odio. Porque no va a engañarlo, claro que no. Solamente Mion sería tan servil. Y Mion no dice nada. Sus huesos crujen como respuesta y la sangre mancha el cubrecamas antes que el llanto masculino, la espuma que sale por la boca cuando se ahoga un grito, porque se ha llegado al peor final. Otra vez.