REMINISCENCE

La reminiscencia es un recuerdo impreciso de un hecho del pasado, una imagen del pasado que viene a nuestra memoria. Es lo que sobrevive de una cosa y sirve para recordarla. algo que nos recuerdo a otra pasada.

Así será como funcionará está historia. Cada capítulo irá seguido de otro que compartirá sentido con el anterior, una especie de recuerdo que apela al capítulo anterior. Cada capítulo irá seguido de su propio acto de reminiscencia.

¡Disfruten!

Capítulo uno (I)

La casa seguía siendo la misma de siempre, pensó Sirius. Jamás pensó en volver, jamás pasó por su cabeza la idea de volver a entrar en aquella oscura casa a la que nunca llamó hogar. Entrar por aquella puerta embellecida por contornos de oro, robusta y desdibujada por los años lo transportó de inmediato a un pasado tan lejano del que sólo atesoraba malos recuerdos. En las paredes estaba escrito el recuerdo de su vida dentro de aquella lúgubre casa. El polvo decoraba los muebles, las telarañas revestían las esquinas más oscuras y lo que antaño fue esplendor y gloria, ahora relucía inerte, resquebrajado, roto y sin vida.

Grimmauld Place había estado deshabitado durante casi diez años, desde la muerte de sus padres. Siendo él el último heredero de la familia Black vivo, lo heredó todo.

—Los huesos de mi madre se están revolviendo en su tumba ahora mismo —dijo Sirius, dibujando una pequeña sonrisa maliciosa en los labios—. Me apuesto lo que sea a que no tardará en despertar su retrato del pasillo.

—Siempre he querido conocer a tu madre —dijo Remus a su lado.

—No sabes lo que dices.

—Vamos, tenemos que comprobar que no haya nadie antes de que lleguen los de la Orden. Estarán a punto de llegar —dijo Remus con una sonrisa, amenizando la situación—. ¿Por donde quieres empezar?

—Comprobemos primero el comedor y la cocina.

Ninguno de los dos había tenido mucho tiempo para hablar después de todo lo que había pasado. Después de escapar de los dementores, Sirius había estado escondido en una cueva húmeda y oscura durante meses hasta que Dumbledore fue en su busca. Se había escondido durante unas noches en casa de Remus transformado en perro para que nadie pudiera reconocerlo, ni magos ni muggles. Y ahora que la Orden volvía a estar en activo y Sirius era el legitimo heredero de Grimmauld Place y de todo lo que había allí dentro, decidió cederla como cuartel general.

Los dos amigos caminaron pegados, el uno muy cerca del otro, sus manos se rozaban al andar. El tiempo que pasaban juntos parecía transportarlos a otro lugar, a un pasado lejano. Mantenían las distancias como si se trataran de mantener el equilibrio en una balanza.

Entraron en el comedor, como tantas veces Sirius había hecho, desdibujando la sonrisa burlona que había aparecido en su rostro al pensar en los huesos de su madre. Por un momento pensó que volvía a tener dieciséis años y que entraba airoso en el comedor y se encontraba a sus padres. Su padre solía sentarse en la butaca de piel oscura justo a la chimenea, fumando un enorme puro que dejaba un amargo olor por toda la estancia. Su madre, tendría la aguileña nariz sumergida en el Profeta, mientras despotricaba contra cualquier asunto que le pareciera ofensivo. Su hermano, joven y delgado, estaría dándole la razón a las divulgaciones de esa vieja arpía.

El polvo dibujaba sus figuras en la mente dañada de Sirius Black, pero en el comedor no había nadie.

—Sirius... —le llamó Remus desde la puerta de la cocina—. ¿Qué haces ahí parado?

Homenum Revelio —dijo agitando su varita, pero no sucedió nada—. Quería comprobar una cosa.

Por un momento, Sirius pensó que los fantasmas de su pasado podían llegar a materializarse, pero no lo hicieron. Solo estaban Remus y él, que caminó hasta Sirius y lo cogió de la mano. Sentía su tristeza, podía ver sus ojos apenados. Remus conocía a Sirius lo suficiente como para apreciar el dolor dibujado en su rostro, sabiendo que su familia siempre había sido su más oscura debilidad.

—Vamos, Sirius —su mano lo trajo de vuelta al mundo real. El tacto de la mano de Remus sobre la suya hizo que Sirius saliera de aquel borroso recuerdo polvoriento y descolorido—. Vamos a ver en la cocina. Dumbledore nos dijo que podríamos encontrarnos con...

—¡Kreacher no cree lo que ve! El amo Sirius en casa —el anciano elfo descendió por las escaleras, agarrándose a las columnas para no caer y mirando con asco a los dos huéspedes que estaban de píe en medio del comedor con las manos entrelazadas—. ¡Oh, amo Sirius! ¡Kreacher vive para servir a la Noble Casa de los Black y si su pobre ama supiera que el amo Sirius ha vuelto! ¡Pobre Kreacher, que diría su ama si llegara a saberlo!

—¡Cállate, Kreacher! —gritó Sirius, que había vuelto en si—. Soy el heredero ahora. No quiero volver a oír hablar de mi madre, esta bien muerta.

El elfo se acercó hasta ellos.

—Por supuesto, amo Sirius… heredero de los Black —murmuró con desgana—. ¡Kreacher servirá, pero no podrá olvidará a su ama! Arrogante niño malcriado, rompió el corazón de su madre cuando se fue de casa… —Kreacher hablaba entre dientes, parecía que estuviera hablando solo, creyendo que nadie lo escuchaba.

—Podrías haber limpiado la casa, Kreacher —dijo Lupin, queriendo cambiar de tema—. ¿Qué has estado haciendo todos estos años?

