COLORES EN EL VIENTO
Descargo de responsabilidad: Ni Ghost Hunt ni sus personajes me pertenecen.
Aclaraciones: Esta historia es una nueva versión de otra historia que comencé hace mucho tiempo en otra cuenta cuyo título original era: Mi lugar es junto a ti.
Advertencias: Ligeramente OoC, este capítulo en particular es calificado M por algunos contenidos, nada muy gráfico.
…
El tiempo fluye sin parar, la vida sigue. Cuatro años desde el cierre de las oficinas de JSPR, Oliver Davis estaba de regreso después de la publicación de su último libro y culminar su más reciente grado académico para reabrir las puertas de JSPR. Las razones para estar de vuelta eran sencillas: Japón tenía mucha más variedad de actividad paranormal que la que se veía en otros lugares del mundo, y lo más importante de todo, le daba la libertad de moverse y hacer "lo que quisiese" sin la presión de ser el mundialmente famoso Oliver Davis. Que sus antiguos colaboradores no fueran del todo inútiles, también era un punto a favor, y que su ex asistente tuviese una habilidad notable para hacer el té como le gustaba, también era bueno.
Cerró su libreta negra de golpe y se frotó el entrecejo antes de mirar a su antiguo equipo de trabajo. Todos estaban allí, todos habían accedido a volver a trabajar para él, todos excepto Mai.
Mai, según información suministrada por los demás miembros de JSPR, se mudó a una población fuera de Tokyo algunos meses después del cierre de JSPR, a vivir con unos viejos amigos de sus padres, alegando que sin la paga de JSPR estaba luchando para mantenerse a flote pero por más que ellos ofrecieron su ayuda, ella se negó. Matsuzaki, el monje y Yasuhara estuvieron en contacto telefónico con ella el primer año, pero con el tiempo, como suele suceder, la comunicación se fue haciendo más esporádica y luego cesó por completo. Habían pasado poco más de dos años y medio desde la última vez que alguno de ellos habló con Mai.
Oliver pensó en la última vez que vio a la chica. Fue la noche antes de partir. Esa noche los miembros de JSPR planearon una reunión. Debió haber sospechado cuando Yasuhara, y no Mai, le había estado trayendo sus tazas de té. Él no era una persona de beber, era demasiado listo para eso (aunque nunca reconocería que su tolerancia al alcohol era bastante pobre), por eso los había acompañado únicamente con la ocasional taza de té. Un té de sabor bastante peculiar, pero no desagradable. Y con cada taza de té sus defensas caían una tras otra.
Había visto a Mai charlar y reír como si nada hubiese cambiado en el mundo, como si hace pocos días no hubiese descubierto que el hombre que ama está muerto y que no es él a quien creyó amar, nunca es él. La ve aceptar la copa que con insistencia le ofrece Matsuzaki-san y luego otra y otra; la observa, la escucha, cada palabra, cada reflejo, el rojo que arrebola en sus mejillas por el exceso de licor en su sangre.
Más tarde que temprano, uno a uno los integrantes del grupo se despiden, Mai y él los únicos que quedan. Mai camina tambaleante hacia la puerta, y antes de poder detenerse su boca se está moviendo.
—Mai, será mejor que te acompañe —sentencia, sin dejar espacio a la discusión.
Y así lo hizo. Él la acompañó hasta su apartamento. No está seguro de qué le sobrevino, seguramente eran los efectos del alcohol, o eso quería creer, pero todo lo de ella era desquiciante, seductor, la forma en la que su falda dejaba ver más de lo debido a la vista cuando subía las escaleras, la formas de sus curvas presionadas contra su cuerpo cada vez que tropezaba, cada vez que la tenía en sus brazos por un pequeño accidente, el carmín que tenía residencia permanente en sus mejillas y el puchero que hacía con sus rosados labios al no poder encontrar las llaves… Su joven y vibrante sangre caliente tomó el control sobre su estricta y disciplinada mente racional. Solo por un breve instante del tiempo sería solo Naru, el chico común que besa a una chica en el umbral de su casa.
