DISCLAIMER: Todo lo reconocible pertenece a J.K. Rowling, el resto es mío. Si Remus y Tonks hubieran sido idea mía, nunca se me hubiera ocurrido matarlos xD.

AVISO: "Esta historia participa en "Desafiando tu imaginación" del Foro "Hogwarts a través de los años".

NOTA: Esto es un WI en el que Remus y Tonks no murieron en la Batalla de Hogwarts y viven felices con Teddy.

Esta historia ha sido beteada por la magnífica y maravillosa LadyChocolateLover, que tiene una paciencia más que infinita conmigo. Se lo dedicaría, pero me dijo que no quería ni muerta un fic en el que hubiera Ronmione, así que nada. Pero nos queremos igual y somos OTP hasta el fin de los tiempos.

Y sin más, os dejo para que leáis lo maravillosos que son Remus y Tonks con su hijo.


VIVIENDO CON LOS LUPIN


Capítulo 1: Pastel de chocolate y helado de nubes

Nymphadora Tonks se levantó exactamente a las seis menos cuarto de la mañana. Fue hasta la cocina con todo el sigilo del que fue capaz —teniendo en cuenta su torpeza, eso ya era un logro— y sacó de la nevera la tarta que había pasado media noche haciendo. Sacó las once velas del cajón y las puso en el centro.

Incendio —susurró. Las velas se encendieron de golpe, iluminando la cara de Tonks, que sonrió con deleite—. Perfecto.

Cogió la tarta con todo el cuidado del mundo y subió las escaleras a un paso ridículamente lento, levantando mucho los pies y apoyando primero los dedos para no hacer ruido. Por supuesto, hubiera podido utilizar un hechizo silenciador, pero no confiaba en sus manos para sujetar una tarta y una varita a la vez.

Abrió la puerta con el cartel de TEDDY en letras de colores. El interior estaba sumido en la oscuridad, pero la luz de las velas dejaba entrever una figura tumbada de lado en la cama. Solo sobresalía una mata de pelo azul.

—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritó Tonks con todas sus fuerzas.

El pequeño cuerpo de la cama ni se inmutó. Tonks resopló; ¡tanto sigilo para nada! Se sentó encima de la cama y empezó a dar pequeños saltitos.

—Mmmm —murmuró el niño.

—¡Venga, Teddy, es tu cumpleaños! ¡NO TODOS LOS DÍAS SE CUMPLEN ONCE AÑOS!

Tonks estaba realmente emocionada, pero Teddy no tanto. El niño se incorporó y la miró con los ojos vidriosos. Bostezó.

—Mamá, son las… —Miró su despertador— ¡seis de la mañana! —rezongó. Volvió a tumbarse—. Déjame dormir un poco más…

Tonks dejó la tarta encima de la mesilla de noche y subió la persiana, dejando que la luz del sol iluminara toda la habitación. Teddy volvió a gruñir mientras se escondía aún más debajo de las sábanas.

—¡Arriba, Edward Remus Lupin!

Tonks se tiró en plancha encima de la cama y empezó a hacer cosquillas a su hijo, quien se retorcía mientras reía sin parar. Al final, Teddy sacó la cabeza rematada por una melena azul de debajo de la colcha, resoplando.

Miró a su madre y después a la tarta.

—¡Chocolate! —exclamó con entusiasmo. De repente, ya no tenía sueño. Frunció el ceño—. ¿Y papá? —preguntó.

La sonrisa de Tonks vaciló.

—Ya sabes que esta semana había luna llena. ¡Pero volverá dentro de poco! —intentó sonar despreocupada, pero su hijo ya había puesto una expresión triste.

—Se ha perdido mi onceavo cumpleaños…

Tonks lo abrazó con fuerza y puso las manos en sus mejillas. Cuando no cambiaba el color de sus ojos a voluntad, Teddy tenía los mismos ojos que su padre.

—Cariño, sabes que él querría estar aquí más que nada, pero no puede.

Un repiqueteo en la ventana interrumpió la conversación. Tonks miró a su hijo con alegría contenida y observó la hora: las seis y tres minutos. Teddy tenía once años oficialmente.

El niño se levantó de un salto y abrió la ventana. Una lechuza gris revoloteó por la habitación antes de posarse encima del respaldo de la silla del escritorio. Llevaba una carta en el pico.

Teddy miró a la lechuza y luego a su madre, sin saber bien qué hacer.

—¡Vamos, cógela!

La mujer estaba a punto de llorar, pero se obligó a contenerse: no quería romper la magia del momento. En su lugar, esperó, nerviosa, mientras cambiaba el peso de un pie al otro.

—¡Mi carta de Hogwarts, mi carta de Hogwarts!

—¡Tu carta de Hogwarts! —repitió Tonks, chillando.

Los dos empezaron a saltar por la habitación mientras reían y Tonks lloraba a la vez. En ese momento, oyeron cómo la puerta de casa se abría y una voz gritaba:

—¿¡Qué me he perdido!?

Madre e hijo bajaron los escalones de dos en dos para recibir a Remus, quien, pese a su aspecto cansado, tenía un brillo especial en la mirada.