—¿Cómo se atreve el hombre lobo a dirigirse al pobre Kreacher? ¡Oh, que atrevimiento el malnacido amo Sirius, que trae a su asqueroso amigo híbrido! Si mi pobre ama supiera la escoria que ha traído el amor Sirius a su casa…

Sirius estuvo a punto de abalanzarse sobre el elfo, pero Remus lo sujeto.

—Sirius, ha perdido la cabeza… ¿No lo ves? —le susurró Remus—. No perdamos el tiempo con él. Ordénale que vuelva a su dormitorio y que nos deje comprobar el resto de la casa sin que nos moleste.

—Solía dormir en uno de los armarios de la cocina, bajo el fregadero —Sirius asintió y miró al elfo, que daba brillo con un trapo sucio a algunos de los objetos sobre la mesa junto a la butaca de piel de su padre—. Kreacher, vuelve a tu armario. No salgas de ahí hasta que te lo diga.

—Cómo el amo Sirius ordene —Kreacher cogió un marco de fotos que había sobre la mesita y la intentó ocultar con el brazo mientras caminaba con torpeza hasta la cocina.

—Déjame ver eso, Kreacher —dijo Sirius antes de que el elfo saliera por la puerta. Caminó hasta él murmurando maldiciones, como si pensara en voz alta.

—Es una vieja fotografía, amo Sirius… Nada importante.

Sirius cogió el polvoriento marco de oro, el cristal estaba tan sucio que apenas podía distinguirse con precisión la imagen. Si Sirius no conociera a la perfección los rostros que en ella aprecian, se le hubiera hecho imposible distinguirlos. Eran ellos cuatro, sus padres, su hermano y él. Una vieja fotografía en blanco y negro que se movía, pero ninguno de los cuatro sonreía. Sirius recordaba aquel día, cuando su madre insistió en que se vistiera como un digno heredero de la Noble y Ancestral Casa de los Black y el aceptó, pero solo si debajo podía seguir llevando su camiseta de los Rollings.

—Toma, Kreacher —Sirius le devolvió la fotografía—. Puedes conservarla de momento, hasta que prenda fuego a todas las cosas de esta casa… Aprovecha el tiempo que te queda rodeado de toda esta mierda.

Kreacher salió corriendo hasta su hueco bajo el fregadero, con el marco de fotos apretado contra el pecho.

—No ha perdido la cabeza —le dijo a Remus—. Siempre ha sido así, no ha cambiado en absoluto.

—Tubo que ser una maravillosa compañía cuando eras pequeño…

—No sabes cuanto.

Siguieron caminando por la planta baja, examinando cada rincón de manera exhaustiva. Vigilaban cada paso que daban, con las varitas en alto y los ojos bien abiertos. Nadie había estado allí en mucho tiempo, a parte de Kreacher y la suciedad y el polvo que aturdía sus sentidos.

—Subamos —dijo Sirius al llegar a las escaleras y a ver comprobado toda la planta baja—. Creo que he oído algo.

Remus siguió sus pasos mientras subía por las escaleras. En el segundo piso escucharon unos golpecitos, lo que parecía el golpeteo o el crujir de la madera. Sirius vio como uno de los muebles adosados a la pared se movía, uno de los cajones intentaba abrirse torpemente.

Los dos hombres se acercaron con lentitud.

—Ya sé lo que es —dijo Remus, acercándose sigilosamente—. Es un boggart.

—Yo lo expulsaré.

—No, aun no estás lo suficientemente fuerte como para acabar con él. Dejémoslo ahí —dijo Remus—. Avisaremos a los demás que tengan cuidado y que alguien se encargue de él más tarde.

—¿Sigue convirtiéndose en una luna llena? —le preguntó Sirius con una sonrisa burlona.

—Siempre —respondió devolviéndole la sonrisa.

En todo ese tiempo, Remus y Sirius habían mantenido las distancias. Se habían mantenido prudentes, dejando lo que sea que tuvieron en un pasado en el pasado. Siempre habían estado muy predispuestos a mostrarse cariñosos entre ellos, cercanos, compatibles en casi todas las cosas que hacían, creando un equilibrio perfecto. En su juventud, cuando la guerra era solo un susurro, sus corazones habían palpitado como un solo, abandonando la razón a la perdición del amor. Remus, sin embargo, había tenido que olvidar todo lo que había sentido por Sirius durante 12 largos años en los que le consideró culpable de todas sus desgracias. Tuvo que guardar la imagen del hombre al que amaba en su interior como algo del pasado para poder olvidar cuanto le había querido. Atesoró su recuerdo en lo más hondo de su ser para que no doliera tanto, pero Sirius no olvidaba. La imagen de Remus, joven y nunca demasiado prudente se había mantenido viva, había sido real para él durante todo este tiempo, y todos sus recuerdos con él le habían ayudado a mantener la cordura en Azkaban, creyendo que cuando consiguiera salir, Remus lo recibiría sin más. Pero se equivocó, las cosas entre ellos se habían enfriado, el tiempo, las mentiras y la oscuridad los había separado. A pesar de que andaban juntos la mayor parte del día, no habían hablado de sus sentimientos y de aquel pasado de oro entre gamberradas, pasillos oscuros y escapadas a Hogsmeade.

—Remus, mira tu por esta planta y yo subiré al segundo piso —dijo Sirius y acto seguido se separaron.

Sirius subió las escaleras en dirección al segundo piso. Mientras subía, olvidó que aquella era su casa, donde había pasado la mayor parte de su infancia y juventud. Por unos segundos olvidó que en el segundo piso se encontraría con una robusta puerta de roble oscuro en la que ponía su nombre con letras de oro.

Sirius.

