ACLARACIÓN DE AUTORA: La historia es completamente mía y los personajes son de Sthefenie Meyer.


CHAPTER I

El sonido de las agujas del reloj se oía a lo lejos. Pero en realidad estaba bastante cerca, colgado de la pared del despacho a tan solo unos metros de él. El cuarto era espacioso y acogedor, un digno entorno de lo que había estado llevando a cabo por más de seis años. Respiró despacio, lento, casi con dolor. Hasta cerrar los ojos. Sintió cada movimiento del tiempo como afiladas dagas en su pecho. Charlie Swan sabía que tenía los minutos contados.

Lo había jodido a lo grande. Él lo sabía. Su jefe lo sabía, y lo peor de todo, era que La Bestia, también lo sabía.

La puerta se abrió con prisa y abrió los ojos de inmediato. No creía que fuera tan pronto, pero lo adivinó mucho antes de que su hija pudiera soltar las palabras asustadas.

-¡Padre, hay hombres entrando, por toda la casa!

Se puso de pie tan rápido como pudo y se acercó a su pequeña niña. Su hija era el vivo retrato de su difunta esposa, la cual había amado con locura y pasión. Pero ahora solo se reducía a esa inocencia pura y angelical que se había negado a corromper. Años antes había aceptado tomar cualquier riesgo, él era un hombre duro y eficiente. Pero lo había hecho sin siquiera considerar el futuro. El de nadie. Cuando realmente entendió su error, era demasiado tarde y estaba arriesgando lo único que le importaba. Su hija.

Tomó su rostro entre ambas manos y calmó sus nervios con una lenta sonrisa.

-Lo sé, cariño. No vienen por ti, vienen por mí. Ahora escuchame bien, quiero que entres en ese armario y no salgas pase lo que pase.

Isabella no era tonta. Era la más lista de su clase y poseía una visión muy amplia de la realidad. Sabía que algo andaba mal a su alrededor, su padre ya no era el mismo de antes y ahora, solo podía decir que se veía derrotado. Abatido y triste. Ella se aferró a sus muñecas.

-¿Qué es lo que está sucediendo?

Los gritos comenzaron a ser vociferantes y se le aceleró el corazón. Estaban cerca, los ruidos de pies en la escalera le quitaban el aliento. Charlie miró de nuevo a su hija. La memorizó tan bien como pudo. Sonrió.

-Lo arruiné, lo siento. De verdad. Ahora métete allí y no salgas. Que no te encuentren, Bells.

Lo último que quería era ponerse a llorar como una niña histérica. Sentía la intensa necesidad de hacerlo y de aferrarse a lo único seguro. Pero su padre ya no se sentía tan seguro. La llevó hasta el armario y antes de dejarla dentro le presionó la mano derecha con fuerza, más de la necesaria y la miró a los ojos.

-Nunca olvides esto, Isabella Marie Swan. Tu cabeza es importante, tienes las respuestas y sabes dónde encontrarlas en caso de que alguna vez las necesites.

A continuación, citó una de las frases más conocidas y amadas por ella. Eran de su libro preferido. No entendió y dudó de que en algún momento pudiera entenderlo, pero Charlie ya la había dejado encerrada a solas en la oscuridad.

-Te amo, cariño. Lo siento...

Susurró tan bajo que apenas lo oyó.

El silencio reinó por un minuto. Al siguiente, la puerta se abría con ferocidad y pudo imaginar cómo varias personas entraban de manera violenta. Cerró los ojos y se acurrucó en su espacio, deseando por el bienestar de su padre.

Charlie se encontraba sentado con dignidad en su mesa de roble pesado, la silla de cuero se encontraba rígida y su mirada había perdido toda calidez humana. Ahora miraba con neutralidad al hombre frente a él. La Bestia.

Éste rió a medias, curvando su labio hacia el lado izquierdo a su propio modo de sonrisa. Era un hombre alto y fornido, más de lo que se había imaginado. Vestía un equipo negro, pantalones anchos y ajustados a su cintura. Su chaleco contra balas y guantes negros. Cargaba una ametralladora de guerra en sus brazos, la que bajó e hizo a un lado. Pareció una señal para que seis armas lo apuntaran de golpe. Tenía los flancos cubiertos. No podría moverse sin ser herido a menos que quisiera. Y quería.

-Finalmente haces una aparición en persona, Bestia.

