Disclaimer la historia como los personajes no me pertenecen, estos son de sus respectivas autoras Patricia Briggs y JK Rowling.
ADVERTENCIA: esta historia tendrá contenido yaoi (boyxboy) la pareja principal es SeverusxHarry. Es un mundo sin magia ni hechizos conocidos.
Esta historia es una adaptación de la obra Alfa y Omega de Patricia Briggs con los personajes de Harry Potter, espero les guste.
Resumen:
En Chicago, Harry Potter es un hombre lobo sumiso que trabaja como camarero para poder sobrevivir cuando una inesperada noticia hace que tome una decisión que cambiará su vida. Entretanto, el líder de los licántropos envía a su hijo, Severus, a la ciudad del viento para que investigue ciertos posibles problemas que han surgido. Severus descubre secretos que giran alrededor de Harry, ¿Qué pasara con las chispas que saltan cuando se conocen Severus y Harry?
Al Acecho - Capítulo 1
El viento era fresco y el frío le helaba las puntas de los pies. Uno de aquellos días iba a dejarse ir y a comprarse unas botas, aunque solo cuando pudiera prescindir de la comida.
Mientras recorría el último kilómetro hasta su casa, Harry se permitió sonreír bajo la protección de la chaqueta. Ciertamente, ser un hombre lobo le daba más fuerza y resistencia, incluso en forma humana. Pero el turno de doce horas que acababa de terminar en el Scorci´s era suficiente para que le dolieran incluso sus huesos. ¿La gente no tenía cosas mejores que hacer el día de Acción de Gracias que ir a comer a un restaurante italiano?
Tim, el dueño del restaurante, quien, pese a ser irlandés y no italiano, hacía los mejores ñoquis de todo Chicago, le dejaba hacer turnos extra, aunque no le permitía superar las cincuenta horas semanales. El mejor sobresueldo era la comida gratis que tenía en cada turno. Aun así, sospechaba que tendría que buscarse otro empleo para poder cubrir todos los gastos: había descubierto que la vida como hombre lobo era tan cara financiera como personalmente.
Usó las llaves para entrar en el edificio. No había nada en el buzón, así que cogió el correo de Hermione y el periódico y subió las escaleras hasta la tercera planta, donde estaba el apartamento de Hermione. Cuando abrió la puerta, el gato de Hermione, Crookshanks, le dirigió una mirada, escupió indignado y desapareció tras el sofá.
Durante seis meses había dado de comer al gato cuando su vecina estaba fuera, lo cual era frecuente desde que Hermione empezó a trabajar para una agencia de viajes organizando tours. Crookshanks aún lo odiaba. Desde su escondite lo maldecía como solo puede hacerlo un gato.
Con un suspiro, Harry dejó el correo y el periódico sobre la mesita del comedor, abrió una lata de comida para gatos y la dejó junto al tazón del agua. Se sentó y cerró los ojos. Ya estaba listo para ir a su apartamento, un piso más arriba, pero antes debía esperar a que el gato terminara de comer. Si le dejaba solo, al regresar por la mañana se encontraría la lata intacta. Puede que lo odiara, pero Crookshanks no comía si no había alguien con él, incluso si era un hombre lobo en el que no confiaba.
Normalmente, encendía el televisor y se quedaba viendo cualquier cosa, pero aquella noche estaba demasiado cansado para hacer el esfuerzo, así que abrió el periódico para comprobar qué había ocurrido desde la última vez que ojeó uno, un par de meses atrás.
Repasó sin interés los titulares de la portada. Sin dejar de protestar, Crookshanks salió de su escondite y se dirigió molesto a la cocina.
Al pasar la página, Crookshanks supo que lo estaba leyendo de verdad. Harry dio un respingo al ver la foto de un joven. Era una foto tipo carné, obviamente de la escuela, y a su lado había otra parecida de una chica de su misma edad. El titular rezaba: «La sangre encontrada en la escena del crimen pertenece al adolescente de Naperville desaparecido». Algo inquieto, leyó el resumen del crimen para los que, como él, se habían perdido los reportajes previos.
Dos meses antes, Justin Finch-Fletchley había desaparecido del baile del instituto la misma noche en que el cadáver de su cita había sido encontrado en los jardines del instituto. La causa de la muerte era difícil de determinar, ya que el cuerpo de la chica había sido destrozado por animales; los últimos meses, un grupo de animales callejeros había causado problemas en el vecindario. Las autoridades no estaban seguras de sí el chico desaparecido era sospechoso o no. Dado que su sangre también estaba en la escena del crimen, podría ser que fuera otra víctima.