Allí grabado para que nadie olvidara quien había habitado aquella habitación, para dejar constancia de quien era el único y verdadero heredero de los Black. Sirius sonrió en pensar lo decepcionante que debió ser para sus padres su existencia. Se acercó a la puerta, la abrió y entró en su habitación. Un fuerte olor a cerrado y humedad inundó sus sentidos. Fue directo a abrir la ventana, chocando con las cosas que había tiradas por el suelo. El aire fresco inundó la estancia y dejó que la brisa le llenará los pulmones. Se giró hacia la habitación y la escudriñó con nostalgia. Ese había sido su escondite mas fiel cuando sus padres se dedicaban a hacerle la vida imposible. Su habitación era el único lugar dentro de aquella casa en la que se había sentido mínimamente seguro. Ahora la nostalgia lo invadía, sumiéndose en un mar de recuerdos que lo atosigaban desde que había cruzado el portal de Grimmauld Place.

—Nunca había estado en tu habitación.

Remus estaba en el umbral de la puerta, había apoyado su cuerpo en el marco de madera negra, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y una sonrisa pícara surcaba su rostro.

—A mis padres les hubiera encantado tener a un licántropo en casa —dijo Sirius con un deje de ironía—. Tendría que haberte traído a que los conocieras.

—Hubiera rechazado tu invitación.

—Yo también lo hubiera hecho —Sirius le sonrió—. Entra, no te quedes fuera.

Mientras Remus avanzaba por su habitación llena de trastos, Sirius lo seguía con la mirada.

—Remus Lupin en la habitación de Sirius Black... Quien lo hubiera dicho —Los ojos de Remus se movían escudriñando todo lo que estaba a su alcance. Sirius lo vigilaba de cerca mientras se acercaba a la pared sobre su escritorio—. Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí?

Sobre la pared había un par de pósters de chicas muggles en bikini sobre una moto. Remus sonrió y miró a Sirius.

—Fue sólo para provocar a mis padres —se excusó—. Supongo que si hubiera puesto a un par de hombres muggles en bañador hubiera sido todavía más provocador. Hubiera sido más coherente —sonrió—. Tenía catorce años cuando colgué eso ahí, fue un gesto bastante impulsivo.

Remus sonrió y volvió a mirar a la pared y vio la foto de cuatro amigos que sonreían radiantes a la cámara. Intentó cogerla, pero no pudo despegarla.

—Esta hechizada para que nadie pudiera arrancarla —dijo Sirius.

—Me acuerdo de ese día —dijo Remus mientras entornaba los ojos para conseguir la mayor claridad posible en su visión de aquella fotografía—. Lily nos hizo la foto… Aquella tarde bajo la haya junto al arroyo, una de muchas tardes. Aun recuerdo la luz del sol de media tarde, la suave brisa, el olor de la hierva…

—¿Por qué recuerdas esa en especial? —quiso saber Sirius.

—Porque cuando los demás se marcharon nos quedamos tu y yo solos —le contestó Remus apartando los ojos de la foto finalmente y desviándolos hacía algunos de los objetos que había sobre el escritorio—. Por aquel entonces nos encantaba estar a solas.

—Aun nos encanta.

—Buscábamos cualquier excusa para escondernos de James y Peter.

—Me acuerdo —Sirius bajó la mirada al suelo—. Solía avasallarme a preguntas porque cría que estaba viéndome con alguna chica… Tengo grabada en la memoria su cara cuando se enteró de lo… bueno, ya sabes… de lo nuestro.

—No sé porque teníamos tanto miedo a decírselo, James jamás nos habría juzgado —dijo Remus.

—Éramos críos y, de todos modos, acabó enterándose —Sirius se acercó a la fotografía pegada en la pared—. No hay día que no me acuerde de él, no hay día en el que no lo eche de menos.

Remus le miró, a Sirius se le habían enrojecido los ojos levemente. Jamás le había visto así, podría jurar que nunca lo había visto llorar. Una lágrima surcó su mejilla y acto seguido se la limpió con el dorso de la mano.

—Harry es su viva imagen.

—Menos los ojos, que son…

—Son los de Lily —se adelantó Sirius—. La tarde de la fotografía… Aquella tarde me di cuenta de quien era realmente Lily Evans, bueno… Lily Potter —el recuerdo lo sumergió en un mar de nostalgia—. Aquella tarde fui consciente por primera vez de que sería la única persona capaz de mantener a raya a James, de hacerle feliz y quien le hiciera sacar lo mejor de si mismo. Aquella tarde fue cuando accedí a querer a Lily incondicionalmente. Y joder, cuanto llegué a quererla…

—Todos la queríamos —dijo Remus que miró a Sirius a los ojos y por primera vez en un rato este le devolvió la mirada—. ¿Tienes un cigarrillo?

—¿Volviendo a tus viejos hábitos, Lunático? —Sirius se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta—. No deberías fumar… —dijo mientras le tendía uno y se llevaba otro a los labios.

—Hace años que no me fumo uno.

—Yo a veces les pedía a los dementores que me dieran uno… —dijo Sirius mientras se encendía el cigarrillo entre sus labios con la punta de la varita, luego le ofreció fuego a Remus.

—Sirius…

—¿Qué pasa? ¿Si no bromeó yo sobre el tema, quién lo hará?

Remus dejó ir el humo con resignación, nada podría hacerlo cambiar nunca. Sirius era Sirius y esa era parte de su esencia, tan única e inigualable que sería una pena que cambiara ahora.

—Si mi madre me viera fumando aquí arriba se volvería loca.

