Desclimer:
1. Twilight & sus personajes son propiedad de Stephenie Meyer.
2. Captive in the Dark es una historia de C.J. Roberts yo sólo hago una adaptación.
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Sinopsis:
Edward es un hombre con un singular interés por la venganza. Secuestrado cuando era niño y vendido como esclavo por un mafioso hambriento de poder, no ha pensado en nada excepto la venganza. Durante doce años se ha sumergido en el mundo de los esclavos de placer buscando al hombre que el considera responsable en última instancia. Finalmente, el arquitecto de su sufrimiento ha surgido con una nueva identidad, pero no con una nueva naturaleza. Si Edward consigue acercarse lo suficiente para atacar, debe convertirse en la misma cosa que aborrece y secuestrar a una hermosa chica para entrenarla para ser todo lo que él fue una vez.
Bella Swan de dieciocho años acaba de despertar en un lugar extraño. Atada, con los ojos vendados y sólo una tranquila voz masculina para darle la bienvenida. Su nombre es Edward, aunque él exige ser llamado 'Amo'. Bella es joven, hermosa, ingenua y testaruda a más no poder. Tiene una oscura sensualidad que no puede ser escondida o negada, aunque ella intenta conseguir ambas cosas. A pesar de que tiene miedo del fuerte, sádico y arrogante hombre que la tiene prisionera, lo que mantiene a Bella despierta en la oscuridad es su indeseada atracción por él.
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Advertencia.
Esta historia contiene:
*Situaciones muy perturbadoras.
*Consentimiento dudoso.
*Lenguaje vulgar.
*Violencia gráfica*
*Lemon/Lime
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Sin más preámbulos, los dejo con la historia. Espero sea de su agrado.
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PRÓLOGO
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Venganza, Edward se recordó. Ese era el propósito de todo aquello. Venganza, doce años de planificación y a solo unos pocos meses de su ejecución.
Como entrenador de Esclavas, había entrenado al menos a una veintena de chicas. Algunas estaban dispuestas, ofreciéndose a sí mismas como esclavas de placer para escapar de la miseria, sacrificando libertad por seguridad. Otras llegaron a él como forzadas hijas de granjeros empobrecidos buscando liberarse de sus cargas a cambio de una dote. Algunas eran las cuartas o las quintas esposas de jeques y banqueros enviadas por sus maridos para aprender a satisfacer sus Raros Apetitos. Pero esta Esclava en particular, la que él miraba desde el otro lado de la abarrotada calle, era diferente. Ella no estaba dispuesta, ni había sido coaccionada o enviada a él. Ella era pura conquista.
Edward había intentado convencer a Carlisle de que podía entrenar a cualquiera de los 'otros tipos' de chicas, que estaría mejor preparada para tan seria y potencialmente peligrosa tarea, pero Carlisle no cambió de parecer. También había esperado mucho tiempo para conseguir su venganza y se negaba a dejar nada al azar. La chica tenía que ser verdaderamente especial. Tenía que ser un regalo tan valioso que ella y su entrenador por igual serían motivo de conversación para todos.
Después de años de ser el único Aprendiz de Carlisle Cullen, la reputación de Edward se había forjado poco a poco, estableciéndole como un hombre a la vez eficiente y decidido en cualquier tarea que se le confinaba. Nunca había fallado. Y ahora, todos aquellos años habían sido para ese momento. Había llegado el momento de demostrar su valía a un hombre al que le debía todo, tanto como a sí mismo. Sólo quedaba un obstáculo entre él y su venganza. La última prueba verdadera de su carencia de alma, despojar deliberadamente a alguien de su libertad.
Había entrenado a tantas que ya no recordaba sus nombres. Podía entrenar esta también, por Carlisle.
El plan era simple. Edward regresaría a Estados Unidos y buscaría una candidata para la 'Venta de Flores', lo que los árabes llaman, 'La Bahía de Zahra'. La subasta tendría lugar en su país de adopción, Pakistán, en poco más de cuatro meses. Era seguro que estaría plagado de bellezas de los típicos países en los que hombres mandaban, donde la adquisición de estas mujeres estaba limitado solo por la oferta y la demanda. Pero una chica de un país de Primer Mundo, podría considerarse todo un logro. Las chicas procedentes de Europa eran muy buscadas, aunque las chicas estadounidenses eran las joyas de la corona del comercio del placer. Tal esclava solidificaría la posición de Edward como un auténtico jugador en el comercio del placer y conseguiría darle acceso a los círculos más poderosos del mundo.
