Mariposas disecadas

1

Ella está en llamas

Ninguno de los personajes me pertenece, todos ellos y su contexto son propiedad e invención de Joanne K. Rowling, este fic fue escrito sin ánimo de lucro y lo que ocurre en él no es responsabilidad de los autores originales.

Advertencias: Este es un escrito de Universo Alterno (AU). Se retoma a los personajes en un lugar o situación un tanto distinta pero que no deja de ser paralela o extrapolable a la de los libros de HP. Además es una especie de HermionexSnape.

Hermione se asomó por la ventana del instituto sabiéndose segura, sabiendo que no la vería desde donde estaba. Miró al maestro mientras éste se echaba la mochila al hombro y le quitaba la cadena a su bicicleta, lo miró hasta que desaparecía calle abajo pareciendo un manchón negro en la ciudad, con la bufanda contorsionándosele en el aire como la estela de un astro. Jean se quedó junto a la ventana, aún con la mano en el vidrio, como si esperara algo todavía. Desde hacía tiempo atrás se quedaba rezagada en la plática del almuerzo o prefería estar a solas en el aula con algún libro entre las manos, sus amigos extrañaban un poco sus regaños, era una especie de ausencia; ya no se preocupaba por acomodarles las corbatas o echar una miradita en sus tareas, sólo por si acaso había algo que corregir.

Jean estaba asomada por la ventana también al día siguiente, la misma escena se repetía en cada salón, con ella delante del cristal, con la mano pálida y quieta. Las luces del laboratorio estaban todavía apagadas, olía a antiséptico y azufre, los alumnos murmuraban y una risas pequeñas se iban perdiendo en el enclaustro.

El maestro entró y encendió las luces, todas las voces se apagaron cuando cruzó el umbral, sólo se escuchaban, unos momentos después, los golpes del gis contra la pizarra.

—Vengan por sus materiales y sigan las instrucciones del pizarrón, no quiero más accidentes señor Longbottom.

El aludido se encogió en su asiento y enrojeció, los demás se levantaron en silencio, cada uno pasó por el escritorio para recoger los instrumentos, a Jean se le escapó de entre los dedos la cajita petri se agachó para levantarla pero torpemente la tiró de nuevo y quedó inservible, el profesor tuvo que darle otra mientras algunos se reían, ella volvió a su asiento y se dejó caer bruscamente, con los ojos brillantes y húmedos.

—Espero que no se le haga costumbre el desperdiciar material, ya tenemos suficiente con los matraces que quiebra Longbottom, Miss Granger.

Hermione pensaba, al mismo tiempo que iba conectando la manguera al mechero, en el roce calloso y tibio de la mano del maestro y en la caída de la caja, una caída que en su momento le había parecido mucho más grave de lo que realmente fue, como si estuviera soltando mucho algo mucho más pesado y frágil, algo que retumbaría por todo el instituto cuando se quebrara. Le pareció que todos se reirían hasta desbaratarse y el maestro frunciría el ceño horriblemente y le gritaría con todo la potencia de sus pulmones y se burlaría como siempre se burlaba, porque ella era sólo una niña tonta.

—Midan bien los mililitros, si el agar no tiene la concentración que se requiere todo se echará a perder, lo digo por usted señor Bentley.

De nuevo se escucharon las risas contenidas al fondo del laboratorio. A Jean nunca le hacían gracia los comentarios del maestro, sin hablar siguió removiendo su solución y mirando en su mente el momento en el que el profesor de química se subía a esa vieja bicicleta.

—…preparando estos medios desde la segunda unidad y usted pregunta hasta ahora?

Ella sabe que preguntará algo, suele hacerlo casi siempre, pero nunca la escucha, no quiere escuchar nada salido de ella.

— ¿Qué es lo que contiene este agar que tan cómodamente han estado usando sin saber ni siquiera qué es? ¿Alguien lo sabe?

Su cara flaca los sigue con agudeza y Hermione piensa en alzar la mano, pero él no la escogerá y su brazo se quedará allí, levantado para que todos puedan verlo, para que él lo ignore. Jean odia cuando se le agolpa el agua en los ojos y tiene que bajar la mano, despacio, sigilosamente para que no lo noten, aunque en realidad lo hacen.

—¿Nadie?

