Era un día de verano como otro cualquiera. Nada de especial había en él. Me corrijo, si había algo diferente: la multitud de personas que taponaban las calles de la ciudad que nunca duerme. Y supongo que me diréis, ¡si Nueva York siempre está embotellado! Cierto, lleváis razón, sin embargo, no lo está del modo en que lo estaba aquel día.

El sofocante calor de primeros de finales de junio se hacía patente, hastiándome, haciéndome creer que mi cuerpo eliminaría el líquido ingerido durante el desayuno en los escasos minutos que tardaría en llegar en coche a mi lugar de trabajo.

Golpeé el aparato de aire del coche. Seguía sin comprender por qué la comisaría se negaba a darme un vehículo nuevo, uno en el que al menos no exudara como si hubiese estado corriendo durante media hora. Pese a que era una novata, no veía motivos para tener como medio de transporte el coche que nadie quería.

- ¡Maldito verano! - grité como si alguien pudiese oírme, sin embargo, estaba sola.

Nueva York experimentaba uno de los veranos más calurosos en los últimos sesenta años, llegando a alcanzar temperaturas más propias de Ecuador que de la latitud en la que me encontraba. Los meteorólogos aseguraban que este soporífero clima iría desapareciendo a medida que avanzase el mes de julio, pero a mi me costaba creerlo.

Abrí la ventana del asiento del copiloto y me arrepentí inmediatamente. Una ráfaga de aire cálido penetró en el coche, llegando hasta cada uno de los rincones. Instintivamente volví a pulsar el botón para que la ventana se cerrase, evitando así que mi sofoco aumentase. Necesitaba llegar pronto a mi trabajo o corría el riesgo de deshidratarme dentro de aquella chapa metalizada con motor. Así que pisé el acelerador a fondo, haciendo que por inercia mi cuerpo se viese impulsado hacia atrás, pero no disminuí la velocidad.

La 12th, la comisaría de homicidios de Nueva York, estaba desierta. Eso unido al refrescante aire que circulaba por ella, disipó por arte de magia la sensación de pesadez con la que había llegado.

Caminé hasta mi mesa y me dejé caer sobre la silla, sintiendo el frío metal a través de la fina tela de la camisa. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo retornase a su temperatura natural para poder empezar a trabajar. Las gotas que cubrían mi frente comenzaron a desaparecer y notaba mi cuerpo más ligero. Parecía que había conseguido lo que esperaba.

- ¡Beckett! - el gritó rebotó en las paredes de la comisaría, sobresaltándome de tal modo que estuve a punto de caerme de la silla - ¡A mi despacho!

Me levanté y me recoloqué la camisa mientras pensaba que podía haber hecho mal en mi duodécimo mes en la 12th para que Grumpy pareciese un lobo a punto de devorar a su presa. Me acerqué a la ventana de su despacho para observarlo antes de ser engullida, pero de nuevo sus gritos me hicieron dar un respingo.

- ¡He dicho ahora! - parecía como si conociese mis intenciones y eso me dio miedo.

- ¿Me llamaba, capitán?

Con una mano me invitó a entrar en el despacho y sentarme en la silla frente a él, lo cual hice de sin ganas. Lo que menos me apetecía era escuchar uno de sus sermones, pero me abstuve de decir nada. Sabía que era lo mejor.

- ¿Me puede explicar que estuvo haciendo ayer a las 13:05?

- ¿Me está acusando de algo, capitán? Porque si es así, preferiría que no ahorrásemos el juego.

- ¿Es que acaso debería hacerlo?

- Si quiere saber algo, pregúntelo. No tengo tiempo para charlas. Le recuerdo que estamos trabajando en un caso de asesinato muy importante y que tengo mucho papeleo que hacer.

Inmediatamente me arrepentí del comentario. Había estado fuera de lugar, pero a Grumpy no pareció molestarle ya que esbozó una sonrisa.

- Veo que no se deja avasallar; me gusta – mi desconcierto aumentaba por segundos. ¿Qué se supone que estaba intentando? - Será una buena detective.

