Disclaimer: los personajes no me pertenecen, solo los tomo prestados.

¡Hola a tods! Hace ya mucho tiempo que no presentaba una nueva historia, la razón, es que estaba esperando a terminarla. Eso significa que actualizaré cada viernes con puntualidad británica. También es mi primera historia larga de Harry y Ginny, aunque la protagonista principal es la pelirroja. El 80% de las situaciones que presento son reales, que me han pasado a mí o a amigas mías. Y por supuesto, secundo todos los pensamientos de Ginny, que para eso se los he prestado, :) Además, me gustaría dedicarles esta historia a todas aquellas mujeres, que como una servidora, están cerca de la treintena y aún no han encontrado al hombre de sus sueños. Espero haceros reír y pasarlo bien. Muchos besotes, Fani.

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Capítulo 1: ¿La nueva Bridget Jones?

La música sonaba a todo volumen mientras ella movía un pie. Era todo lo que podía permitirse mover si no quería estropear su trabajo. La cual cosa, dicho sea de paso, sería una pena. Charlie, el amigable conejito amarillo, le estaba quedando muy cuco. Terminó de colorear el gorro rojo del animal y sopló contra las ceras. Trabajaba como ilustradora de cuentos infantiles para una importante editorial. Torció el morro al pensar que hasta el sonriente conejito había sido obligado a embutirse en el ambiente navideño. Pero ella prefería seguir la letra de la canción que sonaba y trasladarse de nuevo hacia septiembre con los Earth, Wind and Fire. ¡Que buena era esa canción!

No pudiendo resistirse más, colocó una hoja de papel de cebolla encima de la cartulina con el dibujo recién hecho, y lo guardó en su carpeta de trabajo. Caminó de puntillas hasta la cadena musical y le dio un poco más de volumen. Cogió un plumero que había por allí tirado y cantó por encima del cantante original. Bamboleando las caderas y dando pequeños saltitos, bailó por todo el piso. Su cabello rojo subía y bajaba al ritmo que marcaban sus movimientos. Y durante ese breve momento de abandono hacia la locura, consiguió rebajar la palpable tensión que se mascaba en ella desde principios del mes de diciembre.

Al día siguiente viajaría hacia el norte para pasar las navidades en la granja de sus padres junto a su extensa familia. A lo largo de los años, todos y cada uno de sus hermanos se habían ido casando. ¡Los seis! Ron había sido el último hacia un año y medio. Así que allí estarían también sus seis cuñadas y sus adorables siete sobrinos. Solo de pensarlo ya era un mar de nervios de nuevo. Su madre, ya liberada de hacer de celestina con sus seis hijos varones, había girado su radar hacia ella. Y ella se sentía como si estuviera en un cruce entre Orgullo y Prejuicio y El Diario de Bridget Jones.

¿Qué le pasaba a la gente con querer emparejar a todo el mundo?

Ginny Weasley estaba muy contenta siendo soltera, muchas gracias.

Soltó el plumero-micrófono y fue a cambiarse de ropa.

Su habitación era un canto a la libertad creativa. Aunque en palabras de su madre, se asemejaba más a la habitación de una adolescente. ¿Cómo esperaba poder acostarse con un hombre en cuarto cuyas paredes parecían sacadas de un mural fuera de época? Ese había sido el comentario de Molly Weasley ante el tremendo arte que tenía su única hija. Pero a Ginny le encantaba poder levantarse por la mañana y contemplar la casa veneciana con el mar Mediterráneo a sus pies que había en el mural de la derecha, el cielo estrellado que había sobre el cabecero de la cama, la muchacha de finos cabellos que había asomada a la ventana...

No le importaba lo que su madre opinase, se dijo mientras se subía los tejanos y acto seguido se ponía las botas de nieve. Pero si que le importaba, podía engañar a los demás, pero no podías engañarse a si misma. ¿Es que la sociedad no había evolucionado suficiente aún? Tenía veintinueve años, era bonita, alegre y talentosa. ¿No podían quedarse los demás con eso? Terminó de ponerse las botas y se embutió en un jersey de lana y cuello alto en un alegre tono verde manzana. Echó una ojeada, de reojo, al reloj que había sobre la mesita de noche. Aun tenía unos minutos antes de salir y reunirse con Hermione para hacer las compras navideñas.

Hermione era su cuñada, la que se había casado con su hermano Ron. Pero antes que eso había sido su amiga, como bien le gustaba recordarle al lelo de su hermano. Y todavía lo seguían siendo. De hecho, se habían conocido gracias a ella, como también solía recordarle. Había sido tres años atrás, cuando Ginny se había negado a ir a la granja a pasar las navidades después de cortar con su novio de turno. La gota que había colmado el vaso había sido la sugerencia de su madre de que tendría que haber terminado con Cormac después de las fiestas navideñas. La pelirroja se lo tomó fatal y había ido a un pub a emborracharse la noche previa al día de navidad. Después había terminado en el hospital con un cólico nefrítico. Hermione estuvo con ella, por supuesto, pero también avisó a uno de sus hermanos: a Ron. Así fue como se habían conocido y ahora estaban casados y eran felices.

Llamaron al timbre y Ginny corrió a abrir mientras se hacia una coleta alta en su cabello rojo. Esperaba que no fuera el vecino del piso de arriba, porque sino llegaría tarde. Hacia ya más de dos años que sabía que Colin Creevey estaba enamorado de ella. Pero Ginny no podía hacer nada y se sentía culpable por no corresponderle cuando él era atento y amable para con ella. Por suerte, cuando abrió la puerta se encontró con un muchacho de unos dieciocho años. Llevaba un gran paquete entre sus brazos y el abrigo azul calado de nieve. Ginny enarcó una ceja y miró mejor al chavalín. No tenía dieciocho años, era un más joven. Lo sabía porque lo conocía. Tenía quince años y vivía en el mismo pueblo donde sus padres tenían la granja. De hecho, cuando era más pequeño, Ginny había sido su canguro por las tardes.

- ¿James? –preguntó para romper el hielo.- ¿Qué haces aquí?

- He venido a pasar las fiestas con mis abuelos. Papá y mamá se fueron de viaje, para intentar solucionar sus problemas. –dijo el chico sin ninguna pizca de emoción. Ginny recordó que algo había oído decir que el matrimonio Sommers no pasaba por su mejor momento. Sintió pena y ternura por el chico y pensó que bien podía robarle unos minutos.

- Anda, pasa y quítate ese abrigo empapado. Siéntate junto al fuego mientras te traigo algo de chocolate caliente. –el chico entró y Ginny cerró la puerta.- Has crecido mucho desde la última vez que te vi.

- Ya mido 1,78 cm. –admitió James algo sonrojado. Se sentó en el sofá frente a la chimenea y sostuvo el paquete en su regazo.

- La última vez que te vi no llegabas al 1,60 cm. –observó Ginny desde la cocina. Aguardó un minuto a que el chocolate se calentase en el microondas y salió con la humeante taza para James.

- Gracias. –dijo el chico cuando la cogió. Se la llevó a los labios, pero la apartó rápidamente.- Uy, quema. –volteó la cabeza para admirar el apartamento y sobretodo los dibujos y los murales que habían colgados.- Me gusta tu casa. Tus dibujos son muy buenos.

