Líbido

Capítulo 1

Lo último que sintió fue un relámpago atravesándole en el pecho. La sala desapareció a su alrededor, junto con las personas que había en ella. Creyó que caía hacia la nada, luces de colores lo traspasaban y subían por todas partes, nunca supo a dónde iban. Y en el proceso dejó de sentirse a él mismo, o por lo menos una gran parte de él. Era un ser incompleto, pequeñísimo dentro de su escala de comprensión. Pensó que morir, a esto, hubiera sido mucho más sencillo de explicar.

La caída no duró mucho, no supo cuanto, pero fueron largos momentos de incertidumbre atrapado en ese túnel. Le dio tiempo a reflexionar sobre esa situación y le pareció un castigo desmedido por el daño causado.

Cuando todo pasó, estaba de pie, despojado de toda arma o defensa, y multitud de gente caminaban a su alrededor. La estancia era luminosa, gris, con cristales, granito, letreros luminosos. Vio un banco justo enfrente a él, y se sentó en él para poder observar mejor y pensar.

En cuanto lo hizo dos personas más lo hicieron. Eran una pareja que dejó un bulto entre ellos y él, una maleta, y se pudieron a discutir. Hablaban rápidamente, pero ya habían captado su atención, así que intentó entenderles. Era una lengua conocida, hablada con fluidez por él mismo. Estaba en Midgard, seguro. Pero tenía que reconocer la ciudad, o el lugar dónde se encontraba. La pareja, ajenos a su espectador, siguió peleando. La conversación giraba en torno a una reserva de hotel que no se había hecho adecuadamente, la ciudad era Amsterdam, y hablaban de las dificultades de encontrar algún holandés que hablara su idioma.

En aquel momento, alguien salió de entre la multitud hacia él. Pero solo fue consciente cuando ya la tenía delante.

- ¿Eres tú?

Era una mujer, delgada, alta, con el pelo rubio y con un interrogante formado en sus cejas arqueadas. Antes de perderse más en sus pensamientos, la chica volvió a hablarle, esta vez en un idioma que conocía mejor. Y al fin pudo responder.

- No lo sé, ¿tú quién eres?.- optó por contestar con una pregunta y pensar rápidamente las opciones que se le planteaban en su situación.

- Soy Beth, estaba esperando a un estudiante de intercambio que venía a alquilarme una habitación.

Como un haz de luz vino a él la respuesta y el planteamiento a todo aquel mal entendido. Las referencias no eran claras, pero le sonaba a persona extranjera, necesitada de alojamiento, y una oportunidad para salir del aprieto.

- ¡Si! Perdón, estoy aun abotargado del viaje.-

Le extendió la mano. A lo que ella volvió a enarcar una ceja, miró la mano y a él consecutivamente, y al final le devolvió el apretón. Aunque pudo detectar que el contacto la ponía incómoda y lo anotó en su mente. Echaron a andar, pero ella se dio la vuelta casi con brusquedad.

- Se te olvida la maleta.

Miraba hacia el bulto que había junto a la pareja, que seguían discutiendo sin prestarles la más mínima atención. Se acercó con decisión, pero fuera de su rango visual y agarró el asa de la maleta, para salir en pos de su guía.

-¿Cómo te llamabas?

Era una pregunta muy simple, pero en aquel momento le costaba andar y pensar a la vez sin chocarse con nadie. Tiempo atrás hubiera contestado sin vacilar: Loki, príncipe de Asgard. Pero ya no era príncipe, ya no pertenecía a ninguna parte, ya no era nada. Una punzada de dolor volvió a atravesarle el pecho, ansiedad. Miró hacía los lados, un hombre con uniforme se cruzó por delante suya, llevaba una chapa pegada al pecho con una inscripción.

- Lucas

Ella redujo el paso para caminar a su lado mientras bajaban unas escaleras. Él sonrió, pero se le hizo un nudo en la garganta.

- Elisabeth, Beth para abreviar.

- Encantado.

- Pues acelera, que perdemos el metro.

Un tren llegó a las vías justo enfrente de ellos, y bajaban y entraban gente sin control. Beth se tiró directamente a la multitud, y con una maniobra casi acrobática le quitó los asientos a unos hombres que la miraron con desaprobación. Cuando Loki entró, se apartó dejándole un hueco libre para que se sentaran juntos.

Pasaron el viaje en silencio, rodeados de gente que no paraban de hablar, y Loki lo agradeció. Se perdió en sus pensamientos, en hacer un plan inmediato. Pero sabía que era inútil. Sus últimas visitas le dieron conocimientos básicos sobre la Tierra, pero nunca estuvo preparado para vivir por su cuenta, y mucho menos sin sus recursos habituales. Volvía el dolor al pecho, casi pudo sentir como la cara se calentaba y se humedecían sus ojos. Así que miró hacia abajo y vio sus zapatos, y junto a ellos, unas botas marrones, masculinas pero del tamaño de un pie de mujer. Las piernas estaban al descubierto, de un tono de piel un poco más oscuro que el de él. Miró un al rededor y se dio cuenta que ninguna mujer llevaba las piernas enteramente al descubierto, y también vio algunos hombres que la miraban. Beth tenía algo en las manos, blanco y fino, y cada vez que tocaba la pantalla con los dedos, la superficie cambiaba. Sus manos eran finas, dedos ágiles con uñas gastadas y golpeadas. No llevaba más que un pequeño pantalón por encima del muslo, una blusa o camisa blanca y una chaqueta de cuero marrón gastada y vieja, forrada de piel de cordero. Parecía tener algo dibujado en el cuello, pero las ondas no lo dejaba ver con claridad. Cuando salieron a la superficie el sol bañó el vagón con su luz, y salieron destellos de su pelo, dorado como el trigo y con algunos mechones más claros. Su cara casi la tapaba un sombrero marrón.