El hombre se acercó con lentitud, quedando a dos metros de él. Su entereza lo distinguía de los hombres que estaban con él. Algo que él sabía bien, y eso mismo lo había convertido en el enemigo de ese hombre.

-Me obligaste a hacerlo.

Su voz era gruesa y brutal, pero la lentitud con la que arrastraba las palabras le daba clase. Una elegancia que no debería tener un asesino narcotraficante.

-Lo hice.

Susurró. Sabía que lo había hecho. Pero no por intención propia, había sido un error. Y si ese hombre no desconfiara de todo el maldito mundo, jamás lo hubiera descubierto. Pero allí no había amigos, eran todos rivales.

-De acuerdo, hagamos esto rápido. Vine por lo que es mío, y tú...

Se acercó a él a menos de medio metro a través de la mesa de escritorio.

-...sabes cómo termina esto ¿cierto?

Charlie no dejó de mirar sus ojos. Sin un rastro de culpa, eran pura decisión y determinación. Ambos sabían cómo terminaba. No iba a perdonarle la vida, jamás lo haría. Simplemente, porque una persona con información siempre es peligrosa no importa bajo cuántos juramentos estén.

-Lo sé.

Se puso de pie. La Bestia detuvo a sus hombres quienes cargaban armas, asintió en su dirección. Con la autorización para moverse, se acercó a la caja fuerte y tomó el bolso negro. Lo dejó frente a él y lo miró a los ojos. Algo que el rudo hombre siempre apreciaba, el valor hasta en la última instancia de vida.

-Esto es todo.

La pregunta pasó por sus ojos. Charlie lo movió hasta él.

-Todo lo que es tuyo.

La Bestia empequeñeció sus ojos.

-¿Cómo puedo estar seguro de eso?

Charlie se enfureció internamente. Estaba malditamente seguro de que era todo lo que le correspondía a La Bestia. James Sutherland aún estaba con vida por ahí, programando un atraco. Pero Charlie lo había cobrado con su mejor arma. Su inteligencia. Aunque todavía quería poner las manos sobre su cuello y verlo perder completamente el aire de sus pulmones.

-Dentro está el encargo de pasta que se desvió a cargo de James, y la cuenta bancaria con el dinero. Retíralo antes de que sea demasiado tarde. Los contactos pueden ser poderosos.

-Siempre había admirado tu valentía ¿pero joder a uno de los tuyos? Eso está fuera de los códigos.

Charlie se enderezó. Bloqueando sus sentimientos, así como sus pensamientos.

-Tengo mis razones.

-Todo el mundo las tiene.

-No a las mías.

El hombre se alejó con la bolsa en mano y retrocedió. Los tres hombres de su derecha cargaron armas. La Bestia lo miró desde su lugar en el centro del despacho. Se sentía tan confundido con respecto a ese hombre que en verdad quería dejarlo vivo y hacerle unas cuántas preguntas que llevaban corriendo por su mente hacía un mes. Pero lo hecho, estaba hecho. Swan había jodido las reglas del juego y sabía demasiado. Desconocía para qué lado estaba contando, pero allí no se atrevía a averiguarlo. Ni mucho menos a solas.

-¿Listo?

Charlie hizo un amague de sonrisa, allí de pie.

-Nunca se está listo para esto.

Malditamente de acuerdo con eso, se alejó un paso más. Los hombres de su izquierda cargaron armas. Un paso más y Charlie Swan sería un colador en el recuerdo. Un fuerte gemido, similar al de un chillido lo detuvo en seco. Se giró hacia su costado al tiempo que la puerta del armario se abría de par en par. Tres de sus hombres apuntaron a la pequeña chica llorosa que salía desesperada hacia Charlie.

Dio una indicación de clamar el fuego y él mismo detuvo a la chica del brazo. Miró a Charlie. Con sus ojos desorbitados, pálido y desenfocado mientras sus ojos se perdían en la chica. Volvió la vista hacia ella. Luchando contra su fuerza por apartarse.

-¡No lo hagas! ¡Por favor! ¡No lo mates!

Los dramas femeninos no eran su fuerte. Ver una mujer llorosa le daba por las pelotas. Pero cuando su vista se fijó directo en sus ojos, todo dio un giro y pareció golpearlo antes de estabilizarse. Enderezó a la chica y admiró su bello rostro bañado en lágrimas, ojos enrojecidos y llanto prominente unido a las súplicas constantes.