Y después de un largo silencio, Remus dijo:

—No puedo ni imaginarme lo que tuviste que pasar en tu infancia y después lo de James y Lily y Azkaban y tu inocencia… —Remus, de repente, fue consciente de todo el sufrimiento al que Sirius había estado condenado. En ese instante fue enteramente consciente de que el hombre que tenía delante había pasado la mayor parte de su vida encerrado en lugares en los que no quería estar, lugares en los que su alma había corrido un grave peligro. Fue consciente por primera vez de que Sirius había vuelto del olvido y la mentira, como alguien que vuelve de entre los muertos. El recuerdo de los doce años en los que Remus lo había considerado culpable le sacudieron las entrañas como si un niño sacudiera un andrajoso muñeco de trapo. Pasó doce años de su vida pensando que aquel hombre había sido culpable de la muerte de dos de las personas que más quería en este mundo—. Sirius, no sé como has podido soportarlo, yo no… Yo no puedo ni imaginar lo que ha debido ser para ti… —Los sollozos que Remus intentaba ahogar estaban comenzando a brotar sin control por su garganta, impulsados desde algún lugar de su estómago que se retorcía dolorosamente—. Todos te creíamos culpables y yo… Yo, Sirius… Yo te odiaba porque me lo habías arrebatado todo.

—Shh, shh… —Sirius se acercó a él tirando el cigarrillo al suelo y lo cogió por los brazos, acercando su rostro al de Remus—. ¿Por qué dices esto ahora, Remus? ¿Crees que te guardo algún rencor por haberme odiado? Yo también lo hubiera hecho de creer que… Pero ya no importa, Remus, nada de eso. Estoy aquí, soy inocente, tu lo sabes y eso es todo lo que importa ahora, nada más.

—Estás aquí —Remus llevó sus manos a la cara de Sirius y palpó sus pómulos, siguió con los dedos las líneas de su mandíbula, los surcos de sus ojos, la comisura de sus labios—. Estás aquí —susurró.

Remus fue consciente entonces de que Sirius había vuelto y había vuelto de verdad, aunque ya nada volviera a ser lo mismo, ellos dos podrían intentarlo.

—Estoy aquí y estoy contigo, Lunático. No pienso volver a marcharme —dijo Sirius.

—Nada volverá a ser lo mismo.

—No, claro que no.

—Estoy viejo —dijo Remus.

—No más que yo.

Ambos sonrieron con melancolía.

—Pero sigo siendo un animal y tu también.

—Sirius…

—Lo siento, era para liberar tensión —se disculpó y se acercó a un más a Remus que le miraba con los ojos entrecerrados—. No quiero que vuelvas a sentirte culpable por haberme odiado, no quiero que vuelvas a pensar en esos doce años horribles, estoy seguro de que tu tampoco lo has pasado bien. El aquí y el ahora es lo que importa. Seguimos siendo nosotros, viejos, pero nosotros.

Estaban tan cerca que sus narices se rozaban.

—No quiero volver a separarme de ti.

—Quédate conmigo aquí. Vivamos juntos —Remus le miró a los ojos sorprendido por sus palabras—. Como cuando salimos de Hogwarts… ¿Te acuerdas de aquel piso? Era precioso…

—Pero… Sirius… Yo…

—Nada de peros. Múdate aquí conmigo y estemos juntos, como debe ser —dijo Sirius muy seguro de sus palabras—. No voy a poder salir a la calle en bastante tiempo… Dumbledore se va a negar rotundamente a que salga, ni si quiera como Canuto. ¿Y qué mejor compañía que tu, Remus?

—Me quedaré.

—Bien.

Sirius miraba los labios de Remus, estaban muy cerca. Miraba sus labios con la única voluntad de sellar aquella promesa que acaban de hacerse. Llevaba demasiado tiempo esperando ese momento. Ahora que su mente se había despejado y volvía a estar parcialmente recuperado, sentía que podía volver a sentir lo que sintió por Remus, quería revivir aquel sabor, quería saborearlo como tantas veces antes lo había hecho. Habían perdido ya demasiado tiempo desde que Sirius demostró su inocencia. Y ahora estaban allí, en su habitación, los dos solos como dos adolescentes escondiéndose de sus amigos, escondiéndose en pasillos oscuros, en los rincones de un castillo al que llamaron hogar y del que se proclamaron reyes. Pero, aunque sintieran que volvían a ser aquellos dos adolescentes cuando estaban juntos y abandonaban su razón a aquel sentimiento olvidado, eran totalmente conscientes de que ya no eran unos críos, que el tiempo había hecho meya en ellos y que ya nunca volverían a ser los mismos. Estaban viejos, pero estaban viejos juntos y eso era lo importante.

Estaban tan cerca que compartían un mismo aliento.

—¡Hey! —una vocecilla se coló por la puerta de la habitación. En cuanto se asomó por la puerta se arrepintió de lo que acaba de hacer—. Oh, lo siento… No pretendía interrumpir… Pensaba que… Lo siento, ya me voy.

—Nymphadora, tranquila… —dijo Sirius, que en cuanto escuchó la voz que subía por las escaleras se había separado considerablemente de Remus, que le devolvió el gesto—. Ya hemos acabado de comprobar que la case este vacía, pero… ¿Cuándo has llegado? No hemos oído nada…

—Acabamos de llegar todos —dijo un tanto avergonzada todavía por la repentina intrusión. La situación se le presentó tan incómoda que prefirió no corregir a Sirius por como la había llamado—. Están abajo en el salón.

—¿Todos? ¿Ya están todos abajo? —preguntó Remus.

—Sí —contestó la chica—. Me han dicho que subiera a buscaros.

—Pues no hagamos esperar a la Orden —dijo Sirius con una sonrisa y cogió a Remus del brazo, no queriendo perder el contacto y la cercanía con él—. Vamos, bajemos.

Tonks fue la primera en bajar, meciendo la corta melena rosa chillón por los pasillos de Grimmauld Place. Sirius y Remus se mantuvieron cerca en todo momento, ralentizando el tiempo y caminando lo más despacio posible hasta las escaleras.