¿Qué es lo que la obliga a hablar sabiendo cuál será el resultado? ¿Por qué siempre tiene qué hacerlo? Debe ser una niña tonta, como dice él.

—Tiene nutrientes como carbohidratos, vitaminas, aminoácidos… —El químico entorna los ojos y su boca se aprieta, ella ve cómo le cambia la cara y siente que la voz se le va haciendo pequeña hasta que sólo sale un hilito estrangulado—. Y nutrientes inorgánicos.

—¿Entonces nadie lo sabe? Esto se verá reflejado en las calificaciones de todos. —La mira con la vaciedad con la que la ha visto desde el primer día, sólo que Jean no lo había notado hasta ése momento, él está hueco cuando se dirige hacia ella, no hay más que lo que sale de su boca, no hay más que distancia y un soplo de desdén.

Esa mañana Hermione decidió no asomarse por el cristal, fingió para sí misma estar tomando apuntes de la clase de filosofía. El profesor Flitwick hablaba monótonamente, el ruido de sus palabras no alcanzaba a Hermione; a la muchacha no le interesaba llegar a entender el "ser", no, ella peleaba con la idea de asomarse a la ventana, sin demostrar demasiado interés, como quién lo hace por pura casualidad.

Quitó la vista de la página en blanco y giró la cabeza hacia el cristal, aún había poco tráfico a esas horas, el carro rojo del director estaba estacionado en la explanada medio vacía y la bicicleta esperaba también, era hierro retorcido y pintura descarapelada, un armatoste melancólico, igual que su dueño. Jean suspiró ruidosamente, ladeándose para ver mejor. El maestro de química llegó puntualmente a la salida, a las doce como dictaba la cotidianeidad. Se estaba tomando un café y la señorita Granger capturó meticulosamente su imagen mientras tosía y se acomodaba la bufanda negra, el pobre hombre había pescado un catarro, ella pensó en el buen caldo de pollo que podría prepararle, pero claro, no era de su incumbencia si los profesores se enfermaban o no.

El químico no tardó en marcharse y Granger tuvo que regresar a su cuaderno aún sin notas, se angustió, ella no debería malgastar su atención de esa forma, no debería.

2

La señorita Granger era una prefecta intachable, se acomodó su corbatín antes de entrar a la oficina del director, al parecer estaba ocupado en una reunión. Mientras esperaba se sentó en un sillón largo y miró los cuadros de la oficina, muchos de ellos sólo eran enumeraciones de los valores de la escuela, pronto se aburrió, ella ya conocía esos valores y podía decirlos de memoria. Empezó a divagar, recontó mentalmente todas las tareas que tenía qué hacer esa tarde, pensó también en la cara triste que Harry había tenido toda la semana y al final, sin quererlo, se preguntó de nuevo a qué se debía la ausencia del profesor Snape durante la cesión de laboratorio, él casi nunca incumplía sus deberes, seguramente su catarro había empeorado.

Hermione había detestado la clase de química de esa mañana, había detestado la manera en la que la subdirectora McGonagall escribía en el pizarrón con esa letra tan insípida, tan diferente de la caligrafía perfecta del maestro usual. Para Jean esa simple falta se había convertido en una ausencia que estaba en todas partes, la escuela resultaba en cierto modo un poco vacía.

La puerta de la oficina se abrió, el director le obsequió una sonrisa mientras entraba, saludaba educadamente y tomaba asiento.

—Entonces miss Granger ¿Todo bien en sus materias? —Hermione quiso sonar entusiasmada al decir que todo estaba bien, se distrajo un poco viendo el enorme pájaro disecado que había en la oficina, su ojo de vidrio que miraba sin mirar le causó cierta ansiedad.

—¿Le gusta?

—Si estuviera vivo me gustaría —Su comentario hizo reír al director, pero ella no entendió su reacción.

—Claro, es comprensible Miss Granger, ¿sabe? a veces me parece que aún está un poco vivo; pero dejando eso a un lado, tengo una tarea especial para usted. Ha demostrado ser una señorita de confianza.

La muchacha se removió en su asiento, un tanto halagada, un tanto incómoda.