- Me gustaría saber para qué me ha hecho llamar.

- A mis oídos has llegado ciertos comentarios que en nada favorece a uno de mis inspectores. Estoy tratando de comprobar que se equivocaron de policías, que no son de mi comisaría.

- ¿Qué clase de comentarios?

- Eso prefiero guardármelo, pero no son sobre usted. Ahora puede marcharse.

- ¿Y ya está? ¿Así de fácil? ¡Si no he dicho nada! ¿Cómo puede estar tan seguro de que no son sobre mi?

- Créame, lo sé. Ahora haga el favor de volver a su trabajo. Me gustaría recordarle que sus vacaciones no comienzan hasta dentro de ocho horas, y mientras tanto tiene trabajo que hacer.

- Si, capitán.

George Grumpy era conocido por su agrio carácter y lo que menos me apetecía era que hiciera gala de él, así que me levanté y salí de su despacho, tal y como me había ordenado.

En mi escritorio tenía multitud de informes que debía completar antes de que acabase mi jornada laboral. Suspiré y comencé a ordenarlos cronológicamente para empezar con los más antiguos. Era un trabajo pesado, quizás la parte más aburrida para muchos, pero a mi de algún modo me hacía conectar con las familias.

La tarde comenzaba a oscurecerse cuando salí de la comisaría después de un largo día. Me apetecía llegar a casa y darme un baño mientras disfrutaba de un buen libro con una copa de vio.

Me acerqué a mi restaurante japonés favorito y pedí comida para llevar, un favor que el hijo del dueño, al ser una de sus mejores clientas, se ofreció a hacerme sabedor de mi complicado horario laboral.

- Gracias Josh.

- Es lo menos que puedo hacer por la clienta favorita de mi padre... y mía – una tímida sonrisa se asomó en su cara y por algún motivo que desconocía, eso me hizo sonrojar.

- Buenas noches.

- Buenas noches, Kate.

La luna se alzaba en el oscuro cielo cuando llegué a mi apartamento. Nada de lujos ni de ostentaciones había en ella. Solo era una confortable viviendo que había conseguido alquilar con mi pequeño sueldo de inspectora. Y aunque no tuviese más de noventa metros cuadrados, para mi era mi pequeño orgullo porque la había conseguido con mucho esfuerzo.

Dejé la caja de cartón con la comida sobre la encimera de mármol y me quité la chaqueta, dejándola en el sofá. Caminaba dispuesta a entrar en mi habitación cuando un ronroneo me hizo girar. Dafne, la gata blanca de orejas negras que encontré abandonada en la parte trasera del edificio unos meses atrás, se acercó a mi piernas y me la rozó repetidas veces con la cabeza.

- Que mimosa eres – la tomé en brazos y me dirigí con ella de nuevo a la cocina - ¿Tienes hambre?

La dejé en el suelo para buscar su comida, pero ella no parecía estar dispuesta a alejarse de mi. Vertí el contenido de la lata sobre su plato y se lo acerqué, ganándome un maullido por su parte antes de empezar a comer.

Con una sonrisa me alejé hacia el baño, pero entonces el sonido de la madera de la puerta al ser golpeada me sobresaltó.

- ¿Y ahora qué ocurre? - grité enfurecida.

Mi plan de llegar a casa y relajarme no estaba saliendo como tenía planeado y me comenzaba a crispar por ello.

- ¡¿Tú?! ¿Qué haces aquí?

- Yo también me alegro de verte. ¿Se puede saber qué te pasa? Vaya cara tienes.

- Intentaba darme un baño para eliminar tensiones, pero está claro que no lo voy a conseguir. ¿A qué has venido?

- ¿Ya no te acuerdas? ¡Habíamos quedado para salir! - exclamó señalando con las manos su vestido rojo perfectamente ajustado a su cuerpo.

- Lo había olvidado... Lo siento, Lanie. Te prometo que te recompensaré de alguna manera.

- ¿Qué tal si, para empezar, me dejas entrar?

Me hice a un lado y permití que entrase.