Su objetivo era encontrar a alguien similar a lo que él estaba acostumbrado, alguien exquisitamente hermosa, pobre, preferiblemente inexperta, y con predisposición a someterse. Una vez hecha su elección, Carlisle le enviaría cuatro hombres para asistir a Edward a sacar a la chica del país de contrabando e introducirla a México.
Carlisle había contactado con un aliado que les proporcionaría un refugio seguro en Madera durante las primeras seis semanas que Edward necesitaría para ayudar a su Cautiva a aclimatarse. Una vez que ella fuera razonablemente obediente, harían un viaje de dos días hasta Tuxtepec y tomarían un avión privado. Finalmente aterrizarían en Pakistán, donde Carlisle ayudaría a Edward en las últimas semanas de entrenamiento antes de 'La Bahía de Zahra'.
"Demasiado fácil", pensó Edward. Aunque por un momento, lo sintió como todo lo contrario.
Edward, desde su ventajosa posición diagonal al otro lado de la calle, miró a la chica a la que había estado observando durante los últimos treinta minutos. Llevaba el pelo recogido, sus labios se fruncieron duramente mientras miraba fijamente el suelo ante sus pies. Ella se agitó varias veces, aludiendo a un sentido de inquietud que no pudo ocultar. Se preguntó por qué parecía tan ansiosa.
Edward estaba lo suficientemente cerca para verla, pero a la vez lo suficientemente oculto en la lejanía, que cualquiera que mirara sólo vería un vehículo oscuro, con ventanas espesamente tintadas, pero corriente. Él era casi tan invisible como la chica intentaba ser.
¿Podía sentir su vida colgando precariamente de un hilo? ¿Podía sentir sus ojos sobre ella? ¿Tenía un sexto sentido para los monstruos? La idea de aquello le hizo sonreír. Contra toda lógica, había una parte de él que esperaba que la chica poseyera un sexto sentido para detectar monstruos a plena luz del día. Pero había estado observándola durante semanas; ella era completamente ajena a su presencia. Edward dejó escapar un suspiro. Él era el monstruo que a nadie se le ocurría buscar a la luz del día. Era un error común. La gente a menudo se cree que están más seguros en la luz, pensando que los monstruos sólo salen de noche.
Pero la seguridad, como la luz, es una fachada. En el fondo, el mundo entero está bañado en la oscuridad. Edward lo sabía. También sabía que la única forma de estar realmente seguro era aceptando la oscuridad, caminar en ella con los ojos bien abiertos, para ser una parte de ella. Para mantener a tus enemigos cerca. Y eso es lo que Edward hizo. Mantuvo sus enemigos cerca, muy cerca, de modo que ya no podía discernir donde terminaban y comenzaban. Debido a la falta de seguridad, monstruos acechaban por todas partes.
Miró su reloj y de nuevo a la chica. El autobús llegaba tarde. Aparentemente frustrada, la chica se sentó en el suelo con su mochila sobre las rodillas. Si aquella hubiera sido una parada de autobús regular habría otras personas, serpenteando detrás de ella o sentándose en un banco, pero no era así, por lo que cada día Edward pudo observarla sentada sola bajo el mismo árbol cerca de la concurrida calle.
Su familia era pobre, el siguiente factor más importante después de ser hermosa. Era más fácil desaparecer para la gente pobre, incluso en Estados Unidos. Y sobre todo cuando la persona desaparecida tenía edad suficiente para simplemente haber huido. Era la típica excusa dada por las autoridades al no poder encontrar a alguien. Deben haber escapado.
La chica no hizo ademán de irse de la parada de autobús a pesar del hecho de que su autobús llegaba cuarenta y cinco minutos tarde, y Edward pensó que aquello era interesante por alguna razón. "¿Tanto le gustaba el colegio? ¿O es que odiaba demasiado su casa?" Si ella odiaba su casa, eso le haría las cosas más fáciles. Quizás vería su Secuestro como un rescate. Él casi se rió, seguro.
Miró el atuendo sin forma y poco halagador de la chica: pantalones vaqueros sueltos, sudadera gris con capucha, auriculares y una mochila. Era su atuendo habitual, al menos hasta que llegara a la escuela. Allí, por lo general, se convertía en alguien más femenina, coqueta, incluso. Pero al final del día, ella cambiaría de nuevo. Pensó otra vez en ella odiando su vida en casa. "¿Se viste de esa manera porque su vida hogareña era restrictiva o inestable? ¿O es para evitar la atención indeseada de un barrio peligroso a la escuela? Él no lo sabía. Pero quería.
