Capítulo I: Convocando a las viejas glorias.
La costa era tranquila antes de la llegada de los barcos. Barcos hechos de caña surcaban el agua, trayendo consigo algas para la aldea. Y desde esta, se veía una isla, cuya montaña orgullosa parecía desafiar al azul infinito. Pero, los barcos negros que escupían humo llegaron. Y con ellos vinieron cientos de ese pueblo que se denominan "enosianos". Veían como la isla iba siendo ocupada por construcciones de acero y ladrillo, como el mismo humo negro empezaba a emerger de las chimeneas, al mismo tiempo que más barcos de acero que escupían humo llegaban. Así, con una base cerca del continente monocromático, las cebras conocieron a Énosi.
Ese pueblo, conformado por cinco razas, era una curiosidad para la tribu. Siempre se presentaba minotauros o perros diamanteros con trajes y sonrisas amplias, y eran acompañados por guerreros con extraños tubos de metal con puntas de lanzas. No muchos, al principio, pero luego llegaban a superar a todas las tribus de la localidad. Córceles con miradas ambiciosas asentían cuando veían a la sabana, murmurando cosas como "rica en minerales" y "excelente para construir". Pero, hubo uno que estuvo interesado por ellos. Un simio, cuya panza y gracioso vello facial haría reír hasta al guerrero más dedicado de la tribu. Pero evito la burla con sus gestos fuertes, su rápido aprendizaje del lenguaje, y su apego por la tribu de cebras. Y, más que todo, les enseñó los peligros de sus propios compatriotas.
Era bastante ágil con la palabra, evitando escarmientos de sus superiores diciendo "el potencial del lugar no está enterrado, está vivo", y manipulando al exarca para que expulsase los elementos indeseables de su gente. Y hablaba con el mansa de la tribu, expandía sus horizontes sobre el mundo exterior al hablarle del impacto de sus ritos en el clima de Equestria, en el cómo minerales que las cebras usaban como adorno eran usados en el camino al progreso, en como avances de la medicina y la ciencia hacía la vida más apetecible. Y el mansa, como cebra sabia que era, no dudó en aceptar la oferta de modernización; siempre y cuando el progreso fuera con, según sus palabras, "tecnología foránea y espíritu cebra".
Mucho antes de que aquel simio partiera a su país para convertirse en líder, la tribu creció al integrar, mediante sabia diplomacia y nuevas técnicas militares, a toda la región costera. Al mismo tiempo que se expandía al interior del continente, la tribu se iba organizando y estructurando para manejar sus nuevas adquisiciones. Un sistema de castas, basado en la ocupación del patriarca familiar, se habia instalado, y el reino mantenía un sistema de federación a los pueblos anexados. Según aquel simio, cuando recibió la carta de su amigo el mansa, era como si emularan el sistema enosiano para cada pueblo que el reino unía; manteniendo cierto grado de autonomía mientras fueran leales al reino.
Cuando aquel diplomático volvió al continente, el Reino de Mansa se había instalado en Zébrica. Otrora un pueblo pesquero frente a la colonia, ahora los exarcas del asentamiento competían con la ciudad capital de Zembuctú en construcción y prosperidad; y cada año se les acababa el terreno de la isla. Grandes construcciones de adobe y ladrillo, con cúpulas de bronce que reflejaban al sol, eran rodeadas por construcciones hechas de tierra y alimentadas con norias repletas de agua. Trenes y factorías, exhalando humos violetas o azules, solían oscurecer el cielo. "Como en Simiocusa, en casa", solía decir aquel simio diplomático al rey, cuando se presentó solicitando santuario. Recordando con cariño a aquel que proporcionó tanta ayuda a su padre, el mansa le concedió un pequeño terreno donde poder pasar sus años, a cambio de que le enseñara a su hija los caminos de su pueblo. Rechistando, él aceptó.
La historia de cómo un pueblo pequeño se convirtiese en un igual a Énosi, solía inspirar al muchacho. Cautivaba su imaginación al leer su biografía y lo que veía en las caricaturas, al verse rodeado de cebras y aprender de ellas, al mismo tiempo que les enseñaba la modernización. Las postales, los reportajes en los cines, y una visita real que ellos hicieron en Ágora, su hogar, cuando era pequeño; le indicaron el camino a seguir. Se iba a convertir en diplomático y explorador como su héroe.