—Sirius…

—Tranquilo, tenemos todo el tiempo del mundo —dijo Sirius mientras bajaba con ligereza las escaleras—. Ahora vamos, no quiero hacer enfurecer a Molly.

La casa seguía siendo la misma de siempre, pensó Sirius. Jamás pensó en volver, jamás pasó por su cabeza la idea de volver a entrar en aquella oscura casa a la que nunca llamó hogar. Entrar por aquella puerta embellecida por contornos de oro, robusta y desdibujada por los años lo transportó de inmediato a un pasado tan lejano del que sólo atesoraba malos recuerdos. En las paredes estaba escrito el recuerdo de su vida dentro de aquella lúgubre casa. El polvo decoraba los muebles, las telarañas revestían las esquinas más oscuras y lo que antaño fue esplendor y gloria, ahora relucía inerte, resquebrajado, roto y sin vida.

Grimmauld Place había estado deshabitado durante casi diez años, desde la muerte de sus padres. Siendo él el último heredero de la familia Black vivo, lo heredó todo.

—Los huesos de mi madre se están revolviendo en su tumba ahora mismo —dijo Sirius, dibujando una pequeña sonrisa maliciosa en los labios—. Me apuesto lo que sea a que no tardará en despertar su retrato del pasillo.

—Siempre he querido conocer a tu madre —dijo Remus a su lado.

—No sabes lo que dices.

—Vamos, tenemos que comprobar que no haya nadie antes de que lleguen los de la Orden. Estarán a punto de llegar —dijo Remus con una sonrisa, amenizando la situación—. ¿Por donde quieres empezar?

—Comprobemos primero el comedor y la cocina.

Ninguno de los dos había tenido mucho tiempo para hablar después de todo lo que había pasado. Después de escapar de los dementores, Sirius había estado escondido en una cueva húmeda y oscura durante meses hasta que Dumbledore fue en su busca. Se había escondido durante unas noches en casa de Remus transformado en perro para que nadie pudiera reconocerlo, ni magos ni muggles. Y ahora que la Orden volvía a estar en activo y Sirius era el legitimo heredero de Grimmauld Place y de todo lo que había allí dentro, decidió cederla como cuartel general.

Los dos amigos caminaron pegados, el uno muy cerca del otro, sus manos se rozaban al andar. El tiempo que pasaban juntos parecía transportarlos a otro lugar, a un pasado lejano. Mantenían las distancias como si se trataran de mantener el equilibrio en una balanza.

Entraron en el comedor, como tantas veces Sirius había hecho, desdibujando la sonrisa burlona que había aparecido en su rostro al pensar en los huesos de su madre. Por un momento pensó que volvía a tener dieciséis años y que entraba airoso en el comedor y se encontraba a sus padres. Su padre solía sentarse en la butaca de piel oscura justo a la chimenea, fumando un enorme puro que dejaba un amargo olor por toda la estancia. Su madre, tendría la aguileña nariz sumergida en el Profeta, mientras despotricaba contra cualquier asunto que le pareciera ofensivo. Su hermano, joven y delgado, estaría dándole la razón a las divulgaciones de esa vieja arpía.

El polvo dibujaba sus figuras en la mente dañada de Sirius Black, pero en el comedor no había nadie.

—Sirius... —le llamó Remus desde la puerta de la cocina—. ¿Qué haces ahí parado?

Homenum Revelio —dijo agitando su varita, pero no sucedió nada—. Quería comprobar una cosa.

Por un momento, Sirius pensó que los fantasmas de su pasado podían llegar a materializarse, pero no lo hicieron. Solo estaban Remus y él, que caminó hasta Sirius y lo cogió de la mano. Sentía su tristeza, podía ver sus ojos apenados. Remus conocía a Sirius lo suficiente como para apreciar el dolor dibujado en su rostro, sabiendo que su familia siempre había sido su más oscura debilidad.

—Vamos, Sirius —su mano lo trajo de vuelta al mundo real. El tacto de la mano de Remus sobre la suya hizo que Sirius saliera de aquel borroso recuerdo polvoriento y descolorido—. Vamos a ver en la cocina. Dumbledore nos dijo que podríamos encontrarnos con...

—¡Kreacher no cree lo que ve! El amo Sirius en casa —el anciano elfo descendió por las escaleras, agarrándose a las columnas para no caer y mirando con asco a los dos huéspedes que estaban de píe en medio del comedor con las manos entrelazadas—. ¡Oh, amo Sirius! ¡Kreacher vive para servir a la Noble Casa de los Black y si su pobre ama supiera que el amo Sirius ha vuelto! ¡Pobre Kreacher, que diría su ama si llegara a saberlo!

—¡Cállate, Kreacher! —gritó Sirius, que había vuelto en si—. Soy el heredero ahora. No quiero volver a oír hablar de mi madre, esta bien muerta.

El elfo se acercó hasta ellos.

—Por supuesto, amo Sirius… heredero de los Black —murmuró con desgana—. ¡Kreacher servirá, pero no podrá olvidará a su ama! Arrogante niño malcriado, rompió el corazón de su madre cuando se fue de casa… —Kreacher hablaba entre dientes, parecía que estuviera hablando solo, creyendo que nadie lo escuchaba.

—Podrías haber limpiado la casa, Kreacher —dijo Lupin, queriendo cambiar de tema—. ¿Qué has estado haciendo todos estos años?

—¿Cómo se atreve el hombre lobo a dirigirse al pobre Kreacher? ¡Oh, que atrevimiento el malnacido amo Sirius, que trae a su asqueroso amigo híbrido! Si mi pobre ama supiera la escoria que ha traído el amor Sirius a su casa…

Sirius estuvo a punto de abalanzarse sobre el elfo, pero Remus lo sujeto.