Había algo interesante en ella que hacía que Edward quisiera saltar a la conclusión de que era la chica que había estado buscando, alguien con capacidad de mezclarse. Alguien con el buen sentido de hacer lo que se le dice cuando se enfrentan a la autoridad, o hacer lo que se debe hacer cuando se enfrentan al peligro. Una superviviente.
Al otro lado de la calle, la chica jugueteaba con sus auriculares. Sus ojos miraban desapasionadamente el suelo. Era guapa, muy guapa. No quería hacerle esto a ella, pero ¿qué otra opción tenía? Se había resignado al hecho de que era un medio para un fin. Si no era ella, entonces alguien más, sea como fuere, su situación sería la misma.
El siguió mirando a la chica, su esclava potencial, preguntándose cómo iba a apelar al objetivo en mente. Se rumoreaba que entre los asistentes a la subasta de este año estaría Jacob Black, uno de los hombres más ricos del mundo, y con toda seguridad uno de los más peligrosos. Era a este hombre al que le encomendaría la esclava durante el tiempo que le tomara a Edward acercarse y destruir todo lo que el hombre tenía en gran estima. Entonces, lo mataría.
Sin embargo, Edward se preguntó, y no por primera vez, por qué se sentía atraído por ella. Posiblemente fueran sus ojos. Incluso desde la distancia podía ver lo oscuros, misteriosos y tristes que eran. Lo viejos que parecían.
Él sacudió la cabeza, despejando sus pensamientos, cuando oyó el traqueteo y el chirrido de los engranajes del autobús escolar acercándose por la calle. Vio de cerca como la cara de la chica se relajó con alivio. Parecía que había que concluir algo más que la llegada del autobús, el escapar, tal vez incluso la libertad. Por fin, llegó el autobús, en perfecta sincronización cuando el sol se alzó en su plena capacidad. La chica miró hacia arriba con el ceño fruncido, pero ella persistió, dejando que la luz tocara su rostro antes de desaparecer en el interior.
*.*.*
Una semana más tarde, Edward estaba sentado en su lugar habitual, a la espera de la chica. El autobús se había ido y venido, pero la chica no estaba a bordo por lo que imaginó que había de esperar y ver si ella parecía.
Estaba a punto de irse cuando la vio dar la vuelta a la esquina a la carrera hacia la parada del autobús.
Llegó sin aliento, casi frenética. Ella era emocional. Una vez más se preguntó por qué estaba tan desesperada por llegar a la escuela.
Edward miró por la ventana de su coche a la chica. Ella daba vueltas ahora, tal vez dándose cuenta de que había perdido su autobús. Parecía injusto que la semana pasada la chica hubiera esperado casi una hora para que el autobús llegara, pero esta semana el conductor no había esperado en absoluto. No hay chica, no hay parada. Se preguntó si ella esperaría otra hora, sólo para asegurarse de que no había esperanza. Él negó con la cabeza. Tales acciones sólo revelaban una naturaleza desesperada. Tenía la esperanza tanto de que ella esperara como de que no lo hiciera.
Sus pensamientos fracturados le dieron que pensar. Él no debía tener esperanza alguna. Tenía órdenes, su propia agenda. Simple. Sencillo. Claro. La moral no tiene cabida en la venganza.
La moral era para gente decente, y él estaba tan lejos de la decencia como una persona podría estar. Edward no creía en la existencia de un ser superior o una vida futura, aunque sabía mucho acerca de la religión al haber crecido en el Oriente Medio. Pero si hay un más allá donde la gente cosechaba lo que había sembrado en la tierra, entonces él ya estaba condenado. Iría felizmente al Infierno, después de que Jacob estuviera muerto.
Además, si Dios o los Dioses existen, ninguno de ellos sabía lo que Edward había hecho, o de lo contrario no habían dado una mierda por él cuando realmente importaba. Nadie había dado una mierda por él, nadie excepto Carlisle.
Y a falta de un más allá lleno de castigos, Edward necesitaba asegurarse de que Jacob Black pagaba por sus pecados aquí en la tierra.
Veinte minutos después, la chica empezó a llorar, allí mismo en la acera, justo enfrente de él. Edward no podía apartar la mirada. Las lágrimas habían sido siempre desconcertantes para él. Le gustaba mirarlas, probarlas. A decir verdad, le ponían duro. Una vez había aborrecido esta respuesta condicionada, pero había sobrepasado el odiarse a sí mismo. Estas respuestas, estas reacciones, eran una parte de él ahora, para bien o para mal. Mayormente para mal, admitió con una sonrisa y se re-colocó su erección.