—Verá, el profesor Snape, su profesor de química, ha estado enfermo, no ha podido asistir y resulta que hay que enviarle una citación importante de la junta de profesores. Normalmente pediría a algún colega que se la llevara, o lo haría yo mismo, pero debemos asistir todos y… —el rostro de la señorita se fue tornando de un blanco angustioso y el director se preguntó si era apropiado pedirle ese favor a ella —.Pensé que usted podría llevarle la citación, pero si no es así, no hay ningún problema.

—Yo la llevaré señor —la voz sonó temblorosa por unos instantes, pero su semblante estaba firme.

3

Hermione se despidió de Ron y Harry desde la acera, los dos habían subido al automóvil azul de los Weasley que estaba atestado de cabezas pelirrojas, toda la familia metida allí dentro, Potter prácticamente iba sentado arriba de Fred. Los Weasley frecuentemente invitaban a Harry a comer con ellos y pasaba las tardes en su casa, a la señora Molly la estrujaba el saber que sus tíos llegaban a ser crueles con él.

Granger dijo adiós con la mano mientras el carro se alejaba por la avenida, sonrió para los ojos verdes antes de perderlos de vista, luego esa sonrisa en sus labios se fue despintando bajo la lluvia. Caminó las cuadras de la ciudad gris, miró las luces amarillas y rojas de los autos reflejadas en el asfalto mojado. Pensó nuevamente en las manos del maestro de química, en su bufanda, en su nariz asomada a la atmósfera de alcohol y lumbre del laboratorio.

¿Por qué Snape persistía en su pensamiento? Porque Hermione se preguntaba algo acerca de él, sin embargo su pregunta no estaba formada por palabras, ni por cuestiones concretas, su pregunta era una nube que crecía todos los días y que lo envolvía todo en su borroso espacio. Hermione sentía inquietud al ver cómo el maestro se marchaba a casa, sentía un temblor y una tibieza en el pecho cuando observaba su figura larga y triste en algún corredor. Esa misma inquietud había sido el origen de todo.

Un día escuchó cómo el maestro y el director discutían detrás de una puerta, casi en un susurro. La voz de Snape, que por regla era monótona e imparcial, sonaba cargada de algo emparentado con el enojo o con el miedo. En la escala de Hermione el inalcanzable profesor había descendido hasta la vulnerabilidad propia de todos los otros humanos. Muchos otros pequeños detalles lo hicieron bajar poco a poco, hasta un punto en el que su persona ya no podía entrar en aquél pedestal de profesor acartonado y cruel en el que ella lo había colocado en un inicio, sí, un pedestal. Cuando lo conoció Hermione no pudo evitar colgarle un montón de adjetivos: perfecto químico, preciso, severo, cruel… una lista larga como un diccionario. El maestro era para la niña un ser inhumanamente concebido, era un tipo que sólo existía dentro de la escuela, si tenía alguna vida fuera de ella nadie se la imaginaba. Siempre estaba molesto y con bríos para fastidiar a Harry, era el "malo del cuento". Pero esa versión aplanada y difusa que una vez tuvo sobre su profesor no pudo mantenerse firme, por desgracia. Snape se cayó de la repisa de sus prejuicios, donde estaba bien arriba, donde no conseguía (ni le importaba) alcanzarlo.

¿Qué día se dio cuenta de la mortalidad y pequeñez de su maestro? Fue una mañana de ése mismo año. Él se volcó junto con su bici en el estacionamiento cuando un alumno de tercero se atravesó en su camino; al intentar esquivarlo se había ido contra las hortensias y luego contra unas rejas del jardín. Hermione podía verlo aún, limpiándose la sangre de la pierna con el pantalón doblado hasta la rodilla, todavía escuchaba el ruido que hizo al levantar su maltrecho armatoste. Sintió pena por él en ése momento y con el tiempo esa pena se extendió a muchos otros ámbitos. Un suceso tan simple y tan común le enseñó a ver que, aunque Snape lograra crear en ocasiones la apariencia de que era inmune a todo lo que lo rodeaba, aquello no dejaba de ser un espejismo, que el profesor caía con la misma torpeza con la que lo haría cualquier otro. Granger empezó a compadecerse de sus camisas desteñidas, de su cuerpo flaco, de la soledad en la que descubrió que vivía. Todo eso había estado allí desde siempre, pero ella apenas caía en la cuenta.