—Sirius, ha perdido la cabeza… ¿No lo ves? —le susurró Remus—. No perdamos el tiempo con él. Ordénale que vuelva a su dormitorio y que nos deje comprobar el resto de la casa sin que nos moleste.

—Solía dormir en uno de los armarios de la cocina, bajo el fregadero —Sirius asintió y miró al elfo, que daba brillo con un trapo sucio a algunos de los objetos sobre la mesa junto a la butaca de piel de su padre—. Kreacher, vuelve a tu armario. No salgas de ahí hasta que te lo diga.

—Cómo el amo Sirius ordene —Kreacher cogió un marco de fotos que había sobre la mesita y la intentó ocultar con el brazo mientras caminaba con torpeza hasta la cocina.

—Déjame ver eso, Kreacher —dijo Sirius antes de que el elfo saliera por la puerta. Caminó hasta él murmurando maldiciones, como si pensara en voz alta.

—Es una vieja fotografía, amo Sirius… Nada importante.

Sirius cogió el polvoriento marco de oro, el cristal estaba tan sucio que apenas podía distinguirse con precisión la imagen. Si Sirius no conociera a la perfección los rostros que en ella aprecian, se le hubiera hecho imposible distinguirlos. Eran ellos cuatro, sus padres, su hermano y él. Una vieja fotografía en blanco y negro que se movía, pero ninguno de los cuatro sonreía. Sirius recordaba aquel día, cuando su madre insistió en que se vistiera como un digno heredero de la Noble y Ancestral Casa de los Black y el aceptó, pero solo si debajo podía seguir llevando su camiseta de los Rollings.

—Toma, Kreacher —Sirius le devolvió la fotografía—. Puedes conservarla de momento, hasta que prenda fuego a todas las cosas de esta casa… Aprovecha el tiempo que te queda rodeado de toda esta mierda.

Kreacher salió corriendo hasta su hueco bajo el fregadero, con el marco de fotos apretado contra el pecho.

—No ha perdido la cabeza —le dijo a Remus—. Siempre ha sido así, no ha cambiado en absoluto.

—Tubo que ser una maravillosa compañía cuando eras pequeño…

—No sabes cuanto.

Siguieron caminando por la planta baja, examinando cada rincón de manera exhaustiva. Vigilaban cada paso que daban, con las varitas en alto y los ojos bien abiertos. Nadie había estado allí en mucho tiempo, a parte de Kreacher y la suciedad y el polvo que aturdía sus sentidos.

—Subamos —dijo Sirius al llegar a las escaleras y a ver comprobado toda la planta baja—. Creo que he oído algo.

Remus siguió sus pasos mientras subía por las escaleras. En el segundo piso escucharon unos golpecitos, lo que parecía el golpeteo o el crujir de la madera. Sirius vio como uno de los muebles adosados a la pared se movía, uno de los cajones intentaba abrirse torpemente.

Los dos hombres se acercaron con lentitud.

—Ya sé lo que es —dijo Remus, acercándose sigilosamente—. Es un boggart.

—Yo lo expulsaré.

—No, aun no estás lo suficientemente fuerte como para acabar con él. Dejémoslo ahí —dijo Remus—. Avisaremos a los demás que tengan cuidado y que alguien se encargue de él más tarde.

—¿Sigue convirtiéndose en una luna llena? —le preguntó Sirius con una sonrisa burlona.

—Siempre —respondió devolviéndole la sonrisa.

En todo ese tiempo, Remus y Sirius habían mantenido las distancias. Se habían mantenido prudentes, dejando lo que sea que tuvieron en un pasado en el pasado. Siempre habían estado muy predispuestos a mostrarse cariñosos entre ellos, cercanos, compatibles en casi todas las cosas que hacían, creando un equilibrio perfecto. En su juventud, cuando la guerra era solo un susurro, sus corazones habían palpitado como un solo, abandonando la razón a la perdición del amor. Remus, sin embargo, había tenido que olvidar todo lo que había sentido por Sirius durante 12 largos años en los que le consideró culpable de todas sus desgracias. Tuvo que guardar la imagen del hombre al que amaba en su interior como algo del pasado para poder olvidar cuanto le había querido. Atesoró su recuerdo en lo más hondo de su ser para que no doliera tanto, pero Sirius no olvidaba. La imagen de Remus, joven y nunca demasiado prudente se había mantenido viva, había sido real para él durante todo este tiempo, y todos sus recuerdos con él le habían ayudado a mantener la cordura en Azkaban, creyendo que cuando consiguiera salir, Remus lo recibiría sin más. Pero se equivocó, las cosas entre ellos se habían enfriado, el tiempo, las mentiras y la oscuridad los había separado. A pesar de que andaban juntos la mayor parte del día, no habían hablado de sus sentimientos y de aquel pasado de oro entre gamberradas, pasillos oscuros y escapadas a Hogsmeade.

—Remus, mira tu por esta planta y yo subiré al segundo piso —dijo Sirius y acto seguido se separaron.

Sirius subió las escaleras en dirección al segundo piso. Mientras subía, olvidó que aquella era su casa, donde había pasado la mayor parte de su infancia y juventud. Por unos segundos olvidó que en el segundo piso se encontraría con una robusta puerta de roble oscuro en la que ponía su nombre con letras de oro.

Sirius.