Harry tocó la cara sonriente de Justin Finch-Fletchley con dedos temblorosos. Él lo sabía. Lo sabía.
Se levantó precipitadamente de la silla, ignorando los infelices maullidos de Crookshanks, y se mojó las muñecas con agua fría para contener las náuseas. Pobre chico.
Crookshanks tardó una hora en terminarse su comida. Para entonces, Harry había memorizado el artículo y tomado una decisión. Lo supo en cuanto leyó la noticia, pero tardó una hora en reunir el coraje para decidirse: si había aprendido algo en los tres años que llevaba siendo un hombre lobo era que lo mejor es no hacer nada que pueda atraer la atención de uno de los lobos dominantes. Y telefonear al Marrok, quien gobernaba a todos los lobos de Norteamérica, era el modo más rápido de atraer su atención.
No tenía teléfono en su apartamento, así que usó el de Hermione. Decidió esperar unos minutos para calmarse, pero como no lo consiguió, marcó el número que tenía apuntado en un trozo de papel arrugado.
Tres tonos. Entonces comprendió que la una de la madrugada en Chicago sería considerablemente distinta en Escocia, adonde el prefijo marcado indicaba que estaba llamando. ¿Eran tres o cuatro horas de diferencia? ¿Las horas eran de más o de menos? Colgó el teléfono precipitadamente.
De todos modos, ¿qué iba a decirle? ¿Que había visto al chico, obviamente víctima del ataque de un hombre lobo, semanas después de su desaparición, en una jaula en casa de su Alfa? ¿Qué pensaba que su Alfa había ordenado el ataque?
Lo único que debía hacer Rodolphus para no recibir sanciones era decirle al Marrok que había encontrado al chico más tarde. Tal vez fue eso lo que ocurrió. Tal vez él lo estaba proyectando todo desde su propia experiencia.
Harry tampoco sabía si el Marrok se oponía al ataque. Probablemente a los hombres lobo se les permitía atacar a quien quisieran. A él le había pasado.
Le dio la espalda al teléfono y vio la cara del chico mirándolo desde el periódico. Volvió a examinar la fotografía detenidamente y marcó de nuevo el número de teléfono; al menos el Marrok no estaría muy satisfecho con toda la publicidad que había atraído el caso. Esta vez descolgaron el teléfono tras el primer tono.
—Tobías.
No se escuchó muy amenazador.
— Me llamo Harry — dijo él, deseando que no le temblase la voz.
Hubo un tiempo, pensó con amargura, en que no tenía miedo ni de su sombra ¿Quién hubiera pensado que convertirse en un hombre lobo lo convertiría en un cobarde? Pero ahora sabía que los monstruos eran reales.
Puede que estuviera enfadado consigo mismo, pero, en aquel momento, no supo qué más decir. Si Rodolphus se enteraba de que había llamado al Marrok, podría dispararse la bala de plata que había comprado meses atrás el mismo y ahorrarle el esfuerzo.
— ¿Llamas desde Chicago, Harry?
Aquello lo sorprendió, pero al instante comprendió que debía de tener identificador de llamada en su teléfono. No parecía enfadado, de modo que supuso que no habría interrumpido nada importante; no se parecía a los otros dominantes que había conocido. Tal vez fuera su secretario o algo así. Aquello hizo que se sintiera mejor. El teléfono personal del Marrok no sería algo que circulara alegremente.
La esperanza de que no estuviera hablando con el Marrok lo ayudó a serenarse; hasta Rodolphus tenía miedo del Marrok. No se molestó en contestar a su pregunta, él ya conocía la respuesta.
—Me gustaría hablar con el Marrok, pero quizás tú puedas ayudarme.
Hubo una pausa, tras la cual, Tobías dijo:
—Yo soy el Marrok, niño.
El pánico regresó con toda su fuerza, pero antes de que pudiera disculparse y colgar, le oyó decir de repente:
—No te preocupes, Harry. No has hecho nada malo. Dime por qué has llamado.
Respiró profundamente, consciente de que era su última oportunidad de ignorar lo que había visto y protegerse. En cambio, le explicó lo del artículo del periódico y que había visto al chico desaparecido en casa de Rodolphus, en una de las jaulas que tenía para los nuevos lobos.