-No la lastimes.

Murmuró. Fue todo lo que Charlie pudo modular. La Bestia enderezó a la chica con su brazo libre y ella seguía sin mirarlo.

-¿Quién es?

-Mi hija.

Se giró para hacer una señal a su mano derecha y él la tomó en sus brazos. La pelea entre ambos comenzó a ser realmente interesante, la pequeña fierecilla no se rendía y eso era ciertamente gracioso.

-¡Contrólate o terminaré contigo también!

Afirmó con autoridad. Ella lo miró entonces con ferocidad y enojo. Lejos del miedo, más bien cerca de la irritación. Entonces se dirigió hacia Charlie. Ambos sabían lo que el hombre estaba pensado.

-No lo hagas, no la lastimes. Ella no sabe nada. Nada.

-Ahora lo hace.

-Pero no entiende.

El custodio de la chica había dejado de luchar. Bestia se giró hacia la chica, temblaba de pies a cabezas por más que su mirada era fuerte y su presencia era imponente. Su mirada se desvió hacia sus brazos desnudos, más específicamente el izquierdo. Moratones cubrían su nívea piel, así como un corte feo que se veía en línea recta, sobresaliendo del cuello de su camiseta, desde su clavícula hasta la base de su cuello. Inexplicable furia le llenó el cuerpo y se giró hacia Charlie.

-Dame una sola razón para no terminar contigo con mis propias manos.

Charlie no perdió la calma, a diferencia de eso, lo miró fijamente.

-Ella es inocente.

Tras un breve entendimiento, La Bestia captó el mensaje. Ella ciertamente no tenía nada que ver en aquello y él, no sería capaz de herir a su propia hija por la que estaba implorando mantener con vida. Miró a su mano derecha y le indicó que la llevara afuera.

-¿Qué? ¡No! ¡Padre!

Charlie le sonrió despacio.

-Haz lo que te dicen, estarás bien. Te amo.

Impactada. Estaba impactada. Se dejó arrastrar hacia atrás hasta que perdió de vista a su padre. La puerta se cerró frente a ella y comenzó a sentir un hormigueo conocido en todo su cuerpo. Recordó que había estado estudiando hasta tarde, sin comer hasta el mediodía cuando se entretuvo con un libro por horas junto a la ventana de la biblioteca y luego sucedió lo de la llegada de los hombres vestidos de negro. Entonces supo que aquello era demasiado para ella. El cosquilleo se volvió intenso y su vista se volvió negra.

La Bestia seguía esperando una respuesta convincente.

-No me importa lo que hagas conmigo, pero no le hagas daño a ella.

-Sabe demasiado, me ha visto y podría correr hacia la policía. ¿Sabes lo que eso significa?

-Lo sé, por favor, es lo último que pido. Que la mantengas con vida.

-No te debo nada, al contrario, tú me lo debes a mí y por qué yo debería mantenerla con vida si no es mi responsabilidad. Sabes cómo funciona, Charlie, malditamente bien. Ella tiene el mismo destino que tú.

-Podría darte algo a cambio.

Su voz sonaba desesperada. Bestia era un buen lector corporal y ese hombre, estaba dispuesto a mancillarse a sí mismo con tal de salvarla. Se mantuvo en silencio, obtener algo siempre era benéfico. Ambos sabían que el destino de la chica corría por un camino, y era difícil de ponerlo en otro.

-Tengo la lista que James codicia, las líneas privadas pinchadas y los registros de su participación.

Una jodida joya.

-¿Estás poniéndole precio a la vida de tu hija?

Charlie cerró los ojos, negó despacio y luego los abrió.

-Solo estoy rogando que no la mates y dándote lo último que tengo.

Sabía que tenía dinero, pero La Bestia no era un corrupto por dinero. Mejor dicho, no tenía idea de cuál era su motivación. Solo esperaba que lo oyera y sus esfuerzos salvaran a Isabella. Lo que más quería en el mundo y no merecía aquello en lo que estaba metida sin tener derecho a elegir.

El hombre asintió.

-Hecho. Pero eso es solo una parte del trato.

Se acercó hacia él.

-Harás algo por mí.

Con una esperanza creciente, un dejo de alivio y finalmente con resignación, estuvo de acuerdo.

-Dime lo que quieres.