Snape era un hombre solitario y lleno de carencias, no tenía familia, ni éxito especial en el trabajo. Era un maestro, brillante sí, pero un maestro nada más.

Durante ese tiempo los sarcasmos e indirectas del químico llegaron a parecerle poca cosa, le resultaban forzados y falsos, hubo un feliz lapso en el que ni siquiera la herían, pero ése lapso no duró porque la compasión de Hermione inició su metamorfosis hacia algo distinto, filoso y hondo, un algo que echó raíces, que le dejó el pecho en llamas.

En un principio sentía tan sólo cierta curiosidad hacia Snape, dirigía su atención hacia él más de lo que lo había hecho en el pasado, sin embargo llegó un momento en el que ya no podía sostenerle la mirada y la presencia del profesor parecía abarcar toda el aula, el instituto entero, la extensión completa de sus pensamientos.

Mientras cavilaba la lluvia se había vuelto más intensa, se apresuró en buscar la calle que le había indicado el director, no quería empaparse más, notó que ya había estado por allí antes, no quedaba muy lejos de la escuela, había vagabundeado cerca de esa cuadra en alguna otra ocasión, junto con Ronald y Harry.

Dumbledore le había dicho que el profesor vivía en un edificio de departamentos, incluso le dio algunas señas para encontrarlo. No fue difícil llegar al sitio, entró al viejo lugar, no había puertas cerradas, ni guardia que le hiciera preguntas. En el medio del edificio había un gran patio con unas cuantas hierbas, quizás en el pasado había sido un jardín. Reconoció, encadenada por allí, la bicicleta del maestro. Se preguntó en qué piso viviría, para orientarse mejor llegó al centro del patio y observó desde lejos los números pintados en las múltiples puertas. Después observó el cielo plomizo, las nubes que avanzaban como velas de barcos, curiosamente rápidas, con un viento vigoroso soplándoles. La sucesión de pisos y escaleras hacia el cielo, los muchos niveles de paredes despintadas y ese tramo sin techo, le daban al lugar una sutil apariencia de portal, de entrada y pasadizo al cielo infinito y tumultuoso.

Hermione suspiró ruidosamente, una gota solitaria le cayó en la coronilla, pronto empezaría a llover. Supuso que el piso de Snape podría ser el segundo u el tercero. Se dedicó a buscar el apartamento. No había visto a una sola persona desde su entrada, ni siquiera niños jugando en el exterior, sin embargo escuchaba un ruido atenuado de radio u de alguna televisión. Aunque decadente en cierta forma, el edificio parecía un lugar tranquilo para habitar.

A medida que subió los escalones le fue más notorio el latido perturbado de su corazón, la mano le temblaba al agarrarse del pasamanos, la centrada y cuerda Hermione Granger sintiéndose así, era para reírse, pero no podía reír. Tras alguna de las puertas estaba él, esperándola sin saberlo.

Poco antes de llegar al número que buscaba se detuvo a acariciar a un gato negro que le había maullado casi imperativamente, así mientras el animal ronroneaba junto a ella pudo respirar más hondo y hacerse a la idea de mantenerse en calma, de no ser evidente, al fin y al cabo ¿Para qué ilusionarse con un encuentro tan insignificante como ése?

Sentía un miedo implacable de que él consiguiera ver más allá, de que olfateara entre ellos un aura enrarecida, de que encontrara sus ojos desnudos y observara todo lo que ella estaba ocultando, todo lo débil que era, lo inclinada a la benevolencia que estaba siempre que se tratara de él.

El gato la siguió, maullando hasta la puerta de Snape, Hermione le hizo un ruido para que se fuera, pero permaneció allí, restregando su cuerpecito peludo contra su pierna. Se arrepintió de haberle hecho cariños, su presencia la ponía más nerviosa.

Tocó la puerta quedamente, sin querer causar molestias al inquilino, nadie le respondió desde el otro lado. Tocó de nuevo un poco más fuerte y aguardo casi dos minutos, no hubo nada. Quizás Snape no estaba allí. Respiró de alivio y decepción por partes iguales. Antes de marcharse llamó otra vez, la valentía le había crecido pensando que no había nadie dentro y se atrevió a tocar a un volumen alto. Tenía que asegurarse de que no estuviera allí antes de irse. Escuchó un arrastrar de zapatos desde el interior del departamento y se puso rígida, de pronto sentía que no tenía fuerzas y comenzó a temblar levemente.