- Gracias. –sonrió Ginny complacida. Aunque con esa declaración, James le daba la razón a la señora Weasley. La decoración de su piso estaba llena a de elementos infantiles y adolescentes. Inmaduros, según las propias palabras de la señora Weasley. Pero a todo artista le gusta que admiren su obra, pensó la pelirroja. Su comedor era un claro guiño al bosque de "Alicia en el país de las maravillas".- Bueno, ¿qué has hecho durante este tiempo?

- Estudiar. –contestó James y se llevó de nuevo la taza a los labios.

- Ah, claro, que tonta. –Ginny se llevó una mano a la frente, exagerando el gesto.- ¿Y tienes novia? Ay, perdona, ya sueno como mi madre. Y eso que odio que a mi me pregunten eso. Como si no hubiera nada más importante en el...

- No, no me importa. –la interrumpió James.- Salgo con una chica que va a mi misma clase, aunque no es nada serio aun.

- ¿Enserio? ¡Que bien! –dijo Ginny forzando el tono jovial esta vez. Eso ya era el colmo, que un chavalín de quince años tuviera novia y ella no. Definitivamente, el mundo se había confabulado contra ella.

- Si. –James se aclaró la garganta y dejó la taza de chocolate en la mesita de centro.- Antes de venir pasé por la granja. La señora Weasley me pidió si podía traer este paquete para ti y... –bajó la cabeza y se ruborizó.- Me dio 20 libras por hacerlo, aunque yo le insistí que no hacia falta.

- Oh, cielo, has hecho bien en coger ese dinero. Mi madre no suele ser tan generosa. Así que hay que aprovechar. –lo tranquilizó.- ¿Me das el paquete?

- Ah, si, claro.

Tendría que habérselo imaginado por el tamaño de la caja. Pero quién iba a pensar, en qué cabeza cabía... Con parsimonia Ginny deshizo el cordel que sujetaba el paquete de lado a lado. James la observaba en silencio y mordiéndose el labio inferior. Estaba envuelto en papel de gasa, por lo que en un principio no lo vio. Además, había una nota escrita por la fina letra de su madre en papel perfumado.

"Ginevra, hija, no hay forma menos hiriente de decirte esto: eres una solterona.

Sinceramente, ¿qué piensas hacer de tu vida sin un hombre a tu lado?

Ya todos tus hermanos han encontrado a su media naranja.

Pero tu me preocupas, hija.

Te mando el vestido de novia de la bisabuela Ethelia.

A ver si te hace pensar un poco.

Tu madre que te quiere,

Molly."

Ginny temblaba como una hoja cuando es azotada por un huracán. Estrujó la nota entre sus manos y la lanzó al fuego. Sacó el papel gris perla de seda y descubrió el vestido de la bisabuela. Todas la mujeres Prewett, la familia de su madre, lo habían llevado el día de su boda. Y ahora, después de cien años, ella era la única soltera de la familia.

- ¡LA MADRE QUE LA PARIÓ! –gritó la pelirroja sin poder contenerse. Le daba igual que James estuviera allí y la mirase con los ojos muy abiertos.- ¡Estas navidades me la cargo! ¡Me la cargo o me mata a mi ella antes!

- Esto...yo creo que debería marcharme ya. –dijo James con un hilo de voz y poniéndose de pie. Ginny reparó en él y relajó su semblante. Cogió la tapa de la dichosa caja con el dichoso vestido y la cerró.

- Oh, cielo, siento haber gritado así. –la pelirroja recordó que de niño James no soportaba los gritos, ni las peleas, ni las discusiones, ni las palabras fuera de tono. Y parecía que el paso del tiempo no había cambiado esa característica. Tener a unos padres que se gritaban a todas horas no había ayudado nada.

- No pasa nada. Pero en realidad debería de irme ya. He quedado con un amigo en la estación de trenes y...-James se metió las manos en los bolsillos de su holgado pantalón.

- Oh, dios mío, qué tarde es. –afirmó Ginny mirando el reloj. Hacia quince minutos que había quedado con Hermione.- Hermione va a matarme.

Nada más pronunciar esas palabras, el teléfono móvil comenzó a sonar. Ginny, que iba a añadir algo más en dirección hacia James, se dio media vuelta y corrió a buscar su bolso. El teléfono no paraba de sonar haciendo que la melodía de una famosa serie de televisión fuera subiendo de volumen. Encontró el bolso en el sofá, debajo de la manta de cuadros. Para cuando lo abrió y sacó el teléfono, calculaba que Hermione estaría subiéndose por las paredes. Aunque no tanto como ella, pensó con sorna. Delante de James no podía dar rienda suelta a su enfado, pero Hermione, que antes que cuñada era amiga, sabría entenderla.

Ojalá que así fuera, se dijo mientras cerraba los ojos y se ponía al teléfono.

- Lo se, lo se, llego tarde. Lo siento, Herm. –dijo nada más descolgar. Se pasó una mano por el puente de la nariz y la subió hasta la frente, que ya comenzaba a dolerle.

- Ginny, ¿se puede saber donde estás? –Hermione valoraba mucho la puntualidad. Claro que teniendo un esposo como Ron, era difícil de entender.- No, mejor no me lo digas. ¿Cuánto vas a tardar en venir?

- En veinte minutos estoy allí y te lo explico todo. –el tono de voz de Ginny era inusualmente sombrío, lo que hizo saltar las alarmas de la castaña.- No ha sido culpa mía esta vez.

- Ginny, me estás asustando. ¿Ha ocurrido algo?

- Aun no, pero dame tiempo.

- Espero que me lo expliques todo con más detalle cuando vengas.

- Descuida, así lo haré.

- Estaré en nuestra cafetería de siempre.

- Muy bien. Ya estoy yendo para allí. –Ginny colgó el teléfono y suspiró. Sin tiempo que perder, cogió su abrigo, su gorro y su bufanda, además de colgarse el bolso. Se acordó de meter las llaves dentro y centró de nuevo su atención en James.- ¿Dónde dices que has quedado con tu amigo?

- En la estación de trenes.

- Vamos. Te acompañaré medio camino, hasta el centro comercial.

James y Ginny abandonaron el domicilio de la pelirroja, ubicado en el tercer piso de una casa victoriana en medio del barrio de Nottin Hill. A Ginny siempre le había gustado vivir allí. Lo suficientemente lejos del ruido de la city y también lo suficientemente cerca para ir a pasear o a la oficina de su jefe. Era una de las ventajas de su trabajo, podía hacerlo en casa y sin horarios marcados. Pero nada de eso importaba, se recordó mientras salía al exterior y notaba el azote del frío. Parecía ser que lo único que había que tener en cuenta, a ojos del mundo, era su tenía pareja o no.

El enfado se fue congelando a medida que se alejaba de su piso. James caminaba a su lado, con la cabeza gacha y tapada con un gorro de lana. Ginny se mordió el labio inferior y lo miró de reojo. Sentía mucha pena por el muchacho, que siempre se había encontrado en medio de las discusiones de sus padres. Le pasó una mano por la espalda, como gesto cariñoso y amistoso. James la miró con sus tristes ojos castaños y medio sonrió.

Llegaron antes de lo previsto a la esquina donde estaba el centro comercial. Menos mal, pensó Ginny. Porque a pesar de las botas de nieve, comenzaba a notar los dedos de los pies medio congelados. El centro comercial estaba iluminado y engalanado con los típicos motivos navideños. Un santa claus agitaba su campanilla en la puerta y en los altavoces sonaban los villancicos de siempre. Ginny, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, se detuvo a mirar a James. Le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Hizo el esfuerzo de sacar una mano y pasársela por la mejilla helada. En muchos aspectos, James había sido el hermano pequeño que nunca había tenido. Y le gustaba pensar que se le daba bien ejercer de hermana mayor.