¿Qué había en tales exhibiciones emocionales que sencillamente se le clavaban en los intestinos sin dejarle ir? Una pura lujuria le recorrió como un dolor intenso trayendo consigo un fuerte deseo de poseerla, de tener poder sobre sus lágrimas. Todos los días pensaba en ella más como una esclava que un acertijo, a pesar de que ella guardaba un seductor misterio encerrado en sus abatidos ojos.
En su mente destellaron imágenes de su rostro dulcemente inocente inundado de lágrimas mientras él la sostenía sobre su rodilla. Casi podía sentir la suavidad de su trasero desnudo bajo su mano, la certeza de su peso presionado contra su erección mientras él la azotaba.
La fantasía duró poco.
De repente, un coche se detuvo delante de la chica. Mierda. El gimió mientras apartaba las imágenes.
Casi no podía creer lo que estaba sucediendo. Unos gilipollas estaban intentando ligarse a su presa. Vio que la chica sacudía la cabeza, declinando la invitación del conductor para subir al coche. No parecía que el tipo estuviera escuchando. Ella se estaba alejando de la parada de autobús, pero él la seguía en su coche.
Sólo había una cosa que hacer.
Edward salió a la esquina, bastante seguro de que la chica no se había dado cuenta de cuánto tiempo había estado aparcado su coche allí. Por el momento, parecía demasiado aterrorizada como para darse cuenta de nada excepto la acera delante de sus ojos. Ella caminaba muy rápido, mochila por delante, como un escudo. Cruzó la calle y caminó lentamente hacia ella. Escaneó con desinterés la escena mientras se movía directamente frente a ella, sus caminos se cruzaron colisionando de frente.
Todo sucedió rápido, de forma inesperada. Antes de que tuviera oportunidad de ejecutar una simple estrategia para eliminar la amenaza externa, ella de pronto se arrojó a sus brazos, con la mochila haciendo un ruido sordo en el cemento. Miró el coche, la sombra y la forma incongruente del hombre. Otro depredador.
-Oh Dios mío –susurró contra el algodón de su camiseta –. Sígueme la corriente ¿vale? –Sus brazos eran de acero alrededor de su caja torácica, su voz, una súplica desesperada.
Edward se quedó atónito por un momento. Qué interesante giro de los acontecimientos. ¿Era el héroe de esta situación? Estuvo a punto de sonreír.
-Lo veo –dijo él, apartando la mirada del otro cazador. Imbécil, seguía allí sentado, pareciendo confundido. Edward puso sus brazos alrededor de la chica como si la conociera. Suponía que de una manera así era. En un impulso juguetón le pasó las manos por los costados de su cuerpo. Ella se puso tensa, con el aliento atascado en la garganta.
El coche y la competencia finalmente se alejaron a toda velocidad con una nube de humo y los neumáticos chillando. Ya no se requería su protección, los brazos de la chica lo dejaron en libertad rápidamente.
-Lo siento –dijo a toda prisa –, pero ese tipo no me dejaba en paz. –Parecía aliviada, pero aún agitada por el incidente.
Edward la miró a los ojos, de cerca esta vez. Eran tan oscuros, seductores y tristes como había imaginado que serían. Se encontró queriendo tomarla entonces, para llevarla a un lugar secreto donde pudiera explorar las profundidades de esos ojos, descubrir el misterio que ocultaban. Pero ahora no, este no era el momento ni el lugar.
-Esto es Los Ángeles; peligro, intriga y estrellas de cine. ¿No es lo que dice bajo el letrero de Hollywood? –dijo, tratando de aligerar el ambiente.
Confundida, la chica sacudió la cabeza. Aparentemente no estaba lista para el humor todavía. Pero cuando se agachó para recoger su mochila, dijo:
-Eh... de hecho, creo que es: Eso es tan L.A.. Pero no está debajo del letrero de Hollywood. No hay nada debajo del letrero de Hollywood.
Edward contuvo una amplia sonrisa. No estaba tratando de ser graciosa. Era más como si estuviera buscando un terreno cómodo.
-¿Debería llamar a la policía? –comunicó con preocupación fingida.
Ahora que la joven se sentía más segura, pareció verle de verdad, un momento desafortunado, pero completamente inevitable.
-Eh... –Sus ojos iban y volvían a los suyos, demorándose en la boca un poco demasiado tiempo antes de precipitarse a sus zapatillas deportivas. –No creo que eso sea necesario. No van a hacer nada de todos modos, se arrastran como si estuvieran por todas partes. Además –añadió tímidamente: –yo ni siquiera conseguí su matrícula.