- ¡Pero si tienes comida japonesa!

Suspiré, sabiendo que ese baño de sales debería esperar. Adoraba a Lanie pero en días como me daban ganas de matarla.

- ¿Qué tal si comemos mientras te cuento lo que vamos a hacer durante tus vacaciones?

- ¿Vamos a hacer?

- No pensarías que te iba a dejar sola para que desaprovechases el mes en tu casa viendo películas ñoñas. Si lo más excitante que has hecho en años ha sido recoger a esa gata. ¿Qué creías que iba a hacer?

- Primero, no son ñoñas. Y segundo, no, no me iba a pasar el mes en mi casa.

- Ah no, espera, que había un plan más interesante: pasarlo en casa de tus padres. No te ofendas Kate, ya sabes que los quiero como si fuesen los míos, pero no es lo que digamos unas vacaciones.

- ¿Y qué quieres que haga?

- Para eso he venido yo, para decirte lo que vamos a hacer. Prepárate para pasar un mes de diversión y... ¡mucho baile!

Sus palabras y su amplia sonrisa me dieron miedo. La de las locas ideas, así solía llamarla. Pero aunque no estaba muy convencida y me esperaba un viaje de aventuras, la escuché, sorprendiendo gratamente de su idea.


Solo quedaba un día para que diese comienzo la temporada alta, sin embargo, ese año no sería como los anteriores.

Bajé de mi habitación pensando en la conversación que tuve el día anterior con el dueño del hotel. Por algún motivo que desconocía, había llegado a sus oídos mi pasión por las mujeres, concretamente por las huéspedes y eso no le había agradado. Más aun cuando supo las críticas que hacían del hotel. Y todo por no quererme comprometer, había pensado irritado. Por ello me había relegado a dar clases de baile al grupo de abuelos que se alojasen en el hotel. No quiero saber nada más sobre tus líos de faldas. ¿Ha quedado claro? Eso fue lo último que me dijo antes de echarme de su despacho. ¿Cómo se atrevía a relegarme a ese trabajo? No es que los ancianos fuesen menos que los jóvenes, pero yo era bailarín, no monitor.

¡Hay que joderse! Javier, el nuevo bailarín del hotel, sería el encargado del grupo de los jóvenes ¿Él? ¡Si era el nuevo! ¡Por el amor de dios! Yo había necesitado dos mese de prueba con los abuelos antes de que me diesen el puesto que ahora el moreno ocupaba ¿Cuánto llevaba allí? ¿Dos días? No es que tuviese nada en contra de él, pero la situación era muy injusta.

- ¡Rick!

Escuché de fondo como parecía que pronunciaban mi nombre a mi espalda, pero no me giré. Debía ser puntual en mi primera clase con el grupo o tendría problemas.

- ¡Castle! - el grito se hizo más potente y al oír el nombre que usaba en el mundo del baile, supe que debía tratarse de alguno de mis compañeros; como así fue.

- Eh Ryan, ¿qué ocurre?

Kevin Ryan era el encargado del grupo infantil. Por su carácter afable, los niños lo adoraban y no era de extrañar. Era de esa clase de personas con las que sabes que siempre vas a contar, que te va a apoyar siempre, en la que puedes confiar. Por eso lo consideraba un amigo.

- Llevo un rato llamándote ¿Es que tienes prisa?

- Pues si. No sé si sabes que Kellerman me ha mandado que me encargue del tercer grupo.

- ¿Te ha quitado del grupo avanzado? A ver, que has hecho ahora.

- ¿Yo?

- Venga Castle, que nos conocemos. Algo has debido hacer para que Kellerman haya llegado hasta este extremo.

- Yo solo disfrutaba...

- ¿Con las clientes? - me interrumpió – Había escuchado ciertos rumores pero no quise creerlos. ¿Se puede saber en qué pensabas?

- ¿Tú también? Creía que estarías de mi parte.

- Pero tío, si es que no piensas ¿Para qué te metes en estos líos? ¿Es que no hay más mujeres que las huéspedes del hotel? ¿No te imaginabas que el nombre del hotel podía quedar en mal lugar si esas chicas se dedicaban a criticar?