- Bueno, yo me quedo aquí. –afirmó con voz cantarina.- Me ha gustado mucho verte, James. Te has convertido en un chico fantástico. Ya verás como todo se arregla. –añadió refiriéndose a los padres del chaval.

- Gracias. Siento haber traído malas noticias.

- Oh, corazón, eso no ha sido culpa tuya. Mi madre siempre se las ingenia para amargarme la existencia. Pero enserio, me ha alegrado mucho verte. ¿Cuánto tiempo hacia? ¿Tres o cuatro años?

- Más o menos. –admitió James de forma cohibida.

- Será mejor que entre si no quiero hacer enfadar a Hermione. Y no se lo pienso permitir. Esta es mi tarde para enfadarme. Tengo más motivos que ella. –rezongó la pelirroja en voz alta.- Cuídate mucho, James.

- Lo haré. –torpemente, el chico le devolvió el abrazo a Ginny y le sonrió antes de seguir el camino hacia la estación. Ginny se la quedó mirando hasta que desapareció en la siguiente esquina y suspiró.

Cuando se dio la vuelta para entrar al centro comercial, chocó inesperadamente con un desconocido. Lo que le valió un fuerte golpe en la frente que arrancó una maldición tanto por parte suya como por la del desconocido. Ginny levantó la vista dispuesta a reprender la poca delicadeza. Pero tan solo pudo ver de refilón unos ojos verdes y unos labios que musitaban un "lo siento" apresurado mientras el desconocido se alejaba.

- La historia de mi vida. –musitó para si.- Atraigo a los hombres y luego hago que se vayan corriendo. Gracias por recordármelo. –añadió mirando al cielo.

Encontró a Hermione sentada en la cafetería y con la nariz metida en un libro, algo totalmente normal. Sorteó a la camarera y a una horda de adolescentes sobreexcitados por ir a patinar, y por fin se dejó caer en la silla de al lado. Se quitó el gorro, la bufanda y los guantes, que acomodó en otra silla. Y a continuación el abrigo; se sentía como una cebolla, siempre sacándose capas. Hermione levantó la vista de su libro y observó en silencio. Su cabello castaño rizado estaba suelto a su espalda y tenía las mejillas sonrojadas. Ginny reparó en el zumo, el té y las pastitas que había encima de la mesa y enarcó una ceja.

- ¿Un pequeño festín navideño?

Su cuñada no se caracterizaba por comer, precisamente.

- ¿Qué querías que hiciera? Llegas casi una hora tarde. –se justificó Hermione.

- Exagerada. Solo ha pasado media hora.

- Menos mal que no eres contable, porque sino dejarías a tus clientes en la quiebra.

- Por eso soy artista. –sonrió Ginny.

- Una con mucho talento, por cierto. –admitió la castaña.- Precisamente he estado hablando de ti con Draco esta mañana.

- No. Tu también no, por favor. –la pelirroja se llevó las manos a la cara para esconderse.- ¿Has intentado montarme una cita con Draco?

- ¿Qué? ¿Cómo puedes pensar eso? Hemos estado hablando de tu trabajo. Al parecer Lupin y Black están más que satisfechos con el borrado de tus dibujos para las nuevas aventuras de Daphne la oveja cantarina. Solo comentábamos eso.

Hermione trabajaba como editora jefe en la empresa donde también trabajaba Ginny. De hecho, fue así como se conocieron seis años atrás. La editorial Feather and Ink era una de las más antiguas y respetadas de Gran Bretaña. Draco era otro de los editores revelación.

Ya más tranquila, Ginny dejó caer los hombros.

- Lo siento. Es que he sufrido un episodio muy desagradable antes de venir aquí.

- Cielo, me estás asustando. ¿Qué ha pasado?

- Mi madre. –contestó Ginny entre dientes.

- ¿Molly? ¿Qué pasa con ella?

- Mi madre es mi episodio desagradable. Aunque al paso que va, va camino de convertirse en una secundaria de éxito en la serie de mi vida.

- Ginny, no te entiendo. ¿Qué ha hecho Molly?

- Me está acosando, Hermione. –suspiró Ginny y cogió una galletita.- Oye, ¿tu no tienes un amigo abogado? ¡Viktor!

- ¿Para qué quieres a Viktor? –preguntó Hermione con paciencia. Viktor Krum era un exnovio y el anticristo para Ron.

- Quiero que me represente en un caso de denuncia contra mi madre. Me está acosando y haciendo la vida imposible. Y ya no puedo más, Hermione.

- Ginny, no puedes denunciar a tu madre. –exclamó Hermione sorprendida.

- Me ha mandado el vestido de novia Prewett y una nota en la que me llama solterona y me dice que espera que el vestido me haga pensar.

- Oh, ya veo. –Hermione se echó hacia atrás en su silla.

- No, no ves, Hermione. Tú estás casada, ya tienes un hombre a tu lado (aunque no entiendo porqué te decidiste por hermano). Pero da igual. Sigamos con mi caso. ¿Tienes el teléfono de Viktor?

- Ginny, no puedes estar hablando enserio.

- Hermione...he llegado a pensar en pedirle a Dean que simule ser mi novio estas navidades. Lo único que me frena es la seguridad de que el muy cabrito hará todo lo posible por meterse en mi cama.

- Ginny, tiene que haber una solución civilizada a todo esto.

- Si, casarme o morirme. Aunque si me muero ahora, mi madre es capaz de poner en mi lápida que me fui al otro mundo siendo una solterona.

- No se bromea con la muerte, Ginevra. –dijo Hermione seria.

- ¿Quién está bromeando?

- Tienes que hablar con Molly. Hacerle entender que el hecho de que tengas casi treinta años y estés soltera, no significa que seas una solterona. Además, en temas de amor nada se puede forzar. –suspiró la castaña.- Ya encontrarás al hombre de tus sueños. Y si no lo encuentras, lo importante es que seas feliz y te sientas realizada como persona.

- Hermione, ¿quieres ser mi madre? –preguntó Ginny muy seria y conmovida.

- ¡Ginny!

- Hablo enserio. Adóptame, Herm.

- Que boba eres.

- Esa es la base de mi soltería.

- Eres incorregible, Ginny.

- Otra de las cualidades que me hacen única. –la pelirroja miró más detalladamente a su amiga, que se estaba abanicando con la mano.- ¿Te encuentras bien?

- Claro. Solo estoy un poco acalorada. Tienen la calefacción muy fuerte aquí. –contestó la castaña algo azorada.- ¿Vamos a hacer esas compras?

- Claro.

Durante la siguiente media hora, entraron y salieron en más de diez tiendas de ropa, dos librerías y una tienda de música. Ginny llevaba cinco bolsas con los regalos de toda la familia. No solía comerse la cabeza en ese sentido. a sus cuñadas les compraba el mismo perfume, a sus hermanos el mismo jersey de lana y a sus sobrinos les caían libros, diferentes dependiendo de la edad. Hermione no había comprado nada, pues tan organizada como era ya hacia días que tenía sus regalos en casa. Solo le quedaba Ron. Y precisamente entraron en una tienda de música y electrónica para comprar el regalo del pelirrojo.