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Había atravesado la ciudad capital Umuhimu Wa Kuishi para llegar hasta él. En el camino, le habían ofrecido cualquier tipo de alimento, baratija o pieza de alfarería al punto de que casi gritaba "¡llévense mi billetera, demonios!" a las cebras que le ofrecían de todo. Lo bueno es que no tendría que almorzar, por la gran cantidad de vendedores de comida que le ofrecieron degustación. Fue en la calle de los artesanos e inventores en donde casi lo dejan desnudo, golpeado y encontrado debajo de una zanja. Por una mala interpretación de "Ninakuuza" con "Ninakuununulia", empezó a tomar finas piezas de joyería y a guardarselas en los bolsillos. El artesano gritaba como histérico, señalando al viajero e llamando a los trabajadores del local. Solo se necesitaron tres cosas para que el foráneo empezase a correr: cuando media docena de cebras furiosas, armadas con martillos y lanzas de obsidiana, trataron de rodearlo; cuando veía que el sol empezaba a ocultarse; y cuando oyó el pitido del monorriel en la estación.
Como en casa, no solo bastaba en devolver las joyas, el dueño quería compensación a base de trabajo, hasta que pagase el intento de crimen. Y si algo tenía de seguro, es que el viajero era un mal trabajador con las manos; cualquier intento sería una bola de nieve, cuesta abajo, de errores y desperdicio de joyas. Casi esfumándose, el viajero salió del local y se dirigió hacia la estación de monorriel, esquivando carretas con materias primas, tropezándose con cebras y enosianos transeúntes que, siendo derrumbados, soltaban sus cestas con mercancías al aire. Un martillo pequeño, una jarra de cerveza, y una caja suelta de palillos dentales; cayeron en su cabeza, uno a la vez. Y viendo como el dueño de la joyería convencía a una multitud, más que molesta, de que él era un indecente ladrón, no tuvo más otra opción que correr.
Ahora, toda la calle estaba en su contra. Desde simples transeúntes que le gritaban al pasar, hasta habitantes de las casas, que desde los segundos pisos, empezaban a tirarle piedras, palos e insultos. Incluso alguien tiró a una gallina, y dio en el blanco porque el condenado animal no dejaba de picotearlo en la cabeza. Viendo que el monorriel empezaba a irse, el viajero no tuvo más opción que tirar su bolsa de dinero a la calle. Las pocas monedas de oro que le quedaban, al desparramarse por la calle, hicieron que la multitud dejara de perseguirlo para recogerlas. Riendo, el viajero empezaba a correr hacia el monorriel. Se montó en el último vagón, antes que la máquina alcanzara mayor velocidad. Por fin se sentía a salvo.
El vagón estaba casi vacío. Solo unas tres cebras que quedaron impactadas cuando lo vieron, y un minotauro en traje de negocios que no le quitaba la vista a su periódico. El viajero se tomó asiento cerca de la puerta, suspirando aliviado hasta que volvía a sentir el picoteo. Tomó la gallina con sus manos y la aventó por la ventana, viendo, para su mala suerte, que había caido en un grupo de soldados del rey. Él hubiera querido empezar a comerse las uñas, pero tenía al inspector cerca. Y traía cara de pocos amigos. Dos veces, aquella cebra en traje azul le pedía "tiketi". Fue en la tercera, casi hablándole como si él fuera un retrasado, cuando el viajero entendió que quería el boleto. Así que, nervioso, empezaba a buscar en sus bolsillos algo que no tenía, mientras que el inspector daba un silbido en dirección al otro vagón. Dos cebras en el mismo uniforme azul, más fornidas que el inspector, entraron. No tardaron en someter al viajero y lanzarlo a las vías. Aterrizó dando vueltas en el suelo, y se arrastró para apartarse de las vías de monorriel.
Duró varios horas recostado a una pared, vendándose las heridas y aplicando alcohol a las heridas, mientras que los transeúntes le tiraban una moneda al pasar junto a él. Su mala racha de mala suerte le había enseñado que un botiquín, junto a otras cosas para las emergencia, siempre debían estar en la mochila que llevase. Trataba de recobrar el aliento, hasta que varias sombras empezaban a cubrirlo. Al alzar la mirada, varios soldados cebras, en uniformes caquis y llenos de moretones, marcas rojas y plumas de gallina, lo observaban. Se estiraban, sonándose los huesos del cuello y los hombros, y se abalanzaron contra él.