La besó con ardor y desesperación, con la frustración y la tensión acumulada, y ella, Mai, se unió emocionada a aquel ritual respondiendo fervientemente a sus avances. Como pudo giró las llaves en el picaporte y empujó la puerta con su cuerpo, sin dejar aquellos labios que eran como una droga, el ruido de las ropas siendo arrancadas con prisas conjugan una melodía con las risas de Mai y sus gruñidos. Arroja el saco en el suelo y cierra de una patada la puerta.
El tiempo es una noción distante, su boca está en su boca, embriagante, pero también está en su cuello, en su pecho, sus manos se entierran en su pelo, sus pieles queman al tacto, en su mente imágenes de ella, de su vida, vuelan una tras otras momentáneamente, el jalón de su psicometría, pero los labios de ella, y las curvas de sus pechos presionados contra el suyo, inesperadamente lo anclan al presente. Sus movimientos son torpes, inexpertos, pero no por ellos faltos de candor.
Sí, él también es inexperto, pero no desinformado, sabe dónde morder, dónde succionar, sus dedos buscan el centro de ella, con cada gemido, con cada grito de su nombre, algo crece y crece en su interior rogando por ser liberado.
Se posiciona entre sus piernas, no necesita preguntar, sabe lo que ella quiere. Su barrera pone resistencia y él la deshace con una contundente estocada, en lo que parece leguas de distancia escucha un grito, sabe que es Mai, pero está perdido en la sensación cálida, húmeda y estrecha que lo envuelve. Las manos de Mai tratando de separarlo de ella le devuelven un poco la cordura, ve las lágrimas en sus mejillas, no hace nada romántico como limpiarlas con besos, nunca lo hará, y las palabras le fallan para asegurarle que todo estará bien, pero ella ha debido de ver algo en su mirada porque no trata de separarse y él intenta no moverse, dándole a su cuerpo el tiempo para que se ajuste. Y entonces comienza el vaivén de dos cuerpos como uno, perdiéndose en las profundidades de un encuentro tan antiguo como el mundo, una y otra vez con la noche como su único testigo.
…
Es tarde, lo sabe sin necesidad de abrir los ojos, los rayos de sol le calientan el rostro, no recuerda haber dejado las cortinas abiertas, el dolor de su cabeza palpita con más fuerza, ¿por qué dejó las cortinas abiertas?, maldice mentalmente. Gira hacia su lado derecho, con la intención de salir de la cama, sus ojos se abren de golpe cuando en lugar del vacío encuentra más sabanas y almohadas. Los eventos de la noche reaparecen en su mente en una secuencia clara, vívida. Los libros en el estante, bailan inestablemente, aprieta sus puños y pone bajo un control que solo dan los años sus emociones.
Se viste rápidamente, si tiene que enfrentar esta situación, mejor que sea vestido, no tarda mucho en salir de la habitación, pero Mai no está en su apartamento. Se ha ido.
Una sensación desconocida aprieta su pecho, pero la descarta, no tiene tiempo para perder, tiene un vuelo que tomar, un hermano al que llevar a casa.
Todos sus ex colaboradores están en el aeropuerto para despedirlos, todo excepto Mai. Ella nunca llegó al aeropuerto, tal vez era mejor así.
El suave toque llamando a su puerta lo devuelve al presente.
—Adelante.
Madoka entra en la oficina y le entrega una carpeta.
—¿Qué es esto, Madoka?
—Un caso que tu padre quiere que tomes.
Lo revisó por encima, parecía un caso bastante sencillo, nada que le interesara.
—No veo por qué debería tomarlo.
—Tu padre está convencido que los sucesos podrían estar relacionados con algún joven psíquico sin control sobre sus habilidades.
Fue como si tiraran de una cuerda en su pecho, la misma que sintió el tirón cuando supo que Mai era huérfana, empatía, lo llamarían algunos, pero la empatía era un concepto lejano, prácticamente extraño para él, porque no había nada que ganar y sí mucho que perder al involucrarse afectivamente en una realidad ajena, de percibir lo que otro puede sentir, lo sabía de primera mano, y sin embargo, no podía apartar su vista del archivo. Cerró la carpeta y la dejó sobre su escritorio. En definitiva las experiencias pasadas siempre influyen en las decisiones futuras, decidió. Una vez, él fue ese niño psíquico sin control.
—De acuerdo, que Yasuhara llame a los irregulares… Y Madoka.
—¿Si?
—¿Has encontrado algo sobre Mai?
—Aún no, Noll.
