Flores del Manzano

Flores del Manzano

Capitulo I:

Año 1911

La brisa era apenas perceptible y el sol brillaba con fuerza en el cielo celeste. Era una tarde de verano hermosa, como cualquier otra, en el pueblo Columbus. Mis padres y yo nos encontrábamos en el jardín trasero de nuestra casa, disfrutando de aquel día. Ambos discutían sobre los últimos acontecimientos mundiales y familiares: la primera guerra mundial, la crisis económica y nuestro próximo traslado a Chicago. "Esme, pon más atención"; me habría dicho mi padre, mientras mis ojos se desviaban de ellos hacia el cielo en busca de escapatoria.

Personalmente no me interesaba el tema, sobre todo los políticos. Mi madre me decía que con 16 años, ya tendría que ir preocupándome más de estas cuestiones: pues no faltaba mucho para dejar atrás mi inocencia y convertirme en una flameante esposa. Como tal, tenía que tener conocimientos de la situación mundial, y otras palabrerías. Ni tampoco quería pensar sobre el tema del traslado, eso me generaba inquietud y generalmente lo desviaba de mi mente.

Le sonreí con respeto y simule prestar atención, mientras tomaba entre mis manos una taza de porcelana, llena de fino té. Asentía de vez en cuando, cuando mi padre me miraba y buscaba mi acuerdo. Pero no podía evitar perderme en mis pensamientos, en mis puros pensamientos.

No me sorprendí al darme cuenta que el sol ya estaba por esconderse, en un luminoso crepúsculo. Mi madre junto a mi padre se levantaron del lugar y me pidieron que entrara con ellos. Sin embargo, yo no tenía ganas. Quería seguir allí sentada, pensando o tal vez leyendo, disfrutando de los últimos rayos del sol.

- Prefiero quedarme un momento más pensando sobre la situación padre. Me gustaría analizarla un poco y compartir luego mis conclusiones con usted – le pedí con cordialidad, sonriendo. Obviamente era una mentira. Pero me pareció la manera más eficaz de convencerle.

-De acuerdo Esme. Pero no te tardes. Te espero en el estudio -. Me dijo mientras emprendía el camino hacia casa, junto a mi madre.

Suspire de alivio y simule estar sentada unos minutos más. Luego me levanté y me dirigí hacia el manzano que se encontraba en el centro del jardín. Desde chica siempre me había divertido estar entre sus gruesas ramas y disfrutar, sobre todo en verano, el aroma de sus flores. Eso era algo que extrañaría muchísimo una vez idos de allí. Sin siquiera pensarlo, como un reflejo automático, subí mi pierda izquierda a la rama más cercana y fina, en comparación con el resto. Sujete mi mano derecha a otra rama, y me impulse hacia arriba aferrándome.

Pero cuando quise subir más, mi pie derecho resbaló sobre una de las ramas, haciendo que perdiera el equilibro. Mis manos resbalaron sobre la corteza dura y caí al suelo bruscamente.

Me di cuenta que algo no andaba bien, cuando un "crack" sonoro cruzó mis oídos. Rápidamente sentí como mi pierna izquierda, la cual se encontraba bajo el peso de mi cuerpo, era cubierta de un fuego abrasador y el dolor nubló mi vista.

Comencé a llorar con intensidad ante el dolor insoportable. Mis padres no tardaron en salir abalanzados sobre mí. Mamá murmuró algo en señal de desaprobación "Esme, has crecido. ¿Cuándo te darás cuenta?" Creí oírle decir. Eso incrementó mi llanto, porque uno de mis mayores miedos era crecer y afrontar la realidad. Desde siempre había tenido la ilusión de permanecer congelada… vivir eternamente. Pero ahora no había tiempo de pensar eso, ahora el dolor lo era todo.

Mi padre me tomó entre brazos mientras yo comenzaba a marearme. Apoye mi cabeza en su hombro y cerré los ojos, dispuesta a no vomitar.

No los abrí en todo el trayecto que llevo llevarme desde mi casa hacia el hospital. Recién ahí me anime a mirar la situación.

Una enfermera con gesto severo me observaba y mis padres estaban a mi lado. Mamá estaba nerviosa, lo podía notar por la forma en que revoloteaba los ojos. Mi padre tenía el ceño fruncido, con su gesto frío. Miré mi pierna, ahora de un color extraño, mezcla de verde, violeta y sangre coagulada. Eso me asustó y miré a la enfermera suplicante, mientras el dolor incitaba mis lágrimas

- Vendrá el Doctor Cullen a verte querida – dijo con tono severo, aunque pude percibir como su voz se suavizaba al pronunciar el nombre de aquel hombre. – No te muevas de la camilla

Asentí y me di cuenta que me encontraba en una habitación sola, sobre esas camas amarillentas.