Cuando despertó, con heridas peores a las que le dejó la tirada, ya eran altas horas de la noche. Le dolía todo su cuerpo y olía a meado de perro, caminaba balanceándose como un borracho, y se quejaba del dolor con cada paso. Lo único bueno que había pasado en todo su viaje, era que lo habían tirado en el camino a la dirección que iba buscando.
Cada vez más se alejaba Umuhimu Wa Kuishi, y el panorama cambiaba. De una urbe de adobe y gente que lo desgraciaba, la luna media le mostabra una campiña como pocas que había visto. Yurtas de pieles o casas de un piso hechas de adobe estaban instaladas en la sabana, rodeadas de diques de irrigación que formaban cuadrados para los futuros cultivos, o rebaños de cabras durmiendo en sus grandes corrales. Pero, lo que buscaba resaltaba de los demás, y lo había encontrado por ello. Una casa, de dos pisos, como las que vería en el campo enosiano. Después de tantos sacrificios, tantos infortunios, aquel joven minotauro llamado Alekandros, sonreía como pequeño. Pronto, para él, sus sueños se cumplirían.
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De seguro era conocida como "la princesa más amable que el reino haya tenido", pero hasta la gente amable tiene sus límites. Y al ver en el reloj que eran las dos de la madrugada, y tener que levantarse porque alguien estaba tocando en la puerta; rebasaría los límites de cualquiera que no fuese un batponi o, según su mentor, "aquellos lunáticos en Equestria".
Nyota Musa era la cuarta hija del actual rey, la segunda hija y la última en la línea de sucesión. Pero su padre, siguiendo la tradición que inició su abuelo, quería que cada uno de sus hijos hiciese "Mafunzo ya Nje", o estudios extranjeros. Y la buena suerte, para ella, era que el mismo héroe que había construido el reino con su abuelo, sería su mentor. Ella era la yegua más codiciada del reino: hermosos ojos celestes que eran resaltados por su melena blanca. Su bostezo era delicado, y las palabras que murmuraba sonaban como un manantial de agua fresca. Pero, nadie podía ocultar el desagrado cuando te paraban de la cama. Lo único más ruidoso que el insistente que había en la puerta, eran los ronquidos de su mentor. Su habitación quedaba en el extremo del pasillo, en el segundo piso, enfrentando a la habitación de Nyota; y el simio sonaba como un locomotor que se estaba echando a perder. Tomando su bata, y encendiendo la luz de su alcoba, la cebra salió. Iba prendiendo El pasillo del segundo piso y, después de bajar las escaleras, el recibidor. Suspiró, y se dirigió a la mirilla de la puerta. Ver a aquel minotauro, con ropajes rasgados y lleno de heridas, mirando a la puerta y a las ventanas que flanqueaba la entrada, con un ojo morado, hicieron que la princesa Nyota se sobresaltara. Su primera reacción era buscar la lanza que le había regalado su padre, y expulsar al extraño de la puerta. Pero eso no se lo había enseñado su mentor. "Habla con delicadeza, conoce primero, y luego juzgas; la reacción viene después", se le vino a la mente; luego de limpiar la frase de las groserías que dijo en aquella ocasión. Respiró, lentamente, y dijo:
— Asubuhi njema, bwana. La casa de negocios enosianos más cercana, está cerca del palacio. Ahí lo tratarán como es debido. Veía como el minotauro se desanimaba. Exhalaba con pesadez y miraba a la puerta. Era como si se armase de valor antes de hablar. Al fin consiguió lo suficiente para contestarle. — Si, lamento la interrupción, pero he venido de muy lejos para hablar con Homero Fez. Y dado en el estado en que estoy, no puedo esperar mucho. Raro, debía indagar más. — El señor Homero se encuentra en dormido y odia que lo despierten, bwana. Dígame, ¿qué es tan importante que deba interrumpir el sueño de mi mentor? ¿Quién lo busca?
