—Inútiles, todos inútiles… —Murmuraba sin levantar su mirada de antinatural brillo sobre la alfombra de piel. Daba vueltas, irritado, como un tigre blanco en cautiverio.
A su vez, su fiel león le vigilaba. Sentado sobre un sofá de cuero en un costado de la lujosa oficina de su amo. Le seguía con las pupilas inyectadas en sangre. Su uniforme negro y rojo parecían hacer juego. Tal vez una estrategia en la cual resaltase de entre el resto de esclavos de Hydra. Pero no. Aquel color inusual se debía a las constantes torturas por parte de Stark, de Superior.
El hermoso azul cristalino había sido manchado gracias a la irrigación de glóbulos rojos que expulsaron las diminutas venas en sus ojos, acumulándose en el iris. Tan doloroso como lo es describirlo.
Rogers guardaba rencor, por supuesto, pero liberaba su furia en la cama, destrozando el culo de SIM.
—¿Me estás escuchando, basura? —Cuestionó Superior con el ceño fruncido. El rubio asintió casi imperceptible y con una expresión vacía. —Necesito un espía. No puede ser cualquier idiota que te sirva. Todos son desechables, pero detesto repetir una instrucción dos veces. Debe sobrevivir al menos unos meses. —Continuó hablando al Capitán que parecía ser más bien una estatua. Era conversar con un inerte muro de concreto. Le sacaba de quicio, aunque no podía negar que era mil veces mejor que al comienzo, cuando era un rebelde.
Rogers se incorporó, acercándose con pasos firmes hacia Stark. Mantenía la mirada fija en la salida. Idéntico a un robot, exceptuando su calidez. Tomó por la cintura a SIM, posesivo, al igual que una garra sobre su presa. —Volveré por el pago. —Gruñó próximo a su oído.
Recibió otro como respuesta. Ambos eran animales.
SIM se apartó de su brazo sin siquiera observar su partida.
Steve tenía una nueva misión: Conseguir un peón.
Volvió a su cuartel. Todo había cambiado drásticamente. Hacía unos años que no habría creído en lo que se convertiría, pero era así ahora. Sin marcha atrás, sólo debía obedecer. Era lo mejor.
Un auto blindado en color negro. Nada demasiado llamativo a mitad de la madrugada. Las calles eran un cementerio. El toque de queda era demasiado para ellos. Un resplandor platinado le escoltaba al llegar a carretera. Androides.
Una hora de camino y volvió a ser tratado como un rey. Aburrido.
Hydra era la organización terrorista más despiadada en la actualidad. Mantenían sus raíces Nazis sobre la raza perfecta, la supremacía y perfección humana. ¿Quién más que el portador del suero del súper soldado para ser su líder?
Arribó al búnker a la mitad de la nada. Sus súbditos no cuestionaban. Es más, ni siquiera sabían del vínculo que mantenía con Stark. Para ellos, las salidas misteriosas del Capitán eran indicio de que una nueva batalla se iba a librar. El único que podía acercarse a esa información confidencial era su mano derecha, el Soldado de Invierno, pero ni él conocía a profundidad la situación.
—Reúne a los mejores de tu batallón a primera hora al amanecer. —Ordenó Rogers mientras caminaban hacia su aposento. Escuchó un "Sí, Capitán". Tendría un par de horas para dormir antes de realizar la selección.
Su habitación era subterránea, al igual que todo el cuartel. Los fondos para construirlo no habían salido de los fraudes que Hydra realizaba, sino de SIM. Un pequeño obsequio para su mascota. Por lo tanto era la base más lujosa de todo el globo y sobretodo la más cercana a su aparente enemigo: SHIELD.
Stark controlaba la supuesta arma secreta del gobierno, el gobierno en sí y también al enemigo. Era un monopolio bajo las narices de todos. Un plan perfecto, o casi, pues debía montar espectáculos en los cuales el gobierno vencía a Hydra una y otra vez. No debía destruirlos, ya que sin ellos no existía un show y por ende, el juego terminaba. Un ir y venir eterno mientras SIM realizaba todo movimiento ilegal sin levantar sospechas, el único que podía vencer entre todo el caos teatral.
El único cabo suelto eran los antiguos héroes, aquellos que Stark no pudo manipular para que creyeran en él o los que por descarte no se terminaron uniendo a Hydra.
Necesitaban un cazador lo suficientemente fuerte como para eliminar a esas pestes, pero no tanto como para que Steve lo liquidara antes de que diera algún problema.
Debía cumplir su labor y la recompensa sería el mismo Superior.
Dejó de pensar en aquello o volvería a tener una erección.
Deambuló por su modesta, pero costosa habitación. La única posesión antigua que le restaba era su escudo. Un recuerdo de lo imbécil que había sido y que no debía de recaer. De sólo mirarlo se enfureció. Tomó uno de los bordes y arrojó al suelo de manera que se quedara ahí y no volviera. Acto seguido se lanzó a su cama. Había reemplazado las distracciones de ella como el insano colchón que se asemejaba a la suavidad de un malvavisco, como sus almohadas y mantas de tela lujosa. Debía permanecer en eterna concentración y sumarle perfección a su premio.
Sólo podía disfrutar de su deliciosa recompensa en el nido del ave de rapiña que era Anthony. Sólo entonces su cuerpo podía gozar de esa experiencia sedosa.
Por ahora dormía al igual que sus cabos, en miserables condiciones.