Ella lo miró de nuevo, con los ojos errando por su cara antes de morderse el labio inferior y mirar al suelo. Edward trató de mantener la mirada de preocupación en su rostro cuando lo único que realmente quería hacer era sonreír. Así que, la chica lo encontraba atractivo.
Supuso que la mayoría de las mujeres lo hacían, aun cuando se daban cuenta tarde, o demasiado tarde, de lo que significaba realmente la atracción. Sin embargo, este tipo de reacciones ingenuas, casi inocentes, siempre le divertían. La miró, esta chica, optando por mirar al suelo mientras arrastraba los pies de un lado a lado.
Mientras ella estaba allí, siendo felizmente ignorante de que su tímido y sumiso comportamiento estaba sellando su destino, Edward quiso besarla.
Tenía que sacarse de aquella situación.
-Probablemente tengas razón –suspiró, mostrando una sonrisa de empatía, –a la policía no le importa un comino.
Ella asintió ligeramente con la cabeza, aun cambiando de un pie a otro, nerviosamente, incluso tímidamente ahora.
-Oye, ¿podrías...?
-Supongo que debería... –Esta vez dejó que su sonrisa apareciera en su rostro.
-Lo siento, tú primero –susurró mientras su rostro se sonrojaba bellamente. Su actuación de chica bonita y tímida era embriagadora. Era como si tuviera un cartel colgándole del cuello que dijera: Prometo que haré lo que tú digas.
"En realidad debería irme. Ahora mismo. Oh, pero esto era demasiado divertido." Él miró hacia arriba y abajo de la calle. La gente llegaría pronto, pero todavía no.
-No, por favor, ¿qué decías? –Él miró su cabello castaño sin cesar mientras jugueteaba con él entre sus dedos. Era largo, ondulado y enmarcaba su rostro. Los extremos se enroscaban sobre los montículos de sus pechos. Pechos que llenarían manos perfectamente. Puso fin a esa línea de pensamientos antes de que su cuerpo respondiera.
Levantó la mirada hacia él. Con el sol en su cara, ella entornó los ojos cuando lo miró.
-Oh... eh... sé que esto suena raro, teniendo en cuenta lo que acaba de suceder... pero, perdí el autobús y... –nerviosa, intentó pronunciar las palabras rápidamente, –usted parece un buen tipo. Quiero decir, tengo unos trabajos para hoy, y supongo que me preguntaba... ¿Podría llevarme al colegio?
Su sonrisa era poco menos que nefasta. Y la de ella tan grande que podía ver todos sus blancos y bonitos dientes.
-¿Colegio? ¿Cuántos años tienes? –Ella se sonrojó un tono más oscuro de rosa.
-¡Dieciocho! Soy una Sénior, ya sabes, me gradúo este verano. –Ella le sonrió. El sol le daba todavía en la cara y ella entornaba los ojos cada vez que hacía contacto visual – ¿Por qué?
-Nada, –mintió y jugó con la ingenuidad de la juventud –que pareces mayor, eso es todo.
Otra gran sonrisa, incluso más bonitos dientes blancos.
Había llegado el momento de poner fin a esto.
-Mira, me gustaría llevarte, pero he quedado con una amiga justo en la misma calle. Solemos compartir coche, y es su turno de desafiar el tráfico de la 405. –Se miró el reloj. –Y, ya llego tarde. –En su interior, sintió una oleada de satisfacción al ver su rostro decaer. Al oír la palabra no, la palabra amiga. No conseguir lo que quiera era siempre la primera lección.
-Sí, claro... lo entiendo. –Ella se recuperó con frialdad, pero aún sonrojada. Se encogió de hombros afectada y su mirada se apartó de él. –Le pediré a mi madre que me lleve. No hay problema. –Antes de que tuviera la oportunidad de ofrecerle más condolencias, dio un paso en torno a él y se puso los auriculares. –Gracias por ayudarme a deshacerme de ese tipo. Nos vemos.
Mientras ella se alejaba, podía oír ligeramente la música sonando a todo volumen en su oído. Se preguntó si sería suficientemente fuerte para ahogar su vergüenza.
-Nos vemos –susurró.
Esperó hasta que dobló la esquina antes de regresar a su coche, y luego se sentó al volante, mientras abría su teléfono móvil. Arreglando lo que el recién llegado tendría que hacer.
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Hasta aquí por hoy, espero sigan esta historia y que sea de su agrado, prometo actualizar cada vez que pueda tratando de que sea lo más seguido, posiblemente lo haga a diario pero no prometo mucho.
Por favor dejen su review, gracias.
By: Amy - Estrellita