— Soy Alekandros Grenzer, curso Relaciones Diplomáticas en la Universidad Superior de Ágora, y me gustaría terminar mi carrera como aprendiz de Homero Fez. — El minotauro hablaba con decisión, al mismo tiempo que buscaba en su mochila. Sacó un sobre y se lo mostró a la mirilla. Nyota se sorprendió al ver el sello: corona de olivos con una estrella en el centro —. Al enterarse de que el rector aprobó el tutelaje, la Oficina de Asuntos Diplomáticos me mandó esto.
— ¿No puede esperar hasta mañana?
— Señorita, cuando partí de Ágora, el barco encayó en aguas territoriales ahuizotles cuando estabamos en guerra contra ellos. No terminé como prisionero, porque un barco de la Marina empezó a remolcarnos hasta Neo Simiocusa. Un día después, asediaron la ciudad. Viendo que no podían sostener el ataque, empezamos a evacuar en barcos de vapor antiguos mientras nos seguían asediando. Tuve que tomar el último barco, que era una cafetera oxidada a punto de hundirse. Y lo hizo. — El minotauro suspiró —. Pasé la siguiente semana en otro barco que rebasaba su capacidad de pasajeros, por pura suerte no se hundió. Pero desembarcamos en Nueva Elafyon, el puerto más inseguro de todo el Imperio Colonial Enosiano. Fui robado, timado, y golpeado hasta decir basta. Y tuve que meterme de incógnito a un pequeño barco de vapor comercial. Cuando me descubrieron, tuve que palear el carbón para hacerme pasar por trabajador de la caldera. Y al llegar a la ciudad, una muchedumbre furiosa me persiguió por un malentendido, me quedé sin dinero, me arrojaron del monorriel capitalino, y un montón de soldados me dieron la paliza de mi vida. ¿Sabe cual es la cereza del pastel? Un perro se orinó encima de mí. Estoy listo para cualquier griterío que el kýrie Homero tenga.
La princesa no sabía si sentir pena por aquel muchacho, o reírse por lo absurdo de la situación. Si era verdad la gran cantidad de desgracias que le pasaron, el minotauro viajero debía tener una fuerza de voluntad titánica. A pesar de los años de tutelaje de Homero, debía aprender más. Dio un suspiro, pensando que también recibiría gritos de parte del simio, y le abrió la puerta. Alekandros sonreía con lágrimas en los ojos.
— Pase adelante. — Dijo la princesa, haciéndole un gesto amable con la cabeza para que entrase, al mismo tiempo que sonreía. Para el minotauro, la cebra tenía una cálida sonrisa —. Por cierto, soy Nyota Nne Daktari Mwanafunzi Kidiplomansia Mande.
Alekandros estaba a punto de decir "la tuya por si acaso", cuando recordó su educación. En el reino de Mande, la primera palabra y la última eran el nombre y el apellido respectivamente. El segundo, en caso de la realeza, era número regnal o si el nombre era sucesivo para en la familia. Entre el nombre de pila y el apellido, se encontraba los distintas ocupaciones a la que pertenecía. Esta vez, tenía delante a una médica en pleno derecho, y una aprendiz de diplomático. De haber insultado a la princesa, lo más probable es que su cabeza quedaría separada del resto del cuerpo. Pero, él veía que Nyota se impacientaba.
— ¡Oh! Disculpe, princesa. Me acordaba de cosas de mi educación, ¿puedo dejar mi mochila aquí? — Nyota asintió. Alekandros dejó su bolso encima de una silla y al lado de un jarrón cebra. La indiferencia de dejar su bolso pasó, a un ritmo alarmante para la cebra, a un cuidado meticuloso. Como si quería evitar un desastre —. Siempre he tenido algo de mala suerte.
— ¿Algo? A este punto le voy a pedir a los brujos cualquier ritual de limpieza. Solo por si acaso. — Al verla, el minotauro quedó sorprendido —. Sígame.
— Vaya, para ser famosa por su amabilidad y ser enseñada por Homero, eso fue algo cruel y carente de diplomacia, princesa.
— Soy amable con mi pueblo y con quienes lo merecen. Y soy diplomática en asuntos que puedan resolverse con palabras. Según mshauri mpendwa, un diplomático debe...