Allí grabado para que nadie olvidara quien había habitado aquella habitación, para dejar constancia de quien era el único y verdadero heredero de los Black. Sirius sonrió en pensar lo decepcionante que debió ser para sus padres su existencia. Se acercó a la puerta, la abrió y entró en su habitación. Un fuerte olor a cerrado y humedad inundó sus sentidos. Fue directo a abrir la ventana, chocando con las cosas que había tiradas por el suelo. El aire fresco inundó la estancia y dejó que la brisa le llenará los pulmones. Se giró hacia la habitación y la escudriñó con nostalgia. Ese había sido su escondite mas fiel cuando sus padres se dedicaban a hacerle la vida imposible. Su habitación era el único lugar dentro de aquella casa en la que se había sentido mínimamente seguro. Ahora la nostalgia lo invadía, sumiéndose en un mar de recuerdos que lo atosigaban desde que había cruzado el portal de Grimmauld Place.

—Nunca había estado en tu habitación.

Remus estaba en el umbral de la puerta, había apoyado su cuerpo en el marco de madera negra, tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y una sonrisa pícara surcaba su rostro.

—A mis padres les hubiera encantado tener a un licántropo en casa —dijo Sirius con un deje de ironía—. Tendría que haberte traído a que los conocieras.

—Hubiera rechazado tu invitación.

—Yo también lo hubiera hecho —Sirius le sonrió—. Entra, no te quedes fuera.

Mientras Remus avanzaba por su habitación llena de trastos, Sirius lo seguía con la mirada.

—Remus Lupin en la habitación de Sirius Black... Quien lo hubiera dicho —Los ojos de Remus se movían escudriñando todo lo que estaba a su alcance. Sirius lo vigilaba de cerca mientras se acercaba a la pared sobre su escritorio—. Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí?

Sobre la pared había un par de pósters de chicas muggles en bikini sobre una moto. Remus sonrió y miró a Sirius.

—Fue sólo para provocar a mis padres —se excusó—. Supongo que si hubiera puesto a un par de hombres muggles en bañador hubiera sido todavía más provocador. Hubiera sido más coherente —sonrió—. Tenía catorce años cuando colgué eso ahí, fue un gesto bastante impulsivo.

Remus sonrió y volvió a mirar a la pared y vio la foto de cuatro amigos que sonreían radiantes a la cámara. Intentó cogerla, pero no pudo despegarla.

—Esta hechizada para que nadie pudiera arrancarla —dijo Sirius.

—Me acuerdo de ese día —dijo Remus mientras entornaba los ojos para conseguir la mayor claridad posible en su visión de aquella fotografía—. Lily nos hizo la foto… Aquella tarde bajo la haya junto al arroyo, una de muchas tardes. Aun recuerdo la luz del sol de media tarde, la suave brisa, el olor de la hierva…

—¿Por qué recuerdas esa en especial? —quiso saber Sirius.

—Porque cuando los demás se marcharon nos quedamos tu y yo solos —le contestó Remus apartando los ojos de la foto finalmente y desviándolos hacía algunos de los objetos que había sobre el escritorio—. Por aquel entonces nos encantaba estar a solas.

—Aun nos encanta.

—Buscábamos cualquier excusa para escondernos de James y Peter.

—Me acuerdo —Sirius bajó la mirada al suelo—. Solía avasallarme a preguntas porque cría que estaba viéndome con alguna chica… Tengo grabada en la memoria su cara cuando se enteró de lo… bueno, ya sabes… de lo nuestro.

—No sé porque teníamos tanto miedo a decírselo, James jamás nos habría juzgado —dijo Remus.

—Éramos críos y, de todos modos, acabó enterándose —Sirius se acercó a la fotografía pegada en la pared—. No hay día que no me acuerde de él, no hay día en el que no lo eche de menos.

Remus le miró, a Sirius se le habían enrojecido los ojos levemente. Jamás le había visto así, podría jurar que nunca lo había visto llorar. Una lágrima surcó su mejilla y acto seguido se la limpió con el dorso de la mano.

—Harry es su viva imagen.

—Menos los ojos, que son…

—Son los de Lily —se adelantó Sirius—. La tarde de la fotografía… Aquella tarde me di cuenta de quien era realmente Lily Evans, bueno… Lily Potter —el recuerdo lo sumergió en un mar de nostalgia—. Aquella tarde fui consciente por primera vez de que sería la única persona capaz de mantener a raya a James, de hacerle feliz y quien le hiciera sacar lo mejor de si mismo. Aquella tarde fue cuando accedí a querer a Lily incondicionalmente. Y joder, cuanto llegué a quererla…

—Todos la queríamos —dijo Remus que miró a Sirius a los ojos y por primera vez en un rato este le devolvió la mirada—. ¿Tienes un cigarrillo?

—¿Volviendo a tus viejos hábitos, Lunático? —Sirius se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta—. No deberías fumar… —dijo mientras le tendía uno y se llevaba otro a los labios.

—Hace años que no me fumo uno.

—Yo a veces les pedía a los dementores que me dieran uno… —dijo Sirius mientras se encendía el cigarrillo entre sus labios con la punta de la varita, luego le ofreció fuego a Remus.

—Sirius…

—¿Qué pasa? ¿Si no bromeó yo sobre el tema, quién lo hará?

Remus dejó ir el humo con resignación, nada podría hacerlo cambiar nunca. Sirius era Sirius y esa era parte de su esencia, tan única e inigualable que sería una pena que cambiara ahora.

—Si mi madre me viera fumando aquí arriba se volvería loca.