- Espero que sea la última vez Esme. Ya debes madurar niña – exclamó mi padre con voz autoritaria.

No contesté. Mis lágrimas lo decían todo. Desvié la vista hacia la ventana, mordiendo mi lengua hasta sangrar por el dolor. No me permitiría gritar y tenía que enjuagar rápidamente esas lágrimas: ya no quería ser una vergüenza para mis padres.

Mientras mis manos secaban casi con desesperación las lágrimas, mis oídos oyeron desde lejos una voz masculina fuerte y dulce a la vez que pronunciaba mi nombre. Por sus pasos seguros, supuse que se trataría del doctor encargado de tratarme. Miré con una extraña ansiedad hacia la puerta, hasta que se abrió.

Mis ojos se chocaron con algo totalmente cegador. Un hombre alto, de contextura física fuerte y madura, cuyos cabellos eran rubios como los mismos rayos del sol de esta tarde. Su sonrisa me deslumbró, una serie de perfectos dientes blancos, alineados como una regla. Sus labios al igual que su piel blanca, parecían ser de sedas. Pero lo que más captó mi atención fueron sus ojos, aquellos ojos: de un color ámbar, como si dentro de ellos estuviera derretido todo el oro del mundo.

Ampliando mi vista, todo su rostro parecía perfecto. Todo su ser.

Como si se tratase de una Arcángel. O una estatua, de estas que te quedas horas mirándolas, tratando de encontrarle alguna imperfección, aunque sabes de ante mano que nunca la encontrarás.

- Buenas Noches, soy el Doctor Carlisle Cullen y atenderé a su hija – su voz, ahora más clara, era como fina música para mis oídos. Era tan seductora. Toda su persona lo era. Pero de una manera totalmente irracional y frustrante, porque… ¿cuántos años tendría? El doble. Tal vez era casado y tenía hijos. Y yo con 16 años viéndole como un buen candidato. Que necia que era.

- Doctor – saludó mi padre con voz fría. Era claro que ya no le agradaba por su apariencia – Mi hija se ha quebrado la pierna haciendo una estupidez.

- Subía el manzano de nuestro patio – aclaró mi madre con fingida amabilidad.

En ese momento, sentí como mis mejillas se acaloraban. No me animé a mirarle y baje la vista hacia mi regazo, en silencio.

- Si me disculpa señor Evenson, no me parece una estupidez. Suele pasar, además, es agradable subir a los árboles – comentó con su voz terciopelada. En ese momento elevé la mirada hacia aquellos ojos y sonreí con timidez. El me devolvió la sonrisa y sentí como mi estomago se encogía y el dolor parecía irse. – En fin, enyesaremos tu pierna. – asentí y casi me explota el corazón, cuando sus manos blancas tocaron la piel de mi pierna. El tacto era frío, demasiado frío como si fuera de hielo. Pero no me desagrado, al contrario, involuntariamente una sonrisa se abrió camino en mis labios. Nunca pensé que su piel fuera a ser tan suave y que me generaría tanta calma…

- Por suerte, la fractura no ha sido expuesta. Su curación será rápida – dijo con una sonrisa. Yo le miraba anonada, olvidando completamente el asunto de la pierna. Ni siquiera lo sentía. Lo único que percibía ahora, era dos puntos de calor en donde antes habían estado apoyada sus manos.

Mis padres se sentaron pacientes, mientras el Doctor Cullen llevaba a cabo el trabajo. Ni en un segundo desvié mi mirada de sus manos. Verlas trabajar con sutileza y perfecta delicadeza me asombraba. Ni siquiera me causo dolor cuando coloco una tabletilla de madera a lo largo de la pierna. Comencé a marearme y me di cuenta que había resistido demasiado la respiración: tanta dedicadse me cortaba el aire.

- Señor Evenson, preferiría que su hija se quedara esta noche aquí. De esta forma el yeso se secará sin complicación alguna – dijo mirando a mi padre. Éste asintió algo dudoso y mi madre frunció el ceño. Parecía… ¿celosa?

Yo sin embargo, me encontraba en el cielo. Disimuladamente sonreí, pero prefería estar gritando de alegría. Siempre había odiados aquellos lugares, pero ahora era todo diferente. Ahora había un porque. Nuevamente aquel cosquilleo en mi estomago surgió cuando me observó y me sonrió con calidez. Mi corazón latió con fuerza y me sonroje al pensar que tal vez lo estaría oyendo.