Siempre eficiente, Hermione no tardó en localizar el portátil que había apuntado en su lista de regalos. Habló con el dependiente, que les explicó muchas cosas que ellas no entendieron, y fueron a la caja para pagar. Había cola, aunque no tan exagerada como se pondría al día siguiente. Ginny dejó caer sus bolsas en el suelo y suspiró. Hermione se volteó para mirarla. Llevaba toda la tarde conteniéndose y ya las ganas de contarlo le escocían en el paladar.

- Ginny, hay algo que...-comenzó a decir.

- Siguiente por aquí. Vayan pasando por aquí también, por favor. –dijo una de las dependientas que había abierto otra caja. Se movieron hacia allí, huyendo de la cola más larga.

Ginny se estaba mirando las uñas de las manos cuando la conversación que mantenían las dos chicas de atrás captó su atención. No se dio la vuelta, habría sido de mala educación, pero aguzó el oído con discreción.

- Pues si. Ya le he dicho a Nick que cuando me quede embarazada tendré que dejar de trabajar. Sabes que mi trabajo no es compatible con un embarazo.

- Lo se. Pero no sabía que ya lo estabais intentando.

- Uy, si. Siempre planeé tener el primero a los 30. Así que me queda todavía un añito para conseguirlo. Es que estas cosas hay que planearlas, sino cuando te das cuenta ya se te ha pasado el arroz.

- Tienes razón.

- Cleo piensa que podría estar embarazada. De ser así, Sam y tú seríais los únicos del grupo sin niños. ¿No os lo habéis planteado aun?

- Pues no.

- Mary, tienes un año más que yo... Deberías de ir planeándolo.

- Esta noche lo hablaré sin falta con Sam.

- Anda mira, ya nos toca.

Inmersa en la conversación de las dos mujeres jóvenes, Ginny no se había dado cuenta de que Hermione se había adelantado y había pagado ya el portátil. Lo llevaba envuelto y guardado en una bolsa con motivos navideños en el exterior. Pero lo que preocupaba a Ginny era lo que acababa de escuchar. Había sido una conversación de lo más surrealista y propia de otra década, pero no del siglo XXI.

Hermione, que había quedado con la palabra en la boca, hizo un nuevo intento para contarle a Ginny su secreto. Asió la bolsa con más fuerza y juntas comenzaron a alejarse de la tienda. La pelirroja iba inusualmente callada, motivo que aprovechó Hermione para hablar.

- Ginny, hay algo que me gustaría decirte: Ron y yo...

- ¿Te puedes creer que hay gente que piensa que sino tienes un hijo a los 30 o antes, se te pasa el arroz? –la interrumpió Ginny.

- Bueno...supongo que eso depende de la elección de cada uno. –la castaña se mordió el labio inferior.

- ¡Que elección ni qué leches! Es la sociedad, Hermione. ¿No lo ves? Las personas como mi madre hacen que la vida de las personas como nosotras sea un infierno. Ya ni siquiera te puedes sentir a gusto en un grupo si no haces lo que el resto. –suspiró Ginny.

- Eso es una tontería, Gin.

- No, no lo es. La gente es así de gilipollas. Pero una cosa te digo: antes muerta que seguir los consejos de mi madre en materia amorosa. ¿Dónde se ha visto eso? Atarte con un bebé antes de los 30 o recién cumplidos. Se supone que es la década más plena, en la que te realizas como persona personal y profesionalmente. –meneó la cabeza efusivamente.- Hay que estar loca.

- Bueno, Ginny, cuando estás en una relación de pareja estable...eso son cosas que se hablan.

- ¿Y las personas que no tenemos ninguna relación de pareja estable? ¡Que digo! Ni estable ni de ningún tipo.

- Ehh...-por increíble que pareciera, Hermione se había quedado sin nada que decir.

- Nada. Da igual. ¿Qué querías decirme?

- Oh, pues...Ron y yo habíamos pensado que tal vez querrías subir con nosotros a La Madriguera mañana por la mañana. –la castaña dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

- ¿Eso era? Por un momento he pensado que me ibas a decir que estabas embarazada. –Ginny levantó la cabeza para no perderse la expresión de sorpresa y estupefacción en el rostro de su cuñada.

- Yo...no, no. Claro que no. –consiguió balbucear.

- Menos mal. Porque imagina que mal, yo aquí hablando de lo malo que sería tener un bebé ahora y que tú me soltaras que ya llevas uno en tu interior. –rió la pelirroja.- Aunque aquí entre nosotras, no me importaría ser tía por vuestra parte.

- ¿Enserio?

- Si. Pero dentro de un año o dos.

- Claro. Ron y yo estamos recién casados, como quien dice. –se justificó Hermione.

- Y hablando del rey de Roma...-Ginny fijó sus ojos del color del chocolate amargo en la alta figura que se acercaba presurosa y sonriente. Su hermano Ron tenía el cabello rojo, igual que ella, y una sonrisa de lo más encantadora cuando quería.- Hola, hermanito.

- ¿Qué tal, Ginny? ¿Cómo te trata la vida? –Ron le dio un beso en la mejilla y esperó su respuesta con expectación.

- La vida muy bien, tu madre en particular muy mal. –Ginny hizo un mohín como cuando era pequeña. Al ser los pequeños y llevarse solamente un año, Ron y ella estaban muy unidos.

- ¿Qué ha hecho ahora?

- No lo quieras saber. –dijo Ginny rodando los ojos.

- Hola, cariño. –Ron se inclinó para besar a su esposa suavemente y pasarle un brazo por la cintura. Hermione se dejó caer en el pecho de Ron y suspiró. ¿Cómo te encuentras?

- Bien. –contestó ella muy flojito.

- ¿Qué pasa? ¿Es que estás enferma y no me has dicho nada, Hermione? –inquirió Ginny mirándolos alternativamente.

- ¿Enferma? Pero qué...-comenzó a decir Ron.

- No quería preocuparte, Gin. El otro día fui al médico y me dijo que tenía un poco de anemia. Pero nada grave. –aclaró Hermione rápidamente.

- ¿Solo eso? –Ginny la miró directamente a los ojos.

- Si.

- Está bien. –aceptó la pelirroja mirando su reloj de pulsera. Al bajar la cabeza, se perdió la mueca incomprensible que Ron le dedicó a su mujer y como esta negaba con la cabeza fervientemente.- Será mejor que me vaya, ya es tarde y le prometí a los chicos que bajaría a tomarme algo con ellos.

- ¿Aun sales con ellos? –preguntó Ron.

- Son mis amigos, por supuesto que salgo con ellos. –Ginny entrecerró los ojos, cansada de que todo el mundo tuviera algo que decir sobre sus amistades.- ¿Por qué?

- No, por nada. Solo que a mamá no debe de hacerle mucha gracia.

- Ron...-Hermione intentó avisar a su marido.

- A ella ni me la mentes si quieres seguir teniendo la facultad de poder tener hijos.

- ¿Qué ha hecho ahora? –preguntó de nuevo el pelirrojo.

- No quiero hablar de ello contigo. –Ginny abrazó a Hermione y le dio un beso en la mejilla.- Cuídate. Nos vemos en la casa de los horrores.

- Ginny...-suspiró la castaña.

- Ey, que yo quiero saberlo. –apostilló Ron.- ¿Enserio no me lo vas a contar?

- Que te lo cuente tu mujer mientras la mimas un rato esta noche. –abrazó y besó también a su hermano y recogió las bolsas con sus compras.

- Pero...

- Hasta mañana por la tarde, chicos.