Y después de un largo silencio, Remus dijo:

—No puedo ni imaginarme lo que tuviste que pasar en tu infancia y después lo de James y Lily y Azkaban y tu inocencia… —Remus, de repente, fue consciente de todo el sufrimiento al que Sirius había estado condenado. En ese instante fue enteramente consciente de que el hombre que tenía delante había pasado la mayor parte de su vida encerrado en lugares en los que no quería estar, lugares en los que su alma había corrido un grave peligro. Fue consciente por primera vez de que Sirius había vuelto del olvido y la mentira, como alguien que vuelve de entre los muertos. El recuerdo de los doce años en los que Remus lo había considerado culpable le sacudieron las entrañas como si un niño sacudiera un andrajoso muñeco de trapo. Pasó doce años de su vida pensando que aquel hombre había sido culpable de la muerte de dos de las personas que más quería en este mundo—. Sirius, no sé como has podido soportarlo, yo no… Yo no puedo ni imaginar lo que ha debido ser para ti… —Los sollozos que Remus intentaba ahogar estaban comenzando a brotar sin control por su garganta, impulsados desde algún lugar de su estómago que se retorcía dolorosamente—. Todos te creíamos culpables y yo… Yo, Sirius… Yo te odiaba porque me lo habías arrebatado todo.

—Shh, shh… —Sirius se acercó a él tirando el cigarrillo al suelo y lo cogió por los brazos, acercando su rostro al de Remus—. ¿Por qué dices esto ahora, Remus? ¿Crees que te guardo algún rencor por haberme odiado? Yo también lo hubiera hecho de creer que… Pero ya no importa, Remus, nada de eso. Estoy aquí, soy inocente, tu lo sabes y eso es todo lo que importa ahora, nada más.

—Estás aquí —Remus llevó sus manos a la cara de Sirius y palpó sus pómulos, siguió con los dedos las líneas de su mandíbula, los surcos de sus ojos, la comisura de sus labios—. Estás aquí —susurró.

Remus fue consciente entonces de que Sirius había vuelto y había vuelto de verdad, aunque ya nada volviera a ser lo mismo, ellos dos podrían intentarlo.

—Estoy aquí y estoy contigo, Lunático. No pienso volver a marcharme —dijo Sirius.

—Nada volverá a ser lo mismo.

—No, claro que no.

—Estoy viejo —dijo Remus.

—No más que yo.

Ambos sonrieron con melancolía.

—Pero sigo siendo un animal y tu también.

—Sirius…

—Lo siento, era para liberar tensión —se disculpó y se acercó a un más a Remus que le miraba con los ojos entrecerrados—. No quiero que vuelvas a sentirte culpable por haberme odiado, no quiero que vuelvas a pensar en esos doce años horribles, estoy seguro de que tu tampoco lo has pasado bien. El aquí y el ahora es lo que importa. Seguimos siendo nosotros, viejos, pero nosotros.

Estaban tan cerca que sus narices se rozaban.

—No quiero volver a separarme de ti.

—Quédate conmigo aquí. Vivamos juntos —Remus le miró a los ojos sorprendido por sus palabras—. Como cuando salimos de Hogwarts… ¿Te acuerdas de aquel piso? Era precioso…

—Pero… Sirius… Yo…

—Nada de peros. Múdate aquí conmigo y estemos juntos, como debe ser —dijo Sirius muy seguro de sus palabras—. No voy a poder salir a la calle en bastante tiempo… Dumbledore se va a negar rotundamente a que salga, ni si quiera como Canuto. ¿Y qué mejor compañía que tu, Remus?

—Me quedaré.

—Bien.

Sirius miraba los labios de Remus, estaban muy cerca. Miraba sus labios con la única voluntad de sellar aquella promesa que acaban de hacerse. Llevaba demasiado tiempo esperando ese momento. Ahora que su mente se había despejado y volvía a estar parcialmente recuperado, sentía que podía volver a sentir lo que sintió por Remus, quería revivir aquel sabor, quería saborearlo como tantas veces antes lo había hecho. Habían perdido ya demasiado tiempo desde que Sirius demostró su inocencia. Y ahora estaban allí, en su habitación, los dos solos como dos adolescentes escondiéndose de sus amigos, escondiéndose en pasillos oscuros, en los rincones de un castillo al que llamaron hogar y del que se proclamaron reyes. Pero, aunque sintieran que volvían a ser aquellos dos adolescentes cuando estaban juntos y abandonaban su razón a aquel sentimiento olvidado, eran totalmente conscientes de que ya no eran unos críos, que el tiempo había hecho meya en ellos y que ya nunca volverían a ser los mismos. Estaban viejos, pero estaban viejos juntos y eso era lo importante.

Estaban tan cerca que compartían un mismo aliento.

—¡Hey! —una vocecilla se coló por la puerta de la habitación. En cuanto se asomó por la puerta se arrepintió de lo que acaba de hacer—. Oh, lo siento… No pretendía interrumpir… Pensaba que… Lo siento, ya me voy.

—Nymphadora, tranquila… —dijo Sirius, que en cuanto escuchó la voz que subía por las escaleras se había separado considerablemente de Remus, que le devolvió el gesto—. Ya hemos acabado de comprobar que la case este vacía, pero… ¿Cuándo has llegado? No hemos oído nada…

—Acabamos de llegar todos —dijo un tanto avergonzada todavía por la repentina intrusión. La situación se le presentó tan incómoda que prefirió no corregir a Sirius por como la había llamado—. Están abajo en el salón.

—¿Todos? ¿Ya están todos abajo? —preguntó Remus.

—Sí —contestó la chica—. Me han dicho que subiera a buscaros.

—Pues no hagamos esperar a la Orden —dijo Sirius con una sonrisa y cogió a Remus del brazo, no queriendo perder el contacto y la cercanía con él—. Vamos, bajemos.

Tonks fue la primera en bajar, meciendo la corta melena rosa chillón por los pasillos de Grimmauld Place. Sirius y Remus se mantuvieron cerca en todo momento, ralentizando el tiempo y caminando lo más despacio posible hasta las escaleras.

—Sirius…

—Tranquilo, tenemos todo el tiempo del mundo —dijo Sirius mientras bajaba con ligereza las escaleras—. Ahora vamos, no quiero hacer enfurecer a Molly.