—De acuerdo —murmuró el lobo al otro lado del teléfono.
—No supe que algo iba mal hasta que lo vi en el periódico —dijo él.
— ¿Sabe Rodolphus que viste al chico?
—Sí.
Había dos Alfas en el área de Chicago. Se preguntó cómo sabría de quién estaba hablando.
— ¿Cómo reaccionó?
Harry tragó saliva, intentando olvidar lo que pasó después. En cuanto el colega de Rodolphus intervino, el Alfa había terminado de hacerlo circular a los otros lobos para satisfacer su capricho, pero esa noche Rodolphus sintió que Fenrir merecía una recompensa. No tenía que explicarle eso al Marrok, ¿no?
Este le ahorró la humillación precisando la pregunta.
— ¿Rodolphus se enfadó porque viste al chico?
—No. Él estaba... contento con el hombre que lo había traído.
Fenrir aún tenía sangre en la cara y apestaba a la excitación de la cacería.
Rodolphus también se había alegrado cuando Fenrir trajo a Harry por primera vez. Había sido Fenrir el que se había enfadado; no supo que no iba a ser un lobo sumiso. Los sumisos son los que tienen el rango más bajo de la manada. Fenrir comprendió rápidamente que había cometido un error al Transformarlo. Él también lo pensó.
—Ya veo.
Por alguna razón tuvo la sensación de que así era.
— ¿Dónde estás ahora, Harry?
—En casa de una amiga.
— ¿Una loba?
—No.
Entonces se dio cuenta de que quizás él pensara que le había contado a alguien lo que realmente era, algo que estaba estrictamente prohibido, así que se apresuró a explicarse.
—No tengo teléfono en casa. Mi vecina está fuera y estoy cuidando de su gato. He usado su teléfono.
—Ya veo —dijo él—. Quiero que te mantengas alejado de Rodolphus y de la manada a partir de este momento. Puede que no estés seguro si alguien averigua que me has llamado.
Por decirlo suavemente.
—De acuerdo.
—Por cierto —dijo el Marrok—, últimamente he recibido noticias sobre ciertos problemas en Chicago.
Al comprender que lo había arriesgado todo innecesariamente, no prestó mucha atención a lo que dijo a continuación.
—Normalmente hubiera contactado con la manada más cercana. Sin embargo, si Rodolphus está asesinando a gente, no veo por qué él otro Alfa de Chicago no tendría que saberlo. Puesto que Kingsley no ha contactado conmigo, tengo que asumir que los dos Alfas están involucrados de una manera u otra.
—No es Rodolphus el que está creando nuevos lobos —le dijo ella—. Es Fenrir, su segundo.
—El Alfa es responsable de los actos de su manada —respondió el Marrok con calma—. He enviado a un... investigador. De hecho, aterrizará en Chicago esta misma noche. Me gustaría que te encontraras con él.
Así es como Harry acabó desnudo en plena noche entre dos coches aparcados en el Aeropuerto Internacional de O'Hare. No tenía coche ni dinero para un taxi, pero, trazando una línea recta, su casa solo estaba a unos ocho kilómetros del aeropuerto. Pasaban unos minutos de la medianoche, su lobo tenía el pelaje oscuro y era de complexión bastante pequeña en comparación con los otros lobos, de modo que las posibilidades de que alguien lo viera y pensara que era algo más que un perro callejero eran escasas.
Había refrescado, por lo que temblaba de frío mientras se ponía la camiseta que había traído. No había suficiente espacio en su pequeña mochila para el abrigo tras meter en ella los zapatos, los téjanos y un jersey; todo lo cual era mucho más necesario.
En realidad, nunca había estado antes en O'Hare y tardó unos minutos en encontrar la terminal correcta. Cuando llegó, él ya lo estaba esperando.
Tras colgar el teléfono, se había dado cuenta de que el Marrok no le había dado ninguna descripción del investigador. Durante todo el camino hasta allí había estado dándole vueltas a aquello, aunque realmente no hacía falta. No podría haberse confundido nunca. Incluso en la concurrida terminal, la gente se detenía para mirarle, y poco después apartaban la vista con disimulo.