Llegó a su casa con el tiempo justo de cambiarse. Amontonó las bolsas de regalos a un lado del salón y corrió a su habitación. Era una tontería guardarlos si al día siguiente los tendría que volver a sacar. Se miró en el espejo de cuerpo entero que había detrás de la puerta y decidió que el pantalón le servía. Lo único que cambió fue el jersey de lana verde por una blusa roja. Deshizo la cola que mantenía su cabello a raya y vapuleó su larga melena de un lado a otro. Entró al cuarto de baño y se aplicó un poco de carmín rojo. Lista, pensó con una sonrisa. Recogió la bufanda y el abrigo y cometió el error de mirar a su alrededor. Suspiró antes de agarrarse una rabieta como si fuera una niña pequeña. Sobre la mesa de centro, aun estaba la caja con el traje de boda de la bisabuela Ethelia. Ginny dejó caer el abrigo al suelo y redujo la distancia en cuatro grandes zancadas. Cogió la caja y caminó hacia el dormitorio de nuevo.

- Ya se que tú a mi edad estabas casada y tenías cinco hijos. Pero los tiempos cambian. –rezongó Ginny mirando la caja que había dejado encima de la cama. Cogió la silla del tocador y la colocó junto al armario.- No me mires así. Lo hago por tu propia seguridad...y por mi cordura mental.

Con la caja por fin colocada en lo alto del armario y fuera de su vista, Ginny se dio por satisfecha y pudo respirar tranquila. Arrastró la silla hasta su sitio habitual y salió de la habitación apagando la luz. De regreso al salón, recogió el abrigo del suelo, se lo puso y se marchó. Bajó las escaleras a toda prisa, rezando por no encontrarse con algún vecino. Odiaba a las personas que no paraban de cotillear en la vida de los demás como si les importase.

El azote del frío viento contra su cara no le pilló por sorpresa esta vez, pero aun así se le escapó una exclamación. Las farolas de la calle estaban encendidas y las tiendas habían comenzado a cerrar. Las luces navideñas adornaban las calles de lado a lado y podía verse pasear a más gente de la habitual. Ginny anduvo dos manzanas hasta el pub donde solía reunirse con sus amigos una vez por semana desde hacia seis años. Era curioso que los hubiera conocido al mismo tiempo que a Hermione y, sin embargo, nunca los había mezclado. Pero eran tan diferentes...

"Las 3 escobas" era un pub regentado por la señora Rosmerta, una mujer de mediana edad con el mismo porcentaje de amabilidad y mala leche. Ginny dejó de temblar en cuanto la puerta se cerró detrás de ella. Había bastantes clientes aun y algún que otro grupo de compañeros de trabajo. Todos se reunían allí por el mismo motivo en esas fechas: la navidad. Algunos para celebrarla y otros para odiarla. Ginny no estaba segura del grupo al que pertenecía, aunque se inclinaba por el segundo. Caminó hasta la barra, donde vio que ya estaban sentados Lavender y Neville. Se fue quitando el abrigo, la bufanda y el gorro por el camino y los tiró a un taburete cercano. Su instinto se agudizó al ver como Neville apoyaba la cabeza en el hombro de Lavender.

Problemas amorosos, pensó.

- Hola chicos. –Ginny se sentó en un taburete e intercambió una mirada con la rubia.- Neville, cariño, ¿qué te pasa?

- Michael. –sollozó el castaño desde el hueco que le dejaban para respirar los grandes pechos de Lavender, donde había terminado su cabeza en contra de su voluntad.

- ¿Qué ha hecho esta vez? –Ginny torció el morro y pidió una botella de whisky para compartir. Michael era el egoísta e insensible novio de Neville.

- Me ha dejado... ¡a dos días de navidad!

Bueno, ya no era su novio, se corrigió Ginny mentalmente.

- Cielo, lo siento muchísimo. Sé lo enamorado que estabas de él.

Neville se deshizo del abrazo posesivo de Lavender y cayó en los brazos de la pelirroja, que no tuvo más remedio que darle unas palmaditas de consuelo en el hombro. Justo en ese momento, entró alguien más.

- Joder, si para meteros mano me tengo que hacer gay... ¡tíos, a qué estáis esperando!

Dean Thomas se dio una vuelta completa sobre si mismo con los brazos extendidos. Cada poro de su piel dejaba patente la clase de hombre que era: un ligón consumado. Y bien orgulloso que estaba él de su título. Nunca perdía detalle para manosear o lisonjear al sexo femenino. Hacia años que le tiraba la caña a Ginny, pero por muy desesperada que estuviera, la pelirroja no cometería nunca el error de liarse con él.

- ¿Qué pasa, Nev? –Dean le dio una palmada en el hombro que a punto estuvo de desmontar al pobre castaño.- Alegra esa cara, tío. Es navidad y estás en los brazos de la chica más bonita del local.

No conforme con su declaración, Lavender Brown se cruzó de piernas y brazos, haciendo que sus pechos se juntaran a un más y casi emergieran fuera de la camiseta. Estaba acostumbrada a llamar la atención de los hombres. Y aunque no podría considerarse que fuera bonita, tenía un cuerpo de escándalo. Dean lo sabía bien, así que se acercó a ella, le colocó las manos en las caderas y la miró a los ojos para añadir lo siguiente.

- Pero tú, mi niña, eres la más sexy. –se inclinó para robarle un beso, pero la rubia le giró la cara.- ¿Qué he hecho ahora?

- No has devuelto mis llamadas. –Lavender se mostró orgullosa como ella sola.

- Pero si no me has llamado, cielo. No había ni un solo mensaje tuyo, ni en el móvil, ni en el contestado de casa, ni en el trabajo...

- Aun así, tendrías que haberme llamado tu a mi.

- Yo...

- Siento llegar tarde. Es que me ha ocurrido una cosa de lo más extraña viniendo hacia aquí. Iba yo caminando tranquilamente por la acera cuando me he decidido a cruzar. Venían coches de un lado y de otro... ¡y se han detenido para dejarme pasar! Ha sido como si me hubieran leído la mente. Y menos mal, porque sino estaría ya pensando en mi próxima vida.

Todos se quedaron callados y voltearon la cabeza para mirar a la siempre desconcertante y extravagante Luna Lovegood. El tintineo de la veintena de pulseras que llevaba en ambas muñecas puso el toque exótico a la fría noche. A pesar de estar acostumbrados a las excentricidades de Luna, la astróloga no dejaba de sorprenderles.

- Luna, estoy segura de que se han detenido porque había un semáforo o un paso de cebra. –aclaró Ginny.

- No, cielo. Por allí no pasaba ninguna cebra. Solo yo y un par de personas más. Aunque uno de ellos era tan grande como un oso. –se quedó pensando unos segundos.- No, estoy segura de que era un hombre.

- Ehh...

- Nevi, cariño, ¿qué te ha pasado? Tienes un aura muy oscura a tu alrededor. Percibo malas noticias, los planetas no te favorecen.

- Michael le ha dejado. –dijo Lavender con un suspiro.

- Bueno, sabíamos que tarde o temprano iba a ocurrir ¿no? Michael es la versión de mi mismo en gay. –opinó Dean con una sonrisa.

- Dean, un poco de sensibilidad, por favor. –pidió Ginny. Acarició un brazo del pobre Neville y lo achuchó un poco.- ¿Qué piensas hacer estas navidades?

- Iré solo a casa de mi abuela. –bebió un sorbo del vaso de whisky que Lavender le ofrecía.- Que te dejen en vísperas de navidad es lo peor que te podría pasar.

