Hola! lo he hecho! lo que dije que no haría! Empezar el puto fic antes de semana santa!

Apenas es el prologo, pero bueno, para que vayais diciendo que os parece (...)

La verdad es que tenía ganas de hacer algo de este generlo con Sherlock porque, si lo han adaptado a nuestro tiempo, ¿porque no adaptarlo al futuro?si habies leido scifi en la historia reconocereis cosas y no me escondo de ello (pese a que el argumento es orginal, eh), por ejemplo las gafas de Sherlock son las que lleva el protagonista de comic ciberpunk mas guay del mundo, Spider Jerusalem (el comic se llama transmetropolitan) y cositas así. espero que os guste el pequeño prólogo a todas. Nos vamos leyendo por aqui ^^

Londres2

Año 2426.

Hacía un día especialmente frío incluso para aquella época del año. La niebla se arremolinaba por las calles abarrotadas y demasiado estrechas del suburvio, colandose por los rincones desprotegido de cada tienda de comestibles baratos y tiñendo su esencia con los estridentes colores de las luces de neón y pantallas de led, que llamaban al consumidor a comprar baratijas inútiles en aquel barrio de mala muerte con el que ningúna persona con un sueldo más o menos legal quería tener nada que ver.

La niebla le daba al ambiente un tono ocre que ponía al cerebro en marcha, haciéndolo anunciar que aquello no era bueno. No lo era. Todos lo sabían. Pero ya no se podía hacer nada. Solo los más ricos podían vivir en las zonas altas. Cuanto más dinero, más arriba. Era una ley fácil y conocida por todos desde hacía unos 200 años.

Un par de niños dejaron de teclear en sus ordenadores para levantar los ojos al cielo, hacia el punto más alto de todos, la estación espacial Reichenbach que podía discernirse desde casi cualquier punta de Europa a algunas horas flotando justo encima de la estratosfera. Había otras dos, pero esas ya no podían apreciarse a simple vista.

Nadie llegaba nunca al Reichenbach ni salía de él. Había rumores de una guerra, pero en los barrios bajos los rumores eran muchos y las guerras quedaban casi en las estrellas.

De vez en cuando aparecía algun camión de reclutamiento y los jovenes que no querían pudrirse en aquel agujero se marchaban en él, esperando ganar algo de dinero que les permitiese vivir un poco más arriba; un poco más lejos de aquella niebla amarilla que oxidaba el metal de sus robots en pocos años y les convertía en ancianos antes de tiempo.

Londres era una ciudad renacida de sus cenizas. Todo era nuevo, y viejo, y sucio, y estridente y de colores brillantes que te llamaban. Con pamfletos por todos lados que igual servían para vender un arma que encontrar a un niño perdido, aunque daba igual, nadie los leía jamás.

El BigBen era de las pocas cosas que no había caído cuando todo se fué al carajo, y aún en aquel momento se mantenía en pie de una forma bastante digna, descuidado y roto mirándoles amenazador entre aquella fina bruma amarilla, como recordándoles lo ocurrido sin decir palabra, como reflejo de algo que podía regresar. A veces a sus pies unos pocos hombres y mujeres advertían del fin del mundo.

A veces les tiroteaban porque la verdad era incómoda.

Y la gente sabía que no debía acercarse al BigBen como no debía acercarse a la oscura torre del gobierno que crecía como un árbol enmedio de la ciudad. Aquella construcción faraónica albergaba policia, jueces, politicos, y burócratas como una colmena de la que ni siquiera quienes pasaban allí sus horas podían imaginar el funcionamiento al completo.

Sólo había una persona que lo hacía y casi nadie podía acceder a él.

Miraba la ciudad de Londres2 del alba al ocaso, como se mira un hormiguero, sin que ninguno de sus asistentes comprendiera que le pasaba por la cabeza a Mycroft Holmes ante aquel cristal. Día tras día.

Había sido el más joven en ocupar aquel cargo en toda la historia, humillando a hombres que le superaban en lustros al jurarlo con apenas 20 años y ahora, dos años después pasaba sus días mirando la ciudad y pensando en lo que había más allá del cielo.

Sin embargo aquella tarde no. Aquel atardecer Mycroft no estaba frente a su ventanal sino sugetando una larga fusta negra y flexible mientras sus ojos dibujaban el contorno de la espalda de su hermano, seis años menor, que apoyado en la mesa con una desfachatez indigna de alguien de su educación y estatus le retaba orgulloso.

Le golpeó dos veces, dejando sendas marcas enrojecidas sobre la piel blanca que le cruzaban los omóplatos. No se movió. Las largas piernas enfundadas en un pantalón negro que un día había sido del mayor no flaquearon. Dos más.

Casi le sintió cerrar los ojos. Comenzaba a picarle la piel, pero no iba a pararle.

-Ya estás cansado My?- por el tono impertinente de su voz Mycroft le regaló otros cuatro golpes seguidos con saña, sintiéndole endurecer los músculos y tomar aire.

Se detuvo un instante a contemplar el sudor que comenzaba a caer por su piel, que como el mármol ahora dibujaba lineas rojizas nuevas y otras parduzcas de hacía unos días.

El mayor no era estúpido. Sabía que su hermano era consciente de lo que podía lograr con la promesa de su cintura estrecha, sus largas piernas y su rostro de efebo en cualquiera que se le pusiese por delante. Sin embargo Sherlock odiaba que le tocasen.

-¿A donde vas a ir?

-A donde sea- se giró para enfrentarse al mayor con una sonrisa- ahora soy libre ¿no?

Con un gesto rápido ocultó sus ojos tras aquellas gafas que tenían un cristal de cada color; verde y rojo y recogió la camisa de encima de la silla elegantemente pero sin ponersela, porque sentía algo de sangre bajarle por la piel enrojecida.

-Cuidate. Tal vez te necesitemos- el menor comenzó a andar hacia la puerta con paso casi alegre. Sin girarse.

-No sé si querré volver My-fué lo último que dijo antes de desaparecer por la puerta.

Y allí, en aquel gigantesco despacho alfombrado, Mycroft Holmes supo que volvería a ver a su hermano, pero lo que no imaginaba que pasarian casi once años hasta que sus vidas volviesen a encontrarse.