Lamentablemente mis padres se quedaron conmigo hasta el anochecer. Yo le insistí que se fueran a casa a descansar ya que mañana debían trabajar. Les aseguré que estaba bien y que no era necesario que se quedaran allí, velando por mis sueños. Al final logré persuadirlos y ambos se retiraron no muy convencidos a casa.

Suspire aliviada y con la luz de la lamparilla de aceite aun encendida, miré mis manos tratando de encontrar algo divertido. Inevitablemente vino a mi mente el rostro de Carlisle Cullen y eso me hizo sentir impura. ¿En qué demonios estabas pensando Esme? ¿Tu mente no se había encargado ya de decirte una y otra vez que el era un hombre grande, tal vez casado, con una familia? ¿Cómo te atrevías?

Fruncí mis labios ante mis pensamientos y cerré mis ojos, acomodándome mejor en la almohada. Aun que la posición no me resultaba del todo cómoda. Intente conciliar el sueño pero me era imposible. Sin pensarlo, mis ojos se abrían y miraban hacia la puerta, esperando a que apareciera como esta tarde. Desde ese momento no lo había visto más y eso me había generado angustia. Pero aun conservaba la esperanza, de que tal vez, se acordaría de una niña estúpida como yo.

Eso era

Una estúpida

Enojada conmigo misma, trate sin mucho excito darle la espalda a la puerta, quedando una posición algo complicada con el incomodo yeso. Cerré los ojos dispuesta a convencerme de que esta vez tenía que dormir, y solamente dormir. Nada de sueños extraños, con batas blancas y ojos dorados…

Estaba feliz. Radiante. Me encontraba en mi patio trasero junto al manzano y el aroma de sus flores me embriagaba. Tal vez era por eso que estaba ahí, por ese aroma tan dulce, tan placentero… Tomé una flor entre mis manos y la acaricie con infinita delicadeza y paciencia, para no dañarla. Tan suave… tan tierna. De repente, el aroma se incrementó, sintiendo mareo y una sonrisa se dibujo en mi rostro, brillante. Comencé a reír y miré hacia el manzano, donde una figura oscura se reposaba sobre éste. Solo podía distinguirle dos gemas doradas en su rostro y una sonrisa cegadora que era absolutamente mía. Me acerqué a este sin miedo, mientras el aroma me comenzaba a nublar la vista y todo se desvanecía lentamente….

Desperté algo agitada. Tenía el pulso acelerado y la respiración algo entrecortada. Aquello me había parecido tan real, como el dolor de mi pierna en su momento. Inclusivo aun podía sentir en la punta de mi nariz los residuos de aquel perfume.

- ¿Has tenido una pesadilla, pequeña? – su voz me hizo girar bruscamente la cabeza hacia él. Mis ojos se abrieron sorprendidos y mis mejillas ardieron. Estaba ahí, al lado mío, con su mirada cordial y su sonrisa milagrosa. Pero había algo más… algo que no había captado desde un principio. Su perfume. Olía a las flores del manzano, mezclado con la esencia del sol y rosas. Cerré los ojos, algo aturdida.

- No… - susurré y mi voz sonó patéticamente pastosa – Es que me ha parecido demasiado real como para ser un sueño – y eleve mi vista hacia aquellos ojos. Ahora entendía porque el aroma embriagador…

- Lo siento, no quería molestarle – se disculpó mientras amagaba para levantarse. Yo rápidamente actué.

- No – negué con la cabeza – Usted no me ha molestado Dr Cullen – pronuncie las palabras con delicadeza, no pretendía ser descortés – Al contrario, necesito algo…

Me miró de una manera que no pude comprender. Mezcla de compasión y… algo que no pude descifrar. Me sonrió y me derretí como la mantequilla en ese momento.

- ¿Qué deseas Esme? – mi corazón dio un vuelco cuando pronunció mi nombre. Sonaba más hermoso en sus perfectos labios que en cualquier otra persona.

- A... Agua – respondí como una tonta. El asintió y me acercó el vaso. Vacile en tomarlo, temiendo que mis manos nerviosas, cometieran algún accidente. Al fin decidí hacerlo antes de parecer una inválida y lo tomé con cuidado. Por unos momentos, nuestros dedos rozaron. Una corriente eléctrica de lo más extraño cruzó todo mi cuerpo. Aun temblando me llevé el vaso a mis labios y trague con demasiada rapidez. Hasta ese entonces no me había dado cuenta de la sed que tenía.