- A todo esto, ¿dónde está Seamus? –preguntó Dean deseoso de tener algo más de testosterona en el grupo.

- Seguramente se le ha hecho tarde en el trabajo. –era una forma amable de definir la obsesión que el castaño tenía por su trabajo como contable en una importante empresa norteamericana con sede en Londres. Pero Lavender siempre había sentido debilidad por él.

- Pues yo no pienso esperarle más para emborracharme y brindar por la soltería. –anuncio Ginny cogiendo su propio vaso de whisky.- Alégrate, Neville. Es mejor estar solo que mal acompañado.

- Pero yo no estaba mal acompañado por Michael.

- Cariño, si te ha dejado es porque no estabais bien. –dijo Lavender muy dulcemente.

- ¿Tu también has recibido una mala noticia, Ginny? Percibo ondas negativas a tu alrededor. Estás cargada de ellas, nena. –Luna frunció el ceño.

- Así es. Quiero celebrar mi ingreso oficial al club de las solteronas. –alzó su vaso y lo entrechocó con el resto.

- Porque sigamos tan estupendos y sexys en el año próximo. –deseó Lavender.

- Perdón, perdón, perdón. Se que llego media hora tarde, pero es que...-Seamus Finnegan apareció quitándose su abrigo de tweed y revelando un costoso traje gris con corbata azul marino. Aun llevaba puestas las gafas de trabajar, pero no le dieron opción a quitárselas.

- Ten, brindemos de nuevo. –dijo Dean alcanzándole un vaso de whisky lleno hasta el borde.

- ¿Por qué brindamos? –preguntó Seamus.

- Por lo que tú quieras. –contestó Lavender con una risita tonta.

- Oh, oh, ya lo tengo. –Ginny se le adelantó.- Por las madres que, como la mía, solo viven para hacerle la vida imposible a sus hijas.

- Brindemos por...por una alineación favorable de los planetas para todos nosotros en el próximo año.

- Brindemos porque la bolsa no vuelva a caer. –propuso Seamus.

- ¿Ehh? –todos se lo quedaron mirando con el vaso a medio camino.- Bueno, da lo mismo. Brindemos por eso también.

- Brindemos porque no haya más corazones rotos en navidad. –dijo Neville ya arrastrando las palabras.

Así estuvieron durante media hora, y cuando se quisieron dar cuenta, ya iban por la tercera botella de whisky. Apoltronados en un lateral de la barra, no podían contener la risa a pesar de que no estaban contando nada gracioso. Luna se acercó a Ginny y se sentó en el taburete de al lado.

- ¿Sabes una cosa, Gin?

- No, pero seguro que me la cuentas.

- Claro que te la cuento, eres mi amiga. –declaró Luna y comenzó a reírse.- He visto tu futuro.

- ¿Enserio? –Ginny abrió mucho los ojos. Borracha aceptaba mejor las patochadas esotéricas de la rubia.- Cuenta, cuenta.

- Conocerás al hombre de tus sueños.

- ¿Eso no es el título de una película?

- No, tonta. Es lo que dicen las cartas.

- Ahh. Pues mi madre se alegrará más que yo. –declaró y se echó a reír.

Volver a casa fue toda una odisea, y eso que vivía a tan solo dos manzanas. Dean la acompañó hasta el portal e intentó subir con ella. Pero aun estando borracha, Ginny supo mandarlo a su propia casa. Haciendo esfuerzos sobrehumanos por contener la risa, la pelirroja llegó hasta su apartamento. Ahora solo tenía que introducir la llave en la cerradura. ¡Como si eso fuera tan fácil!, pensó. Iría más rápido si el dichoso agujero dejase de moverse. Sacó la lengua y, con pericia, agarró el pomo. Probó varias veces hasta que la introdujo y escuchó el 'click' de la cerradura. Levantó los brazos y se puso a saltar en medio del rellano. Abrió la puerta y dando tumbos se dejó caer en el sofá, donde se quedó frita con el abrigo, la bufanda y las botas puestas.

A la mañana siguiente, lo que la despertó fue el olor a café recién hecho. Movió la nariz del mismo modo en que lo haría un gato. Primero abrió un ojo, se llevó la mano en la frente y después abrió el otro ojo. Señor, la cabeza estaba a punto de estallarle. Conforme se iba despertando se daba cuenta de lo extraño que parecía todo eso. Lo último que recordaba era estar en el portal de su casa con Dean. Su corazón se aceleró drásticamente. ¿Y si había terminado acostándose con Dean? Se miró de arriba abajo y respiró tranquila al ver que aun llevaba el abrigo y la ropa del día anterior puestos. Solo cuando lo vio aparecer en el vano de la puerta de la cocina, volvió a considerar lo de haberse acostado con Dean como algo positivo.

- ¡Buenos días! –dijo Colin con voz cantarina.

Ginny cerró los ojos con fuerza.

- Colin... ¿qué haces aquí?

- Pensé que necesitarías un buen café contra la resaca. –se acercó con la taza en la mano y se la tendió.- Sobre la mesita tienes el bote de aspirinas.

- Gracias...supongo. Pero...quiero decir que... ¿cómo has entrado?

- Te dejaste las llaves colgadas en la cerradura.

- Oh, Dios mío. –Ginny se levantó de un salto y miró a su alrededor.- Alguien podría haber entrado y robarme...o matarme. O incluso peor, violarme. –la mente de la pelirroja se había disparado. Acalorada, se quitó el abrigo y la bufanda.

- Eso habría sido prácticamente imposible. –Colin se sentó en el sofá con toda la naturalidad del mundo.

- ¿Cómo que imposible? Colin, he dormido toda la noche con la puerta abierta. –solo de pensarlo le daban escalofríos.

- Ginny, cuando llegaste anoche, bueno, yo te seguí. Noté que estabas muy borracha y quise asegurarme de que estabas bien.

- Te lo agradezco, Colin. –dijo Ginny mientras se quitaba las botas y dejaba respirar a sus pies.

- De nada. No sabía cómo ni cuando te ibas a levantar, así que me pareció de lo más prudente quedarme y guardar tu sueño.

- ¿Ha-has dormido aquí? –Ginny lo miró con estupor.

- Dormir, lo que se dice dormir, no. He echado alguna cabezadita que otra.

- Colin, ¿qué has estado haciendo mientras yo dormía?

- Mirarte. –contestó el rubio como si fuera lo más obvio del mundo.

- ¡Por Dios, Colin! ¿Me has estado espiando?

- Técnicamente no, porque no me estaba escondiendo para mirarte.

- Ya es suficiente. Fuera. –Ginny apretó las manos hasta formar dos puños compactos.

- Pero...

- ¡He dicho que fuera! –gritó a riesgo de romperse la cabeza.

- No tienes muy buen despertar, eh. Mejor te dejo sola para que te asees. No te olvides de tomarte el café, está caliente.

Cuando Colin se marchó cerrando la puerta tras de si, Ginny corrió a echar el cerrojo y la doble llave. Se llevó una mano a la frente y reprimió un escalofrío.

- Dios, casi habría preferido acostarme con Dean.

Solo cuando estuvo debajo del agua caliente de la ducha, Ginny se permitió dejar afuera todos sus problemas. Incluso al dolor de cabeza. No debería haberse emborrachado de esa manera la noche anterior, ahora tendría que hacer las cuatro horas de camino sintiéndose francamente mal. Pensó que aun estaba a tiempo de llamar a Ron y Hermione e ir con ellos. Pero cambió de idea enseguida; no le gustaba hacer de carabina.

