Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
Capítulo beteado por Esmeralda Cullen.
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Summary: Dicen que con el pasar del tiempo vas entendiendo mejor las cosas; en ese caso, cuando eres mayor, los problemas deberían ser menos complicados, deberías tener una mente madura y quizás, en un mundo ideal, tener la solución para todo. Isabella siempre ha estado rodeada de lujos, complaciendo a sus padres. No busca el amor o un príncipe azul que llegue a rescatarla, lo único que quiere es aprender a vivir por su cuenta. Pero ¿qué sucederá cuando conozca a dos personas que cambiarán su vida? Por casualidad conoce a Edward, un chico al que le gusta la libertad y que solo busca su propia felicidad; jamás pensaría en complacer a nadie si eso lo aleja de sus metas, aunque estaría dispuesto a enseñarla a vivir de verdad.
Mientras eso sucede, aparece un hombre, maduro, de 48 años, quién a través de la poesía, le enseña un mundo maravilloso. Tiene sus mismos gustos y no teme decir lo que siente o piensa, provocando en ella sentimientos extraños y contradictorios…
Capítulo 1
Dicen que con el pasar del tiempo vas entendiendo mejor las cosas; en ese caso, cuando eres mayor los problemas deberían ser menos complicados, deberías tener una mente madura y quizás en un mundo ideal tener la solución para todo. Cuando eres niño te dicen tantas cosas que al final no son reales…, y al nacer en un ambiente agradable y cómodo te mantienen dentro de una burbuja, vives en un mundo de fantasía en donde nadie te puede causar ningún daño. Pero nunca podrás estar segura de lo que puedes hacer o de lo que puedas conseguir por ti misma hasta que no lo hayas intentado. Por más experiencias u opiniones que escuches, nada es mejor que vivir.
Isabella Swan, desde pequeña, siempre escuchó a sus padres decir: «lo entenderás cuando seas grande», pero con el pasar del tiempo nada fue cambiando; siempre que preguntaba algo esa era la respuesta. Cuando tuvo ocho años dejó de preguntar y simplemente empezó a observar, había aceptado el hecho de que sus padres se divorciaran. Que cada año tuviera que cambiar de casa para irse con alguno de ellos, incluso se había acostumbrado a sus constantes discusiones. Y cuando le pedían que decidiera a quién apoyar…, ella simplemente desaparecía del lugar.
No les reprochaba nada, intentaron ser buenos padres. La tuvieron siendo muy jóvenes y fueron obligados a casarse, era por eso que no se llevaban bien, pero con su hija siempre eran diferentes, evidentemente se esforzaban por ser buenos con ella, le dieron todo lo que creyeron que necesitaba. Los dos pertenecían a familias importantes, así que el dinero nunca les faltó, sin embargo, Isabella hubiera querido que le prestaran más atención o que, al menos, pasaran un poco más de tiempo con ella.
Al cumplir los doce, al fin estuvieron de acuerdo en algo y decidieron enviarla a un internado para señoritas, en el extranjero. La noche que le dieron esa noticia ella solo sonrió y corrió a hacer las maletas, siempre intentaba complacerlos, ser la perfecta hija que ellos le pedían, en realidad no le importaba, porque realmente no tenía idea de qué quería hacer, creyó que si ellos se lo pedían estaba bien, ya que únicamente buscaban su bienestar.
Al llegar allá se sintió tranquila, conoció el lugar y le encantó. Para su sorpresa, hizo amigas casi al instante, lo que era muy raro en ella, ya que siempre fue una niña solitaria. Recibía la llamada de sus padres cada fin de semana, siempre le enviaban regalos aunque sus visitas eran escasas. El día de la graduación fueron a buscarla, le sorprendió verlos juntos y tomados de la mano, no entendía qué había pasado entre ellos, pero no preguntó nada.
Pasó dos meses con sus padres antes de marcharse a Londres, en donde volvió a reunirse con sus amigas Rosalie y Jessica, a quienes consideraba como sus hermanas. Además, sus padres eran amigos cercanos de los suyos y cuando les hablaron de marcharse juntas, ninguno tuvo inconvenientes. Rosalie estudiaría abogacía; Jessica, Arquitectura; e Isabella, Administración de Empresas. Las tres tenían personalidades diferentes, y a pesar de las discusiones aprendieron a vivir juntas. Sus años universitarios pasaron deprisa; se graduó con honores y estaba feliz. Sus amigas, en ocasiones, la regañaban por no querer salir a ningún lado y nunca aceptar la invitación de algún chico, ella se justificaba diciendo que había ido a estudiar y no a conseguir novio.
