Inclinado

El grito que soltó al despertar de una pesadilla terminó por sobresaltar a Steve, haciendo que se levantara cual resorte de la cama. Las luces se prendieron e, incluso, una de las armaduras de Tony se adentró a la habitación, calmándose al notar que el Capitán estaba allí y que, por ello, nada pasaría.

El castaño tembló, sintiéndose más indefenso que un niño pequeño. Las imágenes del sueño anterior seguían reproduciéndose en su mente como una película de terror, atormentándolo. Solo los fuertes brazos de Rogers rodeando su cuerpo lograron calmar un poco su agitada respiración.

Sangre, muerte, soledad.

Una vez más estaba solo, perdía a Steve, el único ser que se mantenía a su lado a pesar de todo. Y eso no podía permitirlo, no podía dejar que pasara. ¡Quería dejar de pensarlo, de soñarlo!

—Tony —la voz del rubio se escuchó suave, como una canción de cuna en medio de todo aquel desastre—, todo está bien.

—La armadura... —resopló Stark, dejando de temblar poco a poco. La vez que casi daña a Pepper en medio de sueños seguía grabado en su memoria.

—Soy el Capitán América —la risa fresca que soltó el soldado hizo que Tony desviara la mirada, intentando verle de frente—, no me dañarán tus armaduras —agregó, deslizando su diestra hacia el mentón del castaño para echar su cabeza hacia atrás con delicadeza.

La respiración de ambos chocó al acerarse un poco más, y bastó un solo movimiento del rubio para que sus labios se encontraran, en un contacto tierno y dulce. Con lentitud, Tony fue dejándose llevar, cerrando sus párpados hasta olvidar todo lo que llegó a atormentarle. Los labios de Steve eran motivo suficiente para que se desconectara, dejándose llevar por aquel beso inclinado que, poco a poco, se iba convirtiendo en algo más.

Nunca antes se sintió tan feliz de que sus armaduras fueran chatarra a un lado del Capitán.