—¡Mira, papá, es mi carta de Hogwarts!

Remus levantó a su hijo en brazos y lo abrazó. Después, cogió la carta y la leyó en alto:

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería… ¡Wow, así que es auténtica! —Miró a su hijo—. Parece que tu madre no va a tener que falsificarla después de todo.

—¡Eh! Mira a tu padre, Teddy, qué poca confianza tiene en mí…

—¡Pero si tú misma lo dijiste, mamá! «¡En caso de que no te manden tu carta, cariño —El pelo de Teddy se volvió del mismo tono rosa que el de su madre—, yo misma te escribiré una!».

Remus soltó una carcajada mientras su esposa resoplaba.

—Para recordar eso sí que tiene memoria, pero cuando le digo que no se coma la quinta madalena de chocolate porque después le dolerá la tripa, ahí es como si hablara con las paredes. ¡Esto es culpa tuya! —Golpeó a su marido repetidamente en el brazo.

—¡La tarta! —exclamó Teddy, acordándose de repente de que su madre había preparado su tarta favorita—. ¡Voy a por ella!

Antes de que Remus pudiera advertirle que tuviera cuidado —había heredado la torpeza de su madre—, el niño ya estaba en el piso de arriba.

Remus se sentó en una silla de la cocina y suspiró. Pasada la emoción, Tonks se dio cuenta de que su marido había pasado la noche fuera, convertido en hombre-lobo; debía de estar exhausto. Se sentó en su regazo. Pasó las manos alrededor de su cuello y apoyó la mejilla en su cabeza.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Me he perdido su cumpleaños —dijo el hombre, molesto. Tonks sabía, después de tantos años juntos, que el reproche siempre iba para él mismo.

—No ha sido culpa tuya. Además, no es como si no fueran las seis de la mañana: ¡tenemos todo el día por delante!

Remus sonrió, agradeciendo mentalmente tener a aquella maravillosa mujer a su lado; se dieron un beso en los labios, pero en aquel momento apareció Teddy, que exclamó:

—¡Ugh!

Sus padres rieron. Tonks se levantó y cogió unos platos del armario mientras Remus cortaba la tarta.

—No comas mucho, Teddy. —Remus y Tonks se miraron y reprimieron una sonrisa—. No querrás ponerte malo esta tarde…

El niño abrió mucho los ojos.

—¿¡Vamos a ir!?

—Dale las gracias a tu madre, que lleva un mes insistiendo —gruñó Remus, con el ceño fruncido, pero sonriendo.

El niño insistía cada año en ir al Callejón Diagón por su cumpleaños —pese a que nació en abril— a comerse un helado de Florean Fortescue. Le daba igual que sus padres repitieran una y otra vez que hacía demasiado frío para comer helado o que el señor Fortescue no preparaba helados hasta junio. Al final, siempre celebraban una fiesta sorpresa en casa; Teddy se sentía un poco decepcionado por no tener su helado, pero se le olvidaba en cuanto veía el enorme pastel de chocolate.

Al final, Remus, acosado por su mujer, había acudido a hablar con Florean y el hombre, que conocía a Teddy por ser «el niño con el pelo de colores que mira los helados como si fueran lo más hermoso del mundo», accedió a abrir el local solo para ellos.

~ · · · ~

El señor Florean empezaba a arrepentirse de haberse dejado convencer por Remus Lupin para abrir su heladería. El lugar era un caos de niños —casi todos emparentados de alguna forma— que gritaban y corrían entre las mesas.

—Admítelo —dijo Tonks.

Remus miró de reojo a su esposa, pero permaneció impasible.

—¿El qué? —fingió no entender nada.

Tonks puso los ojos en blanco.

—¡Mi idea es genial! Mira a Teddy, qué feliz está.

Era cierto: Teddy no paraba de reír mientras jugaba con Victoire, que tenía un par de años menos, y James, que intentaba alcanzar a los niños mayores aunque corrieran más que él. El niño tenía cinco años, pero era tan cabezota como su padre. Bueno, y su madre. Y sus abuelos también. Vale, visto así, la determinación le venía en la sangre.

—No sé de quién ha sido la loca idea. —Bill Weasley se acercó a la pareja; rio al ver a Remus señalar a su esposa sin que ella se percatara—, pero es genial. Aunque Fleur me está preocupando… —La mujer, que iba por su tercer embarazo, comía helado de chocolate con un ansia anormal.

—¡Oh, eso no es nada! Cuando Ginny estaba embarazada, le apetecía pastel de calabaza a todas horas. Y eso que no le gusta —intervino Harry, que llevaba en las manos el regalo de su ahijado. Tenía la sospechosa forma de una escoba.

—¡Tío Harry! —exclamó Teddy nada más ver al hombre. O más bien, nada más ver la escoba envuelta en papel rojo brillante. La desenvolvió con ansias y cuando la vio, sus ojos brillaron con emoción—. ¡Mira, papá, una Nimbus 2003!

—Me apuesto diez galeones a que intenta estrenarla antes de dos horas —dijo su padre.

—¡Remus Lupin! ¡Qué vergüenza! —exclamó Andrómeda—. ¿Después de tantos años, aún no sabes que estará subido encima en media hora?