Se retiró el uniforme, colgándolo en un perchero. No utilizaba ropa interior, por lo que terminó desnudo de un momento a otro al retirarse también sus guantes y botas. Se cubrió a penas y con un intenso dolor en la ingle. Los testículos le ardían. ¿Desde cuándo no se había descargado? La última misión directa que le había dado Stark fue el eliminar a un francotirador que le acosaba. Esa noche había destrozado por completo la cadera de ese arrogante billonario. Nunca se había corrido con esa abundancia. Pero desde entonces no había existido otra ocasión. Así que su única salida era brindarle un buen cazador, un buen espía y entonces podría finalmente fornicar.
Es por eso que contuvo sus manos para no tocarse. Iba a aguardar, como el buen perro que era.
Logró conciliar el sueño, no sin apartar de su mente cuando no se contuvo y buscó la manera en la que pudiese desahogarse. Esa etapa en la que deseó compensar el tiempo que estuvo en abstinencia. Pagó a prostitutas, forzó a heroínas y villanas, incluso humilló a sus propios soldados, pero nada. Desde el instante en el cual les veía desnudos sintió una inmensa repulsión seguida de furia. Lo que comenzaba en un momento en el cual podría liberar su acumulada lujuria, terminaba siendo una masacre.
Stark le había convertido en su esclavo sexual.
Nadie se le comparaba. Era un seguro para Superior. Tenía a Rogers en bandeja de plata. No debía extorsionarle o amenazarle. Steve llegaba a él, ofreciendo todo de sí con tal de complacerle y que aliviara el dolor de su miembro.
Despertó con las imágenes de los cuerpos que había despedazado, incluso tenía la sensación de la sangre aún corriendo entre sus dedos. Abrió lentamente los ojos para asegurarse, aunque no hayó nada. Su único consuelo era que la erección se había ido.
Se levantó, yendo hacia su baño para tomar una ducha fría preventiva y comenzar a vestirse. Ese día no comenzaría con su entrenamiento solitario.
En cuanto salió de su habitación, dos escoltas le siguieron de cerca con un par de armas. Los pasillos eran largos, fríos y con paredes de roca. Una cueva era el escondite natural perfecto, no levantaría sospecha.
Llegaron al punto acordado para la selección. Una fila de veinte soldados aguardaba sin mover ni un músculo. Barnes les vigilaba de la misma manera, sólo reaccionando al ver entrar al Capitán.
—Aquí están. Son los mejores de la base principal. —Presentó, contemplándolos.
Rogers chasqueó la lengua. Cada uno de ellos se veía insignificante. Esperaba que sus habilidades compensaran su inepta apariencia.
El rubio levantó la diestra, señal con la cual Barnes y las escoltas se apartaron. Al descender su mano, la fila de soldados se movilizó al mismo tiempo con la intensión de atacar a Rogers. El Capitán repeló sus golpes y patadas con gran maestría, como sólo él podía hacer. Le sostuvieron, intentando inmovilizarle, pero fue en vano. Cayeron después de 15 minutos. Ninguno había resistido de pie.
—Patético. —Escupió algo de su sangre, pues lo mucho que llegaron a hacerle fue romperle el labio y brindarle un moretón cerca a sus costillas que descubriría después. El resto no obtuvo esa suerte. Algunos terminaron tendidos sobre el suelo en posiciones extrañas como sus rodillas flexionadas al lado contrario al que se hallarían con normalidad. —Cuarto rojo, ahora.
Sentenció marchándose. Esta vez los escoltas no le siguieron, sólo Barnes. Sabía lo que se avecinaba, pero era su culpa por entrenar y presentarle sólo carne de cañón.
El Cuarto rojo era una réplica del real. Ahí era donde aplicaban los procedimientos más inhumanos a los que luego serían los mejores soldados, los apodados "Soldados de Invierno" específicamente gracias a James.
Sudor frío corría por su frente. Se sentó en la silla de tortura y aguardó mientras Rogers cambiaba sus guantes de combate teñidos de carmesí por otros elaborados con látex negro que repelían la conducción de electricidad.
—Seré más estricto con los próximos reclutas. —Declaró en un murmullo.
—Nunca permití que hablaras. —Presionando un botón, los grilletes cerraron, dejándole atado a la silla metálica. Descendió el casco e introdujo a su boca un utensilio plástico que evitaba que las convulsiones causaran que se arrancara la lengua con los dientes. —Agradece que esta vez no hago que te ahogues o te lleve a confinamiento. —Tomó la palanca de alto voltaje a punto de descenderla, pero uno de sus subordinados interrumpió tocando la puerta.
Observó con furia la entrada mientras esta se abría.
—Capitán, tenemos un intruso.
Rogers gruñó, apretando los dientes. —¿Y la seguridad? ¿Por qué no sonó la maldita alarma y lo resuelven?
—El intruso cortó el sistema de vigilancia, incluidas las cámaras y la alarma.
¿Cómo era posible? El sistema había sido implementado por el mismo Stark. Era imposible. Si esa era una mala broma por parte de SIM, le iba a joder hasta dejarle parapléjico.
El soldado recibió información por radio, su expresión había cambiado a una aún más preocupada.
—¿Ahora qué?
—Uno de los sectores cayó. El intruso parece ser sólo un chico.
—Encárgate de Barnes. Electroshocks cada cinco minutos.
El soldado asintió, acercándose a la palanca e iluminando la habitación.
Rogers se encargaría en persona.