Un hombre con una gran nariz abrió la puerta y se asomó. Granger se tomó unos segundos antes de saludar, Snape estaba tan pálido, tenía los ojos extraviados y enrojecidos, lo enfermo que estaba era evidente.

—Profesor Snape, buenas tardes. —se avergonzó de su titubeante habla.

—¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo sabe mi dirección? —Los ojos negros bajaron notando al gato que empalagosamente se acariciaba contra las calcetas de la señorita. El químico hizo una mueca de burla, Hermione se acongojó, tratando de apartar al animal, sin verdadera resolución para conseguirlo.

—El director Dumbledore me pidió que le trajera una citación, no pudo venir él mismo —rebuscó el sobre en su mochila se había asegurado de tenerlo a la mano, pero de pronto no lograba dar con nada, torpemente dejó caer algunos cuadernos e incluso su lapicera a los pies del maestro, quien había alzado una ceja y la observaba fijamente, sin una pizca de conmiseración. Granger le entregó el sobre, sintiéndose una gran tonta y agachándose para recoger sus cosas, el felino había huido cuando alguna de ellas le había caído en la cabeza.

—Veo que el señor Longbottom y usted tienen más en común de lo que había creído —dado que estaba agachada el químico no vio su sonrojo —¿Eso era todo Granger?

—Si señor… el director Dumbledore desea que usted pueda asistir a la reunión de profesores y… que se mejore pronto —lo último lo dijo de una manera tan atropellada que Snape apenas logró entenderlo.

—Váyase ya Granger —la muchacha apretó los labios y compuso una expresión que al hombre le resultó desconocida —el aguacero va a empezar pronto.

Hermione supuso que había soltado eso del "aguacero" para suavizar su grosería de correrla sin darle las gracias siquiera. Era evidente que para el profesor ella era una alumna tonta y molesta con la que no quería convivir más de lo estrictamente necesario. Una sabelotodo insufrible en sus propias palabras. Hermione se enfureció consigo misma por haberse permitido sentir lo que sentía, por dejarse afectar por cualquier mínimo gesto que viniera de Snape. Estando ya en la acera dejó de resistirse al impulso de llorar, lo había estado evitando durante varias semanas, llorar era admitir que algo estaba ocurriéndole y que era más fuerte que su voluntad. Las personas la miraban con curiosidad y ella giraba el rostro y se limpiaba la cara con la manga del suéter, iba ya dando la vuelta a la cuadra cuando él apareció en su rango de visión, al parecer el edificio tenía otra entrada de la que ella no se había percatado. Estaba subido en su bicicleta, alistándose para salir (probablemente a la dichosa junta de maestros), acomodándose la bufanda. A la luz cenicienta del día se le notaba aún más lívido y desmejorado, aún así ella se amilanó cuando volteó a verla. Claro que Snape notaría su cara húmeda y sus ojos hinchados, pero el químico no habló, la observó unos momentos, extrañado e incómodo, luego se fue. Granger ni siquiera había podido moverse, se había quedado fija en la acera sin intentar limpiarse las lágrimas, era ya inútil, un gesto de dignidad que hubiera resultado absurdo. Snape la había visto, sólo esperaba, esperaba que no lo relacionara consigo mismo, que no presintiera que era la razón de esos brotes de llanto.

4

Miss Granger era una niña bocona, entrometida, con falta de respeto por la autoridad, que siempre interrumpía en la clase y daba respuestas que nadie le pedía. En lo personal podía decir que no le agradaba y de buen ánimo la hubiera reprobado igual que a Potter y a Weasley, sin embargo ella se resistía a eso entregando hojas y hojas de reportes y cuidando sus cultivos y marchas químicas con suma dedicación. En fin, difícilmente podía tomar alguna represalia en su contra, así que se contentaba con reñirla cuando lo interrumpía. Y es que ella, siendo la señorita perfecta que era, se creía que estaba más calificada que él para imponer cátedra, resultaba sumamente molesta aunque los demás miembros de la plantilla no se cansaran de alabarla.

No había nada interesante en la señorita Granger, sin embargo dada la manía por destacar que había demostrado él no había podido dejar de notarla, aunque fuera sólo para restarle puntuación.

