Susan se resistía a creer que nunca volvería a Narnia: que nunca volvería a correr por sus playas, ni a ver a un centauro, ni salir de cacería por sus bosques, y sobretodo se resistía a creer que nunca volvería a ver a Caspian

Su piel morena, su cabello castaño, sus ojos color ónice, nunca volvería a besarle, a abrazarle.

Aslan le había dicho que olvidaría Narnia que creería que no era nada más que un juego un mundo imaginario que ella y sus hermanos inventaron.

Pues no, ella no lo olvidaría y se le había ocurrido una idea ella había llevado consigo un cuaderno que su madre le había regalado, un cuaderno que se suponía que iba a ser un diario pero que ella había decidido que seria mucho más que un diario.

Escribiría en aquel cuaderno cada recuerdo que conservaba de Narnia describiría cada sensación, cada instante, cada olor.

Aquella noche se encerró en habitación y plasmo entre lágrimas la esencia de Narnia en aquel cuaderno. Ella no lo sabía pero cuando a las cuatro de la madrugada escribió la última frase y cayo derrotada en la cama. Aquel pequeño cuaderno ya no era un simple objeto pues la esencia de Susan y la de Narnia habían quedado imprimadas entre sus páginas para que se convirtieran en un portal.

Una brisa extraña recorrió la habitación (extraña porque la ventana estaba cerrada) una brisa con olor a la fragancia de los árboles de Narnia, una brisa con el olor a sal de su mar. Una brisa que alboroto los cabellos de Susan y que después desapareció llevándose consigo al cuaderno.

Cuando Susan se despertó por la mañana se dio cuenta de que el cuaderno no estaba y revolvió la habitación buscándolo.

-¡Su, baja a desayunar!-gritó Peter.

Y Susan pensó que se abría caído detrás de la cama y que luego le pediría a Peter ayuda para sacarlo.

En la cocina estaban sus tres hermanos desayunando cuando bajo.

-Su ¿No es ese tu cuaderno?-Pregunto Lucy señalando a un punto del jardín debajo de un árbol.

-Es cierto que hace allí?