Los Británicos, no solían llamar tanto la atención como él lo estaba haciendo. Probablemente, ninguno de los humanos que pasaban cerca de él era capaz de explicar por qué sentían aquel impulso, pero Harry lo sabía. Era algo muy común entre los lobos dominantes. Rodolphus también lo ejercía, pero no a ese nivel.
Era alto, incluso más alto que Rodolphus, y llevaba el pelo, de un negro muy intenso, lo suficientemente largo para llegar a la altura de los hombros. Su pantalón de vestir era negro, y parecían nuevos en contraste con sus gastados mocasines. Movió ligeramente la cabeza y las luces hicieron relucir unos pendientes de oro.
Sus rasgos, dominados por la juventud y la piel de pálido color, eran prominentes y recios y reflejaban una opresiva inexpresividad. Sus ojos oscuros viajaban lentamente por la bulliciosa multitud buscando algo. Se posaron en él un instante y el impacto que le provocó lo dejó sin respiración. Entonces su mirada continuó recorriendo la terminal.
Severus odiaba volar. Especialmente cuando era otro el que pilotaba. Había pilotado el pequeño jet hasta Salt Lake City, ya que, de haber aterrizado en Chicago, habría alertado a su presa, y prefería coger a Rodolphus desprevenido. Además, tras la clausura de Meigs Field, había dejado de volar hasta Chicago, y en los aeropuertos de O'Hare y Midway había demasiado tráfico.
Odiaba las grandes ciudades. Había demasiados olores que obstruían su olfato, demasiados ruidos. Captaba fragmentos de cientos de conversaciones diferentes sin pretenderlo, lo que podía impedirle percibir el sonido de alguien acercándose sigilosamente. Alguien chocó con él cuando bajaba del avión y tuvo que contenerse para no devolverle el golpe. Aunque volar a O'Hare por la noche evitaba las aglomeraciones, había demasiada gente para su gusto.
También odiaba los móviles. Cuando encendió el suyo después de que el avión aterrizara, tenía un mensaje de su padre. Ahora, en lugar de dirigirse hacia el mostrador de alquiler de coches y después a su hotel, debía encontrar a un hombre y quedarse con él para evitar que Rodolphus o los otros lobos lo mataran. Todo lo que tenía era un nombre de pila. Tobías no había creído necesario darle una descripción.
Se detuvo tras la puerta de seguridad y dejó que su mirada fuera a la deriva, esperando que su instinto diera con el hombre. Podía oler la presencia de otro lobo, pero la ventilación del aeropuerto bloqueaba su habilidad de localizar el rastro. Su mirada se posó primero en un joven con aspecto americano, pelo revoltoso de color negro azabache y aspecto de alguien que es golpeado con regularidad. Parecía cansado, frío y demasiado delgado. No le gustó lo que vio. Demasiado enfadado para estar seguro, se obligó a mirar a otro lado.
Había un hombre enfundado en un traje que armonizaba perfectamente con su piel color chocolate. Aunque no tenía aspecto de llamarse Harry, parecía ser el tipo de persona que desafiaría a su Alfa y telefonearía al Marrok. Era evidente que estaba buscando a alguien. Hizo ademán de dirigirse hacia él, pero su rostro se transformó al no reconocer en él a la persona a la que había estado esperando.
Inició un segundo barrido de la terminal cuando, desde su izquierda, una voz delicada e insegura dijo:
—Señor, ¿acaba de llegar de Escocia?
Era el chico de pelo color negro. Debió de acercarse a él mientras miraba hacia otro lado, algo que no hubiera podido hacer de no estar en medio del maldito aeropuerto.
Al menos no tenía que buscar más al contacto de su padre. Con el tan cerca, ni las corrientes de ventilación podían ocultar que era un hombre lobo. Pero no fue solo su olfato el que le dijo que era algo más que aquello.
Al principio pensó que era sumiso. Muchos hombres lobo eran más o menos dominantes. La gente dulce por naturaleza no estaba suficientemente preparada para sobrevivir al brutal cambio de humano a licántropo. Por eso existían tan pocos hombres lobos sumisos.
Entonces comprendió que el repentino cambio de humor y su deseo irracional de protegerlo de la multitud que les rodeaba eran indicios de algo más. Aunque muchos se equivocaban con él, no era un lobo sumiso: era un Omega.
Justo entonces supo que, aparte de la misión que le había llevado a Chicago, iba a matar al responsable de aquellos moretones.