- Yo no lo planeé, Ryan. Ahora debo irme. No quiero que Kellerman tenga una nueva queja por mi parte.

- Nos vemos luego.

Asentí y me alejé de él, divisando a los lejos el variado grupo del que debería hacerme cargo. Lo llamábamos el de los abuelos pese a que en él había personas de todas las edades. En realidad era el grupo que llegaba al hotel a pasar las vacaciones y quería aprender a bailar, sin tener noción alguna de ello. Claro que, solía coincidir que eran los abuelos los que se encontraban dentro de estas características, aunque siempre te encontrabas personas de diversas edades, ya que a partir de los dieciséis, si nunca habían bailado debían apuntarse al tercer grupo, del que ahora yo sería el encargado de impartir las clases.

En este caso, no habría más de treinta personas, y por lo que pude apreciar, era el más heterogéneo que había visto hasta el momento. Diría que podía encontrarse tres generaciones dispuestas a aprender a bailar.

Suspiré, sabiendo que me tocaba enfrentarme a personas que nada sabían de baile, y yo no tenía paciencia para eso. Precisamente esa no era una de mis cualidades, y no me quedaba otra que hacer alarde de ello. Va a ser un día muy duro. O peor, un verano agotador, pensé frustrado por la situación.

Una zona ajardinada con una pequeña pista rodeada de enredaderas sería el lugar donde impartiría las clases, y hacia donde me dirigí.

Me coloqué frente al grupo, pretendiendo que de eso modo me prestante atención, pero de nada sirvió. Genial, era lo que me faltaba. Mi exasperación aumentaba por segundos así que no me lo pensé dos veces y grité para hacerme oír.

- ¡Silencio! - de repente tenía a treinta personas mirándome con curiosidad – Soy Richard Rodgers, para vosotros, Castle, y seré quien imparta las clases de baile. Entiendo que si estáis aquí es porque queréis aprender, así que espero que me prestéis atención y cuando lo digo, va por todos – dirigí mi mirada hacia un joven de no más de veinte años que jugaba con su teléfono móvil y, al notar que lo observaban, elevó el rostro y guardó el aparato en el bolsillo – Si no estás interesados, me harías un gran favor marchándoos. Si por el contrario os vais a quedar, quiero que sea con todas las consecuencias. Esto son clases de baile en un hotel rural y están para pasarlo bien, para divertirse y disfrutar bailando, y es lo que quiero que aprendáis. Dicho esto, ¿tenéis alguna pregunta? - se hizo el silencio y todos me observaban expectantes, deseosos de empezar, algo que generalmente en estos grupos no solía ocurrir, pues llegaban con ganas pero temerosos de no valer para ello – En ese caso, poneros por pareja.

- ¿Por qué baile vamos a empezar, Castle? - me preguntó una mujer morena de voluminosas curvas que deduje que había pasado la treintena.

- Por ninguno – puse una melodía a piano y me giré, viendo sus caras de desconcierto, lo que me hizo sonreír – Antes de que empecemos con algún genero, debéis aprender a moveros. Ya sé que parece algo obvio y que me diréis que todo el mundo sabe moverse, pero no es así. Para moverse hay que sentirlo – tomé a una joven que se había quedado sin pareja – Debéis notar como vuestro cuerpo vibra con cada nota, como os lleva a moveros sin que tengáis que pensarlo. Solo si lo sentís, os moveréis – comencé a caminar por la pista con la chica al ritmo de cada nota, haciendo que ella me siguiese – Y lo más importante de todo: dejaros llevar. Bailar consiste en permitir que los sentimientos se apoderen de vuestro cuerpo, es expresaros a través del cuerpo. El baile es un modo de vida y en este mes os voy a enseñar a amarlo.

Todos asintieron con una sonrisa en el rostro y continuaron moviéndose por la pista. Después de todo, quizás no fuese tan malo este verano, pensé mientras los observaba a todos completamente concentrados en lo que les había pedido que hiciesen.