De pronto ella miró hacia su dirección y rápidamente apartó la mirada. Pero sabía que se había dado cuenta perfectamente de que la estaba mirando. Inconscientemente apretó los labios y cerro los ojos. Pero no lo miraba a él, el tren había parado y las puertas estaban abiertas. Beth se tensó y se levantó al instante.

- Coge las maletas, nos bajamos aquí.- y salió por la puerta. La siguió por poco.

- Pero qué...

- No he comprado los tickets. Vamos. rápido.

Echaron a andar, bajaron por unas escaleras y ya estaban en la calle. Salieron a una plaza entre tres calles, con altos edificios de piedra o ladrillo. Bien cuidado, limpio, la gente disfrutaba del bien tiempo y los niños jugaban y corrían entre los jardines. Pero no había tiempo para contemplaciones. Beth ya echaba a andar hacia una esquina.

- Estamos en la ciudad, cogeremos el tranvía que nos deja más cerca.

Entre las cuatro vías, paraban unos railes casi imperceptible. Y un pequeño tren se acercaba por una de ellas.

- Sube la maleta primero, y luego tu.- el tren iba lento, pero no parecía aminorar más.- Por atrás.

No creyó que fuera capaz, hasta que lo hizo. Subieron en marcha, y los llevó hasta el corazón de la ciudad, atravesando el gran río, que extendía sus raíces por toda la isla. Las casas eran más pequeña, no había tanto tráfico, pero mucha más gente paseaban a pie y en bicicleta por sus calles, bordeado de canales. Se fijo en los pequeños barcos atracados, y cómo la gente salía y entraba de ellos. Por un momento le invadió un idea horrible.

- ¿¡Vives en uno de esos!?

Beth miró hacia donde apuntaba con el dedo, y no pudo contener una carcajada.

- No tío, esos son carísimos. Vivo en un ático, un poco más adelante.

No entendía de dónde pensaba que les surgía el parentesco familiar, pero se sintió aliviado. Justo donde se pararon, subieron por una estrecha calle peatonal, avanzaron hasta un portal y entraron. Subieron por la escalera hasta un tercer piso y abrió una de las puertas.

- Este es el piso.

La estancia estaba iluminada por dos grandes ventanales, abiertos de par en par. A la derecha de la puerta había una cocina con una encimera, separada del salón por una barra con dos taburetes. La estancia era amplia, de techos altos y paredes blancas, decorada humildemente con un televisor y dos sofás, un par de muebles; todos distintos, le daban un aire bohemio y colorido. Vio tres puertas más, Beth se dirigió directa a una y la abrió.

- Esta será tu habitación.- Era un cuartillo, de menos de cuatro metros cuadrados, con ojo buey y llena de cajas, y bajo ellas, una pequeña cama con una mesita de noche y una cómoda.- perdona el desorden, pero no me ha dado tiempo a recoger. Si no te importa, déjalo todo en el salón o debajo de la cama si te queda espacio. Ahora me tengo que ir a trabajar, llego tarde...

Se estaba yendo hacia la puerta.

- Pero...- no le dio tiempo ni a articular palabra, cuando la joven ya había cruzado el salón hacia la salida, y cerrado tras ella.

Se quedó allí desolado, con ganas de echarse las manos a la cabeza y gritar. Respiró hondo y decidió quitar algunas cajas de la cama. No recordaba en aquel momento cuándo había sentido algo parecido, todo a la vez: abandono, desesperanza, incomprensión, desorientación, ansiedad... Ya sentado en su nueva cama de 1,20, abrió la maleta que llevaba arrastrando y se quedó paralizado. Había cogido la maleta de la chica.

Le dio una patada a una de las cajas, de la que salieron unos cubiertos y unas tazas que habían aguantado valientemente el envite, pero que eras de un gusto horroroso. Cuando pasó la crisis, salió de la habitación para comprobar las demás habitaciones. Al lado suyo había un pequeño cuarto de baño, con espacio a penas para un retrete, un lavamanos y una plato de ducha. La última debía ser el cuarto de la chica, la puerta estaba cerrada y eso le dejó parado en frente; iba a ser una invasión de su privacidad... Pero la abrió igualmente. El dormitorio era mucho más grande que el suyo, con un ventanal igual que el del salón, y una cama doble, desecha y con ropa por tirada por todas partes. También había un cuarto de baño a parte, con una bañera. Salió de allí cerrando de un portazo, carcomido por la envidia. Y vio que en la barra había un manojo con dos llaves y un papelito al lado.

"Estas son tus llaves. Por si me voy sin dártelas. B"

Las cogió y salió a la calle. Andó observándolo todo, había una panadería, un café, y más adelante, más comercios que no distinguía. Se paró un momento para ver hasta dónde había llegado, y calmarse. Cuando levantó la vista, lo vio.

"Tienda de segunda mano. Compramos lo que no necesitas, y vendemos lo que buscas."

Media hora más tarde salía de la tienda con otro porte, y una mujer mayor lo siguió hasta la puerta casi tan sonriente como él, despidiéndose enérgicamente con una mano. La tienda estaba lleno de ropa nueva y mobiliario de hogar de buena calidad, y Loki tenía dinero y una bolsa de ropa de su talla. Y un sombrero que se le había antojado, del mismo estilo que había visto llevar a algunos hombres.