Al salir de la ducha se fijó por primera vez en el reloj de la mesilla de noche. Se sorprendió al comprobar la hora que era. ¡Señor, había estado durmiendo la mona hasta casi la una del mediodía! Rezongando, caminó hasta el salón y se bebió el café, ya frío, que había hecho Colin. Con él se tomó dos aspirinas y volvió hacia el dormitorio. Aun tenía que hacer el equipaje y todo. Suspiró. Pasar una semana en la grana de sus padres no era lo que más le apetecía en el mundo. Aun así, llenó la maleta con pantalones y jerseys gruesos, ropa cómoda. Como único gesto de vanidad echó un vestido rojo para lucirlo en año nuevo.

Sabedora de que su madre iba a criticarla, se pusiese lo que se pusiese, para el largo camino hasta la granja se puso una falda acampada por encima de la rodilla en un tono azul marino y una blusa negra arriba. Embutió sus blanquísimas piernas en unas medias tupidas de color negro también y después deslizó los pies en unos zapatos de tacón en color rojo. En el cabello se hizo un medio recogido, dejando mechones rojos sueltos por todos lados, y sacó el abrigo blanco del armario. Había sido un frívolo capricho que casi nunca se ponía.

Bien, ya estaba lista para salir y llegar a la granja justo antes de la cena.

Procuró moverse por su piso sin hacer mucho ruido, no queriendo alertar a Colin. Cada vez estaba más convencida de que ese hombre era un psicópata. Cerró la maleta y de puntillas caminó hasta el salón. Ya había bajado las persianas y cerrado todas las ventanas, la chimenea estaba apagada y en breve conectaría la alarma. Como odiaba tener que dejar su piso, pensó. Se echó el bolso al hombro, conectó la alarma y se repartió las bolsas con los regalos y la maleta entre las dos manos. Cerró la puerta de un solo golpe y...

- ¡AHHH! -gritó como una posesa cuando chocó contra Colin.

- Tranquila. Solo soy yo, Ginny. –rió él cogiéndola por los hombros.

Por eso grito, pensó en decirle la pelirroja.

- ¿Qué haces aquí, Colin?

- ¿Pensabas marcharte sin despedirte, cariño?

- No soy tu cariño, Colin. –dijo Ginny muy seriamente.

- Siento haberte asustado. –la miró de arriba abajo.- Vaya, estás muy guapa.

- Gracias. Y ahora si me disculpas...tengo que irme.

- ¿Te acompaño? Esas bolsas parecen pesar mucho.

Antes que bajar al parking contigo, me voy andando hasta Derbyshire, gritó en su mente.

- No, no hace falta. No te molestes. –se separó de él para llamar al ascensor.

- Pero si no es molestia. –él la siguió e intentó cogerle varias bolsas.

- Que he dicho que no, Colin. –al ver que él no desistía:- ¡Colin!

- Solo quiero ayudarte, Ginny. –el rubio puso cara de confundido.- ¿Por qué nunca me dejas ayudarte?

- Ehh...-justo en ese momento llegó el ascensor.- Ahora no tengo tiempo, Colin. Me esperan en casa de mis padres. Nos veremos el próximo año. –abrió la puerta como puso y se coló dentro rápidamente.- Felices fiestas.

- Pero...Ginny...Ginvera...

Mientras el pobre Colin seguía llamándola desde su rellano, Ginny llegó al parking y corrió hasta llegar a su coche. Lanzó la maleta y las bolsas al asiento de atrás, se quitó el abrigo y el bolso y los dejó en el asiento del copiloto. Ya se había sentado cuando las puertas del ascensor se abrieron y apareció Colin. A Ginny estaba a punto de darle algo. Encendió el motor y pisó el acelerador, alejándose de Colin todo lo rápido que pudo.

- Solo quería darle su regalo de navidad. –suspiró Colin.

- ¡Dios! Este tío está muy mal. –dijo Ginny aferrando fuertemente el volante.

Solo respiró tranquila cuando se alejó lo suficiente del distrito de Londres y emprendió las largas y suaves carreteras hacia las midlands. Su corazón todavía latía acelerado y miraba paranoica por el retrovisor. Lo último que le faltaba era tener un vecino obsesionado con ella. Seguramente su madre diría que si tuviera un novio guapo y fornido eso no le pasaría. ¡Ay que joderse!, se dijo mentalmente. Encendió la radio para ver si era capaz de interrumpir sus pensamientos catastróficos. Y se entretuvo cantando villancicos durante una hora o así. hasta las emisoras de radio caían en los tópicos.

Cerca de las cuatro de la tarde, su estómago comenzó a quejarse y paró en un área de descanso. Aprovechó para poner gasolina y después se dirigió hacia la cafetería. Era un local de pueblo, y bastante concurrido. Ginny se hizo un sitio en la barra y pidió una coca-cola y un sandwinch de queso y jamón. Habría preferido una cerveza o algo más contundente, pero tenía que conducir. Mientras esperaba su pedido, se fijó en una joven pareja que había sentada en la mesa de al lado. Ella tenía cara de pocos amigos y los brazos cruzados en el pecho. El chico aparecía resignado y suspiraba como un oso.

- Es que no entiendo por qué siempre tenemos que ir a casa de tus padres a pasar la navidad. –objetó ella mirando el mantel blanco de la mesa.

- Ya te lo he dicho. A mis padres les gusta reunirnos a todos los hermanos en navidad. –explicó él pacientemente.

- A los míos también. Nunca los tienes en cuenta.

- Sheila, iremos en año nuevo a casa de tus padres.

- Pero yo pensaba pasar el año nuevo los dos solos.

- ¿Quieres que deje colgados a mis padres para pasar la navidad con los tuyos y después irnos los dos solos durante el año nuevo?

- Sois nueve hermanos, no te echarán de menos. En cambio, yo soy hija única.

- Podrías haberme hecho caso y habríamos juntado a tus padres y a los míos esta noche en nuestra casa.

- ¿Y pasarme todo el día cocinando y limpiando? No, gracias.

- ¿Entonces qué quieres, Sheila? –el chico se dio por vencido.

- No tener que preocuparme, por una vez en la vida, ni de tu familia ni de la mía. Son nuestras últimas navidades como solteros, David.

Ginny enarcó las cejas y se llevó la mano a la frente. Era la segunda conversación surrealista que escuchaba en dos días. Y eso sin contar a su vecino psicópata particular. Sin embargo, se arrellanó mejor en su asiento y sonrió. Una de las ventajas de estar soltera en navidad era no tener que discutir porque familia visitar. Ella se enclaustraría en la casa de sus padres y punto. La camarera le trajo el sándwich y se lo comió con parsimonia y regocijo. En esos momentos, como la noche anterior, se alegraba de ser soltera.

Lástima que todo cambiase una vez traspasada la verja de La Madriguera, la granja de sus padres.

De vuelta a la carretera, y con un surtido de chocolates locales en el asiento del copiloto, Ginny encendió la radio de nuevo. Buscó su emisora de siempre, a ver si ponían algún éxito pop actual. Ya se había cansado de los villancicos. Abrió un bombón lleno de almendras y se lo metió en la boca. Lado a lado, el paisaje de la campiña inglesa era cada vez más blanco y helado. Seguramente, en un par de horas sería obligatorio el uso de cadenas. Entre bombón y bombón digirió bien Just the way you are de Bruno Mars; se compadeció de la pobre Cheryl Cole con su Promise This y gritó como una salvaje junto a Katy Perry y su Firework.