Al regresar a su ciudad, pese a la insistencia de sus padres de vivir con ellos, Isabella y sus amigas decidieron mudarse juntas, aunque no logró convencer a su papá de no comprarle aquel departamento en el lugar más exclusivo de la ciudad. Sin embargo, cuando hablaron del trabajo, ella se negó a trabajar con él, dijo que deseaba conseguir un empleo por su cuenta y aprender a vivir con los recursos que lograra ganar, deseaba sentirse independiente y demostrarse que podía vivir sola.
—Terminé —dijo Isabella dejándose caer sobre su cama, miró a su alrededor y vio satisfecha el resultado.
Había pasado toda la mañana acomodando sus pertenencias en su nueva habitación. Jessica y Rosalie llegarían la próxima semana, así que estaría sola por unos días. En la noche, como era costumbre, llamó a sus padres para contarles sobre su día; ellos estuvieron felices de escucharla y le desearon suerte en la entrevista de trabajo a la que acudiría el día siguiente. Tras una breve despedida, se dirigió a su recámara, el cansancio la invadió y se durmió al instante.
El despertador sonó con insistencia durante media hora. Uno de los problemas de Isabella era su sueño profundo, siempre necesitaba que alguien la despertara. Con poco entusiasmo abrió los ojos, al dirigir su mirada al reloj saltó de la cama, se dio una breve ducha y se vistió de inmediato. Afortunadamente, la noche anterior había elegido lo que iba a vestir. Tomó su cartera y llaves y salió corriendo, no quería llegar tarde a su entrevista.
Suspiró aliviada al encontrarse frente a la empresa, vio la hora y se dio cuenta que llegaba justo a tiempo, pero cuando estaba por entrar escuchó un grito.
—¡Cuidado!
Un joven venía manejando una bicicleta con una mano mientras que en la otra tenía un vaso de café.
Isabella se quedó inmóvil esperando que el conductor desviara su trayecto, pero fue directo hacia ella, intentó frenar pero no lo consiguió, inevitablemente la había lanzado al suelo y bañándola con el café.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el joven, ella mantenía los ojos cerrados, pero cuando el trató de tocarla ella se apartó y lo miró con furia—. Lo siento tanto, en verdad, perdóname.
Ella sabía que no lo hizo intencionadamente, fue un accidente, así que no tuvo nada que reprocharle. Cuando intentó levantarse sintió la humedad de su falda y vio la gran mancha de café. Un dolor en el codo le advirtió que sí había sufrido daño, miró y descubrió su blusa rota y con un poco de sangre.
—Te llevaré al hospital o, si prefieres, puedo curarte yo mismo —ofreció, esperaba un gran escándalo de parte de la chica y se desconcertó al verla tan tranquila.
—Gracias, pero no. Se supone que ahora debería estar en una entrevista. —Miró su ropa y vio que era un desastre, no tenía sentido entrar, ya que pensó que ni siquiera la recibirían.
–¿Vienes por el puesto de asistente de administración? —preguntó, ella asintió mientras trataba de arreglarse un poco—. Yo también venia por lo mismo.
Eso llamó la atención de Isabella y lo miró con más atención, se reprendió cuando empezó a pensar que el chico era guapo, ya que era una locura admirar a su competencia, aunque obviamente él tenía más oportunidades, ya que ella parecía salida de un basurero.
—Que tengas suerte —dijo y empezó a caminar para marcharse.
Él la alcanzó y la convenció de que entrara, prometió explicar lo sucedido; se sentía terrible por lo que acababa de hacer, nunca pensó deshacerse de su competencia de esa forma.
Por la tarde, regresó a su departamento, en la empresa le habían dicho «nosotros la llamaremos», pero sabía que no era cierto. En ningún momento se sintió cómoda, así que empezó a buscar más empleos en el periódico. Agradeció no tener que hablar más con Edward, al menos así escuchó que lo llamaron en la empresa. De todos modos, su enojo hacia él había regresado y no deseaba volver a verlo.
Edward regresó a casa después de un largo día, todo lo que había planeado le había salido mal. Su bicicleta terminó dañada, estaba seguro de no obtener el empleo y llegó tarde al trabajo de medio tiempo que tenía y lo habían despedido. Así que lo único que deseaba era tener un poco de tranquilidad, pero su teléfono no dejaba de sonar, al ver el nombre en la pantalla decidió apagarlo, no quería hablar con nadie, no después de la discusión que tuvo con su familia en la mañana.