- Tus manos… - susurró, aun que no estuve muy segura de que si lo que oí fue cierto o no, por que sus labios casi no se movieron al pronunciar aquellas palabras. Miré mis manos y me percaté que estaban marcadas por varios rasguños con apariencia extraña. Aquella tarde no me había percatado de ellos. ¿Tan inmensa había sido mi ensoñación? No tuve tiempo de responder porque sus manos fuertes y frías tomaron las mías en un segundo y sin perder tiempo, tras tomar un algodón con alcohol, comenzó a curarlas.

Me quedé casi sin aire cuando lo vi. obrar de esa manera. Mis manos parecían quemarse ante su tacto, pero no de forma desagradable, sino que me encantaba aquella sensación. Sus ojos estaban fijos en su trabajo y creí verlos algo más oscuro de lo normal. Seguramente por la escasez de la luz.

- Ahora sí se curaran bien – dijo con una sonrisa y tiró el algodón al cesto.

- Gracias – dije con una sonrisa, mientras corría mis manos con disgusto hacia mi regazo. Las observé y tenía por supuesto mejor aspecto que antes – Nunca debí subirme al Manzano…

- A veces los accidentes no se pueden evitar – dijo con cordialidad mirándome. Yo me sonroje, por supuesto – Además, no es algo prohibido. Yo siempre solía trepar árboles a tu edad – eso me hizo sentir un poco mejor, sobre todo por lo aterciopelada que era su voz.

- No quiero ser una vergüenza para mis padres. Ellos quieren que deje esas boberías y comience a asumir mis responsabilidades de casi adulta. Quieren casarme pronto – dije, aunque no se porqué tenía que estar contándoles estas cuestiones tan poco interesantes. Que tonta.

- Entiendo – dijo en un susurró desviando la mirada - Aun así Esme, eres joven. No está mal que quieras disfrutar de la vida – luego, pareció vacilar pero me habló con el mismo tono suave - ¿Qué más te divierte?

Aquello si que me sorprendió. Hubiera esperado alguna otra pregunta formal o tal vez una despedida profesional. Pero no una cuestión de mi vida. No me molestó. Al contrario, me dio una alegría inmensa y mis ojos no podían mentir ante mis emociones. Sentí que se humedecían y sonreí plenamente.

- Sobre todo, estar en mi jardín, trepando el manzano y ver el crepúsculo. Disfrutar de los últimos rayos de sol en el día. Pero también adoro hacer arreglos en flores y me considero muy buena, sin intenciones de parecer soberbia – aclaré tras una risita que el compartió conmigo y por un instante me perdí en ella – Eh… también me encanta leer y escribir. Sin embargo, uno de mis pasatiempos favoritos es remodelar las cosas. Cuando los adornos de la mesa del living me aburren, busco cambiarlos por otros, buscarles nuevos lugares, entre otras cosas. Mamá dice que si hubiese nacido hombre, hubiera llegado a ser un gran arquitecto – me encogí de hombro ante la idea – En fin. Eso es lo que más me divierte y amo hacer – aclaré con una triunfal sonrisa que el me respondió.

- Puedes llegar a hacerlo si te lo propones – me dijo y por un momento me perdí en la conversación.

Sonreí y le observé

- Me encantaría – confesé porque en mi yo interior siempre había sentido la necesidad de dedicarme a eso. A ser arquitecta. Pero una carrera que estaba solo limitada a los hombres y que cuyas mujeres, eran contadas con los dedos de una mano en todo el mundo, no pretendía un buen futuro para mí. Suspiré algo frustrada.

Noté como sus ojos me observaban unos momentos y me sentí intimidada. Luego se levantó de su asiento y me sonrió con dulzura, haciendo que millones de mariposas volaran por todo mi cuerpo.

- No pretendo molestarte más Esme, mejor descansa. Ya mañana podrás irte a tu casa con tu familia – me dijo con una voz tierna a la cual no pude evitar sonreír y retenerla en mi mente para luego volverla a escuchar.

- Gracias Dr Cullen – susurré algo intimidada y me recosté mejor en mi cama. Sus ojos brillaron por un segundo y luego salió caminando lento, hasta verlo desaparecer por la puerta.

Cerré los ojos aun con mi sonrisa. Aspire el aroma que todavía residía allí y me sumergí en un colchón de flores conocidas. Era tan suave, tan placentero, que por un momento fantasee estar entre sus brazos…