Todo se fastidió cuando llegando a la granja escuchó los primeros acordes de I'll be there for you de Bon Jovi. Su canción favorita cuando estaba enamorada y se sentía correspondida. Apagó la radio en el acto y se metió otro bombón en la boca. No había tragado ese cuando ya estaba cogiendo el siguiente.

- Eso ha sido un golpe bajo. –comentó echándole una fugaz mirada a la radio.- Creía que tú y yo habíamos llegado a un acuerdo. Pero veo que me has abandonado también y te has unido a ella. –dijo refiriéndose a su madre.- Normal, estamos en sus dominios. Pero solo porque ella encontrase al amor de su vida con quince años, eso no significa que todo el mundo tenga que encontrarlo.

Casi en el mismo momento en que detuvo el coche y apagó el motor, la puerta principal se abrió de par en par. Ginny pudo ver a dos de sus sobrinos corriendo y apreció que solo el recibidor tenía más luz que una central eléctrica. No fue capaz de ver más porque la voluptuosa figura de su madre se lo impedía. Molly Weasley era una versión más pequeña, mayor y regordeta de la propia Ginny. Llevaba puesto su vestido verde de navidad y ya tenía los brazos extendidos para abrazar a su única hija. La pelirroja suspiró y bajó del coche. Recogió la maleta y las bolsas de regalos y subió con rapidez los cuatro escalones del porche.

Hacia mucho frío.

Pero a pesar de que estaba convencida de que hacia todo lo posible por hacer de su vida un infierno, Ginny se sintió en casa cuando fue rodeada por los brazos de su madre.

- Oh, Ginny, cariño, estaba preocupada porque no venías. Tus hermanos hace horas que llegaron. Pero no te quedes ahí, pasa, pasa. –la señora Weasley se hizo a un lado para que la pelirroja entrara y después hizo lo propio cerrando la puerta y dejando el frío fuera.

- ¿No crees que te has pasado un poco con las luces y la decoración, mamá? –preguntó Ginny guardando las bolsas en el armario de los regalos, quitándose el abrigo y quedándose a un pie de la escalera.

- Ginny, querida, estás preciosa. ¿Te has hecho algo en el pelo?

- No, solo me lo he recogido.

- Pues te queda muy bien. –la señora Weasley sonrió complacida.

- De acuerdo. ¿Qué has hecho? –Ginny entrecerró los ojos y soltó la maleta.

- ¿Porqué tendría que haber hecho algo?

- Solo me dices lo guapa que estoy cuando has hecho algo que sabes que no me va a gustar.

- Difícilmente no podría gustarte esta vez.

- ¡Mamá!

- Ven, cariño. Quiero presentarte a alguien. –cogiéndola del brazo, la señora Weasley arrastró a Ginny hacia el salón, donde estaban la mayoría de sus hijos y de sus nueras.

- Mamá, ¿qué has hecho? –repitió sin dejar de sonreír.

- Te he concertado una cita de navidad.

- ¡¿QUÉÉÉÉÉ? – la pelirroja se paró en seco.

- Ya le dije a tu madre que no se lo iba a tomar bien. –murmuró Hermione a su esposo.

- Mamá no saldrá viva de esta. –auguró Charlie, el segundo hermano mayor.

- Estáis de broma ¿no? –preguntó incrédula Dora, la esposa de Charlie.- ¿Habéis visto que bombón le ha traído?

- Es perfecto...y guapo. –admitió Katie, la esposa de George, y todas las cuñadas asintieron.

- Ey, que seguimos aquí...nosotros...vuestros maridos. –apuntó Fred haciendo gestos y aspavientos.

- Mamá, por favor...mamá...-rogaba Ginny.- No puedo creer que me hayas hecho esto después de lo del vestido de la bisabuela.

- Ah, así que te llegó.

- ¡Claro que me llegó!

- ¿Dónde estará? ¿Cedric? ¡Cedric! –se puso de puntillas para buscar al chico.

- ¿Ce-Cedric? ¿Qué Cedric?

- El sobrino-nieto de Lillian Diggory. Lo conociste un verano que estuvo por aquí. Solía juntarse mucho con Bill y Charlie. Pero claro, tú eras demasiado pequeña.

- ¿El mismo Cedric que me subió a un árbol y me dejó allí durante horas?

- Oh, Ginny, eso fue una chiquillada.

- Mamá, por culpa de esa chiquillada tengo miedo a las alturas...y a los árboles.

- ¡Ceeeeedric!

- Mamá, deja de llamarlo.

Pero la señora Weasley no estaba por la labor de hacerle caso a su hija.

- ¡Ceeeeedric! ¡Ceeeeedric, hijo!

- Oh, señor, ya le llama hijo y todo. –Ginny se llevó las manos a la cara y se dio la vuelta.

Lo primero que percibió de él fue su voz: masculina, melodiosa, sexy y solícita.

- Perdóneme, Molly. Arthur me estaba enseñando las plantas que tiene en el invernadero. ¿Me estaba llamando?

- Si, querido. Quiero presentarte a alguien. No se si la recuerdas, era muy pequeña el verano que estuviste aquí. Mi hija Ginny. –la pelirroja siguió de espaldas.- ¿Ginny?

- ¿Qué mamá? –musitó entre dientes.

- ¿Puedes darte la vuelta, por favor? Me gustaría presentarte a Cedric Diggory.

A regañadientes, Ginny se fue dando la vuelta, aunque mantuvo la cabeza gacha. Se fijó en los zapatos pulcramente cepillados, los pantalones negros que se le pegaban a las fornidas piernas, el jersey azul de cashmire que no mostraba ni una sola arruga. Ginny tragó saliva y lo miró al rostro. ¡Señor, que guapo es!, pensó. Su sonrisa era encantadora, sus ojos azules tenían destellos dorados y su cabello castaño tenía pinta de ser muy suave. Muy a su pesar, ella también sonrió y le tendió la mano.

- Ginny Weasley. –se presentó.

- Cedric Diggory. –su tacto era suave.

- Lo se. Me dejaste en un árbol cuando tenía cinco años.

- Era lo menos que podía hacer después de que me vieras desnudo.

- Tenía cinco años. –repitió Ginny notando como la sonrisa se le congelaba en los labios.

- Aun así, mereció la pena por escucharte gritar.

- Que majo. –el hechizo de la primera impresión se le había pasado.- ¿Me disculpas?

- Claro. –Cedric se hizo a un lado.

- ¡Hermione! –Ginny llamó a su mejor amiga y la arrastró hacia la cocina. La castaña no pudo hacer nada por detener la estampida. Una vez en la cocina, Ginny se paseó de un lado a otro.- ¿Tu lo sabías? Dime que no.

- No, Gin. Ninguno de nosotros lo sabía. Lo hemos encontrado aquí al llegar. –aseguró Hermione muy seria.

- Esto es el colmo. Mi madre se ha pasado de la raya.

- Solo quiere que seas feliz.

Pero Ginny no la escuchaba y seguía con sus divagaciones.

- ¿Has visto El diario de Bridget Jones?

- ¿La película? Si. No me pareció una historia muy realista teniendo en cuenta que...

- Pues ese de ahí fuera...-apuntó hacia la puerta-...ese es mi Mark Darcy particular. ¿Ahora que soy? ¿La nueva Bridget Jones?