Como todos los días, encendió su computadora, algo que le encantaba era leer. Hacía un par de años había encontrado un blog con historias románticas, de alguna manera se sentía identificado con esa autora, aunque nunca se atrevía a dejarle ningún mensaje o comentario, ni siquiera le había contado a nadie que las leía, quería conservarlas para él.
Nunca había deseado ser una persona modelo, siempre buscó su bienestar y lo que le hiciera feliz, complacer a alguien no estaba en su naturaleza, le gustaba ser libre. En varias ocasiones recibió regaños de sus padres, a ellos los respetaba y amaba, pero aun así no podía estar de acuerdo con lo que le decían, deseaba experimentar la vida por sí mismo. Cuando tuvo edad para marcharse de casa, lo hizo. Para entonces había ahorrado lo suficiente para un pequeño departamento que compartía con su mejor amigo. Seth y él prácticamente crecieron juntos, siempre que realizaban alguna travesura o tenían algún problema, todos de inmediato culpaban a Edward.
—¿Mal día? —preguntó su amigo al entrar.
Edward se sobresaltó y apagó la computadora.
—No te imaginas todo lo que sucedió. —Se recostó en el sofá—. Hoy no debí levantarme de la cama.
—No obtuviste el empleo —aseguró, no podía imaginar qué otra cosa saldría mal aquel día. Sabía lo mucho que Edward quería el trabajo; hacía poco que se había graduado de la universidad y por más que buscaba parecía que nadie estaba dispuesto a darle una oportunidad.
—Ya encontraré otro, de todos modos, no es la única empresa en esta ciudad. —No le habían dicho que no lo contratarían, pero él sabía que su entrevista no fue la mejor, aunque reconoció que tampoco fue la peor; en sus escasos 24 años había pasado por varias experiencias desastrosas y eso no tenía por qué desanimarlo. Se despidió de su amigo y salió, no tenía caso quedarse ahí, lamentándose, necesitaba salir y distraerse.
Tener 48 años y seguir soltero no era un problema para él, sino para su familia, quienes constantemente lo agobiaban presionándolo para que formalizara una relación sin importar con quién. En todos esos años jamás había sentido la necesidad de compartir su vida con alguien. Tuvo varias novias, e incluso con una duró varios años, ocho para ser precisos, pero cuando empezó a hablar de matrimonio… simplemente la alejó. No era lo que buscaba, él únicamente deseaba encontrar algo especial, pero hasta ahora no sabía a qué se refería.
«Tal vez cuando lo encuentre lo sabré», se repetía.
Llegó a casa después de un largo día, ser el dueño de una exitosa empresa no era trabajo fácil, pero a él le encantaba, había trabajado mucho para conseguir lo que ahora poseía, aunque por una extraña razón jamás se sintió realizado. Sabía que a su vida, le faltaba algo, ¿amor? No era algo que realmente buscara, tenía a la familia, pero reconocía que no era suficiente. Se enfocó tanto en su negocio que este lo absorbió.
Al llegar a su habitación, encontró una nota sobre su cama, era de su hermana, nuevamente le había hecho una cita con una de sus amigas. ¿Cuándo entendería que eso no era lo que deseaba? Si quisiera, él podría tener a cualquier mujer. Rompió la nota antes de tirarla al basurero.
Cuando Edward e Isabella se conocieron no saltaron chispas, no hubo ninguna señal que les advirtiera que sus vidas estaban a punto de cambiar, ni siquiera imaginaron que sus caminos se volverían a cruzar y mucho menos que todavía faltaba por conocer a otra persona que, de una u otra manera, formaría parte importante de sus historias.
Los tres, aunque parezca difícil de creer, tenían un mismo objetivo y, sin importar que tan diferentes sean, aprenderán una lección importante. Tendrán que madurar para aceptar algunos cambios. Se verán obligados a salir del cómodo lugar en el que ahora se encuentran, se convertirán en amigos, compañeros, confidentes e irán descubriendo sentimientos hasta ahora desconocidos. Quizás el amor les permita ver de diferente manera la vida o, quizá, simplemente se den cuenta que enamorarse no era lo que imaginaban.
Gracias Esmeralda por tu ayuda y buenos consejos.
Espero les guste esta nueva historia