—... nadar con tiburones y no asustarse. Los tratados vendrán después. — Al verlo, a pesar de que la interrumpió, la princesa asentía y le sonreía al minotauro —. Leemos mucho de él en la universidad. Y me sorprende mucho que hayan aceptado el tutelaje, Homero se separó de los asuntos del estado desde que perdió la reelección. Se hizo un auto-exilio, según lo veo.
— Más tutelaje para mi, al parecer. — ambos reían, hasta que estuvieron frente a una puerta doble, la abrió para él antes de hablar —. Espera aquí, este es su estudio privado. Yo iré por él, y le rezaré a los Loas a que no me pase nada malo.
— ¡Oh! Disculpa. — Alekandros le entregó la carta con el sello a la cebra —. Ya que vas con él, ¿podrías hacerme el favor?
— Bueno, no hay problema. — la cebra tomó la carta con su boca y la guardó en un bolsillo de su bata. Cuando vió al minotauro mirar algo en el estudio, como si fuese una reliquia santa, agregó con rapidez —. No rompas nada.
Nyota cerró la puerta y suspiró. Hora de despertar al héroe del viajero. Tardó más en llevar a Alekandros al estudio, que llegar a la puerta. Tocarla, se sentía como si estuviera interrumpiendo la siesta de un dragón. Y el gruñido de su mentor cayó en ella, como si fuese el rugido de las grandes serpientes.
— ¿Qué pasa, Nyota? — una voz cansada y pesada provenía de detrás de la puerta. Lo acompañaban grandes bostezos y quejidos.
— Mshauri, hay alguien que quiere hablar con usted. Vino de muy lejos y ha pasado por mucho para poder verlo.
— ¿Por qué no se conforma con una postal mía y se larga? Lo más importante ahorita, es que quiero dormir.
— De paso, trae una carta de la Oficina. Lo enviaron para que le enseñaras el oficio y… — Con la cara de un demonio, Homero se apareció en frente de la princesa. Su patillas que llegaban al mentón eran peludas y canosas, contraria a la calva que, con la luz adecuada, podía sustituir a un faro. Su cara arrugada solo magnificaba su ceño molesto, y su gran panza casi sobresalía de la bata para dormir. Con asco, tomó la carta qu le entregó Nyota, y rompió el selló. La abrío, y frunció el ceño.
— El muchacho está en mi estudio, ¿no es así? — Homero apenas apartó la mirada de la carta, solo para preguntarle a la cebra y para esperar la respuesta. Al asentir, el simio le cerró la puerta en la cara.
— ¿Todo está bien, mshauri? — La única respuesta que recibió, fue un vago "si, si" de parte de él. Ella oía como él abría gabetas y armarios, no tardó mucho en volver a abrir la puerta.
El simio apartó a la princesa cebra con delicadeza, solo para empezar a caminar en zancadas. Bajaba los escalones con pasos pesados, y se dirigió a su estudio. Cuando tuvo de frente las puertas dobles, pateó en todo el medio la entrada y dejó que esta se abrieran con violencia. Y con la misma violencia, dio un par de zancadas que lo metieron en su estudio. Un impactado minotauro, que estaba mirando el mapa que él había dibujado a mano, intercambió miradas con Homero.
— K-kýrie Fez, es un placer conocerlo al fin. — El minotauro se alejó del mapa y empezó a caminar hacia él, con los brazos abiertos y con una gran sonrisa que Homero no compartía —. Soy Alekandros Grenzer, y yo-
Se detuvo. Aquel simio, cuyas aventuras y logros le habían marcado un camino a seguir, sacó un revólver de su bata y lo amartilló. El cañón del arma era tan aterrador como la mirada llena de odio de su héroe. Y aquel ruido mecánico, que preparaba la pistola para disparar, había provocado una gota de sudor frío que le recorría la nuca.
— Ni un paso más, hijo de puta. — fue lo que dijo Homero en un tono agresivo. Contrario a cómo sacó el revólver, sacó la misma carta con lentitud. Como si quisiera que el entendiera, el simio habló despacio —. A ver, ¿Quieren que vuelva al Servicio Diplomático? ¿Y para una guerra contra Equestria? Esos malnacidos ahora si que la han cagado.
