Disclaimer: Ookami Shoujo to Kuro Ouji y sus personajes son propiedad de Ayuko Hatta

Hola, gracias por entrar n.n

Una escena sencilla para estos lindos personajes. Disculpen por los posibles fallos y gracias por leer :D


Perros y gatos


Y todo porque se les había dado por cortar camino atravesando el parque, de haber seguido por la calle principal nada hubiera sucedido. A veces parecían verdaderos especialistas en discusiones absurdas.

-El perro –porfió Kyoya.

-El gato –perseveró Erika.

-Dije que el perro.

-¡Y yo dije que el gato!

-¡Qué molesta!

La joven lo encaró ceñuda con una retahíla de reproches en la punta de la lengua, pero un débil maullido la distrajo de sus propósitos. Miró al pequeño gatito que la observaba, a su vez, desde la caja en la que lo habían abandonado y el corazón se le encogió. A su lado, otra caja cobijaba al perrito que también la miraba con emoción y expectativa.

Los muy condenados… Era como si supieran, como si fueran perfectamente concientes de que los habían dejado y que debían esmerarse para doblegar la voluntad de las criaturas humanas, sus potenciales amos adoptivos. Erika se mordió el labio con angustia, a punto de sucumbir.

¿Quién no se ha sentido atrapado alguna vez en esas amorosas redes de simpatía? ¿Quién no se ha sobrecogido, ablandado, reducido en su templanza víctima de estas nefastas y absolutamente tiernas manipulaciones hasta convertirse en un bodoque emisor de sonidos guturales? Ay, bichito, ay coshita, ay pipipiripitín mío… y un largo etcétera de carantoñas y bobaliconadas.

Así son los gatitos, por ejemplo. Desde su pequeñez de peluche, desde su sinforosidad a prueba de malos tragos, el gato observa al ser humano con una fijeza y una admiración alevosamente seductoras y convenientemente destructoras de indiferencias y frialdades. Luego, cuando crece, lo mira con arrogancia, sabiendo cómo embobar y torcer el alma del dueño más desdeñoso para conseguir su lata de alimento.

Asimismo, los perritos observan al ser humano con una tristeza existencial tan contundente, tan clara, tan demoledora, que pronto el hombre empieza por acercar la mano para acariciarlo y termina por extender los brazos para estrecharlo contra sí y llevárselo a su casa corriendo teatralmente. Tampoco en este caso el sujeto vencido dejará de emitir los consabidos exabruptos verbales ininteligibles.

El ser humano puede ser realmente contradictorio: por un lado abandona y por otro brinda cobijo. El problema con estos dos especímenes adolescentes es que no se atrevían a llevarse más que uno de los dos animalitos y no podían decidir cuál.

-Es demasiado problemático –murmuró Erika, resistiendo el impulso de prodigarles caricias hasta deshacerse.

-El perro es mejor, es fiel a su dueño y al menos servirá de vigilante –arguyó Kyoya, impertérrito, pues ninguna ternura ajena lo conmovía.

-Un gatito también es fiel –replicó la joven-. Además, a diferencia del perro tiene más carácter y es independiente.

-Los gatos son unos presuntuosos.

-Los perros son dependientes.

-Los gatos molestan cuando quieren entrar y molestan de nuevo cuando quieren salir.

-Los perros se te echan encima y destruyen a mordiscones los sillones y los colchones.

-Los gatos se enfadan y te atacan.

-Los perros babean en tu cara.

Había que admitirlo, cada uno tenía válidas razones para rechazar a uno y preferir al otro. La curiosa lista de defectos se perpetuó durante un largo rato ante los ojitos de las perplejas criaturas en discusión, pues ni el perro ni el gato podían imaginar siquiera que se volvería tan complicado tenerlos como mascotas. La vida era un inabarcable misterio para ellos, todo lo que sabían era que debían sobrevivir.

Los chicos, en cambio, lo único que pretendían era imponerse sobre el otro, como de costumbre. En un momento determinado Kyoya se hartó, tomó al perrito y se dio media vuelta para irse. Para no hacer menos, Erika lo imitó tomando al gatito. Los cachorros, acomodados sobre los hombros respectivos, intercambiaron inexpresivas miradas, algo desconcertados por el cambio de situación.

Pero en lugar de separarse, los jóvenes que los sostenían con determinación permanecieron inmóviles durante unos instantes, como si estuviesen reflexionando. Luego se giraron hasta volver a encontrarse frente a frente. Los animalitos, esta vez, quedaron en el hueco del codo de cada uno de ellos.

-Promete que lo cuidarás bien –pidió Erika con seriedad.

-Por supuesto que lo haré –afirmó Kyoya-, siempre soy amable con mis perros. -La joven lo miró con incredulidad e ironía-. Tú mejor ocúpate de tu gato.

-Pues claro que me ocuparé, porque cuando quiero mucho a alguien me esfuerzo por hacerlo sentir bien.

Las facciones de Kyoya, inmune a la indirecta, no variaron, aunque desvió la vista al agregar:

-Espero que en el futuro no tengamos peleas de este tipo.

Erika lo miró con asombro durante un minuto completo. Luego, ya que conocía sus intenciones, terminó por sonreír.

-Tendremos muchas peleas de este tipo, Kyoya-kun –señaló, acariciando al gatito que empezaba a impacientarse en su brazo-. Pero, aunque sea al final, siempre sabremos cómo resolverlas.

-Sólo una boba como tú hablaría como la heroína de un animé.

-Y sólo un idiota como tú querría recomenzar una pelea.

El chico hizo una mueca de fastidio.

-¿Te acompaño a casa?

Suspirando con alivio, Erika aceptó. Ya que lo habían resuelto salomónicamente, no veía motivo para reiniciar una reyerta con el insensible de su novio y se puso a caminar a su lado rogando para que sus palabras se hicieran realidad. Confiaba mucho en él, pero por el amor del cielo, ¡qué carácter que tenía!

El gatito ronroneó y el perrito, desde el brazo que lo llevaba, la miró con picardía. Con una emoción nueva embargándola por dentro, se encontró pensando que parecían una verdadera familia, o que tal vez, de algún modo, en realidad ya lo eran. Pero jamás lo comentaría, Kyoya era muy bueno para echar a perder las mejores ilusiones de una chica enamorada.

-Ni se te ocurra fantasear con que son como nuestros hijos –le advirtió él de pronto.

Erika se sobresaltó ante esa retorcida clarividencia. Un aura oscura envolvía a Kyoya en ese momento y emanaba amenaza por cada uno de sus poros.

-No-no, qué va, Kyoya-kun –repuso ella con culposo nerviosismo.

Maldito adivino de emociones femeninas.