Una mañana se dio cuenta de que miss Granger lo observaba desde una ventana del segundo piso, supuso que ella y sus amigos estaban de nuevo queriendo acusarlo de alguna conspiración con la que no estaba relacionado, como era su costumbre. No le dio mucha importancia aquella vez, pero la escena se repitió constantemente durante esa semana y otras más, él fingió que no se daba cuenta, que no lo sabía. Granger parecía conocer sus horarios, la adivinaba medio oculta en algún sitio, vigilándolo siempre con sus ojos muy abiertos. Creyó que estaba tramando algo, pero no pasó nada fuera de lo normal, nada, excepto su repentino interés en él. Sabía que cuando se encontraban en los pasillos lo seguía con los ojos hasta desaparecer en la multitud del alumnado, en las clases y las sesiones de laboratorio le rehuía la mirada. Granger contenía las lágrimas cuando él le llamaba la atención, además daba unas muestras de torpeza y atarantamiento que no había visto antes en ella, tiraba el material cuando se acercaba al escritorio, si le hablaba por sorpresa daba un respingo en su taburete y derramaba la solución…

Snape intentaba entender por qué se comportaba de esa forma tan atípica e impropia de su persona, quizás estaba siendo muy duro con la muchacha y había terminado teniéndole miedo, esa explicación era la más viable a su parecer, pero no acababa con todas las interrogantes.

Una tarde alguien llamó a su puerta, lo cual era poco frecuente, por unos instantes creyó que eran sus figuraciones y volvió a recostarse en el sofá, aún le dolía la cabeza y había tenido fiebre todo el día. Tocaron de nuevo, se enderezó amodorrado y arrastró su humanidad hasta la entrada, no hubiera adivinado que era ella quien estaba allí. La muchacha de inmediato comenzó a balbucear cosas sobre una citación y comenzó a agitarse. Tiró muchas de sus pertenencias en el suelo, penosamente, parecía que todo se le hacía un desastre en las manos, su nerviosismo y su vergüenza la hicieron agacharse para que él no le viera el rostro. Snape estaba empezando a inquietarse sin saber muy bien porque. Cuando Granger se levantó tenía las mejillas furiosamente rojas y los ojos brillantes y temerosos, el hombre intuía, se percataba de ése velo que había entre los dos, ése velo que ella parecía querer rasgar y atravesar. No podía permitírselo. Le dijo que se fuera y el rostro de la muchacha se aflojó, se volvió pálido y seco. Inventó algún pretexto sin pensarlo mucho y cerró la puerta.

Los ojos de Granger le habían parecido dos llamas, algo malo le pasaba a esa niña y prefería no estar involucrado.

Se echó un abrigo encima mientras leía la citación de Dumbledore, la nota insistía en que debía presentarse así que se apuró para salir, pronto empezaría la reunión y él temía que comenzara a llover, el cielo nublado indicaba que era una posibilidad.

Bajó las escaleras y se decidió a salir por la parte de atrás, no quería toparse a miss Granger por allí, ya había sido suficiente con ése encuentro de hacía unos minutos. Aseguró bien el agarre de la bufanda en torno a su cuello y cuando alzó los ojos y se sentó en la bicicleta miró una figura conocida caminar por la ciudad, era ella, a pesar de haberla estado evitando; parecía no haberse percatado de su presencia todavía, unos lagrimones le goteaban por la barbilla y la muchacha se los secaba con su suéter. Lloraba modestamente, sin llamar mucho la atención ni hacer muecas extrañas, volteaba la cabeza para que no la vieran. Luego sus ojos se tropezaron con él y su expresión de horror la delató por completo. Snape la observó detenidamente, esperando ver en ella algo que le demostrara que estaba equivocado, que lo que estaba pensando no era verdad, pero sí lo era. Sólo podía concluir que la señorita perfecta y predecible , miss Granger, estaba enamorada de un profesor, de él.

Se apuró para cruzar la calle rápidamente y perderla de vista.

Hola chicas! Bueno este fic será uno cortito de dos o tres capítulos, ojalá lo disfruten a pesar de no estar ambientado en Hogwarts. Saludos y feliz día de la independencia (para los que sean mexicanos)

¿review?