Andrómeda Tonks miró amorosamente a su nieto. La mujer idolatraba al niño; aunque a veces se quejara de que había salido tan impulsivo como su madre, solo hacía falta que Teddy sonriera para que se le cayera la baba con él.

—¡Hola! ¡Sentimos llegar tarde! —El matrimonio Weasley llegó en ese momento. Ron llevaba de la mano a Rose, que tenía tres años, mientras Hermione cargaba con Hugo, que apenas llegaba al año—. Bonito pelo, Tonks.

—Gracias —respondió esta, orgullosa de que por fin alguien se hubiera dado cuenta. Le había parecido una buena idea cambiarse el color de pelo a tonalidades de marrón, rosa, azul, verde, amarillo, naranja… para así combinar con la variedad de helados.

Tenía casi cuarenta años, pero seguía conservando su espíritu veinteañero. Y aunque Remus se quejara, Tonks sabía que eso era lo que más le gustaba de ella.

—Por cierto, Teddy ha recibido esta mañana su carta de Hogwarts —anunció Remus sin poder contener su orgullo.

Todos los felicitaron.

—¿Para qué casa creéis que lo seleccionará el Sombrero? —preguntó Harry.

Ah, la pregunta del millón.

—Gryffindor.

—Hufflepuff.

Ambos padres se miraron con escepticismo ante la respuesta del otro.

—Yo fui a Hufflepuff y Teddy también irá, estoy segura. —Tonks se cruzó de brazos, como si su argumento fuera definitivo para decidir el destino de su hijo.

—¿Ah, sí? ¿Y en qué te basas, si se puede saber? Porque ese argumento también podría aplicarse a mí, Nymphadora —replicó Remus. Siempre que quería enfadar a Tonks, la llamaba por su nombre de pila. A pesar de que ella sabía que lo hacía a propósito, siempre saltaba.

—¡No me llames Nym…!

—Queridos, queridos, no discutáis —cortó la madre de Tonks—. No sirve de nada anticiparos al futuro; el Sombrero Seleccionador suele hacer lo que quiere, así que…

—¡Teddy, ven! —llamó Tonks, decidida a no dejarlo estar. El niño, que tenía la cuchara del helado a medio camino de su boca, la volvió a dejar con fastidio en la tarrina y se acercó al grupo de adultos—. ¿A qué casa quieres ir en Hogwarts?

El niño miró la multitud de rostros que lo observaban, expectantes, y se encogió de hombros.

—Me da igual: me gustan todas.

—¡Ese es el espíritu! —dijo Hermione—. Aprended de Teddy.

—Bueno, da igual. Con que sea feliz en la casa que le toque… —cedió Remus.

—Eso lo dices porque sabes que irá a Hufflepuff —respondió Tonks con una sonrisa de superioridad.

—Si va Gryffindor, voy a estar llamándote Nymphadora un año entero —amenazó él.

—Pues yo creo que podría ir a Ravenclaw —comentó Bill, robando una cucharada de helado a Fleur, que lo fulminó con la mirada.

—Ni hablar —dijo Harry—. Irá a Gryffindor seguro.

—¡Gracias! Por fin alguien con sentido común. —Remus palmeó la espalda de Harry.

—¿Puedo irme ya a jugar? —intervino Teddy. Los adultos, que habían olvidado que el niño seguía allí, estallaron en carcajadas.

—Claro, cariño.

—¿Y puedo estrenar la escoba? —preguntó con una sonrisa todo dientes. Se guardaba esa sonrisa cuando quería algo de sus padres. Parpadeó y puso cara de buen niño hasta que su padre suspiró y asintió.

—Creo que tiene espíritu de Slytherin… —dijo Ron, riendo entre dientes.

Al final, cambiaron a temas más agradables, amenazados principalmente por Andrómeda, que había sacado su varita y los había apuntado con ella, alegando que «No vais a arruinar el cumpleaños de mi nieto preferido». Remus estuvo a punto de señalar que no tenía más nietos, pero una mirada de Tonks le previno de hacerlo. «Recuerda que mi madre es una Black y estuvo en Slytherin», advirtió en un susurro. «Sabe lanzar una imperdonable más rápido de lo que tardas tú en parpadear».

Remus miró el reloj por enésima vez en media hora. Siempre que había luna llena, estar cerca de gente lo ponía nervioso, aunque todavía fuera media tarde.

—Relájate, Remus —susurró Tonks, cogiendo su mano—. Apenas son las cuatro y media. Tenemos tiempo. —Con un dedo, giró suavemente la cabeza de Remus para que observara a su hijo—. Disfrutemos un poco más.

Remus sonrió mientras pasaba un brazo alrededor de su cintura; ella apoyó la cabeza en su hombro.

—Cómo ha crecido, ¿verdad? Dentro de poco ya no lo tendremos por casa, despertándonos a las ocho los domingos…

—Robándome la varita y lanzándola como si fuera un palo para que el perro del vecino se la trajera…

—Comiéndose el chocolate que tenía escondido en mi mesa…

Ambos sonrieron.

—Pero da igual, siempre será nuestro niño.